La primera reunión de ministros a la cual asistí después de salir del seminario me dejó preguntándome si no había cometido un terrible error en la elección de mi carrera. Lejos de ser un tiempo de enriquecimiento espiritual, caracterizado por el compañerismo, la adoración y la oración, la reunión se pareció más a una convención de ventas.
Aprendí que mis supervisores estaban más interesados en que yo fuera un administrador confiable de la franquicia local de la iglesia corporativa, que un pastor efectivo de mis dos congregaciones. Mi trabajo tema que ser lo que se me dijo, “exitoso”, y eso quería decir que debía obtener un rico provecho en bautismos y ganancias en diezmos. Volví a mi casa confundido y desanimado.
Estuve a punto de desertar
Los primeros meses que pasé en mi distrito no fueron muy alentadores. Descubrí que no todos los santos estaban ansiosos de comunicarle al mundo el mensaje de un Salvador próximo a venir. Algunos parecían estar dominados por el deseo de devorarse unos a otros, criticar al pastor, quejarse acerca de sus carencias y necesidades. Como adolescentes descontentos, creían que la misión de la iglesia era hacerlos felices, no necesariamente glorificar a Dios y extender su reino.
Yo parecía sencillamente otro peón de la asociación. Mis congregaciones me consideraban como un simple empleado doméstico. Cierta dama me pidió que realizara una tarea doméstica en su casa en lugar de ella, explicándome que todos los otros hombres que conocía trabajaban. Incluso mi amante y querida esposa no podía entender por qué no podía yo ser interrumpido en mi estudio para abrirle una lata o un frasco de conservas. Y, por supuesto, la sociedad en general consideraba a los pastores como sanguijuelas o bufones.
En aquellos primeros días pensaba seriamente y muy a menudo en abandonar el pastorado. Quizá podría incursionar en el área de aconsejamiento o como capellán en un hospital. Llené solicitudes para entrar a la escuela de medicina, las cuales se quedaron en mi escritorio esperando a que yo pudiera decir honestamente que el Señor ya me había eximido de mi llamamiento al ministerio.
Y no era yo la excepción en este dilema. Pocos de los que fueron compañeros de estudios en el seminario continúan hoy en el ministerio pastoral. Varios abandonaron a Dios, la iglesia y el ministerio al mismo tiempo. Para muchos el pastorado no era más que la antesala de otra carrera.
Por qué desertan los pastores
Casi es obligado decir que los pastores no son altamente respetados por sus comunidades. El ministerio pastoral no se considera tan importante o como algo que hace realmente una diferencia. Un miembro me dijo que cuando estaba en la universidad, los mejores y más brillantes ingresaban para estudiar la carrera de medicina, los siguientes en la escala entraban al magisterio y los perdedores, los últimos, al ministerio. El punto de vista del mundo muy pronto se volvió el punto de vista de la iglesia.
¡Cuando estoy cansado y muy presionado; cuando mi familia me pide con justicia más de mi tiempo; cuando los recibos de agua, luz, etc., se multiplican y el carro se desvíela; cuando he absorbido las penas, la ira y el dolor de las personas que están en crisis y me siento que no soy muy apreciado ni bien pagado, todavía me siento tentado a pensar que debe haber alguna otra cosa mejor que podría hacer que esto!
Factores internos
Algunas de las causas por las cuales los pastores desertan son internas. Los pastores descuidan frecuentemente el cuidado de la persona interior. Es fácil para nosotros estar tan ocupados “haciendo la obra de Dios”, que no tomamos tiempo para estar con Dios. Muchas veces no cuidamos ni nuestros cuerpos ni nuestras almas. No comemos en forma correcta ni hacemos suficiente ejercicio y el tiempo que pasamos a solas con Dios siempre es lo último de la lista de prioridades.
Por lo común, los pastores prestan mucha atención a todo lo visible y no lo suficiente a los esenciales del cuidado personal que no se ven. Tendemos a hacer las cosas para agradar a otros, y si la gente no se muestra complacida con nosotros por lo que hicimos, perdemos la confianza en nosotros mismos y nos lanzamos a la búsqueda de algo que sí logre los aplausos que ansiamos obtener.
Recompensas externas
Algunas de las causas por las cuales los pastores se desilusionan son externas. En el pastorado la obra nunca está “hecha” o terminada, y todo parece ser urgente. Cuando tomamos un día fácilmente nos sentimos culpables.
La estructura de las recompensas no favorece al pastorado en mi denominación. Teóricamente a cada obrero de la iglesia se le paga el mismo salario, de modo que la “recompensa” para los pastores competentes suele ser una iglesia más grande y mayores responsabilidades dentro de la denominación. Muchas veces los pasos “hacia arriba” son en realidad pasos “hacia afuera” del pastorado: un llamamiento a la obra departamental o a la administración denominacional, o a la enseñanza en algún colegio o universidad de la iglesia.
La mayoría de las esposas de pastores en mi denominación tienen que buscar un trabajo fuera del hogar. Esto impone mayores tensiones sobre la familia. Los pastores tienen menos tiempo y energía para dar, y su ministerio sufre.
Se necesita una clara teología pastoral
Con todo lo que nos induce al colapso nervioso (y sólo hemos enumerado algunos), la supervivencia depende de un fuerte sentido de seguridad en Cristo y un agudo sentido de misión personal. Es imperativo que los pastores sepan quiénes son, hacia dónde van, y qué se les ha comisionado hacer.1 Sólo una entrega que se forja diariamente en un lugar tranquilo con Dios sobrevivirá a las presiones internas y externas para abandonar el ministerio.
Los pastores necesitan mantener sus perspectivas, mientras avanzan dando tumbos en un mundo confuso y quebrantado. Esa perspectiva puede ser la perspectiva de Dios, si definimos nuestra misión con parámetros bíblicos. “No vivan ya según el criterio del tiempo presente”, previene Pablo (Rom. 12:2; DHH). Tendremos que forjar nuestra propia teología pastoral. La teología pastoral es la melodía de Dios para los pastores. Ella los capacita para marchar al ritmo del tambor de Dios, no al paso que nos marque el mundo, o la última moda pastoral, o el novedoso programa ideado por algún gurú denominacional. Nuestra gran necesidad no es de pastores que escuchen a la iglesia o a la cultura, y diseñen su ministerio de acuerdo con esa realidad, sino de pastores que escuchen a Dios, y forjen un ministerio de acuerdo con su modelo.
El pastorado toma tiempo
Los ministros que tienen una clara y sólida teología pastoral siempre tendrán poder. La iglesia necesita pastores que crean que pastorear es el ministerio más importante encomendado a los hombres, y que han escuchado a Dios para saber cómo deben ejercerlo. Los feligreses necesitan pastorados más largos de lo que generalmente reciben. Pablo dice: “Hablamos como corresponde, no para contentar a hombres, sino a Dios que examina nuestro interior” (1 Tes. 2:4; NBE). Pablo se desempeñó en el ministerio como lo hizo, no por algún deseo de agradar a los hombres o a las mujeres, sino para agradar a Dios. Pablo tema una identidad pastoral.2
Más aún, las iglesias y los pastores deberían entrar en un pacto de relación a largo plazo. Yo creo que Dios se proponía que los pastores bautizaran a los jóvenes, oficiaran en sus bodas, dedicaran a sus hijos, y con el tiempo bautizaran y casaran a sus nietos. No hay sustituto para esta clase de relación a largo plazo en la vida de la gente.
Muy frecuentemente ocurre que existe algún problema en la congregación o con el pastor, lo cual es motivo de que se piense en un cambio. Pero la gente y las congregaciones crecen y alcanzan la madurez a través de los desafíos. Los problemas son una oportunidad para crecer, no para la evasión. Con frecuencia la congregación supone simplistamente que el pastor es el problema y exige que lo cambien. Hay iglesias que han tenido muchos pastores pero el problema real nunca desaparece.
Muchas veces el quinto año de un pastorado es como una meseta. La luna de miel ha pasado, los problemas fáciles se han resuelto, y sólo quedan los difíciles, cuyas raíces están entretejidas con el mismo corazón de la identidad de la congregación. Ahora es cuando lo que el pastor ha hecho se verá. Permanecer o no permanecer, esa es la cuestión. Luego viene una invitación para ir a cualquier otra parte. Nuevas y más atractivas posiciones dan lugar a nuevas tentaciones. La mayoría de los pastores sucumbe y abandona su puesto. Si hubieran permanecido en su lugar, habrían salido airosos de la meseta y se habrían encaminado hacia su año más fructífero en el ministerio: los años que siguen al año séptimo. Tristemente, la mayoría de los pastores nunca ven estos años.
Los pastores como entrenadores
Necesitamos una teología pastoral que se centre en el crecimiento de las personas, no de las iglesias. El pastor necesita verse como alguien desafiado a hacer crecer el alma, no un capellán. Hay muchas profesiones importantes y dignas, pero únicamente los pastores (y algunos consejeros) están en el negocio de hacer crecer a las almas. Si ellos abandonan esta obra, ¿quién la hará?
El modelo bíblico habla de equipar a los santos para la obra del ministerio.3 Probablemente necesitamos abandonar nuestro lenguaje pasado de moda y reemplazar el término pastor (palabra de origen agrario con la cual la mayoría de nosotros está familiarizado) por el término más contemporáneo de entrenador Un pastor es el entrenador de un equipo.
“Un entrenador”, dijo Tom Landry una vez, “es alguien que lo obliga a usted a hacer lo que no quiere hacer, con el propósito de que pueda llegar a ser lo que quiere ser”. Un entrenador es el que ayuda a otros a ser más efectivos. Un pastor -entrenador- ayuda a sus miembros a ser luz y sal, sal y luz de la tierra. El capacita a los cristianos para vivir la vida y hacer la obra del ministerio para la cual Jesús los ha llamado. Toma tiempo. De hecho, el crecimiento de la gente es un proceso que dura toda la vida.
Quedé intrigado por los entrenadores que vi a través de la televisión durante los juegos olímpicos de 1996 en Atlanta. La mayoría de ellos nunca se hicieron famosos por sus logros como atletas, pero reunían las condiciones para ser entrenadores. Sabían cómo ayudar a otra persona para que llegara a ser lo que quería ser. Podían ver lo que era necesario hacer en forma diferente, qué estaba impidiendo a un atleta correr más rápido, saltar más lejos, y desempeñarse mejor. Ellos animaban, lisonjeaban, vendaban tobillos, secaban lágrimas. Quizá los pastores comprenderían mejor su función como entrenadores para que los cristianos llegaran a ser lo mejor posible en la carrera cristiana.
La obra de toda una vida
No hay lugar en esta filosofía del ministerio para un pastor que entre a una iglesia, siga simplemente un programa, y luego se vaya. “Edificar gente, no iglesias”. “Hacer crecer a las personas, no a las iglesias”. Si yo comprendo mi tarea como el acto de llegar a una congregación para hacer crecer a todas y cada una de las personas hasta que alcancen la madurez espiritual en Cristo, tendré un trabajo para toda la vida allí.
Ser pastores es ser como el jardinero: desempeñarse en un proceso de largo plazo para mejorar el suelo.4 Uno no puede mejorar el suelo en poco tiempo. Toma años. Es asunto de llegar a una iglesia, explorar la variedad de terrenos y cultivar cada uno, plantando algo y vigilando su crecimiento. Los pastores que no tienen paciencia para mejorar el terreno no serán jardineros de éxito.
El éxito es…
La iglesia es la gente, no las denominaciones, organizaciones, edificios o declaraciones doctrinales. El ministerio tiene que ver con el crecimiento de la gente, no sentarse en juntas o comisiones, no en inventar reglamentos o tomar decisiones. Jesús nunca dijo: “Vé y toma decisiones”. Dijo: “Vé y haz discípulos”. Nunca nos dijo que construyéramos un templo o que escribiéramos un reglamento operativo, ni siquiera que organizáramos una iglesia. El nos ordenó hacer discípulos, bautizarlos, y entonces enseñarles a hacer las cosas que él enseñó (¡note el orden!).
El mundo nos dice que ser presidente de una entidad denominacional, viajar en avión por todo el mundo, y ser responsable de un gran número de personas y/o pesos, hace a alguien más importante que quien atiende silenciosamente a una congregación; pero no es así. La difícil tarea de hacer crecer a Cristo en el interior de la vida de las personas es la obra más importante que los seres humanos puedan realizar. Lo mejor que pueden hacer los demás es servir de apoyo al sistema del pastorado iglesias. Cada paso que lo aleja a uno de la obra pastoral es uno que lo lleva más allá de lo que realmente importa.
Atado al mástil
¿Y qué en cuanto al pastor que abandona el ministerio pastoral completamente? ¿Qué podemos decirle? ¿Le llamó Dios o no le llamó? ¿Habiendo puesto la mano en el arado ahora mira hacia atrás? ¿Estaba obedeciendo a Dios cuando entró al ministerio pastoral? ¿Tiene una invitación más clara para salir del pastorado de la que tuvo cuando entró a él? ¿Qué en cuanto a sus votos de ordenación? ¿No hizo un voto de orar y dedicarse a ministrar al mundo? ¿Lo dejará para servir a las mesas?
Peterson, en su libro Working the Angles, tiene una maravillosa metáfora de la ordenación. El personifica a la iglesia para que diga a sus pastores: “Vamos a ordenarte al ministerio y deseamos que hagas un voto de que permanecerás en él. Esto no es una asignación de trabajo temporal, sino una forma de vida que deseamos que vivas dentro de nuestra comunidad. Sabemos que estás empeñado en la misma difícil aventura de creer como lo hacemos nosotros en el mismo peligroso mundo en que estamos. Sabemos que tus emociones son tan inestables como las nuestras, y que tu mente puede jugarte las mismas trampas que las nuestras nos juegan a nosotros. Es por eso que vamos a ordenarte y es por eso que vamos a pedirte que hagas un voto. Sabemos que habrá días y meses, incluso años, en los cuales nosotros no podremos creer ni oír nada de ti. Y sabemos que habrá días, semanas y quizá años, en los que tú no querrás decirlo. No importa. Hazlo. Tú fuiste ordenado a este ministerio, has hecho un voto. Puede ser que haya un momento en que vengamos a ti como una comisión o una delegación y te exijamos que nos digas algo más de lo que te estamos diciendo ahora. Promete ahora que no concederás lo que te estemos demandando. Tú no eres el ministro de nuestros cambiantes deseos, o de la comprensión de nuestras necesidades modeladas por el tiempo, o de nuestras secularizadas esperanzas de algo mejor. Con este voto de ordenación, te estamos atando al mástil de la palabra y el juramento de modo que te resulte imposible responder a las voces de las sirenas”.5
Quedamos atados por el voto de nuestra ordenación. Atados al mástil, como Clises, para resistir al canto de las sirenas que llevaba a los marineros a la destrucción. Atados al mástil de la palabra y el compromiso para que no sucumbamos a la tentación de “hacer una diferencia” o decirle a la gente lo que quiere escuchar o llegar a ser exitosos vendedores engatuzando a más compradores que el pastor de la otra iglesia; es por ello que fuimos ordenados.
Hay muchas cosas que nos inducen a dejar el ministerio pastoral. Para hacer el trabajo apropiadamente debe haber un compromiso de largo plazo. De alguna manera los pastores deben comunicar a las congregaciones, “estoy comprometido contigo y con tus hijos. Mi mayor deseo es lograr tu crecimiento espiritual. Creo en lo que Dios puede hacer en tu vida, y quiero ser parte de ese proceso. Yo estaré a tu lado, no importa cuáles sean las circunstancias. No deseo ir a ninguna otra parte ni servir a nadie más. No quiero ser parte de tu vida sólo hasta que se me presente la tentación de dedicarme a algo más llamativo o gratificante, como subir los peldaños de la escalera denominacional. Soy parte de tu vida porque creo que ser parte de lo que Dios está haciendo en tu vida es la obra más emocionante y gratificante del mundo”.
Hallar significado en el ministerio
Todos anhelamos hallarle significado a la vida y a lo que hacemos. La mayoría de nosotros busca ese significado adaptándose a la cultura y la subcultura (en este caso, nuestra iglesia). Nuestra cultura le da poca importancia a la obra pastoral. Las iglesias muchas veces afirman la obra pastoral que les gusta y a la que le dan valor, pero no necesariamente es la obra pastoral que necesitan. Los pastores deben dirigir a sus iglesias por caminos que no siempre gustan, pero por los cuales deben transitar. En tales ocasiones, David Fisher dice: “Debemos aprender a vivir bajo la sonrisa de Dios, sabiendo que las sonrisas humanas no son más que adornos en el pastel de Dios. Nuestro sentido de propósito y éxito debe proceder de nuestra identidad como siervos de Cristo”.6 Jesús no tolerará rivales en nuestros afectos, servicio y lealtad … ni siquiera a nuestras iglesias. Él está en contra de todos los “ismos”. Él no nos llama a construir o a servir a ninguna iglesia o denominación, sino a servirle a él solamente para edificar, una por una, a la gente que constituye su cuerpo.
Sobre el autor: David VanDenburgh es el pastor titular de la Iglesia Adventista del Séptimo Día de Kettering, Ohio.