Se cuenta que una vez, en la ciudad de Londres, un joven que se hallaba indeciso acerca de su vocación fue a ver al gran predicador Charles Spurgeon en busca de orientación y consejo. Le preguntó: “¿Cree usted que yo debería ser pastor?” A lo que Spurgeon respondió: “Sólo si no lo puedes evitar”

Por más curiosa y sorprendente que parezca esta respuesta, era sabia. Las joyas más valiosas del ministerio pastoral son esos individuos que un día sintieron que no podían hacer otra cosa; tan atraídos estaban por el llamado de Dios. Ninguna otra alternativa de la vida les parecía tan preciosa. Y por eso hoy pueden decir alegremente con el apóstol Pablo, con la profunda conciencia de su realización personal: “No fui rebelde a la visión celestial” (Hech. 26:19).

El profeta Jeremías también se dio cuenta de la realidad irresistible del llamado divino. Éste es su testimonio: “Y dije: No me acordaré más de él, ni hablaré más en su nombre; no obstante, había en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos; traté de sufrirlo (resistirlo), y no pude” (Jer. 20:9). La frustración y el fracaso experimentados en más de una ocasión llevaron al profeta a creer que la única alternativa que tenía era abandonar su misión. Pero la conciencia del llamado celestial nuevamente lo sacudió y penetró en su interior “como (un) fuego ardiente” que lo impulsaba a avanzar.

La obra pastoral es santa y elevada. Para desempeñarla, el hombre tiene que estar plenamente consciente del llamado divino. No es un privilegio que podemos usurpar. Nadie decide ser pastor. Es Dios quien toma esa decisión. Y cuando alguien acepta su llamado ya no se pertenece a sí mismo. Pasa a vivir bajo órdenes superiores. Cualquiera puede elegir una profesión, practicarla o abandonarla, manteniéndose libre de todo perjuicio espiritual. Pero mientras que Dios no obliga a nadie a ser pastor, y tampoco pone como condición de la salvación de alguien que ejerza esa profesión, la persona que, consciente de ese llamado divino, toma el arado y mira hacia atrás nunca será feliz.

¡Qué bendición es poder servir a Dios como pastor de su rebaño! Mi oración es que él nos mantenga humildes, fieles y agradecidos frente a tan grande manifestación de misericordia para nosotros.