El primer bautismo de un pastor debe ser tan terrible como la primera operación de un médico o el primer vuelo solo de un aprendiz de piloto. He pasado por las experiencias primera y última y no estoy seguro de cuál me demandó más consumo de energía —si bautizar o volar solo. Afortunadamente, salí vivo en ambos casos.

Inmediatamente después de la ordenación, el presidente de la asociación me invitó a llevar a cabo mi primera serie de reuniones. Durante años yo había tratado de evitar la idea de una serie tal. Pero mi jefe fue firme. De alguna manera me había convencido a mí mismo de que la obra podía avanzar merced a algún otro método que no fuera la locura de la predicación. Ahora sonrío cada vez que encuentro a un predicador con una idea para finalizar la obra que no incluya la predicación.

No importa cuán hermosos sean los volantes a cuatro colores, cuán claros y lógicos sean los cursos bíblicos, cuán suave suene su voz en el evangelismo por teléfono o por radio, cuán bien y directamente aparezca usted mirando en la pantalla de televisión, cuántos centímetros gratis de columna haya conseguido en el diario para publicar cosas de la iglesia, cuántas escuelas bíblicas de vacaciones haya llevado a cabo, cuántos diplomas de clases de evangelismo para laicos haya entregado, cuántos viajes haya realizado a Palestina, cuántos cursos para dejar de fumar en cinco días haya desarrollado, cuántas clases de arte culinario haya presentado —las paredes de su bautisterio se agrietarán de secas a menos que usted salga, visite a la gente personalmente, estudie con esa gente y les predique. En resumen, ¡predique la Palabra! Todo lo anteriormente mencionado es útil, pero por sí solo no traerá gente al bautisterio.

GOTEABA

Volvamos a mi primer bautismo. Tenía la carpa ubicada en un distrito en que nuestras iglesias no contaban con bautisterio. Conseguimos uno portátil, lo armamos y comenzamos a llenarlo. ¡Qué descubrimiento más desagradable fue el que hicimos cuando vimos que el agua se filtraba! El agua que salía ablandó el suelo en un sector de la carpa, así que el público del sábado estaba sentado todo hacia el lado “alto”.

Eso ocurrió en el otoño, cuando comienza a refrescar. El agua estaba apenas por sobre el punto de congelación. ¿Cómo podíamos calentarla? Los predicadores son ingeniosos. Uno de mis ayudantes encontró parte de un viejo artefacto para calentar agua. Ajustamos el serpentín a una manguera o tubo de goma y luego le pedimos prestado a uno de nuestros miembros un lanzallamas a querosén. Ese artefacto vomitaba una llamarada como de un metro o más de longitud e hizo casi hervir el agua. No me preocupó tanto eso como el hecho de que se declaró un incendio en el patio de atrás de la carpa, donde estaba funcionando el lanzallamas.

ULULAR DE SIRENAS

Nuestra ubicación en una hermosa esquina estaba cerca del centro del pueblo. Habíamos tenido dificultades para conseguir permiso para levantar la carpa allí, y ahora parecía que todo nuestro equipo terminaría quemándose. No tuvimos tiempo de orar sobre la situación porque el fuego sobrevino antes de que nos diésemos cuenta. Cualquier cosa parecida a una frazada nos sirvió para tratar, infructuosamente, de apagar las llamas.

El humo subía del patio y los transeúntes deben haberse preguntado si el tema de aquella noche no sería “Qué es el infierno y dónde está”. Algún buen vecino llamó a los bomberos porque en seguida se oyó el ulular de las sirenas. Yo había oído de la actuación de la escolta policial precediendo una procesión bautismal por la ciudad, pero cuando los bomberos intervienen en un bautismo, usted realmente está haciendo algo. Quedamos agradecidos al Señor de que el fuego no destruyese ninguna pertenencia y de que el bautismo no fuese estorbado. ¡El único problema fue que el agua se calentó demasiado!

Uno de mis colegas tuvo una experiencia única con los bomberos. Trabajaba en una carpa con un bautisterio portátil al que se le hizo un gran agujero justo una hora antes del bautismo. Agitada-mente pidió a los bomberos que vinieran y que con su manguera grande le mantuvieran lleno el bautisterio hasta que la ceremonia concluyera. Para su sorpresa, ¡los bomberos cooperaron! Imagine a su público sentado en una carpa, con una autobomba a la puerta, que acciona una manga conectada a la boca de incendio más próxima para que mantenga lleno un bautisterio que pierde. Una cosa fue cierta: los candidatos tuvieron una provisión continua de agua fresca en ese bautismo.

DESBORDE EN LA PLATAFORMA

Otra vez construí una iglesia con un bautisterio empotrado por encima y detrás del púlpito. No pudimos conseguir vidrio reforzado para la parte superior del bautisterio, de modo que temporariamente pusimos un vidrio simple. En una esquina colocamos un caño con un tapón, que serviría para dar salida al exceso de agua. Varias veces les había advertido a mis ayudantes que nunca comenzaran a llenar el bautisterio sin antes haber quitado el tapón del caño que mantendría el nivel, porque de lo contrario el agua subiría demasiado y la presión rompería el vidrio.

Fue en mi último bautismo de esa particular serie de reuniones. Confiado en que mis ayudantes vigilarían que todo estuviese en perfecto orden, me despreocupé. Aproximadamente una hora antes de que comenzara la reunión pueden imaginarse lo que ocurrió. Aún ahora es penoso recordarlo. Se oyó un fuerte ruido de vidrios rotos junto con el rumor de aguas que se precipitaban sobre la plataforma. ¡Las sillas y el púlpito fueron barridos! Me llevó varios días reconciliarme con mis ayudantes.

A PRESIÓN

Sin embargo los aspirantes tienen sus problemas con los predicadores viejos. Un aspirante amigo mío invitó a un anciano pastor a que bautizara algunos de sus candidatos en el océano. La marea estaba baja, de manera que el pastor oficiante, junto con el aspirante, llevó a los candidatos a aguas más profundas. Cuando finalmente llegaron donde el agua les daba a las rodillas, el ministro se detuvo y comenzó a preparar al primer candidato. El aspirante sugirió en voz baja que fuesen un poco más adentro, donde había más profundidad, pero el experimentado ministro afirmó categóricamente que la profundidad era suficiente. Qué podía hacer el pobre misionero, fuera de apartarse impotente y observar cómo su versado hermano caía sobre su candidato. Lo menos que se puede decir es que el catecúmeno debe haber sido “prensado” por el ministro adventista. Debiera agregar que el ministro de este caso se distinguía por estar excedido de peso.

AMBOS SUMERGIDOS

En una de mis campañas, una interesada apóstata se echó a reír cuando le sugerí el rebautismo. Mi sorpresa se disipó en seguida cuando me contó cómo, en su primer bautismo, que se había realizado en un lago, oficiaba un hombre algo frágil. Una mujer corpulenta había de precederla en el bautismo. Cuando nuestro débil ministro terminó de repetir la fórmula bautismal, procedió a sumergir a la enorme mujer, pero perdió el equilibrio y ambos quedaron sumergidos. Todavía me intriga el saber cómo un ministro puede recuperar su compostura en una circunstancia semejante.

En otra serie de reuniones una anciana se decidió a bautizarse. Pero sentía terror por el agua; ¡y especialmente por el agua fría! Puesto que estábamos a mitad del invierno les encarecí a los diáconos que el agua estuviese agradable y caliente. Dejaron el calentador funcionando toda la noche —así pensaban ellos— pero el sábado de mañana se descubrió la pavorosa verdad de que el fuego se había apagado y el bautisterio estaba lleno de agua helada. Estoy seguro de que si en la iglesia no hubiese habido calefacción se habría formado una delgada capa de hielo.

Entonces los diáconos echaron a correr echando baldes de agua caliente en el bautisterio. Conectamos varios pequeños calentadores de agua eléctricos e hicimos todo lo posible para lograr que el agua alcanzara una temperatura aceptable, pero seguía fría.

Estaba en duda acerca de si debía incluir o no a esa alma en ese bautismo. Puesto que había tomado su decisión, sentíamos que debíamos ir adelante con el plan de bautizarla. Afortunadamente, los escalones que bajaban al agua se hallaban ocultos tras una pared, así que la congregación no podía ver la expresión asustada de su rostro cuando su pie tocó el agua, pero seguramente se oyeron sus exclamaciones. Le hice señas al director de canto para que mantuviera a la gente cantando fuerte y prolongado. Luego hice sentar a la anciana en los escalones mientras la rociaba de a poco. Escalón tras escalón fue bajando, pero cada paso era acompañado por agudos gemidos. No era que diese alaridos, pero cualquiera que oyese bien sabía lo que estaba sucediendo. Finalmente se la bautizó, pero con mucha dificultad.

Al recordar esa experiencia, estoy seguro de que debiera haber postergado el bautismo para una ocasión en que el agua se hallase caliente para ella. No quiero ser mal interpretado, pero al recordar esos incidentes y otros que no he relatado no es muy difícil imaginarse, desde un punto de vista humano, por qué algunas iglesias comenzaron a bautizar por aspersión.

ADMIRABLEMENTE CONMOVEDOR

En efecto, si un bautismo se lleva a cabo con cuidado y en forma correcta, puede resultar admirablemente conmovedor. Algunos prefieren el viernes de noche para las ceremonias bautismales. El programa entero se dedica al bautismo; no es un agregado a otro culto en el cual se predica. Otros eligen el sábado de tarde para este ejercicio espiritual. No obstante, algunos necesitamos hacer uso del sentido común para que un bautismo sea una ceremonia bella y digna.

A veces recibo un choque cuando veo algunos de nuestros bautismos. Uno de nuestros jóvenes ministros llevó a cabo, no hace mucho, un bautismo en una iglesia donde el bautisterio se halla debajo de la plataforma. Puso en fila a los candidatos y comenzó a bautizarlos. Pero cuando salían del agua no había nadie para cubrirlos con algo y conducirlos a donde debían cambiarse. Era muy desagradable ver a las personas salir chorreando del bautisterio, con las túnicas colgándoles del cuerpo de una manera nada elegante.

Ruego a nuestros hombres que piensen 19S cosas antes de realizar un bautismo. Revisen cada detalle minuciosamente hasta tener la seguridad de que todo está en orden. Me gusta usar un pañuelo blanco de mano para cubrir la nariz y la boca, a fin de que la gente no salga resoplando, devolviendo agua o escupiendo. Si usted emplea este método, esté seguro de que hay una buena provisión de pañuelos y de que un diácono o una diaconisa está encargado de alcanzárselos mientras los necesite.

Otro buen plan es el de instruir detalladamente a los que se van a bautizar. Les produce confianza el hecho de que se les explique con prolijidad cómo deben pararse, acomodar sus manos y respirar. Yo suelo hacer una demostración delante de ellos, con uno de los candidatos, como si estuviésemos realizando el acto. Demanda unos pocos minutos y da buenos dividendos.

No estaría mal que algunos de nuestros ministros, especialmente los recién ordenados, practicaran con uno y otro hasta que se sientan seguros de que pueden manejar a cualquiera —independientemente de su tamaño— y bautizarlo con facilidad. Francamente no hay excusa para que un bautismo se lleve a cabo al azar y de una manera poco digna.