La auténtica adoración adventista debe mantener celosamente un equilibrio entre la proclamación y la aclamación, ambas arraigadas en la fidelidad a la Palabra de Dios.

Los adventistas del séptimo día consideran Apocalipsis 14:6, 7 como un texto básico para la adoración: “Vi volar por en medio del cielo a otro ángel, que tenía el evangelio eterno para predicarlo a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo, diciendo en alta voz: Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado: y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas”.

Este pasaje dice que para el tiempo del fin la adoración de la iglesia tendría un sabor particular, con dos grandes focos. Este sabor no es sino el sentido de urgencia que surge de la comprensión de que la iglesia adora en el contexto de una crisis escatológica. Los dos grandes focos son la proclamación y la aclamación. Ambos son elementos vitales de la auténtica adoración adventista del séptimo día. Si bien la urgencia provee la motivación tanto para la predicación como para la alabanza, es necesario un equilibrio entre la aclamación y la proclamación a fin de evitar distorsiones en la adoración. La alabanza de una congregación se efectúa siempre en respuesta a la voz de Dios impresa en la Escritura y el sermón. Dios habla, su pueblo responde.

Proclamación—aclamación

La auténtica adoración adventista se centra en la Palabra y la alabanza, y no admite ninguna dicotomía entre la proclamación y la aclamación. El equilibrio entre la predicación y la alabanza se asegura con la exposición de la antigua doctrina del Evangelio, la tristeza por el pecado, el arrepentimiento y la confesión”,[1] dentro del contexto de un culto sujeto al orden, la disciplina y la dignidad.[2] La predicación bíblica expositiva es, quizá, la mejor manera de tratar con los problemas del emocionalismo, el fanatismo y el subjetivismo en la adoración. Tal predicación “organiza nuestros mundos, define nuestras identidades, juzga nuestras actividades, da poder a nuestro testimonio, hace públicas las promesas de Dios en Cristo Jesús, ofrece a Jesucristo mismo y evoca nuestra libertad como ‘personas’ capaces de responder a Dios o rechazarlo”.[3] Cuando la voz de Dios toma la precedencia sobre la actitud humana, el equilibrio en la adoración no constituye ningún problema.

Cualquier tendencia que suplante la predicación como el acto central de la adoración adventista no armoniza con Apocalipsis 14:6, puesto que la experiencia humana nunca debe tomar el lugar de la Palabra de Dios en la adoración, ni siquiera el “dulce éxtasis”.[4] Es en respuesta a la Palabra de Dios, leída y predicada, que los pecadores redimidos alaban al Señor y al Cordero en el culto. Por esta razón la alabanza está fuera de lugar si se lleva a cabo demasiado prematuramente en el servicio de adoración. La penitencia, en respuesta a la voz dé Dios impresa en la Escritura y el sermón, precede a la alabanza. La aclamación es el clímax natural de todo servicio de adoración teocéntrico durante el cual la Escritura y el sermón han establecido las razones por las cuales alabar», Por tanto, toda tendencia que suplante la alabanza como la respuesta apropiada a la voz de Dios no armoniza con Apocalipsis 14:7. Dicha tendencia también se opone al espíritu del sábado, porque “a menos que la observancia del sábado nos inspire las más profundas expresiones de alabanza, no experimentaremos todo su potencial”.[5]

La predicación del Antiguo Testamento señalaba hacia un futuro acto salvífico de Dios en la historia. La comunidad del Nuevo Testamento proclamaba y aclamaba esta actividad salvífica en Cristo. La predicación del Nuevo Testamento también apuntaba hacia el futuro acto salvífico definitivo de Dios en la historia, la segunda venida de Cristo. El Salvador, que nos redime del pecado, que es nuestro Señor, que está sentado a la diestra del Padre y sirve como Sumo Sacerdote, y quien al terminar su ministerio celestial volverá a la tierra para llevar a su pueblo de vuelta al hogar, es el centro de late adventista. Pertenecemos a Cristo Corporativamente somos llamados “el cuerpo de Cristo”, y se nos exhorta a glorificarle mediante vidas que armonicen con su voluntad respecto a su iglesia (Rom. 12; Efe. 4:17-6:18; Col. 3:1; 4:6; 1 Tes. 4:1-5:11; Heb. 12:1-13:21; 1 Ped. 1:13-5:11).

Consecuentemente, la iglesia de los últimos días responde en adoración a la predicación del “evangelio eterno” al darle “gloria a Dios”, volviéndose a él en oración, escuchando fervientemente su Palabra, cantando himnos de alabanza, afirmando la experiencia redentora de la gracia a través de una entrega total y la testificación. Así la adoración, especialmente en aclamación, revela la naturaleza radical de la experiencia cristiana. Una experiencia de renovada alabanza en respuesta a su Palabra dará lugar naturalmente a una renovación tanto de la adoración como del evangelismo.

A medida que participamos de innovaciones en la actividad del culto, debemos mantener el equilibrio y no tomar posiciones extremas que podrían obstruir la genuina experiencia de la adoración. Consideremos, por ejemplo, la posición de que siendo que estamos viviendo en el día antitípico de la expiación, la adoración resulta inapropiada. La contrición es una parte importante de la adoración, pero si se convierte en el punto focal, en detrimento de la alabanza, la misma adoración tenderá a distorsionarse. Las buenas nuevas del perdón de los pecados y la promesa del pronto retorno del Señor son, ciertamente, causa de regocijo para el pueblo de Dios, y puede ser expresado legítimamente a través de la adoración. Dicho más claramente: al afrontar el surgimiento de nuevas ideas y expresiones en la adoración, se requiere una cuidadosa investigación, consideración, educación y análisis, de modo que los extremistas no establezcan los resultados.

El culto de celebración

Una de tales expresiones es el “culto de celebración”. En el pasado algunos pastores han usado el término “celebración” con referencia a la adoración; pero ahora, desafortunadamente, la expresión se está convirtiendo en un término cargado de nuevo significado, tanto que algunas personas se alarman sólo con oírlo mencionar, y les sugiere toda suerte de temores cuando lo escuchan. Pero el concepto de gozosa celebración se encuentra en toda la Biblia (Exo. 10:9; Mal 26:18; Luc. 15:24; Apoc. 4-5; 11:10). La imparcialidad y la objetividad demandan la obligación de evitar acusaciones equivocadas y precipitadas acerca del término y de aquellos que lo usan. Si es verdad que reconocemos los laudables motivos de los pastores que se sienten atraídos por la adoración jubilosa, ninguna congregación adventista debiera aceptar el concepto sin un cuidadoso escrutinio basado en sólidos principios sobre la adoración y no en tergiversaciones.

Hace un año asistí a un servicio de adoración en una iglesia adventista del séptimo día. Tres elementos componían el orden del servicio: alabanza, oración y predicación. La alabanza y la predicación ocuparon la mayor parte del tiempo. Durante el espacio dedicado a la alabanza los dirigentes se unieron a la congregación mientras se cantaban himnos contemporáneos, con las palabras proyectadas sobre la pared, durante unos 20 minutos. Nunca vi ni oí durante el servicio nada que pudiera considerarse herético o satánico. Sin embargo, no me inspiró ese servicio de adoración, por las siguientes razones:

1. El servicio tenía sabor a entretenimiento. El lugar de la adoración no era un santuario con caracteres arquitectónicos centrados en el púlpito y en la mesa de la comunión, sino un auditorio cuyo foco central era una gran plataforma. En un escenario semejante era natural que los participantes se comportaran más como ejecutantes que como ministradores de la adoración. La escenografía y la música, aunque todo realizado con buen gusto, contribuían a que los aplausos también parecieran naturales. Es posible que un entretenimiento religioso de calidad tenga su lugar, pero no en la auténtica adoración adventista.

2. El servicio tenía un enfoque subjetivo. El servicio apelaba a las emociones a un nivel superficial, como ocurre con el entretenimiento, y no al nivel profundo que suscita la predicación tanto de la Ley como del Evangelio. Tuve la impresión general de que muchos de los participantes creían que adoraban siempre y cuando ellos se sintieran bien en la realización del servicio y respecto de ellos mismos al llevarlo a cabo.

3. El servicio parecía enfatizar la celebración como su elemento más importante, dándole expresión a la alabanza. La alabanza precedió al sermón y permeó todo el servicio. Sin embargo, en la auténtica adoración adventista, la alabanza no es más que uno de los muchos elementos que contribuyen a una experiencia de adoración balanceada y total. Hacer de la alabanza el elemento más importante es dislocar todo el servicio de adoración, descuidando otros elementos vitales como la confesión, la contrición, la acción de gracias, la proclamación, la enseñanza, las ordenanzas, el testimonio, la dedicación y el sacrificio al dar y servir.

4. La alabanza se produjo muy prematuramente en el servicio de adoración. En el culto, la aclamación es la respuesta a la Palabra de Dios, leída y predicada, en la cual los pecadores redimidos alaban a Dios el Padre, que es el Creador, y a Dios el Hijo, que es el Redentor. La experiencia humana no debe reemplazar nunca a la Palabra de Dios en la auténtica adoración adventista.

5. Los himnos evangélicos contemporáneos dominaron todo el servicio. Siendo que los himnos evangélicos contemporáneos tienden a tocar únicamente las emociones superficiales, no pueden ocupar nunca el lugar de los grandes himnos de la iglesia. No pueden alcanzar lo que éstos logran. Los himnos del Himnario Adventista surgieron de la lucha de la comunidad cristiana por sobrevivir en un mundo hostil. Los grandes himnos, los corales de la iglesia, fortifican la convicción y la fe al tocar las emociones a un nivel mucho más profundo.

La exhortación de Pablo a la congregación de los efesios debe ser tomada muy en cuenta por los adoradores modernos: “Hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones; dando siempre gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo” (Efe. 5:19-20). La práctica actual consiste en alejarse de este precepto y adoptar cantos y música religiosa “pop”. Debemos cuidarnos de no pasar por alto lo que es histórico en la música de la iglesia en aras de la moda contemporánea de los así llamados “estribillos de alabanza”. El punto fundamental en la música cristiana es que ésta no es una mera expresión subjetiva emocional en un marco de entretenimiento, sino que tiene un contexto muy amplio de confesión del pecado y de fe en un marco de adoración reverente. Al igual que muchos de los salmos del Antiguo Testamento, los himnos y los cánticos de la comunidad cristiana del Nuevo Testamento recuerdan los poderosos actos de Dios al hacer provisión para la redención de la humanidad. El enfoque primario debe residir siempre en la exaltación confesional de Jesucristo como Salvador y Señor.

6. El orden del servicio fue diferente, pero el cambio del formato de la adoración por sí mismo no produce un reavivamiento. El reavivamiento sigue a aquel tipo de examen del corazón que conduce a la confesión, al arrepentimiento y a la transformación de la vida. Y esto es posible, no por volverse contra una forma litúrgica somnolienta, como es el caso de la celebración, sino por volverse hacia nuestras fuentes espirituales: la Biblia y el espíritu de profecía. El reavivamiento viene cuando y donde hay una proclamación sin compromisos de la Palabra de Dios, la predicación del Evangelio completo, y el rechazo del error.

Respondiendo a la adoración de celebración

Es posible que el culto de celebración no sea más que un cometa litúrgico, deslumbrante mientras se encamina hacia su extinción, dejando sólo un patético recuerdo. Sin embargo, surgen serias preguntas con relación a este fenómeno que cruza como un relámpago el firmamento adventista: (1) ¿A dónde nos conduce, en última instancia? (2) ¿Hasta qué grado es una forma de neopentecostalismo? (3) ¿Qué tan lejos de la ruta acostumbrada queremos transitar hoy en busca de inspiración? (4) ¿Ya no es posible encontrar inspiración en el mensaje y la misión de la Iglesia Adventista del Séptimo Día? (5) ¿Radica el problema principal en la teología que apoya la adoración de celebración e informa la predicación que tiene lugar en ese contexto?

Hasta ahora lo único que muchos han hecho es reaccionar negativamente ante la adoración de celebración. Lo que se necesita es una respuesta inteligente a las preguntas anteriores. Nos asiste el consejo de que al hacer frente a quienes gustan experimentar con un culto que involucra demasiada agitación y movimientos físicos, “no debemos combatir sus ideas ni amenazarlos con el desprecio; sino que… démosles un ejemplo de lo que constituye el verdadero servicio nacido del corazón en la adoración”.[6]

En la adoración el camino seguro no es condenar, ni a la iglesia que usa formas tradicionales, ni a los extremos carismáticos. Quizá deberíamos estar agradecidos de que el culto de celebración esté llamando la atención a la largamente ignorada necesidad de un reavivamiento del culto en nuestras iglesias. El descuido de la adoración que Apocalipsis 14:6-7 demanda nos ha creado un vacío. Y no deberíamos sorprendernos de que cualquier cosa llene ese vacío. Quizá Dios está dando a la Iglesia Adventista del Séptimo Día una oportunidad para que responda más completamente al mensaje del primer ángel, y para que empiece a pensar seriamente en una teología adventista de la adoración.[7]

La auténtica adoración adventista

La adoración adventista, a diferencia de las tradiciones luteranas o episcopales, es mucho más variada. Su liturgia forma parte del legado de la iglesia que goza de libertad religiosa, la hace más responsable al planear los servicios de adoración que conducen al pueblo a la presencia de Dios, a oír su voz, y a la respuesta de una alabanza apropiada.

En un espectro litúrgico que abarca a la iglesia que no da mucha importancia a la autoridad eclesiástica ni a los sacramentos, ni a la liturgia, sino al evangelismo (Low Church), y a la que hace exactamente lo contrario (High Church), la Iglesia Adventista del Séptimo Día se sitúa en el término medio, es decir, su posición es ecléctica. La adoración adventista no puede ser clasificada como High Church, ni siquiera en las prestigiosas iglesias institucionales que tienen servicios de adoración formales y cuidadosamente planeados. Lo que tenemos es un culto de Low church, con una estructura básica y un sistema, pero caracterizado por una amplia posibilidad de variaciones.

Sin embargo, es posible identificar algunas de las características fundamentales de la auténtica adoración adventista:

1. Teocentricidad. La adoración adventista del séptimo día considera a Dios, no al adorador, como su centro. Decir de la adoración que “¡no llena mis necesidades!” o “¡no obtengo nada de ella!”, sugiere que el adorador es el centro del culto. La adoración no es otro platillo en un restaurante donde se sirve un buffet de actividades planeadas para suplir hasta la más mínima necesidad humana. Cuando el enfoque principal de la adoración consiste en suplir estas necesidades más que en glorificar a Dios, la Palabra de Dios queda sepultada bajo los desperdicios de la autoelevación humana. Consecuentemente, la adoración pierde su valor real. No hay duda de que Dios desea que las necesidades humanas sean satisfechas, pero la mayor de éstas es estar en la presencia de Dios a través de la fe y la sumisión. Porque “el principal don que recibimos es Dios”,[8] la satisfacción de la necesidad humana es una generosa consecuencia de la adoración teocéntrica. El deber pastoral exige que los ministros conduzcan a sus congregaciones a experimentar lo más elevado, majestuoso y excelso en la adoración.

2. La centralidad de la proclamación. En el contexto de la época del juicio, la adoración debe girar en torno de la proclamación de la Palabra de Dios. “El verdadero profeta es el que intenta interpretar la naturaleza y las formas de obrar de Dios antes que pretender suplir las necesidades humanas y los deseos del pueblo”.[9]

3. Ilustrando las creencias fundamentales. Las características distintivas de la adoración adventista deben desprenderse de sus creencias y enseñanzas. Esto no se produce imitando a la High Church, ni al culto carismático. Más bien, nuestra adoración debe exponer nuestras creencias, proclamar nuestra misión tanto audible como visiblemente, y hacer una clara defini­ción de las razones por las cuales la congregación se reúne para adorar. Cuando el culto no refleja las creencias de la iglesia, cuando da importancia a la celebración de eventos históricos y seculares, en vez de conmemorar los acontecimientos de la historia redentiva, tal adoración es ambigua y contraproducente. La ambigüedad litúrgica no permite tema, dirección ni unidad en la adoración.

4. Aclamación dentro del contexto. La alabanza dentro del contexto de la predicación de la Palabra de Dios reprime saludablemente el emocionalismo y el fanatismo. La adoración adventista necesita mantenerse libre de toda distorsión. “Si obramos para crear una excitación de los sentimientos, tendremos todo lo que queremos, y más de lo que nos será posible saber cómo manejar. En forma clara y calmada ‘predicad la Palabra’. No debemos considerar que nuestro trabajo es crear excitaciones”.[10] No se debe permitir que los sentimientos y las emociones “obtengan el dominio sobre la calma y el juicio”.[11] “Los meros ruidos y gritos no son evidencia de santificación, o del descenso del Espíritu Santo”.[12]

5. Se deben evitar los extremos. El plan de Satanás consiste en tentar a la iglesia para que acepte cualquiera de estos dos extremos: el emocionalismo o el frío formalismo, el subjetivismo sin base objetiva, o la objetividad sin respuesta subjetiva, la pura emoción sin la Palabra o la Palabra sin alabanza Cuando la aclamación se convierte en el único punto vital de la adoración, los extremos son un peligro. Con frecuencia el sermón es subestimado, hecho que conduce a una elaborada liturgia o a manifestaciones carismáticas en las cuales los gritos, los aplausos y las contorsiones son bienvenidos. Si las multitudes son atraídas a tales reuniones, la iglesia bien puede engañarse creyendo que una asistencia masiva es evidencia de crecimiento y espiritualidad.

Lo que se necesita es equilibrio. La aclamación, expresar la alabanza en cantos y testimonios, es uno de los elementos vitales en la experiencia de adorar equilibrada y santamente. Pero la aclamación no puede reemplazar a otros elementos vitales, ni puede ser opacada por ellos. La auténtica adoración adventista debe efectuarse en un marco de “libertad discplinada”,[13] sujeta a normas y condiciones derivadas de la comprensión adventista de la fe basada en textos tales como Apoc. 14:6,7.

La experiencia corporativa del culto adventista debe ser perfectible, a fin de llegar a ser cada vez más lo que debería ser. En consecuencia, si deseamos renovar y mejorar nuestra adoración, debemos estar claramente conscientes de la necesidad de incluir en ella todos los elementos esenciales. Que la auténtica adoración adventista se vea compelida a revisar sus patrones, a propósito de la crisis escatológica producida, y que siempre mantenga en equilibrio los dos motivos principales: proclamación y aclamación.


Referencias

[1] Elena G de White, Mensajes selectos, tomo 2, pág 19.

[2] Ibid., pág. 35, 41-42.

[3] Steven Franklin, “The Primacy of Preaching”, The Covenant Quarteriy, febrero de 1990, pág 5

[4] Ibid., pág. 6.

[5]  Norman Gulley, “How lo Survive the Corning Sunday law Crisis”, Journal of the Adventist Theological Society, tomo 2. No. 1. primavera de 1991.

[6] Elena G de White, Adventist Review and Sabbath Herald. 3 de diciembre de 1895, pág. 4

[7] Véase mi libro, Sing a New Song (Berrien Springs, Mich Andrews University Press, 1984).

[8] William H. Willimon. The Bible: A Sustaining Presence in Worship (Valley Forge, Penn: Judson Press, 1981), pág 34

[9] Ibid., pág. 76.

[10] Elena G. de White, Mensajes selectos, tomo 2. pág 16.

[11] Ibid., pág. 17.

[12] Ibid., pág. 35.

[13] . J J Von Allmen, Worship: Its Theology and Practice (New York: Oxford University Press, 1965), pág. 104.