Algunos dicen que intentar definir “iglesia emergente” es una tarea casi imposible, y desafían cualquier intento de describirla, definirla o categorizarla. Sin embargo, la iglesia emergente es real, y no debiera ser pasada por alto simplemente como una tendencia o moda pasajera.

A pesar de la pluralidad de voces y comunidades que componen el movimiento emergente, es posible identificar ciertas actitudes, objetivos y características en común que unen a sus participantes y los representan como movimiento que está dejando su huella en distintos lugares. Si bien no es una “nueva confesión”, se trata de una red de pastores congregacionalistas de pensamiento similar, que buscan eliminar o superar las barreras doctrinales y eclesiológicas que separan a las personas. En otras palabras, buscan seguir el cambio que se está dando en la sociedad, alejándose de la religión organizada y enfocándose en la espiritualidad personalizada.

Debido a sus características, es de entender que las prácticas de adoración y la teología emergentes estén afectando a la iglesia cristiana en general y a las principales confesiones protestantes, en particular. Como resultado, algunos miembros, autoproclama dos “progresivos”, insisten pidiendo cambios en dirección a servicios de adoración más experienciales y participativos; esperan que los cristianos sean inclusivos y abiertos, en vez de exclusivos y críticos. Ellos son quienes pueden ser caracterizados como emergentes. Si no logran satisfacer sus necesidades, por lo general, tarde o temprano, se terminan yendo.

Por otro lado, están los miembros a los que no les gusta el cambio.; se resisten, incluso, a pequeños cambios. Este grupo espera que su pastor sea firme, y que defienda las prácticas de adoración y la teología ya establecidas. Por lo general, se mantienen firmes y se alegran cuando el otro grupo se va, considerando que se han librado de esos posmodernistas y relativistas “radicales”. Estos últimos ven el cambio como una necesidad, pero los primeros sospechan que con los cambios radicales viene la apostasía. Ambos grupos, sin embargo, responden a cambios culturales mayúsculos que están ocurriendo en la sociedad y el mundo en general, y se vuelve necesario conciliar ambos grupos buscando encontrar el punto de equilibrio, aunque a veces parezca tan esquivo.

No podemos aceptar todas las filosofías y las prácticas que propone la iglesia emergente; sin embargo, hay cosas que podemos aprender de sus innovaciones. El movimiento de la iglesia emergente ha identificado problemas reales, enfrentados por las iglesias cristianas en todas partes del mundo. Sin embargo, si bien es importante buscar la manera de volver relevante la iglesia para la sociedad posmoderna, en ningún momento podemos ni debemos abdicar de los principios y las doctrinas bíblicos que conforman la “verdad presente” para este tiempo. “Examinadlo todo; retened lo bueno” (1 Tes. 5:21).

Dicho esto, quizás el mayor llamado de atención que nos plantea el movimiento emergente esté relacionado con la necesidad de ser cristianos auténticos, tanto en lo individual como en lo colectivo. Demasiado a menudo podemos encontrarnos con miembros de iglesia que no viven enteramentelo que predican, o no reflejan en sus vidas las creencias y los principios cristianos. La sociedad posmoderna difícilmente rechazará el mensaje bíblico presentado, cuando observe que el mensajero vive de manera coherente con su mensaje.

En segundo lugar, la iglesia emergente nos desafía a la acción. Nos encontramos ante un periodo único y difícil de la historia. Necesitamos ser más “intencionales” que nunca antes. Si es necesario, debemos realizar cambios en nuestro modus operandi, a fin de promover y proporcionar variados ministerios y enfoques con el propósito de alcanzar a una población cada vez más diversa. Necesitamos actuar a fin de alcanzar y nutrir a todos los segmentos de la sociedad. En este sentido, lo mejor es desarrollar una congregación reavivada y consagrada, llena de vigor y con un enfoque claro en Cristo y en la misión de salvar a las personas.

La autenticidad, la bondad y la amabilidad prácticas, y el amor, siempre han sido los aspectos más atrayentes de la fe cristiana. A pesar de los tiempos en que vivimos, creo firmemente que continúa siendo así. En palabras de Elena de White: “Si nos humilláramos delante de Dios, si fuéramos bondadosos, corteses, compasivos y piadosos, habría cien conversiones a la verdad donde ahora hay una sola” (Testimonios para la iglesia, t. 9, p. 152). Simplemente, vivir esa declaración sería un gran comienzo para resguardar nuestra relevancia en el mundo actual y, principalmente, para apresurar el regreso del Señor Jesús.

Sobre el autor: Editor asociado de la revista Ministerio, edición en español.