Entre las muchas lecciones valiosas que contiene la historia del antiguo Israel, encontramos una que debiera ser muy preciosa para los adventistas que viven en países donde representan una débil minoría y por lo tanto encuentran dificultades. Es la lección de las realidades. La Biblia nos dice que los diez espías se desanimaron frente a las apariencias, mientras que Josué y Caleb, dirigiendo sus ojos a Dios, pronunciaron palabras de optimismo y valor.

Hoy surgen condiciones análogas a las del pasado. En algunos países de la División Europea Meridional, donde el catolicismo es la religión dominante, los adventistas dan valerosamente su testimonio en favor de la verdad. Pero no deja de ser cierto que a menudo se encuentran perturbados por lo que ven en torno de ellos: catedrales imponentes, el ritual eclesiástico, el encanto de la música y el arte, que ejercen influencia sobre las emociones y aquietan la conciencia perturbada; el dominio de la prensa, las escuelas, la opinión pública, todo lo cual tiende a hacerles recordar que existe un poder absoluto al cual parece inútil resistir.

Incredulidad

Y no obstante hay otro cuadro, pie es en verdad más real. Se aconseja a los cristianos que no saquen conclusiones apresuradas, “porque Jehová mira no lo que el hombre mira.” La gran estatua de oro. plata, bronce y hierro del sueño de Nabucodonosor descansaba sobre un frágil fundamento. Cuando observamos detenidamente ciertos aspectos relevantes de esta religión popular, encontramos la misma situación. Descubrimos entonces, junto a ejemplos innegables de fidelidad y fervor, debilidades que socavan los mismos fundamentos de esa religión. La forma de piedad es una cosa, forma que puede adaptarse a la ignorancia y a la superstición, pero el conocimiento de Dios y de los principios de la verdadera piedad es otra.

He aquí unos cuantos hechos dignos de consideración: Italia es un país que a menudo se presenta ante el mundo como una unidad religiosa. Más del 99% de la población son católicos nominales. No obstante el director de una de las revistas ilustradas más populares del país, él mismo un influyente católico, no vacila en escribir lo siguiente:

“He vivido y he sido educado en un país donde nuestros hijos son bautizados, donde se los admite a la primera comunión, donde más tarde se casan dentro de la iglesia, donde se invocan bendiciones sobre nuestros hogares sin creer en Dios, y sólo porque es preferible no tener molestias ni con Dios ni con nuestros semejantes.”—Oggi, del 1º de octubre de 1953.

¿Es posible describir con mayor candor la lastimosa condición espiritual de una multitud que tiene “apariencia de piedad, más” ha “negado la eficacia de ella”?

Tal vez alguien diga: “Se trata de gente ignorante, y su falta de educación explica su incredulidad.” O si no, “Por cierto ellos son pobres, enloquecido han, pues no conocen el camino de Jehová, el juicio de su Dios. Irme he a los grandes, y hablaréles.” (Jer. 5:4, 5.)

Vayamos a unos de esos “grandes” hombres, el renombrado filósofo americano Jorge Santayana, militante católico y profesor universitario. Este gran hombre murió en un convento de monjas holandesas a la edad de 90 años. Al escribir acerca de él en el Corriere della Sera, del 2 de octubre de 1953 (el periódico mejor conceptuado de Italia), Emilio Cecchi dice: “Era católico en todo respecto, menos en la fe.” Y añade que ese gran católico es el supuesto autor de este proverbio: “Dios no existe… y María es su madre.”

Superstición

Sólo los que han vivido en ciertos países pueden comprender la extraña veracidad de esta paradoja: la incredulidad y el fanatismo marchan de la mano.

Otro aspecto de la religión popular es la superstición. Una reciente demostración de este aserto es el llamado milagro de la estatua de la virgen María en Siracusa, Sicilia. Esta imagen, al decir de la gente, comenzó a derramar lágrimas “produciendo manifestaciones fanáticas en toda la ciudad. Siracusa se convirtió repentinamente en un santuario. Peregrinos procedentes de toda Italia y de muchos países extranjeros acudieron para ver el “milagro.” Pocos días después un cuadro de esa misma virgen comenzó o llorar, más tarde una tercera imagen en Porto Empedocle (también Sicilia) derramó lágrimas.

Cuando ciertas personas dotadas de sentido común comienzan a lanzar críticas contra la tendencia hacia esta credulidad en tales “milagros” tolerada por la iglesia, pero que está en completa desarmonía con el espíritu del Evangelio, reciben esta respuesta: “Nos encontramos aquí ante demostraciones de emoción de las masas que la iglesia no puede evitar y de la cual no es responsable.”—Corriere. della Sera, del 25 de octubre de 1953.

Esta objeción no soluciona, sin embargo, la duda inquietante que oprime el corazón del observador imparcial cuando considera la posición “oficial” de la Iglesia, tal como se la expresa en L’Osservatore Romano, vocero de la Iglesia, y en publicaciones que llevan la aprobación eclesiástica.

He aquí por ejemplo lo que leemos en L’Osservatore Romano del 7 de julio de 1943 en la columna “Roma Sacra” bajo el título “Madonna dell’Archetto:”

“El 9 de julio es el 147º aniversario del bienaventurado día que perdurará memorable en la historia religiosa de Roma, porque en esa ocasión numerosas estatuas de la santísima virgen María, como señal de su amor y predilección por esta ciudad, movieron milagrosamente sus párpados.”

Estos y muchos otros ejemplos similares nos brindan la evidencia de que la creencia en tales “milagros,” en lugar de ser reprimida por la Iglesia Católica, es fomentada por su más elevada jerarquía.

Pero volvamos a la virgen llorosa de Siracusa. En el mismo Corriere della Sera del 25 de octubre de 1953, un corresponsal que defendía el punto de vista católico escribió bajo el título “Prudentes reservas de la Iglesia con respecto al milagro de la imagen llorosa”:

“¿Cuál es la posición oficial de la iglesia con respecto a los milagros de la virgen llorosa…? La iglesia no asume ninguna posición, afirman los círculos eclesiásticos romanos. La iglesia, en resumen, teme una inflación de los milagros… Sucede a menudo que incidentes similares, producen gran sensación en un principio, pero son olvidados más tarde. Algunas veces la infatuación popular prosigue, aunque el pretendido milagro haya sido negado oficialmente o a lo menos puesto en duda, como en el caso de la aparición de la virgen en las tres fuentes cerca de Roma. La iglesia no puede impedir que la gente acuda a tales santuarios para demandar bendiciones. Admite que aunque el hecho original no haya acontecido, la fe intensa de los suplicantes puede obtener los favores que demandan.”

El pretendido milagro de la virgen de las tres fuentes cerca de Roma ha sido rechazado ahora o a lo menos puesto en duda de acuerdo con este autor católico. Ocurre, pues, que estos “milagros” se manifiestan repentinamente, se multiplican en número, después se pone en duda su veracidad, y finalmente se disipan en el olvido. Y constituyen multitudes los que parecen preferir esta forma de religión, una religión sensacional que apela a los sentidos y que produce excitaciones en las masas. También sigue siendo un hecho que resulta más fácil hacer largos peregrinajes que abandonar los pecados secretos y acariciados; más fácil es también realizar ciertos ritos que cambiar de manera de vivir.

No nos sintamos demasiado impresionados por las falsas apariencias. “No seguirás a los muchos para mal hacer” (Exo. 23:2) fue el mensaje de Dios para Israel por medio de Moisés. Esta admonición es para el pueblo de Dios de todos los siglos. Se nos invita a no quedarnos en la superficie sino a escudriñar profundamente: ver las realidades y la verdad. Ni los números, ni el esplendor material, ni las tradiciones antiquísimas, son de valor esencial para el hijo de Dios. El que tiene las Sagradas Escrituras puede hacer frente a la soledad y al ridículo. Nuestro destino eterno será determinado según hayamos clamado solamente “Señor. Señor.” o hayamos hecho la voluntad de nuestro Padre que está en los cielos.

Sobre el autor: Secretario Asociado de la Asociación Ministerial de la Div. Europea Meridional.