¿Necesitan los dirigentes de hoy arrepentirse por los pecados de sus predecesores? La iglesia como un todo, ¿necesita arrepentirse por lo que sucedió en 1888?

Con la llegada de 1988, los pensamientos de muchos adventistas del séptimo día están volviéndose hacia la histórica sesión de la Asociación General realizada un siglo atrás en Minneapolis. Lo que sucedió en aquella reunión aún no ha sido completamente entendido, pero las cartas y manuscritos de Elena de White indican que se cometió un grave error. Durante una cantidad de años, algunos miembros de iglesia han subrayado la necesidad de arrepentimiento corporativo por las equivocaciones cometidas por la generación de dirigentes de la iglesia que vivía en 1888. Ellos encuentran justificación para llamar a este arrepentimiento corporativo en tres suposiciones: 1. La iglesia cometió un pecado en la sesión de la Asociación General de 1888 al rechazar el mensaje de la justificación por la fe; 2. la iglesia nunca se ha arrepentido de ese pecado; y 3. dado que la iglesia es una entidad corporativa, la iglesia actualmente no recibirá la lluvia tardía hasta que ocurra un arrepentimiento corporativo por la rebelión evidenciada en Minneapolis.

Otros artículos de este número tratan acerca de la historia de la sesión de la Asociación General de Minneapolis, de manera que no repetiré esa historia aquí. No obstante, las implicaciones de la naturaleza corporativa del cuerpo de Cristo merecen la consideración cuidadosa de la iglesia.

¿Es la identidad corporativa una enseñanza bíblica sana? Si lo es, ¿qué contribución hacen los escritos de Elena de White para nuestra comprensión de esa enseñanza?

Quizá el ejemplo más obvio del Antiguo Testamento de responsabilidad corporativa se encuentra en el relato de Acán. Josué claramente instruyó al ejército de Israel acerca de cómo conducirse durante la captura de Jericó: “Y será la ciudad anatema a Jehová, con todas las cosas que están en ella; pero vosotros guardaos del anatema… Mas toda la plata y el oro, y los utensilios de bronce y de hierro, sean consagrados a Jehová, y entren en el tesoro de Jehová” (Jos. 6:17-19).

Durante varios años, algunos miembros de iglesia subrayaron la necesidad de arrepentimiento corporativo por las equivocaciones cometidas por la generación de dirigentes de la iglesia que vivían en 1888.

A pesar de esta prohibición, Acán tomó algunas de las cosas anatemas y las escondió en su carpa. Al describir el pecado de este hombre, la Biblia habla en términos corporativos. “Pero los hijos de Israel cometieron una prevaricación en cuanto al anatema… y la ira de Jehová se encendió contra los hijos de Israel” (7:1). Esta ira se manifestó en la derrota de Israel en Hai. Cuando Josué se postró en tierra sobre su rostro delante de Dios, Dios le dijo que la nación entera había pecado. “Israel ha pecado, y aun han quebrantado mi pacto que yo les mandé; y también han tomado del anatema, y hasta han hurtado, han mentido, y aun lo han guardado entre sus enseres” (7:11).

La identidad corporativa también puede advertirse en la oración de Salomón para dedicación del templo (2 Crón. 6: 24-39); en la respuesta de Dios a la oración corporativa de Salomón: “Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro… entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados” (2 Crón. 7:14); en las oraciones corporativas de Daniel (Dan. 9) y Esdras (Neh. 9). Tanto Daniel como Esdras reconocen que los reyes y príncipes, sacerdotes y levitas de Judá han pecado y se han revelado contra Dios; entonces esos hombres de Dios aceptan la culpa de los que se han revelado. “Hemos pecado, hemos cometido iniquidad”, dice Daniel (Dan. 9:15). “Pero tú eres justo en todo lo que ha venido sobre nosotros; porque rectamente has hecho, nosotros hemos hecho lo malo”, confiesa Esdras (Neh. 9: 33).

En 1 Corintios 12:12-27, Pablo deja claro que la iglesia es el cuerpo corporativo de Cristo. “De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan” (vers. 26). Además, las declaraciones de Pablo acerca de los dones espirituales en Romanos 12: 4-8 y Efesios 4:1-16 se ubican en el contexto del cuerpo corporativo.

Nuestra doctrina de la naturaleza del hombre y de la naturaleza del pecado también se construye sobre el concepto de una identidad corporativa: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Rom. 5:12). “Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación de todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida. Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno los muchos serán constituidos justos” (Rom. 5:18, 19).

En defensa del sumo sacerdocio de Jesús, Pablo argumenta acerca de la superioridad del sacerdocio de Melquisedec sobre el sacerdocio levítico basado en la identidad corporativa: “Y por decirlo así, en Abrahán pagó el diezmo también Leví, que recibe los diezmos; porque aún estaba en los lomos de su padre cuando Melquisedec le salió al encuentro” (Heb. 7: 9, 10).

Cómo lo entendió Elena de White

En 1904 apareció una serie de diecinueve artículos de Elena de White en el Southern Watchman, que trataba acerca del reavivamiento espiritual que ocurrió bajo el liderazgo de Esdras y Nehemías. Las primeras palabras del primer artículo son una declaración de identidad corporativa: “Entre los hijos de Israel esparcidos en tierras paganas como resultado del cautiverio de setenta años, había cristianos patriotas  hombres que eran fieles al principio; hombres que estimaban el servicio de Dios por sobre toda ventaja terrenal; hombres que honrarían a Dios a riesgo de perder todas las cosas. Esos hombres tenían que sufrir con el culpable”.[1]

En el último artículo de esta serie, aparece la siguiente frase: “Esdras y Nehemías se humillaron repetidas veces delante de Dios, confesando los pecados de su pueblo, y suplicando el perdón como si ellos mismos fueran los ofensores”.[2] A lo largo de la serie, Elena de White describe la responsabilidad de los dirigentes de la iglesia dentro del cuerpo corporativo de Cristo.

De esta manera, la Biblia y los escritos de Elena de White retratan al pueblo de Dios como un cuerpo corporativo.

En nuestra consideración del arrepentimiento corporativo debemos considerar dos conceptos más: 1. El castigo divino es compartido por el cuerpo corporativo; y 2. una generación posterior puede compartir la culpa de una generación anterior.

Es claro que los miembros del pueblo corporativo de Dios comparten el castigo. Los israelitas de la generación de Acán compartieron la ira de Dios por el pecado de Acán. “Los cristianos patriotas” como Daniel y sus tres amigos fueron llevados al cautiverio babilónico por causa de los pecados de Judá, tanto pasados como presentes. Elena de White dice: “Estos hombres tuvieron que sufrir con el culpable”. Sin embargo, ¿sufrieron ellos por causa de que compartían la culpa con los rebeldes?

Debemos ser cuidadosos de no confundir el castigo compartido y la culpa compartida. Ambas son experiencias corporativas, pero son dos cosas diferentes. ¿Puede la culpa de una generación ser compartida por otra? Jesús acusó a los dirigentes religiosos de ser los “hijos de aquellos que mataron a los profetas” (Mat. 23: 31), e indicó que deberían ser castigados por los pecados de sus ancestros. El añadió: “Para que venga sobre vosotros toda la sangre justa que se ha derramado sobre la tierra, desde la sangre de Abel el justo hasta la sangre del Zacarías hijo de Berequías, a quien matasteis entre el templo y el altar, de cierto os digo que todo esto vendrá sobre esta generación” (Mat. 23: 35, 36). Obviamente, estos hombres no habían matado a Abel, a Zacarías, o a ninguno de los mártires. ¿Cómo podían ser culpables?

Respecto a esta declaración de Cristo a los dirigentes religiosos, Elena de White dice: “Del mismo modo Cristo declaró que los judíos de su tiempo eran culpables de toda la sangre de los santos varones que había sido derramada desde los días de Abel, pues estaban animados del mismo espíritu y estaban tratando de hacer lo mismo que los asesinos de los profetas”.[3] Los dirigentes religiosos compartieron la culpa de sus antepasados por causa de que buscaron la sangre de Cristo y compartieron el mismo espíritu que condujo a las generaciones anteriores a matar a los mensajeros de Dios.

Al hablar de la reacción de los judíos ante la predicación de los apóstoles luego de la ascensión de Jesús, Elena de White dice: “Los hijos no fueron condenados por los pecados de sus padres; pero cuando, conociendo ya plenamente la luz que fuera dada a sus padres, rechazaron la luz adicional que a ellos mismos les fue concedida, entonces se hicieron cómplices de las culpas de los padres y colmaron la medida de su iniquidad”.[4]

Advierta que la última frase de esta declaración tiene dos partes. La declaración principal es: “Los hijos no fueron condenados por los pecados de sus padres”. Esta está seguida por una declaración calificativa que expresa una condición bajo la cual los hijos compartirían la culpa de rechazar a Jesús junto con sus padres: “Cuando, conociendo ya plenamente la luz que les fuera dada a sus padres, rechazaron la luz adicional que a ellos mismos les fue concedida, entonces se hicieron cómplices de las culpas de los padres”.

Así, la culpa de una generación puede ser compartida por una generación posterior, si la generación posterior persiste y perpetúa los pecados de la generación anterior. Si los dirigentes religiosos hubieran aceptado a Jesús, no habrían compartido la culpa de quienes los precedieron. Si los judíos que escucharon la predicación de los apóstoles luego de la ascensión de Jesús hubieran aceptado a Jesús como su Salvador, no habrían sido culpables con sus padres.

Arrepentimiento corporativo

¿Se requiere de la iglesia actual, dada su identidad corporativa, un arrepentimiento por el pecado que fue cometido en Minneapolis por nuestros antepasados espirituales?

Si, como Elena de White escribió, los hijos no son condenados por los pecados de los padres, los hijos difícilmente se podrán arrepentir de un pecado que no se les adjudica. ¿Pero qué decir de las confesiones corporativas en las oraciones de Daniel y Esdras? Una lectura cuidadosa revela que sus oraciones eran oraciones de intercesión.

Advierta lo siguiente en la oración de Daniel:

En tanto que una generación posterior puede compartir la culpa de una generación anterior si perpetúa sus pecados, cada generación es responsable sólo por su propia conducta.

1. Daniel confiesa los pecados de su pueblo: “Hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos hecho impíamente, y hemos sido rebeldes, y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus ordenanzas” (9: 5). “Oh, Jehová, nuestra es la confusión de rostro, de nuestros reyes, de nuestros príncipes y de nuestros padres; porque contra ti pecamos” (9: 8).

2. Daniel intercede por su pueblo y pide perdón para él: “Oye, Señor; oh Señor perdona” (9:19).

3. El peso de la oración de Daniel es una apelación a Dios para que suprima el castigo que él y su pueblo comparten como un grupo corporativo tanto a causa de sus pecados como también de los pecados de las generaciones anteriores: “Oh Señor, conforme a todos tus actos de justicia, apártese ahora tu ira y tu furor de sobre tu ciudad Jerusalén, tu santo monte; porque a causa de nuestros pecados, y por la maldad de nuestros padres, Jerusalén y tu pueblo son el oprobio de todos en derredor nuestro” (9:16).

La oración de Esdras es similar a la de Daniel. Reconoce los pecados pasados y presentes de su pueblo, y pide a Dios que quite el castigo que Israel comparte como resultado de ser un cuerpo corporativo (Neh. 9). Ninguna de estas oraciones sostiene la idea de que una generación se arrepienta por los pecados de otra generación. Daniel no reconoce la culpa compartida: “A causa de nuestros pecados, y por la maldad de nuestros padres” (9:16), “aún estaba hablando y orando, y confesando mi pecado y el pecado de mi pueblo Israel” (9: 20). No obstante, estas oraciones ilustran que Dios trata con su pueblo como con un cuerpo corporativo, y que el castigo es compartido por el cuerpo corporativo.

La declaración de la página 31 de El gran conflicto tampoco puede ser usada para sostener la idea de que una generación posterior puede arrepentirse por los pecados de una generación anterior. Una generación posterior sólo llega a ser partícipe de los pecados de los padres cuando ellos perpetúan los pecados de la generación anterior. Como partícipes de estos pecados, comparten la culpa, pero no llegan a ser responsables por los pecados de la generación anterior. La responsabilidad de los hijos es arrepentirse de sus pecados. Cuando se realiza esto, ya no comparten más la culpa de la generación anterior.

Durante la sesión de 1888, el debate acerca de la justificación por la fe y acerca de cuál ley es llamada nuestro “ayo” en Gálatas 3: 24-26, rápidamente derivó en una agria disputa entre la “antigua guardia” y los defensores de Jones y de Waggoner. Dado que Elena de White defendió la posición de Jones y Waggoner acerca de la justificación por la fe, ella llegó a ser objeto de ridiculización y desprecio (véase el manuscrito 24 de 1888). Su papel como mensajera de Dios y la integridad y verdad de sus testimonios fueron cuestionados.

Los sentimientos de celos y odio que condujeron al rechazo del consejo de Dios es “el espíritu de Minneapolis”. La justificación por la fe es más que una doctrina; es una relación viviente con Jesús que engendra amor hacia Dios y hacia los demás. El espíritu de Minneapolis es totalmente extraño a la justificación por la fe.

Ese espíritu de resistencia y de hostilidad evitó que el Espíritu Santo hiciera la obra que Dios quería hacer. Después de la sesión, los delegados llevaron el espíritu de Minneapolis a sus diferentes campos de labor.

Si la iglesia actualmente demuestra el espíritu de Minneapolis —resistencia y rebelión contra los testimonios, y sentimientos de hostilidad y amargura hacia los creyentes—, compartimos la culpa de esa generación anterior. Pero si no adoptamos esas actitudes equivocadas, nos desprendemos de la culpa compartida, aun cuando todavía participemos del castigo compartido: la demora del regreso de Jesús. En tanto que una generación posterior puede compartir la culpa de una generación anterior si perpetúa sus pecados, cada generación es responsable sólo por su propia conducta; el arrepentimiento corresponde sólo a quienes cometen realmente una ofensa.

Sobre el autor: George E. Rice, es secretario asociado del Patrimonio White de la Asociación General.


Referencias

[1] Southern Watchman, 1 ° de marzo de 1904.

[2] Southern Watchman, 12 de julio de 1904. Watchman, 12 de julio de 1904.

[3] Elena de White, El gran conflicto, pág. 686

[4] Ibíd., pág. 31