Este artículo fue tomado de una conferencia preparada para ser presentada en la International Conference for Itinerant Evangelist [Congreso internacional de evangelizadores itinerantes], en Amsterdam, el 14 de julio de 1983; usado con permiso de Christianity Today

El reconocido teólogo alemán Rudolf Bultmann hizo la pregunta correcta para nuestra época: “¿Cómo comunicaremos el Evangelio en una era secularista y tecnológica?” La pregunta puede hacerse en forma diferente en diferentes culturas, pero todos nosotros estamos preocupados por la comunicación efectiva del Evangelio. En muchas circunstancias significa lo que los misiólogos han llamado la “contextualización”: la adaptación de nuestros métodos a la cultura y la sociedad a la que hemos sido llamados a proclamar el Evangelio. Pero hagámoslo claro: no tenemos autoridad de la Escritura para alterar el mensaje. El mensaje nunca puede ser contextualizado.

Entonces, ¿cómo habremos de comunicar el Evangelio con poder y eficacia en esta era materialista, científica, rebelde, secular, inmoral, y humanista?

La clave

La clave que abre la puerta a la comunicación efectiva del Evangelio se encuentra en 1 Corintios 2: 2. Considérese el contexto de este versículo. Cuando Pablo fue a Corinto era una de las ciudades más idólatras, paganas, intelectuales e inmorales en el mundo romano. Si se quería rotular condenatoriamente a alguien como inmoral, se lo llamaba “corintio”. Cuando Pablo vio esta ciudad y sintió que Dios lo dirigía para iniciar una iglesia allí, ¿qué hizo? No lo olvide, no había ningún otro cristiano en la ciudad. ¿Cómo había de “predicar el Evangelio” en una atmósfera tan extraña a su misma naturaleza?

Si pudiéramos hacer personalmente a Pablo estas escrutadoras preguntas, quizá diría: “Mi inteligencia sola es incapaz de enfrentar este problema. No tengo la lógica, ni los argumentos para impulsar a los corintios a aceptar la verdad del Evangelio”. ¿Qué hizo Pablo? Con positiva fe dijo: “Me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado”.

¿Por qué dijo esto? Pablo sabía que había un poder “inherente” en la cruz. Él sabía que el Espíritu Santo toma el sencillo mensaje de la cruz, con su gracia y amor redentores, y lo infunde en las vidas con autoridad y con poder.

Más aún, la obra del Espíritu es vital. Los proclamadores del Evangelio siempre deben ser conscientes, como lo destacó Pablo, de que el hombre natural simplemente no puede aceptar la verdad de Cristo, a menos que el velo sea levantado por el Espíritu Santo. Pero lo glorioso es que el Espíritu Santo toma el mensaje y lo comunica con poder, al corazón y a la mente, y destruye toda barrera. Es la obra sobrenatural del Espíritu de Dios. Ningún evangelista puede tener el toque de Dios en su ministerio hasta que es consciente de estas realidades y predica el poder del Espíritu Santo. En el análisis final, el Espíritu Santo es el comunicador.

Algunas suposiciones seguras

Cuando salgo y proclamo el Evangelio, en toda congregación o en cualquier grupo -sea en una esquina en Nairobi, en una conferencia en Seúl, Corea, en una reunión de una tribu en Zaire, o en un gran estadio en la ciudad de Nueva York-, sé que hay ciertos factores sicológicos y espirituales que operan en todos los seres humanos. Cuando comienzo a comunicar, puedo confiar en que el Espíritu Santo tocará ciertas cuerdas en el corazón de cada ser humano que escucha:

1. Sé que las necesidades básicas de mis oyentes nunca serán totalmente cubiertas por el progreso social o la afluencia material. Esto es cierto alrededor del mundo y en toda cultura. Jesús dijo: “La vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee” (Luc. 12:15).

2. Sé que hay un “vacío esencial” en toda vida sin Cristo. Toda la humanidad continúa clamando por algo, algo que no puede identificar. Entréguese a una persona un millón de dólares, y eso no la satisfará. O bríndesele sexo y toda forma de sensualidad; eso tampoco satisfará nunca esa ansiedad profunda en su interior que continuará buscando saciar. La gente está vacía sin Dios.

Recientemente hablé con Derek Bok, presidente de la Universidad de Harvard. Le pregunté cuál era la mayor necesidad entre los estudiantes. Pensó por un momento y luego contestó: “Compromiso”. Tolstoi habló con gran acierto cuando dijo: “Hay en toda vida un vacío formado por Dios que sólo Dios puede llenar”. Cuando proclamamos el Evangelio estamos hablando directamente a ese vacío. La persona con la que usted se está comunicando, sea en testimonio personal o ante un grupo, tiene una receptividad inherente al mensaje de la cruz, porque sólo Cristo llena el vacío.

3. Sé que mis oyentes experimentan soledad. Algunos la han llamado “soledad cósmica”. Tengo un amigo en una universidad norteamericana que es psiquiatra y teólogo. En una ocasión le pregunté: “¿Cuál es el mayor problema de los pacientes que buscan tu ayuda?” Pensó por un momento y dijo: “La soledad”. Luego continuó: “Cuando uno llega directamente a ella, es soledad de Dios”. Todos nosotros sentimos algo así. Por ejemplo, usted puede estar en medio de una multitud, o en una fiesta, y súbitamente, mientras toda la gente a su alrededor ríe, una repentina y momentánea soledad se abate sobre usted. Esto es la “soledad cósmica”, y está en todas partes: soledad en los suburbios, soledad en Latinoamérica, soledad en Japón, una soledad que sólo Dios puede llenar. Esta es la condición de la gente a quien está predicando.

4. Sé que mis oyentes tienen sentimiento de culpa. Posiblemente esta es la más universal de todas las experiencias humanas, y es devastadora. El director de una institución para enfermos mentales de Londres dijo: “Podría dar de alta a la mitad de mis pacientes si pudiera encontrar la manera en que ellos se liberen de su sentimiento de culpa”. Esto es lo que la cruz hace en todas partes. Cuando predicamos a Cristo estamos hablando directamente al agobiante y depresivo problema de la culpa. No necesitamos hacer que la gente se sienta culpable, ellos ya se sienten así. Dígales qué es la culpa: ¡dígales que es rebelión contra Dios, y dígales que la cruz es la respuesta!

5. Sé que mis oyentes comparten el temor a la muerte. No nos gusta hablar de la muerte en nuestra generación. Pero la muerte es real. En muchas partes del mundo usted puede encender el televisor y ver a gente famosa que hace años ha muerto; se los ve vivos, pero están muertos. De alguna forma la televisión, especialmente en la sociedad occidental, ha amortiguado la muerte. Pero el espectro siempre está allí. El temor sutil no puede ser silenciado. Pero aquí están las noticias gloriosas: nuestro Señor vino para anular la muerte. En su propia muerte y resurrección hizo que tres cosas perdieran su efecto: el pecado, la muerte y el infierno. Este es el mensaje de la cruz.

Principios de comunicación del Evangelio

Se puede ser consciente de todos estos supuestos cuando predicamos a Cristo. El Espíritu Santo aplicará el mensaje a esas profundas necesidades. Pero en medio de todos estos supuestos, ¿cómo hemos de comunicar el Evangelio?

Comunique el Evangelio con autoridad. Predíquelo con seguridad, sabiendo que “. La fe es por el oír y el oír por la palabra de Dios” (Rom. 10:17). Si tuviera una crítica para hacer a la moderna educación teológica, especialmente en Europa y en Norteamérica, es ésta: no creo que estemos poniendo el énfasis debido sobre la predicación con autoridad.

En mis comienzos, cuando empecé a preparar sermones, conseguí un libro de sermones de un famoso predicador tejano. Tomé dos de sus sermones, junto con un par de sus bosquejos, y los prediqué en voz alta diez o veinte veces. En mi primer sermón en la iglesia bautista, en Bostic, Florida, estaba temblando. Había preparado cuatro sermones. Los practiqué como acabo de describir hasta que estaba seguro de que cada uno duraría 40 minutos. ¡Me puse de pie y prediqué los cuatro en ocho minutos!

Por eso le digo que no se desanime; continúe. Requiere mucho trabajo preparar mensajes efectivos. Satúrese, a usted mismo, con la Palabra de Dios.

Sid Bunnell dijo a su clase, en la Universidad de Princeton: “Si está predicando bajo la unción del Espíritu Santo, los oyentes oirán otra ‘Voz’”. ¿Es consciente la gente de esta otra “Voz” cuando usted predica? ¿Está usted lleno del Espíritu? ¿Predica usted con su autoridad? Esto es absolutamente esencial para la comunicación del Evangelio. Una razón por la que la gente escuchaba a Jesús era que Él hablaba como quien tiene autoridad.

Predique con autoridad. Cuando usted cita la Palabra de Dios, Él la usará. Nunca permitirá que vuelva vacía.

Un día mi esposa estaba en Foyles, la famosa librería de Londres. Un hombre, muy desanimado y frustrado, dijo a mi esposa: “Usted parece una cristiana sincera. Mi familia está deshecha”. Luego agregó: “Estoy al borde del suicidio”. Ella le dijo: “¿Por qué no viene al estadio Harringay esta noche a escuchar a Billy Graham?” “Oh -dijo él- no creo que me pueda ayudar, estoy más allá de toda ayuda”. Pero ella le dio algunas entradas, y el hombre vino. No volvió a verlo por un año.

Al año siguiente estábamos en el estadio Wembley y ella fue nuevamente a Foyles. Aquel mismo hombre apareció y dijo: “Oh, señora Graham, aquella noche fui y me entregué a Cristo. ¡Y soy el hombre más feliz en Inglaterra!” Luego continuó: “El versículo sobre el que su esposo predicó aquella noche fue reservado por Dios para mí. Era un versículo de los Salmos: ‘Soy semejante al pelícano del desierto; soy como el búho de las soledades’ (102: 6)”. Mi esposa se rascó la cabeza y dijo: “Nunca pensé que ese podría ser un versículo evangélico”. Pero él le dijo: “Aquel versículo me describía completamente, y fui salvado”. Como usted ve, Dios usa su Palabra; su poder está en la Palabra.

Predique el Evangelio con sencillez. En nuestro Congreso de Evangelizaron de Berlín, en 1965, uno de los trabajos, preparados por un teólogo norteamericano, era muy profundo y comprometido. Muchos de los cristianos realmente no entendían de qué estaba hablando. Pero había un hombre de una tribu indígena, vestido en su vestimenta nativa, que no había podido entender ninguna palabra de lo que “el entendido” profesor había dicho. Pero pasó al frente y abrazó y besó al orador frente a todos. Luego dijo: “¿Sabe profesor? Yo no entiendo una palabra de lo que usted dijo, pero estoy tan feliz de que un hombre como usted, que sabe tanto, esté de nuestro lado”. ¡Su sentimiento era enorme! Pero debemos comunicar de tal manera que la gente entienda. Predique con sencillez.

Tengo un amigo en una iglesia metodista de la costa oeste de los Estados Unidos. Un día decidió presentar algunos motivos visuales para los niños, los domingos de mañana, antes de la hora del culto. Predicaría sus sermones para los niños con diapositivas que había preparado durante la semana. Esto, según él pensaba, ilustraría su sencillo sermón y les ayudaría a los niños a entender. Para su asombro, la gente de edad comenzó a llegar temprano, hasta que la iglesia estaba atestada para escuchar sus sermones para niños, mientras que la asistencia al servicio de adoración de las once fue disminuyendo. La gente desea sencillez.

Estoy seguro de que ese fue uno de los secretos del ministerio de nuestro Señor. La Biblia dice: “Y gran multitud del pueblo le oía de buena gana” (Mar. 12: 37). ¿Por qué? Por una razón fundamental: le entendían. Él hablaba en su idioma.

Predique con repetición. El profesor James Denney, de Escocia, dijo una vez que Jesús probablemente se repitió sus enseñanzas más de 500 veces. Eso da ánimo a cada evangelista. El Evangelio parece a veces algo “viejo” para nosotros. Repítalo, repítalo y repítalo, son “noticias” para las multitudes. Nunca se canse o se sienta avergonzado de compartir estas nuevas una y otra vez.

Predíquelo con urgencia: Predique buscando una decisión. La gente está muriendo. Puede ser que Ud. le esté hablando a alguien que escuche el Evangelio por última vez. Predique con la urgencia de Cristo. Predíquelo para conducir a los oyentes a Cristo. Predique, como Jesús lo hizo, buscando un veredicto. El llamado al arrepentimiento y a la fe también es parte del mensaje.

Comunique lo que somos

Nunca se olvide de que hemos de comunicar el Evangelio por medio de una vida santa. Esto es esencial. Nuestro mundo, hoy está buscando hombres y mujeres íntegros; comunicadores que respalden su ministerio con sus vidas. La predicación suya brota de lo que usted es. Debemos ser un pueblo santo. No han sido los grandes oradores los que me han afectado más profundamente, sino los que han sido hombres santos. Robert Murray M’Cheyne dijo: “Un hombre santo es una tremenda arma en las manos de Dios”. Pablo dijo: “Golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre” (1 Cor. 9: 27).

Debemos tomar esto seriamente. Hay tres avenidas a través de las cuales el enemigo ataca a los evangelistas jóvenes (y a los viejos también): el dinero, la moral y el orgullo. Ustedes, evangelistas, han de batallar con los tres en sus vidas. Estén listos, el enemigo les pondrá trampas constantemente.

Cliff Barrows y yo, cuando comenzamos por primera vez la evangelización, decidimos que íbamos a formar una empresa, tener un directorio, y pagarnos a nosotros mismos un determinado salario. La idea causó furor. Algunos dijeron: “Ustedes van a arruinar la evangelización”. Pero yo creo que Dios ha honrado la forma en que hemos manejado las finanzas. Nunca debemos traer reproches sobre la evangelización por cuestión de dinero. Los evangelistas son vulnerables en esto.

Una vida santa no es negativa. Es positiva. Usted debe sumergirse en la palabra de Dios. Deber ser una persona de oración. Una vida devocional disciplinada es vital para vivir una vida santa.

Entonces, comunicamos el Evangelio por nuestro amor a nuestro prójimo. “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:35). Un laico en Boston entró abiertamente a un hotel, se dirigió a una mujer, y le dijo: “¿Conoce usted a Cristo?” Luego ella le contó a su esposo, y éste le preguntó: “¿No le dijiste que se metiera en lo suyo?” Ella replicó: “Pero querido, si hubieras visto la expresión de su rostro y oído la vehemencia con que hablaba, hubieras pensado que eso era su oficio”.

Cuando usted habla de Cristo a otras personas, personal o públicamente, ¿piensan ellos que eso es lo suyo? ¿Ama usted realmente a la gente? ¿Se percibe? ¿Sienten ellos amor?

Uno de nuestros evangelistas asociados estaba predicando en una universidad de América Central. Trataba de ganar a los estudiantes a Cristo, pero le dieron una recepción muy hostil. Una señorita fue muy agresiva. Después de la reunión, se dirigió directamente a él (ella estaba terminando su doctorado) y le dijo: “No creo en nada de esa bazofia”. Él le dijo: “Bueno, lamento que no esté de acuerdo, pero, ¿le molestaría si orara por usted?” Ella dijo: “Bueno, nadie ha orado por mí antes. Supongo que no me hará ningún daño”. El inclinó su cabeza, pero ella quedó mirando en forma abierta y desafiante mientras él oraba. Al orar por la conversión de esa chica, las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas. Cuando abrió sus ojos, ella estaba llorando y le dijo: “Nadie en toda mi vida me ha amado lo suficiente como para derramar lágrimas por mí”. Se sentaron en un banco y aquella señorita aceptó al Señor como su Salvador. ¿Cuántos hemos amado tanto como para derramar lágrimas?

También comunicamos el Evangelio porque tenemos una compasiva preocupación social. Esto implica el amor que hemos de demostrar a otros. Creo que hay un compromiso social ordenado en la Escritura. Observe a nuestro Señor. El tocó al leproso. ¿Puede imaginar lo que significaba para ese leproso ser tocado, cuando él debía gritar constantemente: “¡Inmundo! ¡Inmundo!” Pero Jesús lo tocó. Estaba enseñando, por ejemplo, tanto como precepto, que tenemos una responsabilidad hacia los oprimidos, los enfermos y los pobres (Luc. 4:18, 19). Cuando pienso en los millones que mueren de hambre, apenas puedo comer mi comida. Cien mil personas morirán este año sólo de sed en Etiopía -no de hambre, sino de sed. No pueden conseguir agua, mucho menos comida. Y esto es sólo una parte del mundo.

Pero nunca olvide, la iglesia va al mundo con una dimensión extra de su preocupación social. Vamos en el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Nos extendemos para atender las necesidades y dar, pero siempre debemos decir: “Esto es entregado en el nombre de nuestro Señor Jesucristo”. Por lo tanto, nunca llega a ser mero humanitarismo. Damos porque Dios dio.

Keir Hardie fue un evangelista toda su vida, pero también se preocupó mucho por ayudar a organizar la obra para los pobres. Fundó el Partido Laborista Británico a causa de su preocupación social, que nacía de su amor por Cristo.

Cuando Martin Luther King, hijo, recibió su Premio Nobel de la Paz en Estocolmo, se le preguntó: “¿De dónde saca usted su motivación?” Él contestó: “De la predicación evangélica de mi padre”.

Finalmente, comunicamos el Evangelio por medio de nuestra unidad en el Espíritu. Cuán vital es ser consciente de que si podemos mantenernos unidos en estas sugerencias, y al mismo tiempo ser conscientes de que hay diversidad en la unidad, podemos transformar al mundo entero para Cristo, así como se acusó a los primeros cristianos de hacerlo en su generación. Tenemos en nuestras manos, prácticamente ahora, los instrumentos para evangelizar al mundo antes del fin de este siglo. Por primera vez en la historia de la iglesia cristiana la posibilidad de cumplir la Gran Comisión está a nuestro alcance. ¡Qué hora significativa es ésta!