El ejército vencedor va a compartir el gobierno del universo

En ocasión de la sexta plaga, “las aguas del gran río Éufrates” se secan, a fin de preparar el camino de los “reyes que vienen del lado del nacimiento del sol”. El profeta ve salir de la boca del dragón y del falso profeta “tres espíritus inmundos”, que realizan señales a fin de seducir a los “reyes del mundo entero”, los que se reúnen en el lugar llamado Armagedón (Apoc. 16:12-16).

 Este es uno de los temas más atractivos y bien elaborados del libro de Apocalipsis. El apóstol Juan entrelaza, al relato del Armagedón, diversos eventos, personajes e imágenes del Antiguo Testamento. Interpretarlo es un desafío.

 Hans LaRondelle consigna la visión adventista del Armagedón en cuatro fases: 1) Desde 1844, el evento fue visto como una batalla final entre Cristo y las fuerzas de Satanás en el Segundo Advenimiento. 2) A partir de 1870, pasó a interpretarse como una guerra política y militar entre las naciones, por el dominio de Palestina. 3) En 1900, se transformó en un conflicto secular, centralizado en Palestina, entre Oriente y Occidente. Finalmente, 4) después de 1950, fue retomada la visión de los pioneros de la iglesia, que hablaba de una batalla escatológica centrada en la cuestión del sábado.[1]

 En el Comentario bíblico adventista sobresale el entendimiento de que la unión de las naciones (Apoc. 16:16) sería un proceso gradual, que ocurriría antes de la caída de las plagas. La batalla comienza cuando los poderes religiosos y políticos de la Tierra inician el ataque final al “pueblo remanente de Dios”.[2] Eso sugiere que el decreto dominical desencadena el Armagedón.

 Intérpretes más recientes, sin embargo, entienden que la batalla comienza no antes, sino después de las plagas. Ranko Stefanovic entiende que Apocalipsis 16:12 al 16 no revela el Armagedón, sino “la preparación y la gran unión de los poderes religiosos y políticos”. El enfrentamiento “ocurre después de la sexta plaga”.[3] Jon Paulien ve la caída de Babilonia como el desenlace de la guerra. No obstante, aclara: “La sexta plaga en sí misma no es la batalla del Armagedón. En lugar de eso, es la unión de las fuerzas para ese conflicto”. Él entiende que “la batalla es referida en la séptima plaga”.[4] Menos directo, Jacques Doukhan afirma que “la caída de la Babilonia mística y la batalla que sigue preparan el camino para la liberación final” de los santos.[5]

 Esos análisis recientes sugieren que durante la sexta plaga, bajo la influencia de los espíritus inmundos, los impíos se preparan para luchar contra Cristo y los santos. Así, el clímax del Armagedón se daría en la parousia, cuando las fuerzas impías serán finalmente derrotadas. De modo general, el conflicto es caracterizado como crítico para los santos, que son pasivos en la batalla, que es vencida por Cristo.

 Sin embargo, aunque Apocalipsis 19 retrate el enfrentamiento entre la bestia y los reyes de la Tierra contra Cristo y su ejército (vers. 19), es difícil ver una batalla de esas fuerzas contra Dios después de las seis primeras plagas, que dejarán a la Tierra en completa devastación. En el clímax del sexto sello, paralelo a la sexta y séptima plagas (Apoc. 6:14; 16:20), los reyes de la Tierra estarán aterrorizados, en lugar de preparados para una lucha (Apoc. 6:15; Isa. 2:10-12).

 Algunos problemas emergen frente a la visión de un Armagedón tardío; es decir, después de la sexta plaga. Si esa plaga prevé los preparativos de los impíos para el enfrentamiento, entonces, en vez de ser punidos, los enemigos se organizan para luchar contra Dios. Si esa plaga significa una copa más de la ira de Dios (Apoc. 16:12; Sal. 75:8; Jer. 25:15), ¿cuál sería su efecto sobre los impíos? Al final, ¿en qué consiste la sexta plaga y cuándo comienza el Armagedón?

 En este artículo, analizo la naturaliza de la última batalla y el momento en que deberá ocurrir. Para hablar del Armagedón, es necesario identificar las guerras de Israel mencionadas por el profeta Juan y cómo estas nos ayudan a entenderlo. Además de esto, necesitamos delimitar el contexto inmediato del Armagedón y sus implicaciones. Sobre la base de esos pasos, también discutiremos el papel de los santos y la condición de los impíos en el conflicto final.

 El estudio está apoyado sobre el concepto de intertextualidad, según el cual un texto es incorporado o aplicado a otro texto, ampliando el contexto interpretativo del tema. La intertextualidad puede ser definida como “el engaste de fragmentos, imágenes y ecos de un texto dentro de otro”.[6] Es la creación de un texto a partir de otro. Se asemeja a construir una casa usando detalles del plano de otra. Los antiguos rabinos consideraban que la exégesis intertextual se fundamentaba sobre la idea de que “el texto contiene un misterio comunicado por Dios que no es comprendido hasta que la solución sea dada por otro intérprete inspirado”.[7] La correcta aplicación del concepto fortalece el principio general que señala que la Biblia se explica a sí misma. Paulien señala que “el propósito de las alusiones [intertextuales] es llevar al lector a considerar el pasaje del Antiguo Testamento en cuestión y aplicar su significado al Apocalipsis”.[8]

 De hecho, el uso de la imagen del secado de las aguas del río Éufrates y del monte de Megido indica que el significado de la sexta plaga, así como del Armagedón, depende de los textos originales de esas imágenes. Además de esto, al observar el contexto del enfrentamiento final, se advierte que hay una “relación estructural del Armagedón (Apoc. 16) con los capítulos anteriores y siguientes”, lo que indica que “el tema puede ser entendido a la luz del contexto inmediato de los capítulos 12 a 19”.[9]

El monte de Megido

 El término Armagedón significa “Monte de Megido”. El profeta Juan unió la palabra hebrea har (monte) con la transliteración griega del nombre Megido. De esa manera, el profeta no mencionó un lugar específico; de hecho, creó un concepto. Sin embargo, es válido creer que tenía en mente la región del valle de Megido, cercado por montañas.

 En la historia bíblica, no solamente Megido, sino todo el valle de Jezreel, fue escenario de diversos conflictos. Allí, bajo el liderazgo de Débora y de Barac, Israel venció al ejército de Sísera (Juec. 4:14; 5:19). Allí, Elías derrotó a los profetas de Baal en el Carmelo (1 Rey. 18), el monte más célebre de la región. En esa zona del mapa de Israel, el rey Josías murió en la batalla contra el faraón Necao (2 Rey. 23:29). Y la reina Jezabel murió en la ciudad de Jezreel (2 Rey. 9:30-37). Al relatar las visiones de Apocalipsis 12 al 19, el profeta Juan retomó figuras, personajes y términos específicos de cada uno de esos eventos.

 Primero, al describir la alianza entre los tres espíritus y los reyes de la Tierra (Apoc. 16:14; 17:1, 2; 18), el apóstol Juan hace alusión al Salmo 83, que canta a la victoria de Débora y de Barac (Juec. 4:4–5:31). El salmista dice que los enemigos de Dios se alborozan y se confabulan astutamente contra su pueblo. Ellos traman, astuta y secretamente, firmar una alianza en contra de Dios (Sal. 83:1-5, 9). El salmo retrata la batalla de Israel con un lenguaje profético que resuena en Apocalipsis: una coalición de infieles que se levanta contra los elegidos de Dios. La alusión implícita a los guerreros Barac y Gedeón sugiere un papel activo de los santos en la batalla final.

 Además de esto, el contexto del Armagedón retoma el enfrentamiento entre Elías y los profetas de Baal, en el Monte Carmelo. Al comparar el relato de 1 Reyes 18 y 19 con el de Apocalipsis 12 a 19, encontramos los siguientes paralelos:

  La narrativa de Elías es como una historia de fondo para todo el relato de Apocalipsis 12 al 19. Con base sobre este evento, el profeta Juan previó la batalla del Armagedón como un enfrentamiento entre la verdadera religión y la falsa. La alusión a Elías refuerza el papel activo de los santos al restaurar la verdad en la Tierra.

 En tercer lugar, la muerte del rey Josías a manos del faraón Necao, en 609 a.C., transformó el valle de Jezreel en un lugar de “gran lamento” (2 Crón. 35:24, 25). El profeta Juan debía tener eso en mente al usar seis veces la palabra “llanto” (griego, penthos, Apoc. 18:7, 8, 11, 15, 19). La muerte de Josías dio inicio al final de Judá. El profeta Juan usó el evento como un preanuncio del gran lamento por Babilonia (Apoc. 18:9-11, 19).

 Ese llanto también hace alusión al de Hadad-Rimón por su primogénito (Zac. 12:11) y, de esa manera, relaciona el Armagedón con la décima plaga sufrida por el pueblo de Egipto, narrada en el libro de Éxodo. Dios había advertido que habría un gran clamor en toda la tierra de Egipto como nunca hubo porque, dijo, “ejecutaré mis juicios sobre todos los dioses de Egipto” (Éxo. 11:6; 12:12). En este sentido, el Armagedón recuerda la décima plaga, que provocó la muerte de la religión de los egipcios,[10] pues el primogénito era el sacerdote de la familia. LaRondelle menciona que “el término simbólico Harmagedon podría tener el sentido literal de “Monte de la matanza”.[11]

 De esa manera, el tema del lamento sugiere que el Armagedón será más crítico para los impíos que para los santos. El llanto de los perdidos será despertado en la primera plaga y se intensificará hasta la sexta, con la caída de Babilonia, cuando los dioses o las religiones de las naciones serán cortados de la Tierra. Será el fin de cualquier esperanza. Antes aliados, los reyes van a aniquilar a la meretriz, Babilonia (Apoc. 17:16).

La caída de Babilonia

 Esta previsión de pérdida y lamento por parte de los impíos, en el clímax del Armagedón, es indicada por la figura usada para describir la sexta plaga. El profeta Juan manifiesta que la plaga hace secar las aguas del gran río Éufrates. Al contrario de representar los preparativos para la batalla, el símbolo bíblico de aguas que se secan es indicador de la derrota de los impíos y de la victoria de los santos. Dios libró a los israelitas cuando sucedió el episodio del mar Rojo, que se transformó en tierra seca (Éxo. 14:21, 22), ocasión en la que el faraón y su ejército sucumbieron ante el brazo del Todopoderoso (Sal. 74:13, 14). Isaías previó el final del cautiverio babilónico afirmando que Dios, con la fuerza de su viento, movería su mano contra el Éufrates, hiriéndolo y dividiéndolo (Isa. 11:15; 44:27). De esa manera, el secado de las aguas prevé la derrota de los enemigos en ocasión de la sexta plaga.

 El contexto deja en claro que la coalición de reyes que sostienen a Babilonia en la crisis final será deshecha en la sexta plaga. El profeta Juan dice que los tres espíritus buscan el apoyo de “los reyes del mundo entero” (Apoc. 16:13). Después, indicó que la meretriz está “sentada sobre muchas aguas” (17:1) y montada sobre los reyes (17:2, 3, 17). Además, afirmó que las “aguas son pueblos, multitudes, naciones y lenguas” (17:15). Entonces, la retirada de las aguas indica el fin del apoyo de los reyes y las naciones de la Tierra a Babilonia (16:12). De esta manera, el secado de las aguas determina la completa fragmentación de la coalición formada por los espíritus (religiones) y los reyes (poderes políticos) de la Tierra.

 El papel activo de los santos en la caída de Babilonia queda más claro al considerarse la identidad general de ellos en el Apocalipsis. El profeta Juan declaró que el secado del Éufrates prepara “el camino de los reyes que vienen del lado del nacimiento del sol”. En general, la expresión es aplicada a la venida de Cristo con sus ángeles. La frase es una alusión a Ciro y a sus aliados, al dominar a la antigua Babilonia, llegando del Oriente (Isa. 41:2; 45:21). En el libro de Apocalipsis, sin embargo, la expresión puede constituir una alusión a Cristo y a sus santos, quienes, como reyes, reinarán sobre la Tierra (Dan. 7:18, 27; Apoc. 3:21; 5:10; 20:4; 22:5). No se hace referencia a los ángeles como reyes.

 El profeta Juan también declaró que los ejércitos que hay en el cielo siguen a Cristo (19:14); nuevamente, muchos piensan en los ángeles. Sin embargo, los santos son quienes fueron llamados “el ejército de los cielos”, contra los cuales se levanta el cuerno pequeño (Dan. 8:10). Los adjetivos “llamados”, “elegidos” y “fieles” (Apoc. 17:14) son usados para los santos (Rom. 1:6, 7; 1 Cor. 1:2). Las vestimentas del ejército y las de los santos son las mismas: “lino finísimo, blanco y puro” (ver Apoc. 19:8, 14). También hay un paralelo bien claro entre Apocalipsis 17:14 –donde la bestia y los reyes pelean contra Cristo y los elegidos y fieles– y Apocalipsis 19:19 –donde la bestia y los reyes están congregados contra Cristo y su ejército–. Por lo tanto, la expresión “preparar el camino” puede sugerir un ajuste para entronizar a los reyes, que son Jesús y sus santos (ver Mat. 3:3; 21:8, 9; Luc. 1:76; 19:38).

 De esa manera, el contexto amplio del Armagedón sugiere que los reyes del Oriente, así como el caballero y su ejército, son Jesús y los santos, en una imagen de su victoria final. Además de esto, el cuadro indica que los santos tienen un papel activo y cooperativo en la victoria de Cristo, que resulta en la caída definitiva de Babilonia. “Vencerán también los […] que se encuentran con él [Cristo]” (Apoc. 17:14).

Inicio y fin del Armagedón

 Ya que en el momento de la sexta plaga la coalición de los enemigos de Dios será deshecha, no parece que haya posibilidad de que los impíos se organicen para la batalla. Una batalla de Armagedón que sea librada después de la sexta plaga parece fuera de lugar. Esa plaga prevé, justamente, la fragmentación de los enemigos, en lugar de su unión. Entonces, ¿cuándo será que se reúnen?

 Una relación entre los capítulos 13 y 16 puede ayudar a visualizar ese momento profético. El profeta Juan describe tres espíritus que salen de la boca del dragón, de la bestia y del falso profeta, que reúnen a los reyes de la Tierra para la batalla. Esos tres espíritus inmundos, que serían tres ángeles caídos, son la contrapartida de los tres ángeles celestiales de Apocalipsis 14.[12] Los tres ángeles representan el remanente que restaura la verdad y la Ley de Dios en la Tierra. Los tres demonios representan las religiones que difunden un sistema de culto contrario a la Ley de Dios.

 Los espíritus se dirigen a los reyes, esto es, al poder político. Esa afirmación sugiere que, al momento específico indicado en Apocalipsis 16:14, los poderes religiosos estarán separados del poder político; por eso, los demonios van en busca del apoyo de los reyes. En ese contexto, es importante notar que las señales operadas por la segunda bestia (Apoc. 13:14) y las señales operadas por los demonios (Apoc. 16:14) crean un paralelo entre los dos textos, destacando la fascinación del poder religioso como elemento catalizador de los reyes de la Tierra para el Armagedón. De esa manera, la acción de los tres espíritus es paralela a la acción del falso profeta en Apocalipsis 13. Y ambas marcan la misma iniciativa del poder religioso de buscar al poder político, es decir, la unión entre la Iglesia y el Estado, para el consecuente decreto dominical.

 En ese caso, el relato de la acción de los espíritus de juntar a los reyes del mundo entero (Apoc. 16:14) puede ser visto como un paréntesis en la narrativa de la sexta plaga. Ese paréntesis revelaría cómo fue construido el sustento político de Babilonia antes de las plagas. Los versículos 13 y 14 serían un flashback de la anterior formación de la coalición perseguidora, que será quebrada en la sexta plaga. De esa manera, la acción de la segunda bestia, el más poderoso de los reyes de la Tierra, de imponer la marca de la bestia y un boicot económico global en contra de aquellos que no tienen el sello de la bestia (Apoc. 13:15, 16), parece marcar el inicio del Armagedón.

 Es posible, por lo tanto, que el Armagedón sea la misma batalla referida en diferentes momentos del libro de Apocalipsis (12:17; 13:4, 7, 16; 16:4; 17:14; 19:19), que comenzaría antes de las plagas, con la emisión del decreto dominical, y se extendería hasta la segunda venida de Jesús. En todos estos textos, el profeta Juan utilizó el verbo polemeo, o el sustantivo polemos, para referirse a la pelea entre los santos y sus enemigos, lo que crea un paralelo entre las referidas visiones.

 En principio, la batalla será crítica para los santos, muchos de los cuales serán matados (Apoc. 13:15). Sin embargo, incluso en una situación así de difícil, el remanente completará la misión de restaurar la verdad en la Tierra y desenmascarará a Babilonia, lo que prepara el camino para su caída. Con cada plaga, los enemigos serán abatidos y los santos, vindicados. El secado de las aguas, indicador del quiebre de Babilonia, marcará el momento decisivo del cambio, cuando el remanente será exaltado y los enemigos serán abatidos.

 Elena de White dice que, antes de las plagas, Satanás estará activo reuniendo a los reyes para el Armagedón. En 1890, escribió: “El tiempo actual es solemne y terrible para la iglesia. Los ángeles están preparados, esperando la orden de Dios para derramar sus copas de ira sobre el mundo. […] Satanás también está reuniendo a las fuerzas del mal, dirigiéndose a los reyes del mundo entero, ajustándolos bajo su bandera, para la pelea del gran día del Dios todopoderoso”.[13]

 En 1902, previendo la crisis final por causa de la restauración de la verdad, ella reiteró: “Un terrible conflicto se encuentra frente a nosotros. Nos aproximamos a la pelea del gran día del Dios todopoderoso. […] Muy en breve será trabada la última batalla entre el bien y el mal. La tierra será el campo de batalla, el lugar de la pelea, y también de la victoria final”.[14] En este texto, afirma que el Armagedón se extenderá por toda la Tierra y que esa guerra ya estaba frente al pueblo de Dios hacía cien años. Ella vio el enfrentamiento que tendría lugar después de la unión entre la Iglesia y el Estado, acontecimiento que creará las condiciones para la promulgación del decreto dominical y la persecución a los fieles de Dios.

 De esa manera, con la imagen del secado de las aguas, la sexta plaga prevé la retirada del apoyo de los reyes a la meretriz Babilonia, no la unión de ellos para una batalla. El Armagedón debe comenzar antes de las plagas con la emergencia del poder de la segunda bestia, y debe extenderse hasta la segunda venida de Jesús. Las plagas legitiman la predicación del remanente y, en la sexta, la confederación de los enemigos de Cristo y de su pueblo sufrirá una fragmentación y un golpe irreparables.

 Los santos tienen un papel activo en el Armagedón. Ellos restauran la verdad en la Tierra y desenmascaran a Babilonia, lo que prepara el camino para su caída definitiva. El clímax de la batalla es extremamente crítico para los impíos, y se prevé un lamento sin precedentes en la sexta plaga. Sin embargo, es profundamente positivo para los justos, que se preparan para recibir al Señor y tomar posesión del Reino preparado para ellos desde la fundación del mundo.

Sobre el autor: redactor jefe asociado de la Casa Publicadora Brasileña.


Referencias

[1] LaRondelle, Hans K., “Armageddon: History in Adventist Interpretation”, en Symposium on Revelation: Introductory and Exegetical Studies, ed. Frank B. Hoolbrook (Silver Springs, MD: Biblical Research Institute, 1992), t. 2, pp. 435, 436.

[2] Nichol, Francis D. (ed), Comentario bíblico adventista del séptimo día (Buenos Aires: ACES, 1995), t.7, p. 856.

[3] Stefanovic, Rancko, Revelation of Jesus Christ: Commentary on the Book of Revelation (Berrien Springs, MI: Andrews University Press, 2002), p. 503.

[4] Paulien, Jon, Armageddon at the Door (Hagerstown, MD: Review and Herald, 2008), p. 60.

[5] Doukhan, Jacques, Secrets of Revelation: The Apocalypse Through Hebrew Eyes (Hagerstown, MD: Review and Herald, 2002) pp. 151, 152.

[6] Sloan, Robert B. y Carey C. Newman, “Ancient Jewish Hermeneutics”, en Biblical Hermeneutics: A Comprehensive Introduction to Interpreting Scripture, eds. Bruce Corley, Steve W. Lemke y Grant I. Lovejoy (Nashville, TN: Broadman & Holman, 2002), pp. 58, 59.

[7] Snodgrass, Klyne, “The Use of the Old Testament in the New”, en Interpreting the New Testament: Essays on Method and Issues, eds. David A. Blacke y David S. Dockey (Nashville, TN: Broadman & Holman, 2001), p. 218.

[8] Paulien, Jon, The Deep Things of God (Hagerstown, MD: Review and Herald, 2004), p. 139.

[9] LaRondelle, “Armageddon: Sixth and Seventh Plagues”, en Symposium on Revelation: Introductory and Exegetical Studies, ed. Frank B. Hoolbrook (Silver Springs, MD: Biblical Research Institute, 1992), t. 2, p. 374.

[10] Doukhan, ibíd., Jacques (2002), pp. 156, 158.

[11] LaRondelle, ibíd., (1992), t.2, p. 382.

[12] Paulien, ibíd., (2004), p. 76.

[13] Comentario bíblico adventista del Séptimo día, t. 7, p. 1.099.

[14] White, Elena de, Eventos finales (1999), p. 250.