Los cristianos viven por el pan y por las palabras. La Palabra de Dios constituye para ellos la guía y el mensaje para la multitud.

Así hablad, para que un mundo que espera la salvación pueda oír. Así hablad, para que el impío pueda conocer el camino a Dios. Así hablad, así predicad, así enseñad, así animad. Porque al convertiros en cristianos, os habéis convertido en testigos de Cristo, en voceros de Cristo.

Hablad de Cristo. Hablad de él con la determinación de un Saulo convertido: “Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado… Y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder” (1 Cor. 2:2-4).

Hablad de Cristo con la visión de Isaías: “Vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime” (Isa. 6:1). “Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí” (vers. 8).

Hablad de Cristo con el amor de Juan: “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis” (1 Juan 2:1).

Hablad de Cristo con la perseverancia de los santos de la iglesia primitiva, que concurrían “unánimes cada día al templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios’ (Hech. 2:46, 47).

Luego escuchad mientras Dios os habla mediante su Palabra, sus árboles, sus santos. Escuchad su vocecita queda hablar las buenas nuevas amplificadas con amoroso poder.

Las palabras vacías, como las copas vacías, no vivifican. Dejad que Dios llene la copa de vuestra vida hasta que rebose con servicio amante, con santas expresiones de vuestros santos propósitos.

Haced entonces su voluntad.

Haced entonces su digna obra.

Los cristianos testifican no sólo por lo que hablan sino también por lo que hacen. Es practicando lo que predican como persuaden a los demás.

“Así hablad, y así haced” —por la gracia de Dios.