Ante los ojos de muchos contemporáneos de Malaquías, la muerte de Nadab y Abiú fue probablemente un asesinato.

“Nadab y Abiú, hijos de Aarón, tomaron cada uno su incensario, y pusieron en ellos fuego, sobre el cual pusieron incienso, y ofrecieron delante de Jehová fuego extraño, que él nunca les mandó. Y salió fuego de delante de Jehová y los quemó, y murieron delante de Jehová” (Lev. 10:1, 2).

Este texto describe la experiencia de dos promisorios jóvenes sacerdotes de Israel abatidos mortalmente por Dios ante la multitud. Nadab y Abiú fueron muertos por el fuego, poco después de haber sido ungidos como sacerdotes. ¿Por qué? Los estudiantes de la Biblia han especulado durante siglos acerca de las razones para estas muertes. Esta es la esencia de la teodicea: las cuestiones recurrentes sobre justicia y muerte. Teodicea es un término acuñado en el siglo XVII por Gottfried Leibniz, al discurrir sobre un Dios poderoso que permitió la existencia del mal.[1]

La historia de Nadab y Abiú era conocida por los judíos que oyeron al profeta Malaquías en el siglo V a.C.[2] Se identificaron con el relato porque también habían vuelto recientemente de una tierra extraña, en un “éxodo” menos glorioso. Habían inaugurado un Santuario, pero sin los fuegos artificiales con que inauguraron el primero, y tenían ministros irreverentes que no fueron mortalmente heridos como Nadab y Abiú.

Así, a comienzos del siglo V a.C., los lectores de esta historia tenían preguntas acerca de la justicia de Jehová (Mal. 2:17).[3] En respuesta, Malaquías presenta un “diálogo” entre Jehová y los judíos. Imagino que el profeta tenía el libro de Levítico en mente cuando proclamó sus oráculos.[4] Malaquías trata de la santidad en el contexto de la teodicea e intenta conquistar a sus oyentes a fin de que estuviesen preparados para el Yom Kippur escatológico, el Día de la Expiación.

Nadab y Abiú son los principales personajes de los cuatro pasajes narrativos de Levítico. Estos hombres, supuestamente, estaban familiarizados con la santidad. Fueron al Sinaí con los setenta ancianos (Éxo. 24:1), tuvieron el privilegio de ver las maravillas del Éxodo (Éxo. 13; 14) y hasta estuvieron ante la presencia de Jehová (Éxo. 24:9-11). En contraste, los judíos que habían regresado a la tierra no habían sido testigos de estos milagros o maravillas. Algunos, en la audiencia de Malaquías, habían experimentado el “segundo éxodo”, pero ese no fue nada en comparación con el primero y, entonces, estaban alabando en un Templo menos glorioso, que no tuvo ninguna demostración sobrenatural en el momento de su inauguración. Tal vez por esas razones, tampoco veían motivos para ser cuidadosos en el culto a Jehová, y Malaquías clamó contra ellos, por causa de sus prácticas religiosas comunes (Mal. 1:6-10).

El porqué de las muertes

Ante los ojos de muchos contemporáneos de Malaquías, la muerte de Nadab y Abiú fue probablemente un asesinato. En los tiempos del profeta, los sacerdotes estaban haciendo cosas peores y, como no fueron destruidos por ningún fuego venido del cielo o de cualquier otro lugar, el pueblo estaba siendo irreverente en su culto a Dios.

Así, ¿por qué el “asesinato” de estos dos sacerdotes? En la experiencia de los judíos, Jehová no parecía tan preocupado por los detalles del culto. Hasta habían sugerido que “Cualquiera que hace mal agrada a Jehová, y en los tales se complace” (Mal. 2:17; ver Sal. 73; Heb. 1:2). Esta misma idea estaba presente en los labios de los sacerdotes. Por otro lado, Malaquías se hizo eco de un solemne llamado y advertencia acerca de la importancia de la santidad.

Nadab y Abiú murieron debido a una relación impropia con lo sagrado. El autor de Levítico establece que ofrecieron fuego extraño ante el Señor (Lev. 10:1). El libro de Números también presenta la misma razón para la tragedia (Núm. 3:4; 26:61). En verdad, la Biblia describe que Nadab y Abiú actuaron independientemente de cualquier orden recibida. Por su propia iniciativa, avanzaron en la realización del culto, sin una orden clara de Jehová. Existen claros mandamientos relacionados con el culto en el Templo, dados a Moisés (Núm. 8:2) y a Aarón (Núm. 9:2), que contrastan con el desafío de Nadab y Abiú. Los hermanos mayores recibieron autorización para actuar, mientras que los dos hermanos menores actuaron en forma independiente.

¿Qué decir de los incensarios que utilizaron para conducir su “fuego”? Los arqueólogos han encontrado recipientes de varios estilos y modelos que están asociados con las actividades cúbicas.[5] En Levítico 10:1, el término original significa “plato de vela” o “bandeja”, y puede referirse a un recipiente utilitario o a un vaso ritual más sofisticado. El Pentateuco menciona utensilios utilizados en el Tabernáculo israelita (Éxo. 25:38; 37:23; Núm. 4:9) que estaban destinados principalmente al transporte del carbón o a la remoción de cenizas, en lugar de una actividad ritual.

Algunas de estas vasijas encontradas en el Antiguo Cercano Oriente tienen forma de manos; otras tienen forma de animales, mientras que algunas son lisas. Algunas representaciones iconográficas en sellos, cuadros y grabados en madera proveen más variedades a las posibilidades de modelos. Pero, no toda bandeja decorada tiene que estar ligada a actividades rituales; pueden ser solo ejemplos de creatividad humana para uso diario. Además de esto, las decoraciones en bandejas no eran necesariamente un problema. La prohibición extrema de imágenes por parte de ciertos grupos contemporáneos que siguen al judaísmo no debería ser insertada en la historia bíblica.

No se puede decir que el Santuario israelita estaba desprovisto de toda imagen, pues en ese Tabernáculo existía una variedad de representaciones de la naturaleza. A pesar de esto, una bandeja ofensiva de fuego, que estuviera ligada a otras divinidades o a un culto rival, podría ser razón suficiente para merecer castigo, pues tal actitud era considerada blasfemia. Aun un sencillo incensario que no hubiera sido consagrado para uso ritual considerado santo podría ser la razón para el rechazo del fuego o el incienso contenidos en él. Por otro lado, en ningún relato sobre este evento en la Biblia hebrea existe algún énfasis en las bandejas de fuego; el problema era el “fuego desautorizado”, no el “incensario desautorizado”.

El problema pudo haber sido el origen del fuego. La palabra traducida como “fuego” no es específica. Una de las formas en que el fuego era conducido de un lugar a otro, en la antigüedad, era en forma de brasas. El problema con el fuego usado por Nadab y Abiú podría haber sido el hecho de que no llevaron las brasas del fuego que Jehová encendía en el altar (Lev. 16:12). Aquí, la palabra “fuego” es derivada de un término traducido como “extraño”, pero tenía el significado más preciso de “impropio”. El texto señala a la fuente del fuego como el principal problema; no usaron fuego santo. No hicieron diferencia entre lo sagrado y lo profano.

Paralelos textuales

Cualquiera que haya sido la razón específica de las dos muertes, cuando proclamó sus oráculos, Malaquías tenía Levítico muy claro en su mente. Entonces, invitó a su audiencia, especialmente al clero, a recordar el Pentateuco (Mal. 4:4). La historia de Nadab y Abiú, central en el libro de Levítico, hace eco en Malaquías, que se centra en la infidelidad de los sacerdotes de su tiempo.

Malaquías describe que los sacerdotes ofrecían animales ciegos, cojos y enfermos como sacrificio (Mal. 1:8; ver Lev. 22:19, 20). Los sacerdotes, que supuestamente debían inspeccionar a los animales, eran culpados justamente por permitir que animales defectuosos fueran sacrificados.[6] El autor J. Berquist señala que “Malaquías 1:6 al 2:9 expresa graves preocupaciones acerca de la condición prevaleciente de los sacrificios y las ofrendas de los sacerdotes, y los llamó a la renovación del compromiso con su tarea vital”.[7] El profeta advirtió a los sacerdotes y al pueblo que sufrirían un destino igual al de Nadab y Abiú.

Algunos elementos de los oráculos de Malaquías los ligan a Levítico. Estructurada alrededor del “diálogo” entre Jehová y los judíos, la discusión termina con la escritura de un libro de memorias (Mal. 3:16), que es un tema recurrente en el Pentateuco (Éxo. 12:14; 13:9; 17:14; 28:12, 29; 30:16; 39:7; Lev. 23:24; Núm. 5:15, 18; 10:10; 17:5; 31:54). Además de eso, existe la expectativa del gran día (Mal. 4:5) que vendrá y que “funcionará como advertencia y alivio, dependiendo de lo que alguien aprendió de la historia”.[8]

El tema del fuego, tan íntimamente asociado a las apariciones de Jehová (Éxo. 3:2; Lev. 10:6), tiene continuidad en Malaquías. El fuego puede revelar la presencia o el juicio de Jehová. Como en Levítico 9:24, su fuego purifica. Por otro lado, Malaquías se refiere a la imagen del fuego cuando hace advertencias acerca del juicio inminente (Mal. 4:1). En este contexto, los impíos son reducidos a cenizas y terminan bajo la planta de sus pies (Mal. 4:3), de la misma forma en que Nadab y Abiú fueron consumidos, según Levítico 10:1.

En el libro de Levítico, hay instrucciones detalladas acerca de la disposición de las cenizas (Lev. 6:11), incluyendo la disposición de los restos mortales quemados de Nadab y Abiú (Lev. 10:5; ver 4:12). Esta descripción está íntimamente relacionada con la disposición del estiércol al lado del campo mencionado en la acusación que Malaquías hace a los sacerdotes (Mal. 2:3).

Los oráculos de Malaquías revelan preocupación por el culto apropiado a Dios, no por el Judá posexilio. Existen algunas alusiones a diferentes aspectos del culto: altar (Mal. 1:7,10; 2:13), el fuego que era encendido (Mal. 1:10) y el incienso (Mal. 1:11). Todo esto se hace eco lingüísticamente de la experiencia de Nadab y Abiú. Además de esto, Malaquías enfatiza que Jehová debía ser honrado (Mal. 1:6; ver Lev. 10:3). Ante los ojos del profeta, los sacerdotes lo deshonraron aceptando sacrificios que no estaban de acuerdo con las tradiciones sobre la santidad (Lev. 10:17-25).[9] Aquí, la honra es enfatizada en el contexto del culto, y los sacerdotes no cumplieron ese papel (Mal. 1:6). La honra y el temor son inseparables (Lev. 10:3).

Con la historia de Nadab y Abiú, el autor de Levítico inspira el temor al Señor. Malaquías también menciona algunas ocasiones en que Jehová debe ser temido (Mal. 1:14; 2:5; 3:5, 16). Por otro lado, la base de la relación entre Dios y su pueblo es el amor, declarado en el inicio del libro: “Yo os he amado, dice Jehová” (Mal. 1:2), y es igualmente reafirmado en el final del libro: “Y serán para mí especial tesoro, ha dicho Jehová de los ejércitos, en el día en que yo actúe; y los perdonaré, como el hombre que perdona a su hijo que le sirve” (Mal. 3:17). Las cuestiones de la teodicea serán respondidas cuando “entonces os volveréis, y discerniréis la diferencia entre el justo y el malo, entre el que sirve a Dios y el que no le sirve” (vers. 18).

Sacerdocio bajo fuego

Los judíos debían reconocer que estaban en un proceso de purificación, con el sacerdocio bajo fuego. Necesitaban santificarse para servir a un Dios santo. Los sacerdotes, descendientes de Leví, tenían un pacto que cumplir. Malaquías presenta las más tiernas invitaciones de Dios a su pueblo.

El Señor todavía espera recibir la alabanza más apropiada, que no es sinónimo de legalismo. Wellhausen se refiere a la adoración después del exilio como institucionalizada y muy artificial,[10] con la presunción de que la religión del segundo Tabernáculo estaba separada de la vida diaria. Algunos tienden a diferenciar entre el Dios del Antiguo Testamento y el de Jesús, en el Nuevo Testamento. Por otro lado, la historia de Ananías y Safira, en Hechos 5, y las parábolas de Cristo cuestionan esta idea. Dios espera un corazón sincero por parte de su pueblo, no solo una preocupación por los rituales mecánicos y las actividades rituales sin vida.

“Y salió fuego de delante de Jehová y los quemó, y murieron delante de Jehová” (Lev. 10:2). Sí, el fuego vino de Dios. En Malaquías, encontramos la expectativa de que vendrá más fuego sobre los que no han experimentado la santidad ni han sido purgados por la remoción de sus iniquidades.

El mensaje es claro: los sacerdotes que fracasen en diferenciar lo común de lo sagrado sufrirán terribles consecuencias. El castigo a Nadab y Abiú no fue asesinato, sino muerte merecida; y todos los que siguieron sus pisadas serán igualmente condenados. Su actitud en realizar las cosas independientemente de la orden clara del Señor y el hecho de que presentaron otro fuego, no santificado, revelaron arrogancia. Lamentablemente, muchos otros experimentaron la misma retribución por su comportamiento. No obstante, todavía hay oportunidad para tomar un rumbo diferente. La invitación divina está abierta a todos: “Volveos a mí, y yo me volveré a vosotros” (Mal. 3:7)

Sobre el autor: Director académico del Seminario Adventista Teológico de Puerto Rico.


Referencias

[1] J. Crenshaw, Theodicy in the Old Testament (Filadelfia: Fortress, 1983), p. 17. Una exposición completa acerca de la teodicea con una elevada visión de las Escrituras se puede encontrar en la obra de B. Gane, titulada Cult and Character (Winona Lake: IN: Eisenbrauns, 2005). Aborda la experiencia de Nadab y Abiú en relación con el Yom Kippur, como parte de un proceso en dos etapas, en que las impurezas son removidas del pueblo y del Tabernáculo. La cuestión acerca de la justicia de Dios es respondida en términos de equilibrio entre misericordia y justicia.

[2] E. Velázquez, An Archaeological Reading of Malachi (Tesis de Doctorado en Teología, Universidad Andrews, 2008); ver también J. L. Berquist, Judaism in Persias’s Shadow: A Social and Historical Approach (Mineápolis: Fortress, 1995), p. 138.

[3] El propósito de este trabajo no incluye cuestiones acerca de literatura del Israel antiguo. Los oyentes o los lectores eran los únicos que tenían familiaridad con las tradiciones antiguas.

[4] No precisamente un Midrash como el estilo desarrollado posteriormente, pero compartía algunas características de los comentarios hechos después, por los rabíes, sobre la Tora.

[5] L. F. DeVries, Biblical Archaeology Review 13, 1987, p.4.

[6] En el culto israelita, el papel de los sacerdotes era central, y Malaquías parece desanimado por el desempeño de los profesionales religiosos de sus días. El profeta hace una evaluación negativa del sacerdocio jerosolimitano del siglo V. El culto realizado en el Templo de Jerusalén no estaba de acuerdo con las orientaciones divinas.

Entonces, Malaquías denuncia a los sacerdotes como responsables de la profanación ostensible del sistema sacrificial del Templo. Según Berquist, Malaquías “aborda claramente la situación prevaleciente del sacerdocio de Judá” (Ibíd., p. 94), además de presentar a los profesionales religiosos de sus días como éticamente cuestionables tanto en su vida privada como en su oficio público.

[7] J. L. Berquist, ibíd., p.95.

[8] P. L. Redditt, “Haggai- Zechariah-Malachi”, Interpretation 61, n° 2 (abril de 2007), p. 136.

[9] B. Glazier McDonald, Malachi, the Divine Messenger (Atlanta: Scholars, 1987), pp. 68-80; J. M. O’Brien, Priest and Levite in Malachi (Atlanta: Scholars, 1990), pp. 104-106.

[10] J. L. Berquist, ibíd., p. 4.