Principios del santuario y de la experiencia israelita que contribuyen al éxito de la iglesia en nuestros días.

En el antiguo Israel, el Santuario era la sede desde la cual el Señor gobernaba la vida y la adoración israelitas. Las formas en las que Dios se relacionaba con su pueblo allí nos enseñan principios duraderos para el éxito que son aplicables a la iglesia hoy, mientras él la guía, unifica y capacita para revelarlo al mundo. A continuación aparecen algunos de esos principios:

Haga de Dios el centro unificador de su comunidad

Nuestra cultura se revela en independencia personal. Discursos desde todas direcciones refuerzan lo que ya sabemos: somos el centro del universo y nuestros deseos gobiernan. Por otro lado, Números capítulo 2 no concuerda con esta visión egocéntrica del mundo. En el campamento israelita, el Señor demostró el único lugar apropiado para el Altísimo: el centro. El campamento del desierto formaba una figura cuadrada, con el Tabernáculo de la presencia divina en el centro. Él era la fuente de fuerza. El pueblo de Dios no era hijo del destino, sino una comunidad bajo su cuidado, con cada persona y cada grupo comprometidos con él.

En el centro de la vida y de la adoración israelita estaba el fuego santo. La religión del pueblo de Dios no era como la asociación en un club social, un partido político o un sistema de dogmas; era un constante encuentro con lo divino. Para la continuidad de esa experiencia, el “fuego del altar” tenía que brillar (Lev. 6:8-13). Cualquier otro brillo era rechazado. La respuesta de Dios al fuego extraño de Nadab y Abiú (Lev. 10:1, 2) mostró lo que piensa respecto de la actitud de que se coloque al hombre en su lugar, como centro del culto.

Como en los tiempos del Antiguo Testamento, los ministros de Dios del siglo XXI deben conservar la llama de las enseñanzas del Señor, no resplandores de fuego o chispas de doctrinas propias. A semejanza de una antorcha olímpica, el fuego del evangelio de Dios debe ser diseminado por el mundo, de todas formas, a partir de la fuente sagrada y eterna.

Alabe a Dios a la manera de él

En el libro de Levítico, Dios instruyó a los israelitas acerca de cómo aproximarse a él en alabanza en el Santuario. Dado que Dios es superior, él controla el protocolo de interacción. A diferencia de los vegetales de Caín y del becerro de oro de los israelitas, nuestro culto debe aproximarnos a Dios de acuerdo con sus principios, de manera que a él le agrade lo que le ofrendamos.

Los principios divinos de adoración permiten una tremenda variedad. La “alabanza alegre” del salmista (Sal. 95:1, 2; 98:4-6) es tan legítima como el silencio de Habacuc (Hab. 2:20). Pero, usurpar prerrogativas divinas, dejar de exaltar a Dios como el centro de nuestra adoración o representarlo mal, violando las instrucciones de práctica religiosa que él especificó, se constituye en un problema serio.

Por ejemplo, después de la victoria, divinamente provista, de Gedeón, él hizo un efod dorado, que era un atavío usado por sacerdotes (Juec. 8:27; Éxo. 28:6-14). No mucho después, ese desautorizado instrumento de culto se convirtió en objeto de alabanza, un ídolo: el medio suplantó al mensaje. Una vez que las personas se focalizan en el instrumento más que en Dios, pierden la señal de él, y es fácil establecer dioses y volverse a Baal (Juec. 8:33, 34). ¿Qué sucede cuando edificios, liturgia, música y cantores, sermones y ministros del evangelio se convierten en el centro de atención? Todo eso puede ser maravilloso y legítimo en sí mismo, testificando la cualidad de lo que honran. Dios es el fundador de la fina estética. De acuerdo con el libro de Éxodo, fue él quien dirigió a los israelitas para que elaboraran vestiduras sacerdotales distintivas y un magnifícente Tabernáculo para Rituales impresionantes (Exo. 50:5-21). Pero ¿cómo hacer para que la infraestructura y los procedimientos de nuestro culto modelen las actitudes en dirección a Dios, que debe ser el centro? La verdadera adoración es como el ministerio de Juan el Bautista: en las palabras del Precursor: “Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe” (Juan 3:30).

Siga la dirección de Dios

Para que los israelitas, en el desierto, tuvieran la presencia de Dios, tenían que andar con él. Eso no significaba retrasarse para venerar el lugar donde él pasaba ni adelantarse para llegar adonde él estaba. Lo importante era saber dónde estaba la nube y seguirla (Núm. 9:17-22; 10:11-13). El liderazgo de Dios requiere prontitud para moverse en cualquier momento o esperar hasta que él muestre otra dirección.

No es que la dirección divina sea un atajo para no tomar riesgos. “En verdad, Dios quiere que desarrollamos buen juicio, y no existe modo de desarrollarlo aparte de un proceso que incluye elecciones y riesgos”.[1] Por lo tanto, su dirección sirve como un GPS (Sistema de Posicionamiento Global), un punto de referencia dinámico y una estructura para cruzar los desafíos del camino.

El Señor sencillamente no da a su pueblo un mapa detallado de su “itinerario”; él mismo es el mapa.[2] Al tenerlo siempre en vista, podemos saber hacia dónde Dios está guiando, y seguirlo. Aun cuando no tengamos una nube para seguir, podemos discernir su voluntad a través de una combinación de avenidas, tales como su Espíritu, nuestra conciencia, la Biblia, la Providencia y el equilibrado consejo de creyentes maduros.

Coopere con Dios

El censo y la organización de Números 1 y 2 fueron pasos importantes para transformar a un bando de esclavos en un ejército disciplinado, concentrado y conquistador. Desde las inmediaciones del Santuario hasta el centro del campo de guerra, todo individuo estaba en su puesto.

Dios proveyó todo orden, eficiencia y poder que los israelitas necesitaban, y a él debía adjudicarse la gloria por las victorias. A pesar de ello, Dios no haría por ellos lo que podían y debían hacer por sí mismos. Canaán era su promesa para ellos, pero solamente podrían recibirla si avanzaban y la conquistaban. Cuando avanzaban, necesitaban cuidadosa estrategia y precisa ejecución de los planes, para conquistar ciudades. Hoy, al igual que en Jericó y Hai (Jos. 6-8), la confianza en los números puede generar arrogancia negligente, pero la victoria solo viene por medio de la cooperación con el Señor, que capacita plenamente a sus hijos

Valore toda contribución al trabajo de Dios

En el antiguo Santuario israelita, los levitas hacían lo que parecía ser trabajo servil: manutención, vigilancia, acarreo, embalaje (Núm. 3-4). Pero, todo eso era honroso e importante, porque era para el divino Re De igual modo, las tareas menores y más insignificantes que contribuyen a la obra de Dios hoy, son importantes: limpiar el templo, cambiar lámparas, preparar alimentos para un encuentro social, visitar enfermos, enseñar un cántico a un niño, animar a un vecino y demás cosas.

Como los levitas eran separados para tareas en beneficio de los sacerdotes y de la comunidad (Núm. 3:6, 7; 8:5-22), los diáconos fueron separados para servir a la comunidad cristiana, realizando tareas administrativas de manera que los apóstoles pudiesen quedar libres para el liderazgo espiritual (Hech. 6:1-6), dedicándose “a la oración y al ministerio de la Palabra . Dado que la dedicación de los levitas incluye imposición de manos sobre ellos ante el Señor (Núm. 8:10, 13), cuando los cristianos escogieron a los diáconos, los “presentaron ante los apóstoles, quienes, orando, les impusieron las manos” (Hech. 6:6).

A semejanza de los días apostólicos, los problemas administrativos y sociales pueden robar la energía y el tiempo del pastor, dejándole poco espacio para el liderazgo espiritual. ¿Por qué no regresar a la solución cristiana primitiva, valorando el trabajo de los diáconos? Ellos eran administradores y gerenciadores de conflictos sociales, no sencillamente porteros. Así, ellos liberan a los líderes para su tarea espiritual, lo que contribuye al crecimiento explosivo de la iglesia.

Toque a los necesitados

Levítico 11:29 al 38 enumera ocho reptiles e insectos, incluyendo algunas clases de lagartos, y describe cómo sus osamentas contaminan los objetos. El versículo 36 dice: “Con todo, la fuente y la cisterna donde se recogen aguas serán limpias”. Una fuente de pureza no puede convertirse en impura. Ese principio explica cómo Jesús tocó a los leprosos y a la mujer con hemorragia, para curarlos, sin contaminarse (Mat. 8:2, 3; Mar. 5:25-34; Luc. 8:43-48).

Aun cuando Dios sea la fuente suprema de pureza y de vida, Cristo hace de sus seguidores una fuente secundaria. Dijo él: “El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva” (Juan 7:38). Así, sus discípulos hicieron milagros de curación y de liberación semejantes a los de él (Mat. 10:1, 8; Luc. 10:9, 17; Hech. 3:1-10; 9:36-42; 16:16-18; 19:11, 12). Cuando el pueblo de Dios se convierte en fuente de su pureza y salud para el mundo, no necesita preocuparse por la contaminación al atender a los necesitados.

Motive al pueblo

Al inicio de la historia de Israel como nación independiente, Dios empleó algunas estrategias para transformar a su pueblo en un equipo vencedor. Primeramente, se mostró como un vencedor. Al derrotar a los egipcios (Éxo. 7-14), el Señor mostró a los israelitas que, estando ellos en su equipo, ellos también serían vencedores.

A través de elementos prácticos, tales como la alimentación, el agua y la seguridad física, Dios enfatizó el principio fundamental de que la victoria depende de la confianza en él.

El Señor probó a su pueblo en lecciones básicas, al darle la oportunidad de demostrar lo que había aprendido (Éxo. 15:25). Cuando los israelitas fracasaban en una prueba, Dios la repetía hasta que eran aprobados. Así, ellos se quedaron sin agua en Mara (Éxo. 15:23), en  Refidim  (Éxo. 17:1), en Cades (Núm. 20:2) y camino al Mar Rojo, al rodear Edom (Núm. 21:5). Cada vez, ellos murmuraron, incrédulos. Finalmente, en Beer, ellos confiaron en el Señor (Núm. 21:16- 18). En Cades, intentaron conquistar Canaán independientemente de Dios, y fueron derrotados en Horma (Núm. 14). Décadas después, aprendieron a depender de Dios, y vencieron (Núm. 21:1-3).

Delegue responsabilidades

Dwight Moody comprendió el valor de delegar tareas. Él dijo: ‘Prefiero tener diez hombres para hacer un trabajo, en lugar de hacer el trabajo de diez hombres”.[3] Dios delegó a Moisés la responsabilidad de conducir una nación; y Moisés aprendió a delegar. Jetro lo encontró intentando hacer el trabajo de diez hombres, y le aconsejó señalar líderes auxiliares (Éxo. 18:13- 26). El Señor también lo vio abrumado por la carga de liderar al pueblo y lo instruyó para que escogiera setenta ancianos (Núm. 11).

Theodore Roosevelt declaró: “El mejor ejecutivo es el que tiene sentido común para escoger buenos individuos con el fin de hacer lo que debe ser hecho y cuidarse de no entrometerse mientras ellos trabajan”.[4] Eso fue lo que hizo Moisés. Cuando designaba una tarea, delegaba la autoridad necesaria para cumplirla. No se quedaba fisgoneando ni interfiriendo a sus subordinados, sino que esperaba y requería que las tareas fueran realizadas correctamente, para la seguridad de la misión de Dios y de Israel (Lev. 10:16- 18; Núm. 31:14-18). El estilo de liderazgo de Dios, a través de Moisés, nos enseña que, en nuestro viaje a la Tierra Prometida, no necesitamos cargar solos con toda la tarea.

Enseñe con sabiduría

En Números 9:1 al 14, encontramos operando algunos aspectos del carácter de Dios. Primeramente, él recordó a los israelitas la llegada de la Pascua. En segundo lugar, fue flexible en su requerimiento con respecto a observar la fiesta, al ajustar el calendario religioso a los que estaban en dificultades por causa de la impureza inevitable. En tercer lugar, fue generoso y prudente, yendo más allá de la necesidad inmediata, al proveer para que los que estuvieran en largos viajes pudiesen celebrar la Pascua en una fecha posterior. En cuarto lugar, Dios fue previsor, al establecer reglas en respuesta a cuestiones semejantes en el futuro. En quinto lugar, no era susceptible de manipulaciones, pero consideró las excepciones aplicadas solo para los que realmente lo necesitaban. Finalmente, permitió que los que no eran israelitas también participaran, siempre que siguieran las mismas reglas que los demás.

El Señor es un maestro sabio y equilibrado. Es considerado, y reconoce las debilidades y las circunstancias desafiantes de sus “alumnos”. Es razonable y justo, pero firme con respecto a establecer límites en su itinerario de enseñanzas. Anticipa eventuales problemas y luego los aborda. Finalmente, permite que “auditores” verifiquen si la clase se toma las cosas en serio y no se descarrila en el mal comportamiento. En Números 9, aprendemos acerca del estilo efectivo de enseñanza de Dios, que tiende a animar a los “alumnos” a permanecer comprometidos con él.

Sea donde fuere que trabajemos, enseñando, ministrando, administrando, relacionándonos con familiares, amigos o colaboradores, confraternizando, debemos seguir el modelo divino. ¿Somos atentos, flexibles, razonables, justos, pacientes, prudentes, generosos, organizados, previsores y firmes como lo es Dios? ¿Estamos listos para dar una segunda oportunidad, así como él extendió la oportunidad de redención, simbolizada por la Pascua, a aquellos cuyas circunstancias de vida los colocaron lejos del hogar (Luc. 15:11-24)?[5]

Anime y proteja

En la Biblia, el Señor es severo con cierta clase de personas, pero es extremadamente gentil y animador hacia los pastores desanimados y estresados. Por ejemplo, en Kibrothataava, Dios no reprendió a Moisés por su reacción negativa a las quejas. En lugar de eso, trató los problemas que causaron indebida presión al líder de Israel (Núm. 14).

El Señor espera que su pueblo siga su ejemplo en apoyar a los líderes. El privilegio y la influencia implican responsabilidad, no solo hacia los líderes israelitas, sino también hacia sus familiares, de presentar el carácter de Dios al pueblo. Se esperaba que todo hijo de sacerdote fuese ejemplar, algo semejante a lo que se espera de los hijos de los predicadores de hoy. Las fallas de un hijo podrían minar la influencia del padre (Lev. 21:9). Así, el espíritu de exhortación de Levítico 21:8, para que los israelitas respetasen la santidad del sacerdocio, puede incluir la idea de que las personas deberían ayudar a todos los familiares del sacerdote a llevar la carga de vivir una vida ejemplar. No deberían despreciar su distinción por causa de la crítica, la exposición al ridículo, la rivalidad, el engaño o la obstrucción. Intentar destruir o comprometer a los que interceden por usted es un grave error.

El ministerio es algo muy serio como para ser destruido; por otro lado, es algo maravilloso para ser nutrido.

En lugar de gastar preciosas energías en contienda y crítica, las congregaciones se benefician, al igual que sus comunidades y la causa de Dios, al dirigir esas energías en apoyar a los líderes dedicados y caminar con ellos en el sendero de la santidad.

Respete y valore a los hijos de Dios

El hecho de que la esposa de Moisés es descrita como “cusita” (etíope), en el contexto de la mención que le fue hecha por María y Aarón (Núm. 12), sugiere que ellos la discriminaban por causa del color de su piel. Aun cuando el comentario racial encubriera una cuestión de posición y control, el castigo del Señor a María indica que tomó su actitud xenofóbica muy en serio, haciendo que su piel se vuelva escamosa y horriblemente blanca (Núm. 12:10). Después de excluir socialmente a la esposa de Moisés, María fue físicamente excluida del campamento israelita.[6] La reacción de Dios implica que él considera el preconcepto como una lepra moral.

El preconcepto siempre está relacionado con la posición y el ejercicio del control; por eso, es un insulto a Dios. Es groseramente injusto y atractivo a los que buscan promoverse a cualquier costo. No respeta límites. Surge en cualquier grupo social en el mundo y puede, silenciosamente, florecer y diseminarse como la lepra en la bella superficie de una institución, escuela o iglesia (Núm. 14:43, 44). Combatirlo es una exigencia para todos nosotros. Quien se considera exento de su amenaza, debería leer Números 12:2, y aprender de la experiencia de María y Aarón.

Mantenga los problemas de la iglesia “en casa”

Dios pretendía que los que no eran israelitas, como Baalam y los moabitas, conociesen y respetasen sus bendiciones sobre los descendientes de Abraham (Gén. 1:2, 3; Núm. 22:12). Muchos individuos habían perdido los beneficios del pacto debido a la desobediencia, y los que permanecían todavía estaban lejos de ser perfectos. Pero, el plan divino para el cumplimiento de sus promesas era inalterable.

Las imperfecciones de los israelitas quedaban entre ellos y Dios. Aun cuando los disciplinara dentro de sus límites corporativos, no “sacaba los trapos al sol” ante personas de otras naciones (Núm. 22-24). Para los que no eran israelitas, mostraba solo un apoyo monolítico hacia los que protegía, como su posesión especial. Atacarlos era atacar al mismo Dios.

La firme resolución del Señor de bendecir a los hijos de Abraham, también alcanza a los cristianos que son “linaje de Abraham y herederos según la promesa” (Gál. 3:29). Dado que el pueblo de Dios es un canal de bendiciones para el mundo, es beneficioso aceptar a tales personas, y contraproducente rechazarlas. Igualmente, es contraproducente y contrario al ejemplo de Dios exponer los problemas de su pueblo ante el mundo (1 Cor. 6:1- 8).

Discipline cuando sea necesario

Cuando el engaño de la apostasía invade a la iglesia, los cristianos necesitan enfrentar el problema, como sucedió con Finees en Números 25. Cuando Jesús expulsó a los cambistas del Templo, “[…] se acordaron que está escrito: el celo de tu casa me consume” (Juan 2:17). El resto del versículo aquí citado dice: “[…] y los denuestos de los que te vituperaban cayeron sobre mí” (Sal. 69:9).

En una emergencia, cuando el pueblo de Dios está en peligro de perder su vínculo con él, es necesario un liderazgo sabio, fiel, rápido y equilibrado de una persona que lo defienda. Ya no vivimos en una teocracia que acostumbra imponer la pena capital. Así, los modernos “Finees” no necesitan echar mano de espadas literales, pero sí verbales. Sin embargo, habrá ocasiones en que seremos llamados a remover a pecadores contumaces de la iglesia, de manera que la reputación del Señor, de su pueblo y de su causa sea preservada (1 Cor. 5).

Sea leal a Dios

En el Santuario israelita, a través de los rituales, el Señor proveyó remedio para las imperfecciones de su pueblo siempre que este se mostraba desleal. Por otro lado, si ellos rechazaban o desdeñaban ese remedio, y no tomaban en serio el Día de la Expiación, eran condenados (Lev. 23:29, 30; Núm. 15:30, 31; 19:13, 20). Dios no ofrece salvación a personas perfectas que nunca pecaron. “Todos pecaron (Rom. 3:23). Él sabe que su pueblo es imperfecto, mortal, débil, propenso a caer, incapaz de hacerse perfecto. Por lo tanto, no juzga sencillamente sobre la base de las faltas o la supuesta inexistencia de ellas en nuestra vida. Lo que requiere es lealtad. La lealtad es una cuestión de relación con Dios. Es en esa experiencia que profundizamos nuestra lealtad al único Ser que puede curar la terrible enfermedad del pecado.

Sobre el autor: Profesor en el Seminario Teológico de la Universidad Andrews, Estados Unidos.


Referencias

[1] J. Ortberg, The Life You’ve Always Wanted (Grand Rapids: Zondervan, 1997), p. 142.

[2] H. T. Bhackaby y C. V. King, Experiencing God: How to Live the Full Adventure of Knowing and Doing the Will of God (Nashville: Broadman and Holman, 1994), pp. 20, 21.

[3] Citado por H. Finzel, The Top Ten Mistakes Leaders Makes (Colorado Springs: Víctor, 1994), p. 100.

[4] Ibid., p. 101.

[5] E. Feldman, “The Second Pesah: Mitzvah as paradigma”, Tradition 24 (1989), p. 43.

[6] B. P. Robinson, Zeitschrifi Für die Alttestamentiliche Wissenschaft 101 (1989), pp. 431,432; P. Trible, Bible Review 5 (1989), p. 22.