Nueve fundamentos para una hermenéutica adventista
Una de las cuestiones más complejas que los eruditos adventistas enfrentan es llegar a un consenso sobre los principios de interpretación de las Sagradas Escrituras. La Biblia siempre fue la fuente y la norma para nuestras creencias. Debido a su particular comprensión de la Palabra de Dios, nuestros pioneros dejaron sus iglesias de origen, y nosotros mantenemos hasta hoy una identidad diferente y un sentido peculiar de misión.
Sin embargo, a veces se observa que algunos estudiosos se han posicionado de modo diferente en relación con la hermenéutica bíblica. Cómo llegamos a este punto en nuestra historia, es algo interesante. Pero no es esta nuestra preocupación en este artículo. Lo importante y más urgente es que encontremos una forma de alcanzar un consenso. Los nueve puntos que propongo a continuación para una hermenéutica adventista son el resultado de convicciones que echaron raíces en mí a lo largo de cuarenta años como pastor adventista, veinte de ellos dedicados a la enseñanza de las Sagradas Escrituras.
1. Una hermenéutica adventista necesita ser única para toda la iglesia, tanto para laicos como para eruditos.
Como alguien que tuvo la oportunidad de estudiar en niveles más avanzados, espero que, como pueblo, veamos a nuestros eruditos como un triunfo, y no como una amenaza; como siervos de la iglesia, en lugar de funcionarios dudosos. Por otro lado, anhelo que nuestros eruditos no vean su aprendizaje como un fin en sí mismo, sino como un privilegio para compartir las riquezas de las Sagradas Escrituras con los miembros de la iglesia. Sobre todo, espero que no caigan en la tentación de sentirse especialistas.
Como cristianos protestantes, los adventistas no tienen “especialistas” en las Sagradas Escrituras. Todos podemos abrir la Biblia y aprender con el mayor especialista: el Espíritu Santo.
Los estudiosos y los eruditos pueden ayudarnos a obtener una mayor comprensión de la Palabra de Dios, pero jamás podrán sustituir la experiencia individual de cada creyente con el Dios de las Sagradas Escrituras.
¡No debe haber ningún elitismo en la Iglesia Adventista del Séptimo Día! Ninguna hermenéutica que exija un doctorado puede ser aceptada; nada que obligue a saber griego, hebreo o arameo. La hermenéutica adventista debe ser para toda la iglesia.
2. El factor divino en las Sagradas Escrituras.
Elena de White, una de las voces más influyentes del adventismo, escribió: “Los Diez Mandamientos fueron enunciados por Dios mismo y escritos con su propia mano. No son de redacción humana, sino divina. Pero la Biblia, con sus verdades de origen divino expresadas en el lenguaje de los hombres, muestra una unión de lo divino y lo humano. Tal unión existía en la naturaleza de Cristo, quien era Hijo de Dios e Hijo del Hombre. Así, se puede decir de la Biblia lo que se dijo de Cristo: ‘Aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros’ (Juan 1:14)”.1
Debemos, primeramente, referirnos a la Biblia como siendo la Palabra de Dios, de la misma manera en que decimos respecto de Jesús que él es el Hijo de Dios. Sin embargo, cuando entramos en contacto con la Biblia, nosotros la tenemos, inicialmente, como composición humana, así como el pueblo en los días de Jesús vio primero su humanidad. En ambos casos, la fe debe conducirnos a la divinidad más allá de la humanidad. Con esa presuposición, nuestra perspectiva subyacente cambia.
Por esta razón, se establece una disputa con las diversas alternativas para estudiar la Biblia como alguien estudiaría otro libro cualquiera, antiguo o contemporáneo. Los investigadores están de acuerdo en que, en cualquier disciplina, el método empleado debe coincidir con el contenido. Extrañamente, sin embargo, gran parte de la crítica erudita moderna intenta estudiar las Sagradas Escrituras por sí mismas, mientras apenas presenta la “posibilidad” de un elemento divino; lo que, de hecho, es su factor constitutivo. Como creación del Iluminismo, al intentar liberar su estudio de las conclusiones dogmáticas exigidas por las autoridades eclesiásticas, la crítica, sin embargo, ha puesto de lado lo que es concerniente a su materia. Si queremos interpretar correctamente la Biblia, necesitamos aproximarnos a ella con actitud humilde y reverente.
3. La humanidad de las Sagradas Escrituras
En relación con la Biblia, afirmamos: Es Palabra de Dios y es palabra humana. Hay un misterio divino aquí. Nuevamente, es semejante a la unión de la divinidad y de la humanidad en la persona de nuestro Salvador. Podemos luchar por entender el enigma; sin embargo, en última instancia, debemos aceptar el misterio. Insistir en la claridad lógica resultará en un énfasis impropio de un elemento o del otro.
Debemos reconocer francamente la humanidad de las Sagradas Escrituras, con imperfecciones de lenguaje y de conceptos; errores de copia y de traducción; aparente falta de orden y unidad en algunos fragmentos. De hecho, “no son las palabras de la Biblia las inspiradas, sino los hombres son los que fueron inspirados”.2 De esa manera, rompemos con una postura fundamentalista.
¡Esas palabras asustan! Sería más simple tener una Biblia en la que cada palabra hubiera sido dictada por Dios, así como sería más fácil comprender el misterio de la persona de Jesús si su humanidad fuese –meramente– un envoltorio o una forma. De idéntica manera en que algunos estudiosos nunca aceptarán la real humanidad de Cristo, también hay quienes tienen la tendencia a pensar que la inspiración de las Sagradas Escrituras quedaría amenazada si tomáramos en serio su humanidad.
Vemos aquí un ejemplo de lo que ocurre en mi área de estudios y especialización en Nuevo Testamento. Hay un grupo significativo de eruditos críticos que diseccionan los Evangelios, lanzando dudas sobre la propia persona de nuestro Señor. Hasta que alguien sea dejado en el aire imaginando lo que Jesús realmente dice, lo que fuera colocado en su boca por la iglesia que lo sucedió; y hasta que su nacimiento milagroso, sus milagros y su resurrección sean relegados a la categoría de mito. Esos críticos, sin embargo, concuerdan en un punto: que Cristo murió en una cruz.
Observa cómo cada uno de los evangelistas registró las palabras que Pilato mandó colocar sobre la cabecera de Jesús. A primera vista, el hecho que sorprende es que cada evangelista presenta un relato diferente de esas palabras. ¿Cómo podrá ser que haya ocurrido esto? ¿Qué fue lo que Pilato realmente mandó escribir? En el libro de Mateo dice: “Este es Jesús, el rey de los judíos” (Mat. 27:37); en el de Marcos, leemos: “El rey de los judíos” (Mar. 15:26); en el de Lucas, está escrito: “Este es el rey de los judíos” (Luc. 23:38); y en el de Juan: “Jesús nazareno, rey de los judíos” (Juan 19:19). Todos ellos resaltan el mismo punto: Cristo era el rey de los judíos. La memoria es complicada y selectiva, pero la idea clave, la información que Dios quiere que tengamos, está muy clara.
4. La Biblia debe ser su propio intérprete.
Ya que la Biblia es la Palabra de Dios, tiene solo un Autor, pero presenta muchos escribientes. Esto hace de las Sagradas Escrituras una unidad sólida, una unidad espiritual que se revela ante el estudiante sincero y diligente.
Muchas veces, esa unidad aparece oscurecida por la humanidad de la Biblia; es decir, las fragilidades de sus escritores, el tiempo y el lugar de la revelación divina. A pesar de eso, siempre debemos intentar entender el cuadro general. Necesitamos leer y estudiar toda la Biblia, sin dejar de lado ningún capítulo ni ningún libro porque nos parezca menos atrayente para nuestra lectura.
Permitir que la Biblia se interprete a sí misma significa que no intentemos imponer conclusiones preestablecidas al texto. Necesitamos escuchar a las Sagradas Escrituras. No afirmamos, por ejemplo, que porque la inspiración significa tal o cual cosa o porque nuestra teología exige esto o aquello, entonces el texto no puede significar lo que parece decir.
La hermenéutica adventista debe ser moldeada por el estudio integral de la Palabra. Podemos beneficiarnos con lo que otros escribieron sobre la Biblia, pero nuestro abordaje debe emerger de un minucioso estudio particular de la propia Biblia.
5. La interpretación es más un arte que una ciencia.
Dios se revela en la Biblia; ella es su Palabra, y él no ocultó el mensaje que deseaba transmitir al ser humano. Por medio del estudio cuidadoso de la Revelación, los investigadores sinceros de la verdad conocerán cómo es Dios y cómo ellos pueden mantener una relación de salvación con él.
Sin embargo, el estudio de la Biblia es más un arte que una ciencia. Al estudiarla, traemos nuestra personalidad y nuestra individualidad, filtramos la Biblia a través de nuestras experiencias de vida. Las Sagradas Escrituras tienen una forma particular de hablarnos a cada uno de nosotros; por lo tanto, nadie puede reivindicar tener la única y definitiva interpretación sobre la Palabra de Dios. Nunca quedé tan impresionado con uno de sus mensajes como cuando escuché a un predicador de origen africano exponer la riqueza y la profundidad de los textos que hablan de la liberación de Israel de la esclavitud en Egipto. Esto nos lleva al próximo fundamento.
6. Necesitamos los unos de los otros.
La Biblia es el Libro de la iglesia, no simplemente del mundo académico. Necesitamos escucharnos unos a otros, aprender los unos de los otros. El miembro laico necesita el conocimiento del erudito, y este necesita de las ideas que el fiel miembro laico, nutrido por años de reflexión personal y aplicación de la Palabra, le imprime al texto. Los eruditos bíblicos necesitan escucharse los unos a los otros, construir puentes de comunicación y diálogo. Esa dimensión corporativa de interpretación es el complemento del aspecto individual, y sirve o solamente para enriquecer sino también para proteger. En la multitud de consejeros encontramos sabiduría, y todo creyente es un maestro en la familia de la iglesia.
7. Abandonar la terminología que crea conflictos.
Después de todos estos años analizando el asunto, pienso que la mejor decisión que nuestros eruditos y teólogos podrían tomar sería eliminar el término “método histórico-crítico” de sus vocabularios. Soy contrario a acuñar otro término para nuestro abordaje bíblico, y pregunto: ¿Realmente necesitamos un término nuevo? No tengo dudas de que el “método histórico-crítico” se transformó en un terror entre nosotros, una expresión que aumenta las dificultades y genera tensión, en lugar de luz. Solamente permaneceremos unidos si abandonamos este abordaje.
Estoy convencido de que los presupuestos de este método, es decir, la racionalización de lo sobrenatural, la secuencia lineal de la historia y la postura meramente “objetiva”, no pueden formar parte de una hermenéutica adventista. Este abordaje eviscera el texto y roba su alma.
Sin embargo, también estoy convencido de que la Biblia es, además, una producción humana y puede ser estudiada como tal. Realicé mis estudios de doctorado en Vanderbilt University, y como otros estudiantes adventistas, cursé la disciplina obligatoria de Método de Interpretación Bíblica del gran profesor J. Philip Hyatt. La primera área que estudiamos bajo el método histórico-crítico fue la crítica textual. Hoy no conozco ningún teólogo o erudito adventista que no reconozca el valor de la crítica textual para la interpretación del texto bíblico. Sin embargo, creo que es un debate sin fin el argumentar que por causa del uso de la crítica textual, los estudiosos adventistas se involucraron con el método histórico-crítico.
8. Concentrarse en las enseñanzas sim- ples de las Sagradas Escrituras, y no en las “nueces duras”.
No digo que debamos dejar de lado las “nueces duras”; estas pueden contener una castaña o una almendra usada por el Señor para impactar nuestra mente y nuestro vivir. Pero no debemos concentrarnos tanto en los pasajes difíciles de la Biblia y quedar tan obcecados con los textos problemáticos, al punto de perder nuestra perspectiva subyacente.
La persona para quien la Biblia ya no presenta más dificultades es alguien que dejó de pensar. Sin embargo, la persona que permanece continuamente encima de las “nueces duras” se transformará en un desequilibrado en hermenéutica; y tal vez, hasta incluso en la fe.
9. Estudiar, aplicar y practicar.
La hermenéutica adventista no debe contentarse solamente con la interpretación y la comprensión del Texto Sagrado. El apóstol Juan resume el propósito de las Sagradas Escrituras: “Pero estas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Juan 20:31).
El versículo puede ser entendido como “llegar a creer en Jesús como el Cristo” o “continuar creyendo en Jesús como el Cristo” (los manuscritos antiguos varían en el tiempo verbal). En ambos casos, el punto es específico: el objetivo de la Biblia es conducirnos a la fe.
De esa manera, si somos teólogos, eruditos, pastores o miembros laicos, nuestro estudio de las Sagradas Escrituras no será un fin en sí mismo. Su examen comprende actividad intelectual, pero no es meramente una búsqueda intelectual. El Señor desea que nuestros esfuerzos por interpretar su Palabra impliquen todo nuestro ser y resulten en cambios cruciales en nuestra vida. Al alimentarnos de su Palabra e interactuar con su Espíritu, crecemos en la fe. Además de esto, estaremos mejor equipados para transmitir el mensaje a otros.
El error de las “erudiciones bíblicas modernas” es su postura intencional de desapego a la fe y al compromiso que la Palabra requiere. Todos estamos sujetos a caer en una trampa semejante cuando nos limitamos solamente a discutir el significado del texto bíblico o a debatir cómo interpretar las Sagradas Escrituras, en lugar de poner en práctica lo que estas nos dicen, interactuando de esa manera con el propio Señor por medio de ellas.
¡Que el Señor nos haga hombres y mujeres que realmente prediquen la Palabra de verdad y que vivan de toda palabra que procede de la boca de Dios!
Sobre el autor: pastor, y Doctor en Teología, actualmente está jubilado. Durante 24 años fue editor de la Adventist Review.