El pastor y la salud mental de los miembros
A la salida de la iglesia, la hermana María se acerca al pastor Juan con una mirada intensa, pero perdida. Aunque él estaba hablando con otra persona, ella tironeaba insistentemente de su hombro izquierdo, repitiendo: “¡Pastor, pastor! Necesito hablar con usted”.
Esa frase, tan común en la vida pastoral, parecía revelar esta vez una profunda angustia. El pastor conocía la vida de esa mujer y sospechó que algo grave había sucedido. Terminada la conversación, se dirigió a la sala pastoral con doña María. Estaba muy agitada, y pronunciaba frases inconexas. Cuando se sentó, parecía que su silla tenía espinas, porque María no podía estarse quieta. De repente, miró el teléfono celular del pastor y dijo en voz baja: “¡Pastor, nos pueden oír! Quieren saber lo que planeamos. ¡La persecución ha comenzado! ¿Sabía que pueden escuchar lo que decimos en el celular? Dios me dijo que no puede hablar con su celular cerca. ¡Usted debería ser consciente de eso!”
El pastor no estaba acostumbrado a ver así a la hermana María. Después de unos minutos, le preguntó si su esposo estaba cerca, para ofrecerle algún tipo de ayuda. Lamentablemente, María había ido sola a la iglesia, sin hablar con nadie de la familia. El pastor consiguió el número de su esposo, y lo llamó. La historia se volvió aún más interesante cuando el Sr. Pedro, el esposo de María, informó por teléfono: “Ella no ha dormido durante algunos días, pastor. Ha estado muy preocupada, y nos ha hecho enojar a todos aquí en casa. Cierra las ventanas y quiere leer la Biblia todo el día. Ni siquiera me deja salir a trabajar. ¡Lo único bueno es que nuestros chicos están de vacaciones en casa de mi hermana, y no están presenciando toda esta situación!”
Era la primera vez que María se comportaba así, lo que preocupó mucho al pastor Juan. No parecía un problema espiritual. Esa actitud “paranoica” era completamente extraña. El pastor recordó a una psicóloga que ofreció ayuda gratuita a unos hermanos de la iglesia y la llamó, pero la llamada quedó en el buzón de voz. Probablemente estaba de guardia. Después de orar juntos una larga oración, María se calmó. Momentos después, su esposo finalmente llegó a la iglesia. Allí, el pastor Juan le dijo: “Don Pedro, sé que aquí en la ciudad no hay buenos hospitales, pero ella necesita ser evaluada por un médico. No me siento cómodo dejándola ir en esas condiciones”. El marido de María miró al pastor y, angustiado, dijo: “Pastor, apenas nos miran a la cara y solo dan medicina. Ella está drogada por un tiempo y luego todo regresa. No sé qué más hacer. ¡Por favor, ayúdeme!”
¿Es suficiente la consejería?
Esta realidad golpea a muchos pastores. Las enfermedades mentales están siendo el mal del siglo y, muchas veces, no existe un apoyo especializado de fácil acceso para atender problemas urgentes como el de María. Con regularidad, el pastor trata con personas que tienen ataques de ansiedad, con sus correspondientes síntomas: dificultad para respirar, opresión o dolor en el pecho (como si tuvieran un infarto), temblores, aumento de la presión arterial, entre otros. A veces se encuentra con cuadros depresivos, síntomas de fuerte desánimo, falta de voluntad y energía para hacer lo básico, pensamientos negativos, dificultad para dormir o comer y, en algunos casos, pensamientos recurrentes de muerte y suicidio.
También recurren al pastor personas que presentan un cuadro maníaco de trastorno bipolar, aceleración del pensamiento, hipersexualidad, gastos compulsivos, consumo de sustancias nocivas (bebidas alcohólicas, drogas, tabaco), falta de sueño, tendencia a ponerse en situaciones de riesgo, constante sensación de euforia o irritabilidad fuera de lo común, megalomanías (ideas y proyectos descabellados, pero poco prácticos), etc.
Ten en cuenta que las enfermedades de salud mental son numerosas. De hecho, el DSM5 –Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría– tiene más de mil páginas. No nos alcanzarían las páginas de esta revista para escribir sobre los posibles desequilibrios de la mente humana. Sin embargo, el propósito de este artículo es presentar un protocolo, un “paso a paso”, que puede ayudarte a aliviar el sufrimiento de las personas que llaman a tu puerta.
¿Cómo responder?
Actualización continua: Ser pastor implica tratar con asuntos mentales y espirituales. No todos los pastores están interesados en asuntos relacionados con la mente humana, pero al menos deben adquirir ciertos criterios básicos. Leer sobre el tema, asistir a cursos divulgativos o, incluso mejor, obtener preparación académica (como tomar un curso de psicología o consejería, o estudiar un posgrado) son sugerencias para considerar. También sugiero la preparación de semanas especiales en la iglesia sobre salud mental, con la participación de psicólogos y psiquiatras cristianos.
Red de apoyo: Dependiendo de dónde trabaje, puede ser que encuentre en su distrito uno o más profesionales de la salud mental. Contactarlos y tejer una red de apoyo con ellos es crucial. Es bueno empezar consiguiendo sus referencias (nombre, dirección, profesión, contacto comercial y días de servicio), y luego conocer bien a estos profesionales. Invítalos a compartir momentos más relajados. Si no cuentas con un médico o un psicólogo en tu iglesia, recuerda que estamos en un mundo tecnológico, y algunos profesionales trabajan a distancia. Así que, rodéate de buenos profesionales y sirve a tu comunidad, aunque sea de manera virtual.
Comprender el sistema de salud: Es pertinente que el pastor adquiera una comprensión adecuada de cómo funciona el sistema de salud local, en sus ámbitos público y privado. Pregunta, investiga, infórmate. Infórmate de cuál es el establecimiento más cercano a ti, cuáles son los horarios de apertura y qué tipo de enfermedades se tratan. A veces, que sea una clínica no significa que no haya servicio de urgencias.
Escucha calificada: Cuanta más atención prestes al discurso de tu hermano o hermana, mejor será la derivación adecuada. Conoce lo que le está pasando a la persona, pero también escucha la versión de familiares o personas cercanas. La práctica de
escribir los puntos principales del problema también ayuda mucho. Una primera escucha criteriosa y una orientación profesional adecuada a menudo resuelven el problema.
No crear falsas expectativas: Las personas con problemas mentales necesitan límites claros. Una de ellas es entender que el pastor no resolverá todos los problemas de su vida. Él está ahí para aconsejar y guiar, no para hacer todo por ellas. Ante la sospecha o la certeza del problema mental, se debe derivar a un profesional de la salud. Espiritualizar todo pone en gran riesgo al pastor, sobre todo en un contexto en el que cualquier acercamiento o charla puede derivar en un juicio. No debemos darle al enemigo la oportunidad de estropear nuestra participación en la obra de Dios.
Establece un protocolo: Si tienes un hermano o una hermana en tu iglesia que tiene una dificultad que no es urgente, ofrécele un encuentro, guía espiritual, y deriva a la persona a un psicólogo o un psiquiatra. Si tienes una emergencia, encuentra a la persona, acompáñala al hospital o la clínica (o asegúrate de que alguien la acompañe). Una vez superada la emergencia, deriva a la persona para seguimiento, tanto psicológico como espiritual. Por eso, es importante saber cómo funciona el sistema de salud en tu región. Todos deben tener acceso a este protocolo y números de contacto (secretario, ancianos, diáconos y otros líderes de la iglesia).
En caso de duda, ¡pregunta! No lastima a nadie, ni es sinónimo de ignorancia consultar sobre una situación de salud mental. A menudo, la experiencia de los demás ayuda a ahorrar estrés innecesario. Las características de las enfermedades mentales suelen ser similares y corremos el riesgo de subestimar las quejas de los hermanos. Si no te sientes preparado, pídele a un anciano que reciba a la persona en necesidad y que te informe de los próximos pasos por seguir. Si percibes un pesar excesivo por la situación, limítate a derivarlo con alguien calificado. Si los problemas de otras personas te afectan mucho, delega el problema a un profesional de la salud. Esto no es descartar la necesidad de otro; es ser consciente de las propias limitaciones.
Volviendo a la historia de la hermana María, su esposo no quería llevarla al hospital. Pero, afortunadamente, el pastor Juan conocía a un psicólogo que atendió a doña María por un precio asequible. Luego lograron seguimiento en un centro de atención psicosocial y María fue debidamente medicada. Actualmente, María se resiste a tomar medicamentos. Entonces, de vez en cuando, el pastor Juan suele recibirla en crisis en la iglesia, y tiene que derivarla nuevamente para el tratamiento adecuado.
Los nombres de esta historia son ficticios, pero es parte de mi vida diaria como médico enfrentar realidades similares en mi lugar de trabajo. Traje este ejemplo como una guía práctica para ayudarte en tu realidad como pastor. Tal vez incluso hayas experimentado algo similar en tu ministerio. La verdad es que todavía luchamos por aceptar que la enfermedad mental es una realidad. El prejuicio es enorme en muchos lugares. Nos falta una reflexión profunda sobre el tema. Hay personas que sufren, y debemos mantener la mente abierta y actualizada para poder ayudarlas en sus debilidades.
Estamos en los momentos finales de la historia de este mundo. El ser humano es cada vez más frágil, enfermo y deteriorado por el pecado. Debemos posicionarnos en un camino adecuado para dar el honor y la gloria a Dios, y disminuir el sufrimiento de los demás. En todo, vivamos para que más personas quieran estar a los pies del Salvador, con la mente y el corazón restaurados.
Sobre el autor: médico especialista en Psiquiatría, posgraduado en Medicina Familiar y Comunitaria.