El sentido común y la prudencia son indispensables en la administración de la ceremonia bautismal.

En todo el Nuevo Testamento, no hay ejemplos de bautismo infantil o adolescente que ayuden a determinar cuál era la práctica apostólica en relación con esta cuestión. Aun así, los argumentos presentados en defensa de esta práctica pretenden tener base bíblica. Uno de ellos vincula, sobre la base de 1 Corintios 7:14, la supuesta elegibilidad bautismal de los hijos a la calificación espiritual de los padres. La idea es que no debería haber ningún problema en anticipar el bautismo de los hijos de padres cristianos, dada la influencia positiva que esos padres ejercen sobre ellos. Pero, el bautismo no solo es una cuestión individual, como tampoco hay nada en 1 Corintios 7:14 que mencione el bautismo o la transferencia de atributos morales de padres a hijos.

Este pasaje solo trata acerca de la indisolubilidad de la relación matrimonial. Está inserto en un contexto más amplio, donde Pablo discute la situación en la que solo uno de los cónyuges se convertía al Señor (vers. 12-16). Dado que existía, entre los creyentes corintios, el temor de que el contacto con personas o cosas paganas pudiera generar alguna clase de impureza religiosa (ver 5:9,10; 8:1-13), el cónyuge creyente estaba considerando romper el matrimonio para no ser contaminado, juntamente con los hijos, por la convivencia con el incrédulo.

En su respuesta, el apóstol aclara que la relación matrimonial es santa y que, si el cónyuge incrédulo concuerda en mantenerla, esa relación no debe ser rota (ver 7:10). Pablo sabía que el contacto físico por sí solo no puede contaminar (8:4, 8; 10:19, 27), y que más importante que la contaminación física es la contaminación moral (5:11-13). Por eso, invierte el argumento de los corintios, diciendo que no es el incrédulo el que contamina al creyente, sino el creyente el que santifica al incrédulo. La santidad a la que se refiere el apóstol no es de naturaleza moral, pues la santidad o cualquier otro atributo moral no es algo que pueda ser transferido por la simple convivencia. La santidad aquí, como la contaminación, tiene una connotación física, cúltica. Ser santo significa ser separado para un propósito sagrado (ver 1:2). Ese es el sentido predominante de la palabra en el Antiguo Testamento.[1] Al ser santificado por el cónyuge creyente, y si este último preservaba la relación matrimonial, y dado que el incrédulo no podía contaminarlo, quizás un día podría ser conducido a la salvación (7:16). Lo mismo se aplica a los hijos de esa relación. No están salvos, sino que, hasta que tengan edad suficiente para asumir responsabilidad por sí mismos, no pueden ser considerados impuros solo porque uno de sus progenitores todavía no está convertido.[2]

Jesús y los niños

Otro argumento utilizado para justificar el bautismo precoz de niños es la actitud de Jesús hacia los niños pequeños. De hecho, Jesús dijo: “Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios” (Mar. 10:14; Mat. 19:14; Luc. 18:16). Y más: “De cierto os digo, que el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él” (Mar. 10:15; Mat. 18:3, 4; Luc. 18:17). No obstante, estos textos no tienen nada que ver con el bautismo. El contexto aclara: algunos padres llevaron a sus hijos para que Jesús los bendijera, pero los discípulos intentaron impedírselo, tal vez en un intento por proteger a Jesús. Fue en ese momento que él, lleno de indignación por la actitud de los discípulos, profirió las palabras citadas. Sin embargo, lo que sucedió luego no fue el bautismo de estos niños, sino la bendición que los padres fueron a buscar: “Y tomándolos en los brazos, poniendo las manos sobre ellos, los bendecía” (Mar. 10:16).

Llevar a los niños a que sean bendecidos por los rabinos, especialmente cuando completaban un año de vida, era una práctica común en Israel.

Marcos no informa la edad de esos niños, pero el hecho de que Jesús los tomara en los brazos sugiere que eran muy pequeños. Entonces, ¿por qué Jesús afirmó que debemos convertirnos en niños para poder entrar en el Reino de Dios? El énfasis de su declaración está en el verbo “recibir”. El Reino es algo que Dios da y que el hombre recibe. Nadie puede merecerlo o conquistarlo por algún mérito. Las palabras de Jesús presuponen la pequeñez y la impotencia de un niño. Solo puede entrar en el Reino quien reconoce cuán pequeño e impotente es, y se dispone, como un niño, a aceptar sin reservas lo que se le da. “La piedad no infantil de la conquista debe ser abandonada en reconocimiento de que recibir el Reino es permitirse que se le sea dado”.[3]

Bautismo de la familia

Un tercer argumento presentado en relación con el bautismo de niños es que, en ocasiones en que toda la familia está siendo bautizada, no habría ningún problema en incluir también a los niños más pequeños, en el caso de que formen parte de la familia. Hay quien cita algunos episodios de conversión mencionados en el libro de los Hechos para demostrar la validez del argumento (Hech. 16:14, 15, 30-33; 18:8; 1 Cor. 1:16). No obstante, es necesario hacer tres observaciones acerca de estos episodios: (1) en ninguno de ellos existe mención de niños; (2) la palabra griega para “casa” (oikos oikia) podía incluir también los llamados esclavos domésticos o hasta “parientes y amigos íntimos” que, por casualidad, estuvieran presentes (Hech. 10:24; 11:14); y (3) por la forma en que Lidia es retratada en Hechos 16:14 y 15, tal vez fuera divorciada, viuda o quizá hasta soltera.[4] Es completamente injustificable referirse a los episodios de Hechos, en que toda una “casa” fue bautizada, como evidencias de bautismos familiares que incluyeran también niños más pequeños.

No existe, en el Nuevo Testamento, siquiera una referencia al bautismo de niños, mucho me nos indicaciones que justifiquen, aun en casos especiales, la administración precoz del rito. El bautismo es una decisión individual, y no puede ser recibido sin que haya una respuesta consciente de fe y arrepentimiento a la predicación del evangelio. La edad de responsabilidad no debe ser vulnerada bajo el alegato de que los padres son buenos cristianos, que Jesús recibía a los niños o que toda la familia está siendo bautizada. Es interesante señalar que estos argumentos, juntamente con los respectivos textos bíblicos, son los mismos utilizados por los que creen que la iglesia apostólica practicaba el bautismo infantil, incluso de los recién nacidos. La implicación es obvia: cuando se rompe parámetro, las puertas quedan abiertas de par en par a toda y cualquier práctica, aun el bautismo de recién nacidos, que cada vez encuentra mayor resistencia incluso entre las confesiones que lo practican.[5]

Pasos de desarrollo

En el judaísmo de los días de Jesús, la transición de la infancia a la edad adulta ocurría cuando el niño completaba los 12 años de vida. A partir de entonces, era considerado responsable por sus elecciones y acciones. Hasta esa edad, pocas eran sus obligaciones religiosas, y los padres no debían ser muy rigurosos. Debía guardar el sábado correctamente, pero no era obligado a observar todos los detalles de la ley ceremonial. Por ejemplo, estaba exento del ayuno anual del Día de la Expiación, pero debía ser introducido en la práctica uno o dos años antes de convertirse en obligatorio, a los 12 años, que era cuando el niño judío se convertía en un bar mitzwah (“hijo del mandamiento”). Era también solamente a partir de esa edad que el niño comenzaba a tomar sus primeros votos, ofrecer los primeros sacrificios y frecuentar regularmente las fiestas en Jerusalén.[6]

La primera peregrinación de Jesús a Jerusalén,para la fiesta anual de la Pascua, ocurrió cuando completó los 12 años Luc. 2:42), aun cuando sus padres estaban acostumbrados a hacerlo anualmente (vers. 41).

No hay instrucción o precepto bíblico que ordene que el comienzo de la mayoría de edad se produzca a partir del duodécimo aniversario del niño. Según la tradición judaica, Moisés permaneció en la casa de sus padres hasta los 12 años,[7] pero la importancia atribuida a esta edad por los rabinos era únicamente debida a la observación de las transformaciones físicas, psíquicas y cognitivas que el niño comenzaba a experimentar en ese momento. Enfatizaban que era por esa época que el niño comenzaba a comprender más profundamente detalles de la Ley y a memorizarlos con más facilidad.

También decían que era aproximadamente a los 12 años cuando el niño comenzaba a desarrollar más resistencia física, al punto de poder emprender las largas caminatas exigidas en las peregrinaciones a Jerusalén. Para los judíos, la edad de la responsabilidad estaba interiormente relacionada con el inicio de la pubertad. El Talmud es explícito acerca de esto. En la época en que el Talmud fue compilado, a comienzos de la Edad Media, el ingreso a la edad adulta, desde el punto de vista religioso, pasó de los 12 a los 13 años,[8] y así permanece hasta hoy.

Pero los judíos no son los únicos que relacionaron la edad de la responsabilidad con el inicio de la pubertad. También sucede con la mayoría de los grupos cristianos que practican el bautismo adulto, aunque, como regla, rechacen el establecimiento de una edad específica, como también lo hace la Iglesia Adventista. No existen dudas de que ese concepto es el resultado de lo que podríamos llamar sentido común; es decir, la observación empírica del impacto de la pubertad en la capacidad cognitiva y conceptual del niño. Este hecho es confirmado por la mayoría de los estudios en paidología (desarrollo del niño), desde Jean Piaget hasta Lawrence Kohlberg, con su teoría del desarrollo de las etapas morales. Los estudios dirigidos al campo de la religión también confirman que es en la adolescencia, o por lo menos durante dos o tres años de transición de la preadolescencia a la adolescencia, que el niño comienza a desarrollar fe más consciente y autónoma, como parte de su identidad personal y religiosa.[9]

Años de transición

Entre los educadores adventistas, Donna Habenitch se ha destacado en la producción literaria y en la enseñanza acerca del asunto, siempre buscando vincular conceptos de la investigación educativa con las instrucciones de Elena de White. En su libro How to Help Your Child Really Love Jesús [Cómo hacer que su hijo ame verdaderamente a Jesús], ella declara que, desde los primeros años de vida, el niño comienza a desarrollar nociones básicas de amor, confianza y obediencia. Los conceptos espirituales comienzan a madurar solo cuando el niño alcanza, por así decirlo, la edad escolar (7 a 9 años). Es en esa época cuando comienza a entender el significado de pecado, perdón y salvación. Su comprensión de estos asuntos no es completa, pero es suficiente para un niño. En esta franja etaria, el niño está listo para comprender la diferencia entre lo correcto y lo incorrecto, al igual que la necesidad de obedecer y amar a Dios. Está listo para reconocer la autoridad y el poder de Dios, y formar las primeras ideas acerca de lo que significa religión.

Es de los 10 a los 12 años, a los que Habenicht llama los años de transición, cuando la capacidad cognitiva del niño se expande y comienza a comprender conceptos religiosos que antes eran abstractos. Símbolos como la cruz y el Santuario, que antes tenían poco o ningún significado, comienzan a ser relevantes para él. Es únicamente a partir de esta época cuando el niño comienza a comprender la secuencia histórica y, por lo tanto, puede asimilar el significado de las profecías de tiempo y las que rodean el regreso de Jesús. Es también a partir de esta época cuando el estudio de las doctrinas comienza a tener sentido para el niño, al ampliar su capacidad conceptual y lógica. Es en esta franja de edad cuando el niño pasa a entender y a lidiar con algunos problemas de la vida cristiana, como la tentación y la duda. Es solo entre los 10 y los 12 años cuando puede saber el significado de la conversión y estar listo para asumir el compromiso de entregar la vida a Jesús y servirlo de todo corazón.

Por lo tanto, declara Habenicht, es en esta época cuando la mayoría de los niños que crecieron en hogares adventistas estarán listos para el bautismo, si bien ella reconoce que algunos niños precoces podrán estar listos más temprano. No obstante, ella también subraya el hecho de que, en algunos casos, el proceso puede demorar un poco más, llegando a extenderse hasta los 14 años.[10]

La posición adventista

Muchos niños adventistas son bautizados entre los 10 y los 12 años de edad. Entre los que defienden el bautismo precoz, se acostumbra decir que tal práctica era común entre los pioneros y que la Sra. de White jamás emitió reprobación al respecto. De hecho, hay un relato según el cual Jaime White bautizó a un grupo de doce niños que tenían entre 7 y 15 años.[11] Pero se deben señalar tres puntos. Primero, el hecho ocurrió en mayo de 1844, todavía en el contexto del movimiento millerita. Jaime White era un joven pastor de 23 años, todavía no estaba casado y Elena no había recibido aún ninguna visión.

Segundo, la situación parecía ser muy especial. Los niños habían escuchado las predicaciones de White y, por sí mismos, decidieron por el bautismo y hasta habían tomado la iniciativa de formar un grupo pequeño de estudios. Había mucha oposición, hasta por parte de los padres; los niños sufrieron amenazas y un pastor de otra confesión intentó descalificar la decisión de ellos. En el día del bautismo, otros tres pastores evangélicos estuvieron presentes y fueron hostiles. Jaime no se intimidó: “Estaba determinado -escribió él- a ayudar los sentimientos de esos queridos niños tanto como fuera posible, y a reprender a los que los perseguían”.[12] Tercero, aun como atenuante de la situación, el hecho de que Jaime White se convirtiera más tarde en uno de los líderes de la Iglesia Adventista no convierte esta situación en un modelo que deba ser seguido.

En el libro Creencias de los adventistas del séptimo día, la iglesia es renuente a establecer una edad para el bautismo, afirmando que “los individuos difieren en cuanto a su madurez espiritual a una edad determinada”. Esto significa admitir que “algunos están listos para el bautismo antes que otros”.[13] A pesar de eso, existe la preocupación de que los candidatos “(1) tengan edad suficiente para comprender el significado del bautismo, (2) se hayan entregado a Cristo y estén convertidos, (3) comprendan los principios fundamentales del cristianismo y (4) entiendan el significado de ser miembros de iglesia”.[14]

La misma preocupación puede ser encontrada en el Manual de la iglesia. También declara que no se debe establecer ninguna edad para el bautismo, pero subraya que los niños que expresen el deseo de ser bautizados “sean atendidos y animados, y entren en un programa de instrucción que pueda conducirlos al bautismo”.[15] Los términos son más específicos cuando pasa a destacar las responsabilidades que reposan sobre los que desean convertirse en miembros de iglesia. “Se les debe enseñar fielmente a todos qué es lo que realmente significa llegar a ser miembro del cuerpo de Cristo. Únicamente están preparados para ser aceptados en la feligresía los que dan evidencias de que nacieron de nuevo y gozan de una experiencia espiritual en el Señor Jesús”. El texto habla de “instrucción cabal sobre las enseñanzas fundamentales de la iglesia y sobre las prácticas con ellas relacionadas”, que debe ser ministrada a los candidatos al bautismo. Se trata de una relación espiritual y, por lo tanto, “solo los que están convertidos pueden entrar en esa relación. Únicamente así puede conservarse la pureza y la espiritualidad de la iglesia”.[16]

En los escritos de Elena de White, verificamos la misma preocupación: “Háganse sentir a los candidatos para el bautismo los requerimientos del evangelio”,[17] dice ella. En otra cita, declara que solo deben ser aceptados los candidatos que dieren evidencias “de que entienden plenamente su posición”, al lado de Cristo.[18]

Nuevamente, ella enseña: “Los niños de 8, 10 y 12 años tienen ya bastante edad para que se les hable de la religión personal”.[19] Y destaca la responsabilidad de los padres en el sentido de instruir a los hijos

con respecto al verdadero significado del rito: “El bautismo es un rito muy sagrado e importante, y su significado debe comprenderse cabalmente. Significa arrepentirse del pecado e iniciar una nueva vida en Cristo Jesús. No debe haber indebido apresuramiento para recibir este rito”.[20]

Tampoco se debe postergar la administración del rito, de manera que el niño pierda interés por él. Hacer eso, dice la señora de White, sería estar “arrullándolos sobre el abismo de la destrucción”.[21] Satanás no aguardará hasta que haya un vínculo formal entre el niño y Cristo para comenzar a ejercer su influencia devastadora.

La prudencia y el sentido común son indispensables. No tan temprano, antes de que el niño pueda entender el pleno significado del acto, ni tan tarde, después de que haya perdido la susceptibilidad espiritual. Tal vez la práctica de la Sra. de White nos enseñe algo. Sus hijos Enrique, Edson y Guillermo fueron bautizados, respectivamente, a los 15, los 13 y los 12 años.[22]

Sobre el autor: Profesor de Teología en la UNASP, Engenheiro Coelho, SP, Rep. del Brasil.


Referencias

[1] En el Antiguo Testamento, el adjetivo “santo” se aplica tanto a las personas como a los objetos dedicados o consagrados a Dios, de manera que son removidos de su esfera ordinaria para no servir más a propósitos comunes (Éxo. 29:27, 34, 37, 44; 30:23-33, 34-38; 31:14, 15; 40:9; Lev. 11:44,45; 19:2; 24).

[2] Gordon D. Fee, The First Epistle to the Corinthians (Grand Rapids: Eerdmans, 1987), pp. 299-302.

[3] William L. Lane, The Gospel of Mark (Grand Rapids: Eerdmans, 1974), p. 361.

[4] C. K. Bamett, Acts of the Apostles (Edinburgh: T&T Clark, 1994-1998), t. 2, pp. 783, 784.

[5] Kurt Aland, Did the Early Church Baptize Infants? (Londres: SCM, 1963). Este libro fue una respuesta al esfuerzo de Joachim Jeremías de demostrar tanto bíblica como históricamente la práctica del llamado paidobautismo (bautismo infantil), ya a partir del primer siglo de la Era Cristiana (Infant Baptism in the First Four Centuries, Londres: SCM, 1960).

[6] Emil Schürer, The History of the Jewish People in the Age of Jesús Christ (Edinburgh: T&T Clark, 1973-1987), t. 2, pp. 417-422.

[7] A Commentary on the New Testament from the Talmud and Hebraica (Peabody: Hendrickson, 1997), t. 3, p.43.

[8] b. Kiddushin 16b.

[9] Donna J. Habenicht, “Spiritual Nurture of Children: A Course Syllabus”, material no publicado, usado en la Facultad de Educación de Andrews University (Berrien Springs: 1998), t. 4, p. 30.

[10] Donna J. Habenicht, How to Help a Child Really Love Jesus (Hagerstown: Review and Herald, 1994), pp. 113-127.

[11] James White, Life Incidents, in Connection with the Great Advent Movement as Illustrated by the Three Angels of Revelation 14 (Battle Creek: Steam Press, 1868), pp. 110-112.

[12] Ibíd., pp. 110, 111.

[13] Creencias de los adventistas del séptimo día (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2007), p. 211.

[14] Ibíd.

[15] Manual de la iglesia, p. 30.

[16] Ibíd., p. 28.

[17] Elena G. de White, Joyas de los testimonios, t. 2, p. 393.

[18] Testimonios para los ministros, p. 125.

[19] Conducción del niño, p. 464.

[20] Ibíd., p. 473.

[21] Ibíd., p. 464.

[22] Información recibida por correo electrónico enviado por Tim Poirier, vicedirector del Centro de Investigaciones White de la Asociación General, el 5 de noviembre de 2008.