La pandemia, la historia y la profecía.
La pandemia de COVID-19 es responsable de cobrarse la vida de más de un millón de personas y de infectar a varios millones más. Esta situación ha suscitado que muchas personas se hagan preguntas, como, por ejemplo: ¿Es esta pandemia una señal escatológica? ¿Es un castigo divino o una acción satánica? ¿Es una casualidad o evento fortuito, sin ninguna relevancia?
Podría no ser obligatorio responder objetivamente estas preguntas, pero se despierta en nosotros un deseo de mayor claridad. Por ello, en este artículo pretendo abordar algunos puntos. En primer lugar, confirmar el origen de toda tragedia como evento histórico. A continuación, complementar esa presuposición con las teorías que definen la realización de eventos históricos. Finalmente, definir la participación divina en los acontecimientos históricos.
Origen de las calamidades
La Biblia revela que Dios es “Todopoderoso” (2 Cor. 6:18) y que sus obras y sus caminos son perfectos (Deut. 32:4; Sal. 18:30). Con esos atributos, Dios creó el Universo (Gén. 1:1; Hech. 4:24). Cada objeto creado recibió el atributo de “bueno” (Gén. 1:4, 10, 12); y, al final de la semana de la Creación, él afirmó que todo era “muy bueno” (Gén. 1:31). La creación manifestaba una existencia sujeta a las leyes naturales establecidas por el Creador. El ser humano, creado a la imagen de Dios, recibió una dotación extra: la capacidad de discernimiento y libre arbitrio (Gén. 1:26; 2:16, 17).
Dios concluye la Creación con la primera pareja habitando en el jardín del Edén y dominando la naturaleza (Gén. 1:28; 2:15). El propósito de Dios era que ese ambiente perdurara eternamente, pero la desobediencia a la ley establecida frustró el plan divino, y la Tierra fue maldita (3:1-6, 17). Esto trajo la muerte como consecuencia de la transgresión (Rom. 6:23) y dejó una triste herencia para las generaciones futuras.
Los juicios divinos se cumplieron a lo largo del tiempo, como en las portentosas calamidades del diluvio universal (Gén. 7:17- 24), en la destrucción de Sodoma y Gomorra (19:24), en las plagas de Egipto (Éxo. 7:14; 12:30), en el cruce del Mar Rojo (Éxo. 14:27, 28) y en la destrucción del ejército asirio (2 Rey. 19:35). Satanás puede usar sus poderes para causar tragedias si Dios se lo permite (Job 1:12). Él mueve ejércitos a matar, hace descender fuego del cielo, provoca tempestades de vientos (Job 1:13-19) y causa enfermedades terribles en las personas (Job 2:7). Los agentes satánicos posesionan a las personas, que quedan endemoniadas (Mat. 15:22; Luc. 8:29, 30). Según el concepto antiguo, toda enfermedad o mal físico resulta de la transgresión a las leyes divinas (Job 4:8; Juan 9:1, 2). A los hacedores de mal se les promete tribulación y angustia, y antes del fin, una gran tribulación caerá sobre el mundo (Rom. 2:8, 9; Mat. 24:21).
Calamidades en la historia humana
El término “historia” es un vocablo griego que significa “investigación”. Heródoto de Halicarnaso (484-425 a. C.) lo utilizó como título de su obra, en la cual intentó narrar eventos político-sociales de las naciones del antiguo Oriente Medio. Otros historiadores siguieron la misma tendencia, con poco interés en narrar catástrofes. Sin embargo, existen serios indicios de que en el Imperio Romano tuvo lugar una tremenda calamidad, en el siglo 2 d. C. Esa tragedia se hizo conocida como la peste antonina, posiblemente causada por el virus de la viruela. El mismo mal pudo haberse manifestado en Japón entre los años 735 y 737 d. C., conocido como la peste kyushu, que mató a un tercio de la población.
Algunas catástrofes dejaron marcas profundas en la historia. Por ejemplo, la peste negra, conocida también como peste bubónica, afectó a toda Europa, entre 1347 y 1351. Se cree que ha sido provocada por una bacteria transmitida por medio de ratas. El número de víctimas pudo haber estado entre los 75 y los 200 millones de personas. Al observar la pandemia actual, es posible considerar alguna interpretación para saber por qué ocurre esta calamidad.
Diálogo entre historia y profecía
Los acontecimientos del pasado son el objeto de estudio de la Historia. Esto responde la pregunta: ¿Qué estudia el historiador? Sin embargo, algunos consideran que para una interpretación filosófica de la Historia no es tan relevante conocer “lo que” estudia el historiador, sino buscar una respuesta a la pregunta de “por qué” ocurre el evento histórico.
Para responder esta pregunta, se propusieron dos teorías: la cíclica y la lineal. Según la teoría cíclica, la historia no tiene ni comienzo ni fin. Un evento que ha ocurrido se repetirá. Ese modo de interpretación dominaba el pensamiento de los historiadores griegos, como Heródoto, Tucídides y Polibio, y de los romanos, como Tácito y Livio.[1] Esa idea, aunque no es exactamente igual, es semejante a la interpretación bíblica del tipo y antitipo. Jesús declaró que el tiempo del fin será como en los días de Noé y advirtió sobre la aparición de la “abominación desoladora” (Mat. 24:15, 37). Otros eventos que se repetirán: la liberación del pueblo de Dios, el derramamiento de las plagas, la angustia de Jacob, la caída de Babilonia, la lluvia tardía y el Pentecostés, entre otros.
Una variación de esta teoría fue propuesta por Giambattista Vico (1688-1744), en su obra Crítica de la razón histórica. Él admitió que la historia es “repetitiva”, pero que también es “progresiva”. Esto es, sigue una determinada orientación, como la figura geométrica de un espiral en el que la repetición es constante y sigue una orientación ascendente.[2]
La teoría lineal se encuentra en el idealismo de Friedrich Hegel (1770–1831). Él defendía la idea de que la historia se desarrolla en la búsqueda de un ideal supremo que, para él, es la “libertad”. Todos los eventos históricos acontecen de forma sucesiva, motivados por el deseo de libertad, en una progresión semejante al desarrollo humano, desde la infancia a la juventud y hasta llegar a la madurez. [3]En la Biblia encontramos narrativas que se desarrollan en sucesión lineal. El pacto de Dios con Abraham fue el ideal que motivó la sucesión de eventos del período patriarcal hasta llegar a la Tierra Prometida. La venida del Redentor y su sacrificio fueron el ideal que inspiró los ritos del Santuario, y “cuando vino la plenitud del tiempo, Dios envió a su Hijo” (Gál. 4:4, RVA-2015). La segunda venida de Cristo es el ideal que determina las luchas y las victorias del cristianismo en las fases apocalípticas.
En la segunda mitad del siglo XIX surgió una fuerte expresión de la teoría lineal, el “materialismo histórico”, sustentado por Friedrich Engel (1820-1895) y Karl Marx (1818-1883). Para estos teóricos, todo evento histórico se origina en la lucha de clases entre sectores privilegiados y grupos sociales sometidos a la explotación. El ideal es la cesación paulatina de las diferencias sociales hasta constituir una sociedad sin clases, es decir, el comunismo perfecto.[4]
Ambas teorías están basadas en un fundamento que José Maravall denominó “principio de causalidad”. La historia es una secuencia de eventos promovidos por una causa o evento anterior.[5] La Biblia revela que la causa de las grandes tragedias es el pecado: en el diluvio, en la destrucción de Sodoma y Gomorra, en la matanza de Baal-Peor, en la opresión del período de los jueces, en la destrucción de Samaria y Judá, en la caída de los imperios mundiales, entre otras.
Determinismo y profecía
Aparte del principio de causalidad, José Maravall enunció otro principio para explicar el hecho histórico: el “principio de determinismo”.[6] No se puede dudar de la experimentación y de los resultados de los fenómenos físicos cuyos efectos están determinados y sus resultados pueden ser previstos. Del mismo modo, los eventos históricos no serían ocurrencias aleatorias, sino hechos sujetos a un determinismo previo. Una noción del “principio de determinismo” se encuentra en la obra Ciudad de Dios, de Agustín de Hipona (354-430), en la que el autor procura explicar que la caída del Imperio Romano fue un designio de la providencia divina.[7] En el siglo XX, un gran teórico de la interpretación histórica, Arnold Toynbee, popularizó ese principio. Según él, la historia sigue el desdoblamiento de un plan divino hasta cumplir su propósito teleológico.[8]
La afirmación de que la historia es el desdoblamiento del “plan divino”, esto es, que está “determinada” por Dios puede ser sorprendente para quien no está familiarizado con la interpretación bíblica. Pero para quien tiene intimidad con las páginas sagradas, esa afirmación adquiere las características de una revelación divina, expresada en un estilo literario propio, pleno de simbolismo, denominado “profecía”. La profecía revela que la historia humana no es otra cosa sino la historia de la salvación. Por eso “anuncia” claramente que aquello que irá a suceder está “determinado” por la voluntad de Dios, que es la salvación de los seres humanos (Isa. 41:22; Mat. 18:14), definida desde los albores de la civilización (Gén. 3:15). Por eso Dios envió a su Hijo para salvar a la humanidad (Juan 3:16).
La palabra profética nos revela que Dios es el centro de la historia y controla sus eventos. Su participación se evidencia en dos planos de actuación: en primer lugar, como “Providencia”,[9] proyectando el devenir de los eventos históricos: en segundo lugar, por la participación directa, por medio de la encarnación de Cristo. De este modo, señala el objetivo teleológico para el ser humano: la salvación.
Los hijos de Dios, como testigos de estos eventos, están advertidos. “Cuando veáis todas estas cosas, conoced que está cerca, a las puertas” (Mat. 24:33). Aunque algunos tengan que sufrir los efectos de las calamidades, Jesús clamó al Padre: “No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal” (Juan 17:15). La justicia de Dios se manifiesta en bendiciones y bienaventuranzas para los fieles, pues “sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (Rom. 8:28).
Conclusión
Gracias a la revelación bíblica sabemos que el pecado es el origen de todo mal. Así, las grandes calamidades señalan a las consecuencias del pecado para la humanidad. Como soberano del Universo, Dios tiene el control de todos los acontecimientos históricos, y estos funestos sucesos sirven de advertencia a su pueblo de que el fin de la historia humana está cerca del cumplimiento final del propósito divino de salvación.
Sobre el autor: Profesor emérito en UNASP, EC.
Referencias
[1] Thomas Ramson Giles, Introdução à Filosofia (San Pablo, SP: Edusp, 1979), p. 212.
[2] Jacinto Tredici, Historia de la Filosofía (Buenos Aires: Editorial Difusión, 1962), p. 167.
[3] Hegel afirma que el idealismo en la Historia comienza con las naciones del antiguo Oriente y se desarrolla en las naciones de Occidente; Giles, Introdução à Filosofia, p. 214.
[4] Ver I. M. Bochenski, A Filosofia Contemporânea Ocidental (San Pablo, SP: Edusp, 1975), p. 81. Para el materialismo histórico, todo pensamiento humano es consecuencia de sus necesidades vitales, que son de carácter económico. Así, la sociedad está sujeta a la lucha de clases para satisfacer esas necesidades.
[5] José Antonio Maravall, Teoría del Saber Histórico (Madrid: Selecta de Editorial Revista de Occidente, 1967), p. 160.
[6] Maravall, Teoría del Saber Histórico, pp. 146-160.
[7] Ver Tredici, Historia de la Filosofía, p. 84.
[8] Hélio Jaguaribe, Um Estudo Crítico da História (San Pablo: Editora Paz e Terra, 2001), pp. 50-52.
[9] Ver L. Alonso Schökel y J. L. Sicre Diaz, Profetas (San Pablo: Paulus, 2004), t.1, p. 64.