La Iglesia Adventista del Séptimo Día no es una iglesia más. Llegó a la existencia en cumplimiento de la profecía, y es el instrumento de Dios en los últimos días para la proclamación a todo el mundo de las buenas nuevas de salvación por fe en el sacrificio expiatorio de Jesucristo. Ninguna otra iglesia surgió tan precisamente de acuerdo con la profecía; ninguna otra iglesia responde a las cualidades de la iglesia remanente de Apocalipsis 12: 17 de manera tan definida; ninguna otra iglesia predica toda la verdad de Dios en el contexto de los tres mensajes angélicos. En esto radica la singularidad de la Iglesia Adventista del Séptimo Día.

 Todos los que aceptaron ser miembros de esta iglesia están llamados a andar conforme a sus ideales y objetivos. Sus vidas deben ser tan distintivas como el mensaje que sustentan. Este requiere un compromiso total que afectará cada aspecto de la vida de la iglesia y sin duda influirá también en la música por Dios.

 La música es uno de los grandes dones que Dios dio al hombre y es uno de los elementos más importantes en un programa espiritual. Es una avenida de comunicación con Dios y “uno de los medios más eficaces para grabar en el corazón la verdad espiritual” (La Educación, pág. 168). El canto tiene un poder maravilloso, “poder para avivar el pensamiento y despertar simpatía, para promover la armonía en la acción, y desvanecer la melancolía y los presentimientos que destruyen el valor y debilitan el esfuerzo” (ibíd.). “La música fue hecha para servir a un propósito santo, para elevar los pensamientos hacia aquello que es puro, noble y enaltecedor, y para despertar en el alma devoción y gratitud” (Fundamentals of Christian Education, págs. 97, 98).

 La música tiene un asombroso valor vivificante y terapéutico. Jesús lo sabía. Cuando era joven “a menudo expresaba su alegría cantando salmos e himnos celestiales… Mantenía comunión con el cielo mediante el canto; y cuando sus compañeros se quejaban por el cansancio, eran alegrados por la dulce melodía que brotaba de sus labios. Sus alabanzas parecían ahuyentar a los malos ángeles, y como incienso, llenaban el lugar de fragancia’’ (El Deseado de Todas las Gentes, pág. 54).

 El cielo es un lugar que rebosa de sonidos musicales. En la creación, los ángeles prorrumpieron en cánticos de alabanza y exclamaciones de gozo. Del Creador mismo se escribió: “Jehová… se regocijará sobre ti con cánticos” (Sof. 3:17). El gozo de la vida auténtica -ya sea en el cielo o en la tierra se refleja siempre en el sonido de la música.

 La esencia de todo esto es el hecho inconmovible de que el Dios de los cielos aprecia y ama lo bello. Por consiguiente, todo aquel que desea ser uno con Dios, deseará también desarrollar su apreciación estética. No es de sorprenderse, entonces, que la música y la apreciación musical ocupen un lugar importante en la vida de un cristiano adventista. Pero para él no puede haber estética sin ética. La música que es aceptable para un cristiano adventista debe ser socialmente adecuada, éticamente incuestionable y teológicamente buena. Aquellos que seleccionan música para los propósitos específicos de su iglesia deben ejercitar un alto grado de discriminación en su elección. Esto es necesario y vital debido a la presencia en la tierra del hábil cautivador que hace de la música “uno de los agentes más seductores de la tentación” (Mensajes para los Jóvenes, pág. 289). El conoce muy bien el poder de las emociones y la efectividad de cierta clase de música para suscitar la tentación. Como ex director de coro y denodado compositor, guía la producción de incontables canciones y melodías que degradan el gusto y conducen al pecado. Algunas de éstas, como en el caso de la música usada por Balac para seducir a Israel en Baal-Peor, podrían llamarse deliciosas si no fuera porque su resultado final está muy lejos de ser delicioso.

 El musicólogo Paul E. Hamel provee algunas informaciones sorprendentes en su artículo “Psicología de la música para los cristianos”: “Los cambios físicos que ocurren dentro de nuestro cuerpo mientras escuchamos música fueron medidos. La música en realidad aumenta o disminuye la presión sanguínea, de acuerdo con el tipo de música que escuchemos… Las ondas cerebrales se alteran en su funcionamiento normal, los reflejos de las pupilas cambian, y alteraciones fisiológicas al escuchar música” (The Journal of True Education, Abril 1961, Pág. 12).

 El mismo autor sugiere que uno puede juzgar la música por los lugares y la gente con que se relaciona. Declara que en su hogar no quiere el tipo de música que se toca en casas de juego, night clubs y prostíbulos y luego añade: “No creo que un cristiano en su hogar, en su habitación o en su automóvil haga buen negocio al invitar, para que se incorpore a su ser, a la música que está muy en su casa en los lugares de mala reputación” (ibíd., págs. 12, 13).

 Hasta aquí la civilización ha sobrevivido al rock-and-roll, el presleyrismo y beatlerismo, acid rock, punk rock y la música disco, aun cuando algunos se preguntan si podrá durar mucho más. Sea como fuere, los días de esta música están contados, como lo sabemos los cristianos, y si cultivamos el gusto por ella, inevitablemente nos excluimos de la tierra donde el rock-and-roll y las otras músicas mencionadas serán incongruentes.

 La mayoría de la música de estos días, sin embargo, no se encuentra tan definida y categóricamente de un lado del cerco o del otro. La mayor parte tiende a ser discutible, y es por eso que se necesita más que sabiduría humana para determinar cuál es la música conveniente y cuál no lo es. En consecuencia, son necesarias algunas pautas.

 De todos los elementos musicales, el ritmo es el que produce la mayor respuesta física. Los mayores triunfos de Satanás muchas veces se logran por medio de esta apelación a la excitación de la naturaleza física. Elena de White, mostrando el sutil peligro que esto involucra, dice: “Ellos [los jóvenes] tienen un oído muy agudo para la música y Satanás conoce qué órganos debe excitar para animar, acaparar y hechizar las mentes de tal modo que no deseen a Cristo. Faltan el anhelo espiritual de las almas por el conocimiento divino y por un crecimiento en la gracia” (Testimonies, t. 1, pág. 497). Se sabe bien que el jazz, rock y otras formas musicales híbridas crean esta respuesta sensual en las masas. Se debe notar, no obstante, que éste no es tanto un problema de uso, sino de mal uso y abuso del ritmo.

 Además, aunque el ritmo sea importante, hay una serie de otros factores igualmente importantes que afectan vitalmente la obra musical en su totalidad. Por lo tanto debiera haber una consideración inteligente de todos los factores al evaluar la naturaleza religiosa o no religiosa de cualquier composición dada. Debemos también tener siempre en nuestra mente factores vitales como la asociación y connotación. En este aspecto, el jazz, por su larga asociación con elementos inconvenientes como el salón de bailes, teatros, night clubs, ha llegado a ser totalmente inadecuado para su uso en la iglesia. Es muy claro, en este caso, que el factor más importante en cuestión es la connotación.

 El texto o la letra de una canción debe estar, ante todo, en armonía con las enseñanzas de la Escritura. Sobre esta base, canciones y coritos tales como: “Viviendo en el seno de Abraham”; “Si tú llegas allí antes que yo, diles a mis amigos que también yo voy”; y aquella estrofa que dice “te amaré en la vida y te amaré en la muerte”, debieran ser excluidos.

 En segundo lugar, el texto debe ennoblecer, elevar y purificar los pensamientos del cristiano. Esto descalifica, entre otros, temas triviales, cantos populares cristianos superficiales, y música “soul” sin sentido. Además, la comunicación del mensaje debiera ser de suprema importancia, y ésta no debe ser ocultada por elementos musicales arrolladores.

 ¿Qué significa todo lo dicho para un cristiano adventista? Debe reconocer que él ha sido puesto en esta vida para determinar su idoneidad para la vida futura. Está, por lo tanto, en esta vida básicamente con el propósito de desarrollar su carácter. En cualquier cosa que realice, este objetivo debe mantenerlo claramente ante sí. Por lo tanto, parte de su desarrollo debe incluir la educación de las emociones para responder a lo bueno, lo refinado y lo bello. Un cristiano adventista no puede tener los gustos que tiene el mundo y todavía pretender estar mirando hacia la ciudad cuyo arquitecto y constructor es Dios. Debe haber una diferencia y esta diferencia debe ser claramente evidente para todos.

 El futuro de cada cristiano está destinado a ser colmado de sonidos musicales. Cuando Cristo venga, los santos ángeles y una vasta e innumerable multitud lo acompañarán en su regreso con himnos de melodía celestial. Luego, al regresar a la ciudad de Dios, el coro angélico prorrumpirá en notas de victoria y los redimidos se unirán en un potente himno que proclama: “Digno es el Cordero que fue inmolado”. Y del transcurso inexorable de los siglos en la eternidad se dice: “El profeta percibe allí el sonido de música y de canto, cual no ha sido oído por oído mortal alguno ni concebido por mente humana alguna, a no ser en visiones de Dios” (Profetas y Reyes, pág. 539). Los adventistas que planean estar en el cielo con toda su música deben comenzar ahora mismo a dar a la música celestial su debido lugar en su corazón y en su vida.