Durante mis doce años de pastorado adventista, he cometido una cantidad significativa de errores. Pero soy consciente de que, a menos que esté dispuesto a aprender de mis propios errores, jamás desarrollaré mis habilidades al máximo. Aun cuando sepa que en algunos lugares existan distritos inmensos, con más de diez congregaciones, la verdad es que pastorear más de una iglesia no es misión fácil para nadie, especialmente para quien no es del tipo “multitarea”. Pero, como advirtió Robert Schuler, “es mejor intentar hacer algo grande para Dios y fracasar, que intentar no hacer nada y tener éxito”.[1]

Es indudable que los errores pueden desanimar nuestro espíritu, pero debemos prestar atención a lo que escribió Elena de White: “¿Cometéis errores? No os desaniméis. El Señor puede permitir que cometáis pequeños errores para salvaros de hacerlos mayores”.[2]

Espero que las siguientes sugerencias puedan ayudarlo a no repetir algunos de los errores que he cometido.

Predique según las necesidades locales

Aprendí que lo que es considerado un buen sermón por una congregación puede ser totalmente irrelevante para otra. Recuerdo tantas veces en que me esmeré en la preparación de un mensaje profundo, solo para descubrir súbitamente, por la mirada dispersa de los oyentes, que el sermón tenía poco o ningún sentido para las necesidades inmediatas de los oyentes. La necesidad que una congregación tiene de escuchar un mensaje puede no ser la misma que otra. Las iglesias no son clones unas de otras.

Un sermón acerca del principio historicista de interpretación profética puede ser oportuno para una iglesia que enfrenta problemas con el futurismo, por ejemplo, pero no tocará el corazón de un grupo que tiene a un miembro que perdió a un hijo adolescente en un accidente. Este ejemplo puede ser extremo, pero demuestra que, en un determinado sábado, diferentes rebaños pueden luchar con diferentes demandas.

Si bien muchos sermones pueden ser predicados con éxito en múltiples iglesias, otros, que hasta están basados en el mismo texto, tal vez necesiten ser adaptados para enfatizar verdades relevantes para otras iglesias. Siempre habrá ocasiones en que mensajes enteramente diferentes pueden ser requeridos por iglesias diferentes. Consecuentemente, muchos pastores tal vez necesiten preparar varios sermones para la semana, en el caso de que tengan que predicar en varias congregaciones el domingo, el miércoles y el sábado.

Preparar dos o más sermones de calidad para una semana exige planificación anticipada. Algunos pastores acostumbran planificar sus sermones para todo el año; otros lo hacen para el mes o el semestre. Por otro lado, incluso una hora de planificación al comienzo de la semana puede ayudar a hacer que el mensaje del sábado se ajuste bien a las necesidades de la congregación. Cuanto antes el pastor haga su planificación, más tiempo tendrá para construir un sermón eficaz.

Escoger, semanalmente, un pasaje de las Escrituras sobre el que debe fundamentar el sermón, con frecuencia no es la mayor tarea. Pero, en ese punto, una profunda familiaridad con el contenido de las Escrituras ayuda muchísimo. La Biblia tiene una variedad más que suficiente de pasajes en los que podemos basar incontables sermones que hablen a las circunstancias locales.

Jesús siempre demostró dominar las Escrituras, al hablar con facilidad y rapidez acerca de versículos bien conocidos, aplicándolos como respuestas a cuestionamientos que le hacían (ver, por ejemplo, Mat. 5:17-48; 12:1-8; 19:3-9; 22:23-33; Mar. 12:1-12; 12:28-34; Luc. 4:16-30; 24:27,44-48; 4:4, 8,12).

Para las semanas en que ninguna necesidad especial de la congregación parece evidente, acostumbro escoger un salmo, una parábola o algún pasaje del Evangelio o de las cartas de Pablo, y predicar exegéticamente. Este método tiene una bendecida ventaja: la comunicación de nuevas verdades, o énfasis en textos normalmente pasados por alto en la lectura de la Biblia.

Los errores que cometí en el ámbito de la predicación me enseñaron que el sermón pulido siempre es bueno, pero el sermón relevante es todavía mejor. “Y la palabra a su tiempo, ¡cuán buena es! (Prov. 15:23).

Tenga empatía para con su congregación

En un distrito que pastoreé, había una congregación que experimentó un notable crecimiento en determinado año. Los hermanos y yo estábamos muy contentos. Desdichadamente, otra iglesia dejó de crecer. Estaba tan entusiasmado con la actuación de Dios en el crecimiento de aquella iglesia que, un día, en la iglesia menor, conté con toda alegría el éxito de la otra. Inmediatamente, aprendí que lo que era una gran noticia para mí, en realidad, demostró ser frustrante para algunas personas que estaban presentes. Esos hermanos ya estaban desanimados. Hablar acerca del triunfo de otros solo los hizo sentir peores, y yo debería haber sido sabio para “suavizar” la comunicación de los grandes logros de la iglesia grande, y enfatizar más lo que Dios podía hacer por ese rebaño al que me dirigía. Napoleón Bonaparte comprendió ese principio de liderazgo cuando observó que “un líder es un mercader de esperanza”.[3]

Las buenas nuevas son que cada iglesia, sin importar cuán duramente luche con los problemas, puede ser bendecida de manera única. La congregación que enfrentaba dificultades exigió un poco más de mi atención incluyendo, aparentemente, interminables reuniones para entusiasmar, motivar, inspirar y capacitar a los hermanos. Con frecuencia, parecía sentir que mis esfuerzos eran inútiles. Pero algo sucedió. El tiempo y los esfuerzos extras, empleados en esas personas, crearon un lazo amoroso en ellas hacia el pastor. No todos los problemas fueron resueltos, pero en el último sábado que pasé con esos hermanos quedé sorprendido por el derramamiento de sincera gratitud y apreciación que recibí por parte de ellos. Las iglesias están formadas por personas. Necesitan afirmación y optimismo. Enfatice el lado positivo. Pida y espere las bendiciones de Dios. Antes de lo que imagina, su iglesia podrá ver “la salvación que Jehová hará” (Exo. 14:13).

Confíe en Dios para resolver los problemas

En determinada región, la menor de mis dos iglesias había invertido los horarios de la Escuela Sabática y el Culto Divino, que comenzaba a las 9. La iglesia mayor seguía con el horario tradicional, de manera que ambas podían tener al pastor en el horario del Culto. En determinado momento, la iglesia menor quiso invertir su horario, regresando así al sistema habitual. Los hermanos imaginaban que, al realizar el culto más tarde, facilitarían la presencia de más personas, atraería a visitantes y, así, fomentarían el crecimiento. El desafío era saber cómo se ajustaría al programa de la iglesia mayor.

Un representante de la iglesia menor fue a conversar con la junta directiva de la mayor, pidiéndole que modificara el programa sabático. Previsiblemente, algunos miembros de la comisión se resistieron al pedido de hacer tal ajuste. Para mí, el pedido de la iglesia menor parecía bastante razonable y, cuando percibí la reacción, me quedé un tanto frustrado. Evalué esa reluctancia como obstinación y, sin pensarlo, dejé escapar una amenaza de alterar mi plan de predicaciones, con el fin de atender la necesidad de la iglesia menor.

Ese descuido suscitó una amenaza fuerte por parte de un descontrolado miembro de la comisión. La tensión cortaba el aire. Felizmente, nuestro hermano se calmó y pudimos continuar con la reunión. Pero el pedido fue rechazado. De todas maneras, la iglesia solicitante resolvió seguir adelante con su plan, pasando a realizar la Escuela Sabática a las 9, y luego el Culto Divino, como prueba durante tres meses. Tuve que alterar mi programa de predicaciones para esa iglesia. Pero, después de algunas semanas, descubrieron que esa no era la solución que esperaban, pues surgieron problemas que no habían previsto. No pasó mucho tiempo hasta que volvieron al sistema anterior, lo que permitió respirar una atmósfera de unidad y confianza mutua. El mismo distrito se encargó de solucionar al conflicto.

De esta experiencia, aprendí que algunas iglesias resuelven sus conflictos con mayor dificultad que otras y, lo más importante, aprendí que no debí haberme involucrado emocionalmente en ese conflicto. Los problemas no pueden ser ignorados, pero deben ser abordados con oración y siempre con actitud pastoral. En ese caso en particular, Dios había resuelto el problema desde su inicio. Pero, cuando los argumentos en favor de cierta causa persisten inamovibles, debemos seguir el consejo del sabio: “El temor del hombre pondrá lazo; mas el que confía en Jehová será exaltado” (Prov. 29:25).

Equilibre su carga de trabajo

Cierto año, una victoriosa serie de conferencias evangelizadoras me hizo olvidar que solo soy una persona y que una iglesia puede sentirse sobrecargada. Cuando se promovió una campaña vía satélite, inmediatamente busqué hacer que las iglesias se plegaran al plan, pensando que sería posible multiplicar el éxito conquistado. Lo que no pensé fue que la iglesia estaba cansada de una campaña realizada ese mismo año. Deseando cooperar, los hermanos estuvieron de acuerdo; pero, cuando la campaña comenzó, la asistencia fue muy baja. Entonces, me encontré dedicando la mitad de mi tiempo a intentar implementar un programa que no echaría raíces en una iglesia, mientras que el mismo programa estaba inspirando nueva vida y atrayendo a muchos visitantes en otra iglesia. Pero, por causa de una planificación imprudente, no tenía tiempo adecuado para dedicarme al trabajo que estaba marchando bien. Intentando hacer mucho, terminé sobrecargándome con trabajo extra, innecesario; sin mencionar el dinero invertido que podría haber sido mejor utilizado en alguna otra cosa.

En su libro Simple Church, Thom Rainer y Eric Geiger narran una historia que incluye dos iglesias nombradas como Primera Iglesia y la Iglesia de la Cruz. La Primera Iglesia era bien conocida y tenía diez programas semanales, incluyendo dos cultos de adoración, clase de discipulado los miércoles, Grupos pequeños, encuentros de hombres y otro de mujeres los martes de mañana, visitación los jueves de noche, coro de jóvenes y de niños. No obstante, a pesar del gran abanico de actividades, la iglesia era un modelo de falta de crecimiento durante cinco años, porque la congregación estaba sobrecargada de actividades.

La Iglesia de la Cruz, por otro lado, no era muy conocida y mantenía solo tres programas semanales: las actividades sabáticas, los Grupos pequeños y las parejas misioneras. Los hermanos de esa iglesia descubrieron que, al realizar fielmente un plan sencillo, habían sido capaces de crecer más que en los últimos veinte años.[4] La lección es obvia: hacer más no significa necesariamente garantía de éxito.

Cierta vez, Dios impuso límites a Pablo y a Timoteo, cuando intentaron ir a Bitinia, pues el Espíritu Santo no se lo permitió (Hech. 16:7). En verdad, el Espíritu los envió a Filipos, limitando su actividad a un área en la que tendrían éxito.

De mis errores, aprendí a ser más sensible a mis propios límites, al igual que a los de mis hermanos. Aprendí a dirigir las energías hacia donde Dios lo indica. En las iglesias del distrito, eso puede significar desarrollar un gran programa por año y, por otro lado, establecer un proyecto factible para que todos los miembros participen. Evidentemente, debe haber mucha oración en búsqueda de orientación del Espíritu Santo, al igual que buena voluntad para hacer ajustes, cuando sea necesario. Eso es esencial.

Imprima su agenda

He experimentado algunos momentos difíciles como resultado de intentar dirigir los asuntos de la iglesia solamente basado en mi memoria. Olvidar una reunión de comisión es humillante. Es perturbador descubrir que he agendado dos compromisos al mismo tiempo. Es desestabilizador descubrir, a última hora, que un malentendido terminó dejando un púlpito vacante.

Todos estos percances podrían haber sido evitados si tuviera una agenda escrita y examinada frecuentemente. Además de imprimir el itinerario, el calendario de predicaciones, días y horarios de las reuniones de la Junta, es necesario distribuir, con anticipación, estos programas entre los oficiales y los líderes. El tiempo invertido en la preparación de estas cosas, utilizando la computadora, la impresora y el correo electrónico, traerá como resultado una gran recompensa al ver que el programa pastoral funciona sin inconvenientes. Una vez, Dios escribió su mensaje sobre la pared, para que no fuera ignorado (Dan. 5:5), e inspiró la escritura de 66 libros que contienen los mensajes especiales para el mundo. Eso nos dice mucho acerca de la importancia de la comunicación impresa.

Acerca de los esfuerzos de los pastores, Elena de White escribió: “Por falta de experiencia, se harán errores; pero si los obreros se unen con Dios, él les dará aumento de sabiduría”.[5]

Sobre el autor: Pastor en Foxborough, Massachusets, Estados Unidos.


[1] Citado por Mark Finley, Padded Pews or Open Doors (Boise, ID: Pacific Press Publishing Association, 1988), p. 52.

[2] Elena G. de White, En los lugares celestiales, p. 124.

[3] Citado por Robert D. Dale, Pastoral Leadership (Nashville, TN: Abingdon Press, 1986), p 14.

[4] Thom S. Rainer y Eric Geiger, Simple Church (Nashville, TN: Broadman and Holman Publishers, 2006), pp. 41-44.

[5] Elena G. de White, Notas biográficas de Elena G. de White, p. 272.