El ministerio pastoral y el mundo pospandemia
El único acontecimiento que estuvo en el foco de los medios de comunicación más tiempo que el nuevo coronavirus fue la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Larga, cruel y devastadora, la primera noticia del evento fue la invasión alemana a Polonia, la madrugada del 1° de septiembre de 1939, seguida por la declaración de guerra de Francia e Inglaterra al invasor dos días después, al recibir, de Adolf Hitler, el silencio como explicación para la maniobra y como respuesta al pedido de interrupción de la invasión.
Los Estados Unidos no entraron en combate hasta el 8 de diciembre de 1941, cuando declararon la guerra a Japón, un día después de que su base naval en Pearl Harbor fuera bombardeada por 360 aviones japoneses. Incluso antes de su participación en el conflicto, el país informó sobre los acontecimientos de la guerra desde su inicio y creó, en 1942, la Office of War Information (OWI), el órgano oficial de noticias y propaganda. En Inglaterra, la BBC y, en Francia, la Radio Paris, fueron las responsables de vehicular, además de noticias, propagandas de los Aliados y de los países del Eje, respectivamente.
Durante seis años, el rastro de las batallas sangrientas, los millones de muertos, las economías devastadas, los países diezmados y la proliferación del mal, se informó diariamente, sin interrupción. El evento actual es de otra naturaleza, incomparablemente menor en números, pero con efectos semejantes a los de la Segunda Guerra. Estamos ante una pandemia que infectó a más de 120 millones de personas, de las cuales aproximadamente 70 millones se recuperaron y 3 millones murieron.
Lo distintivo, ahora, es que se trata de un evento de naturaleza biológica. En teoría, todas las personas del planeta pueden infectarse, además del hecho de no saber por qué alguien que se cuida puede contraer la enfermedad, mientras que otra persona que no se cuida puede ni siquiera manifestar síntomas. Para intensificar las percepciones de este momento, los vehículos de comunicación están en la palma de la mano, y ofrecen un volumen de información mayor al que fue producido durante todo el período de la Segunda Guerra. Así, la amenaza de la enfermedad, el exceso de información y la falta de estructura de atención conforman las causas del pánico que recorre el mundo desde fines de 2019 y traen consigo atención, reflexión y oportunidades para el ministerio pastoral.
Impactos del distanciamiento
Uno de los principales problemas en el combate a la COVID-19 es que su transmisión ocurre por la proximidad, y no sabemos quiénes son presintomáticos y asintomáticos. Esta “lotería biológica” aisló a todos, instaló el problema y sigue amenazando la vida, que depende de las relaciones. La vida familiar, profesional, social y religiosa se da en colectividad.
Esta falta de convivencia se vuelve extremadamente grave cuando significa no trabajar. La cantidad de desempleados que resulta de la pandemia es escalofriante. Una persona sin trabajo puede privar a varias otras de comida y morada en poco tiempo. Desamparo material, necesidades básicas desatendidas, sufrimiento y desesperación son subproductos inmediatos del desempleo; en un cuadro de infección inminente estos problemas se magnifican.
Para quienes asisten regularmente a la iglesia para adorar a Dios y clamar a causa de la fragilidad humana, reunirse significa conversar con quienes pasan por problemas similares, ser animados por una congregación que canta, sentir el apoyo de hermanos que oran, mirar a los ojos de aquellos por quienes interceden, encontrarse con personas que necesitan ayuda, disfrutar de la seguridad existencial que solo el encuentro personal puede proporcionar y, sobre todo, verse pertenecientes a un pueblo que tiene la misma esperanza. Privarse de ello es perder la faceta inmaterial de la existencia, la que da alegría y sentido a la vida. La tristeza crece mucho con el aislamiento, y esta pandemia acentuó esto también.
En los lugares en los que el virus se ha cobrado más víctimas, la restricción de circulación es aun mayor, y el tránsito de personas solo se permite para comprar productos y servicios considerados esenciales, siempre que no haya aglomeraciones. Sin encuentros, conversaciones e intercambio de opiniones, la vida queda exclusivamente en manos de la persona, y esto es por demás pesado para nuestra salud mental. No convivir significa perder gradualmente las certezas y la confianza, con la posibilidad de llegar a una indiferencia perversa en la que vivir o morir parece ser lo mismo. La soledad y la pérdida de amparo y de confirmación generan esto.
Y si el hambre, el aislamiento y el desamparo no fueran suficientes para trastornar la vida de millones de personas, aumentaron los casos de amigos que se volvieron enemigos a causa de discusiones político-ideológicas y de familias que vivencian el drama de la violencia doméstica, sin tener adónde ir. La humanidad pasa por un momento delicado.
Multiplicidad de voces
La otra causa para los trastornos provocados por la pandemia es la información masiva sobre el asunto. Estamos en la era más comunicacional de la historia, con un enorme número de personas conectadas a la red más potente y con mayor capacidad de agregación jamás inventada. Sin embargo, esa comunicación posee características perturbadoras. Como arena pública, Internet iguala a los hablantes, haciendo que la confiabilidad de una persona u organización no le garantice más audiencia que a otros medios menos conocidos.
Además, los datos son incontables y fácilmente accesibles, y se torna imposible comprobar su veracidad. Las fake news se valen exactamente de eso para conseguir credibilidad.
Este volumen incontable de datos también arroja una carga inhumana de información a las personas y pone a prueba su capacidad de absorberla y formar, a partir de ella, una imagen coherente con la realidad.
Por último, la información no siempre es compatible entre sí, con expertos en el mismo campo de conocimiento que emiten declaraciones diametralmente opuestas sobre el mismo hecho.
La pandemia del nuevo coronavirus tiene estos cuatro aspectos. ¿Cómo procesar esta cantidad de datos? Hay afirmaciones científicas convincentes en los diferentes puntos de vista; ¿cuál es verdadera? ¿En quién creer? Son tantas voces, y tan diferentes entre sí, que es difícil confiar plenamente en una, por las contradicciones entre ellas, o dar oído a todas.
Como resultado, los daños psicológicos causados por estas características de la información son extensos. No es de extrañar que estén en aumento la cantidad de casos de insomnio, depresión, síndrome de pánico y otras perturbaciones emocionales. Personas sin el virus, pero perturbadas, son un indicador del mal que la alta dosis de información está generando.
Efectos de la pandemia
La pandemia del nuevo coronavirus es uno de esos acontecimientos capaces de cambiar la forma en que uno ve la vida y, por lo tanto, su posición frente a ella. Otros pueden ser los cambios geográficos, los cambios en las normas financieras, la conversión religiosa y la catástrofe. Esto sucede porque estos acontecimientos cambian rápidamente la vida cotidiana, y llevan a las personas a replantearse lo que es o no importante en la vida. A su manera, cada uno de estos acontecimientos es capaz, por ejemplo, de llevar a los individuos a ver como correcto lo que antes era incorrecto, como una broma lo que era obvio, los sufrimientos más fuertes de la vida como solo una fase, una persona hasta ahora importante como una entre muchas otras conocidas. Son capaces de cambiar el grupo de amigos, el núcleo de las conversaciones, los principales intereses, la utilidad del dinero, el valor del tiempo y el sentido de la vida.
Sin embargo, lo que llama la atención de la actual pandemia es la gran velocidad de esta reinterpretación y el hecho de que la realicen muchas personas al mismo tiempo. Por lo tanto, ya provoca los siguientes efectos relativos a la vida de la iglesia, con tendencia a acentuarse.
Mejora y desarrolla la tecnología. Acontecimientos como la pandemia mejoran los procesos y conducen a la creación de novedades que modifican el funcionamiento de otras cosas que no están directamente relacionadas con ellas. Estos inventos son rápidamente incorporados por una pequeña parte de la población, y llegan al resto con el tiempo, lo que amplía la brecha entre estos grupos.
Expone lo que estaba oculto y lo naturaliza. La sensación de caos instalada por un acontecimiento como la pandemia desborda un mar de sentimientos e ideas que antes se sostenían en el equilibrio de la normalidad. No solo alimentan la sensación de desorden, sino que afirman que las cosas serán de una manera nueva. Esto es lo que llaman la “nueva normalidad”.
Recuerda que las personas son diferentes. La pandemia nos recordó que estamos bajo la misma tempestad, pero no en el mismo barco.
Crea una fuerte barrera para los proyectos a largo plazo. El mensaje de que la vida es ahora y no puede esperar ha resonado con mucha fuerza. Si ya era difícil llevar a cabo proyectos a largo plazo o con resultados diferidos, estos tienden a ser cada vez más raros, desacreditados y considerados como una mala relación costo-beneficio.
Confirma la faceta de tribunal social de Internet. Durante la pandemia, las discusiones en las redes sociales empezaron a convivir con más fuerza con la crítica, el juicio y la condena. A diferencia de los del sistema judicial, los delitos de las redes sociales son propios y no escritos, capaces de condenar socialmente sin que las personas sepan que sus palabras quedan registradas en un tribunal de muchos jueces y en un entorno de alto grado de deshumanización.
Amplía la pobreza. El daño causado a la economía de la mayoría de los países ha dejado sin empleo a millones de personas y ha cerrado cientos de miles de empresas. Durante mucho tiempo, una parte importante de la población necesitará mucha ayuda material.
Aumenta la búsqueda de sentido. La otra gran carencia será la del sentido de la vida; la de comprender el origen, el camino y el destino propio. Si antes esto ya era raro de encontrar, la multiplicidad de voces y la sensación de finitud han puesto a disposición un número tan grande de opciones que todas se vuelven relativas. Pero el vacío sigue ahí, llevando a una multitud de personas de un lugar a otro en busca de una razón para vivir.
Fragmenta los grupos. La “lotería biológica” de la pandemia y las dificultades para mantener material y emocionalmente a muchas personas confirman la antigua idea de que el individuo es el centro de la vida. La lógica de “cuanta menos gente, menos sufrimiento” sitúa al yo en el centro absoluto de la existencia, como único merecedor de atención, sustentándolo en ideales egoístas. Este proceso disminuye el tamaño de las familias y hace que las instituciones estén más desacreditadas. Así, debilita las certezas y aísla a las personas en sus casas como una especie de refugio en un mundo sin corazón.
¿Qué hacer?
Humanamente hablando, es imposible seguir el ritmo de todos estos cambios; y es aun más utópico querer resolverlos definitivamente. ¿Qué se puede hacer entonces? El ministerio pastoral tiene una gran relevancia si se mantiene fiel al llamado de dar al mundo lo que solo él puede dar. Piensa en la misión del Cuerpo de Bomberos: proteger a las personas, el medio ambiente y el patrimonio de la sociedad, previniendo, combatiendo e investigando los incendios, prestando ayuda prehospitalaria, rescate y salvataje.
Si los bomberos actúan cuando ocurre algo específico, ¿cuándo entra en acción el pastor? ¿Pensaste alguna vez que existe una combinación de factores que muestra cuándo esto debe ocurrir? Cuando falte pan, presencia y Palabra. Simple y, al mismo tiempo, complejo. Siempre que sean necesarias estas cosas, el ministro debe actuar.
El pan refiere a las necesidades materiales (comida, ropa, abrigo, cuidado). La presencia representa atención, proximidad, compañía e interés por el bienestar integral de las personas. Finalmente, la Palabra expresa el compromiso de anunciar el evangelio, aclarando dudas respecto a la Biblia, anunciando el consuelo, la alegría y la esperanza que solo Dios puede dar, y mostrando que Jesús vendrá pronto para terminar con esta realidad del pecado.
En situaciones críticas como la pandemia, es grande la tentación a pensar que las necesidades materiales (pan) y emocionales (presencia) son las únicas o más urgentes que atender. ¡No! La Biblia es imprescindible en este momento: le muestra al ser humano el valor que Dios le confiere, coloca nuestros intereses terrenales a la luz de la perspectiva divina y nos recuerda acerca de los cielos nuevos y la Tierra Nueva. Ella mantiene ante nuestros ojos la promesa de que Cristo pronto vendrá.
En el contexto en el que vivimos, el ministerio pastoral está llamado a aumentar la cercanía y la personalidad a través del pan, la presencia y la Palabra. Estos son los recursos que la Biblia nos ha proporcionado para hacer frente a la sensación de desorden, desesperación y desamparo que existe en el mundo. Esto puede hacerse de forma personal, colectiva e institucional. La vía personal es la más rápida: cada persona es un agente de salvación, pudiendo servir a su prójimo al instante donando sangre, compartiendo ropa, distribuyendo cestas básicas, enseñando la Biblia, escuchando a las personas y muchas otras acciones de servicio y salvación que se pueden hacer. El modo colectivo también cumple una función relevante, pero requiere más tiempo y organización. Y el modo institucional, que se ocupa de las acciones que organiza la iglesia, exige más recursos humanos, financieros y logísticos y atiende a situaciones más complejas, que los individuos o los grupos locales no podrían atender.
Mientras Cristo no viene, el ministerio pastoral suple las necesidades de los hijos de Dios con el pan, la presencia y la Palabra, de forma personal, colectiva e institucional, inspirando y movilizando a los miembros de la iglesia a que hagan lo mismo. La simpatía mostrada a través de acciones de solidaridad hace que el corazón de los ayudados sea receptivo a la salvación; serán cada vez más necesarias en el mundo pospandémico. Este es el estilo de vida de los salvos, de los que esperan el regreso de Jesús.
¿Resuelve esto todos los problemas? ¡No! Pero mantiene ante las personas la certeza de que Cristo continúa presente, cuidando a sus hijos. Esa es la vocación del ministerio, patente ante nuestros ojos.
Sobre el autor: director del Departamento de Archivo, Estadística e Investigación de la Iglesia Adventista en Sudamérica.