Fue en diciembre de 1949 cuando la División Sudamericana recibió con los brazos abiertos el primer Curso de Extensión del Seminario de Washington, representado por tres ilustres profesores: el Dr. Frank H. Yost y los pastores R. Allan Anderson y LeRoy E. Froom. asistieron aproximadamente 80 alumnos, los que fueron alojados en nuestro Instituto del Uruguay, y el curso pasó a la historia como la “Universidad de Canelones”. “La Historia del Sábado y del Domingo”, presentada por el Dr. Yost; la “Dirección de la Evangelización”, muy bien asumida por el pastor Anderson y el “Desarrollo de la Interpretación Profética”, enseñada en forma magistral por el pastor Froom, dejaron tantas añoranzas que, cuando corrió por las pampas y cordilleras de nuestro continente la noticia de que habría un nuevo Curso de Extensión Universitaria, surgió el problema: ¿Dónde alojar al gran número de interesados que tendrían la dicha de asistir al mismo? Si en la primera ocasión nos acogió el pequeño gran Uruguay, esta vez se escogió al más extenso de los países que componen nuestra división para alojar a los 145 obreros que se hermanarían en este ejercicio mental de ocho semanas.
La historia nos revela, pues, que en el Instituto Adventista de Enseñanza, ex Colegio Adventista Brasileño de Santo Amaro, Estado de San Pablo, tuvo lugar durante los meses de enero y febrero de 1961, el Segundo Curso de Extensión de la Universidad Andrews para la América del Sur. Las cinco uniones que componen nuestra división, estuvieron representadas por estudiantes oriundos de ocho diferentes países.
Las clases fueron dictadas en dos idiomas: portugués y castellano, en aulas diferentes, pero los períodos de capilla y de mesa redonda se celebraron en conjunto, una semana en la lengua de Cervantes y otra, en la de Camoens.
Los profesores enviados esta vez fueron: director del curso y profesor de “Orientación Pastoral”, pastor C. E. Wittschiebe; profesor de Dirección de la Evangelización”, pastor R. A. Anderson; y profesor de “Dirección Profética en el Movimiento Adventista”, pastor A. L. White. El primero, de vasta experiencia didáctica en los EE. UU., Asia y hasta en el campo de concentración, y desde hace varios años, profesor de la Universidad Andrews, cautivó el corazón de todos con su simpatía desbordante que hizo que lo escogiesen como orador del programa de clausura del curso. Sus clases, repletas de situaciones serias e hilarantes, salpicadas de preguntas que indicaban1 el interés de los alumnos en la materia, fueron, desde la primera hasta la última, utilísimas por tratar de un asunto nuevo para muchos, aunque necesario y provechoso para todos. El ilustre catedrático de Berrien Springs dejó tras sí muchas añoranzas.
El pastor R. A. Anderson ya era nuestro conocido. Su cultura general, su inmensa práctica y experiencia en el terreno de la evangelización, su energía siempre renovada y su interés personal en el desarrollo de todo evangelista promisorio, hicieron que sus clases fuesen horas de gran concentración intelectual y espiritual, que todos apreciaron. No en vano el representante peruano en la fiesta de confraternización lo comparó con el cóndor de los Andes. Esta segunda visita del pastor Anderson será aún más recordada que la de 1949, no sólo por los millares que lo escucharon en el Gimnasio de Pacaembú y la Iglesia Central de San Pablo, sino también por sus alumnos, que salieron de su clase convertidos en sus discípulos. La figura calma y digna del pastor A. L. White se impuso clase tras clase por el profundo conocimiento de su especialidad, siendo que es nieto de nuestra más fecunda e inspirada escritora, y secretario, desde hace años, de las Publicaciones de Elena G. de White.
El Curso de Extensión Universitaria no estuvo constituido, sin embargo, tan sólo por estos profesores ilustres. También estuvo presente el antiguo “adeceno” (miembro de la Asociación de Diplomados por el Colegio Adventista Brasileño), como vicedirector, consejero, anfitrión y amigo, cedido por la organización superior en la persona del director de la Asociación Ministerial de la División, pastor Enoch de Oliveira. Alto y esbelto, delgado y delicado, supo dominar situaciones, enfrentar realidades y quedar aún más amigo que al llegar, tanto de griegos como de troyanos. La simpatía sembrada en 1949 por su antecesor, el pastor Walter Schubert, fue diseminada en 1961 también por su sucesor. Durante la primera reunión del cuerpo docente el pastor Wittschiebe dijo, al referirse a la secretaria, que la división había enviado una joya para ayudar en esos dos meses. La Srta. Margarita Deak, que desde hace varios años trabaja en la Asociación Ministerial de la División y que fue también secretaria y cajera del curso celebrado en el Uruguay en 1949, fue enviada de nuevo esta vez, y merece ser recordada por haber realizado la parte del trabajo que es ignorada por el público. Los traductores fueron profesores o pastores de mucha experiencia. Los pastores Jerónimo G. García y Emmanuel Zorub, para el portugués, y los profesores Leslie Rhys y Werner Vyhmeister, para el castellano. Todos ellos colaboraron en forma asidua y puntual en la cansadora tarea, llena de satisfacciones personales, seguros de haber cumplido con su deber. La Universidad Andrews les debe una carta de loor y de agradecimiento.
Al iniciar las actividades del curso, el secretario de la división, pastor L. H. Olson, habló en forma agradable, presentando un discurso tan bien organizado que al finalizar y en el momento de recibir los cumplidos del director, éste le dijo que había sido tan bueno que hasta parecía un discurso de fin de curso. Después de ocho semanas de intensa actividad tanto de parte de los profesores como de los estudiantes, el curso llegó a su fin, y siendo que el presidente de la división estaba ocupado en la Patagonia, nuevamente recibimos la visita del pastor Olson, quien vertió algunas palabras de aprecio y auguró días de fecunda labor para los participantes del curso.
¿Qué diremos del curso en sí? ¿Valió la pena? Si bien es cierto que las cinco uniones quedaron privadas de un gran número, y en muchos casos de sus mejores obreros, también es verdad que las iniciativas futuras serán emprendidas con más entusiasmo, más conocimientos y, creo también, más espiritualidad y consagración.
Las clases comenzaban a las 8 y continuaban hasta las 12:30, diariamente. Los martes y jueves de tarde, de 15:30 a 16:45 había mesa redonda. Una comisión presidida por el pastor Enoch de Oliveira cuidaba de las actividades religiosas, mientras otra se ocupaba de las actividades sociales. La biblioteca del Instituto Adventista de Enseñanza, aunque modesta en comparación con sus similares de los EE. UU., fue centro de mucha investigación y estudio. Los exámenes de fin de enero fueron causa de mucha agonía y pérdida de sueño, pero los finales encontraron a los estudiantes más acostumbrados y calmos.
Durante cinco reuniones celebradas los martes de noche, el pastor White presentó vistas y manuscritos de la Sra. Elena G. de White. Los miércoles de noche siempre hubo reuniones de confraternización espiritual muy bien dirigidas. Varios pastores fueron invitados como oradores especiales para hablar a los 140 estudiantes inscriptos. Los presidentes de las uniones Austral y Brasileña del Sur nos hablaron en forma muy inspiradora. También el Dr. Fernando Chaij, en viaje para la Pacific Press, presentó dos charlas muy interesantes sobre hipnotismo.
Después de semanas de convivencia leal y amistosa, habiendo atravesado el Mar Rojo (primera prueba) y pasado el Jordán en plena creciente (última prueba), llegó el día feliz de la entrega de los certificados. Oraciones y cánticos. Discursos y agradecimientos. Nadie fue olvidado. Un buen número de alumnos terminó el curso en forma sobresaliente, habiendo obtenido “A” en todas las materias. La gran mayoría obtuvo “B” y “C”, y también hubo algunos que se sacaron un fortuito “D”. Pero todos tomaron parte de la “graduación”, aunque una media docena de certificados sólo acreditase haber asistido a las clases. ¡Qué bien se cantó y se discurseó aún mejor ese gran día!
Los representantes de los grupos de habla castellana y portuguesa agradecieron a los ilustres profesores por los esfuerzos, sacrificios, interés y calor dispensados. La capilla del I.A.E. resultó pequeña y muchos se quedaron sin asiento. Las palabras del orador a cargo del discurso de clausura quedaron grabadas en la memoria de todos, no sólo por haber sido pronunciadas con suma elegancia, sino por venir de quien aunque hablaba en inglés y ya podía conversar en castellano y defenderse en portugués, se sabía que hablaba de corazón.
Creemos que ninguno de los egresados del curso colocará una placa de psicólogo en su puerta, pero sí que todos serán mejores orientadores pastorales y más útiles a sus semejantes. Esperamos que aunque haya más ciclos de conferencias, nadie se presente como profesor a menos que lo sea además de ser maestro de escuela sabática, sino que provistos del poder de lo Alto e inspirados por el ejemplo de Pacaembú, puedan ganarse más almas, no sólo para abultar la lista de miembros de las iglesias, sino, sobre todo, para el reino de Dios. Estamos seguros de que aunque todos habían leído un, buen número de los libros del espíritu profecía, de ahora en adelante se comprenderá mejor la época en que le tocó vivir a la Hna. White, y nuestros tiempos. Que Dios bendiga abundantemente a todos los que tomaron parte en este segundo Curso de Extensión Universitaria; que los pastores A. L. White y R. A. Anderson vuelvan en breve para una tercera visita y que el pastor Wittschiebe sepa que decimos: “En las aulas, inspirador; en las conversaciones, amigo; en el Brasil añorando a Berrien Springs, y queremos volver a verte con tus dos compañeros en el reino de Dios”.
Sobre el autor: Profesor de Teología del Instituto Adventista de Enseñanza, San Pablo, Brasil.