Hace 75 años, el primer número de Ministry enfatizaba nuestra confianza en el pronto regreso de Jesucristo. Hace 60 años, mis padres iniciaron su ministerio con la confianza de que Jesús regresaría pronto, antes de que envejecieran o tuvieran que esperarlo en el sepulcro. Treinta años atrás, Sharon y yo comenzamos celosamente nuestra obra, sin la menor inclinación a hacer planes para una jubilación que, tal como lo entendíamos, nunca se iba a producir. Proclamar nuestra confianza en la seguridad del regreso de Cristo se convirtió en una prioridad en nuestra tarea, tomando en cuenta su consejo de que deberíamos estar ocupados hasta que él volviera; después de todo, nosotros y centenares de otros pastores creíamos que la iglesia siempre se ocuparía de los jubilados, en el caso de que el Señor se demorara.

Proclamamos activamente la proximidad del regreso de Cristo, citamos textos, nos referimos a las señales del tiempo del fin, al estado caótico de los gobiernos del mundo y al colapso de la familia en el marco del deterioro de las normas morales y sociales, a los desastres naturales, a la proliferación de enfermedades y calamidades, a las transigencias de los líderes religiosos, etc. Y no nos olvidamos de las enérgicas advertencias de las Escrituras en contra de la proliferación de los ministerios independientes, en su intento de ganar discípulos (Hech. 20:29, 30).

Por alguna razón, el terremoto de Lisboa, el Día Oscuro y la Caída de las Estrellas, de ser indicaciones acerca de la cercanía de la Segunda Venida cedieron su lugar a la realidad de su importancia como señales de la transición que se produjo entre la Edad Media y el tiempo del fin. Cuando el crecimiento de la iglesia requirió expansión y renovación, la pregunta: “¿Se estará demorando el Señor?” se convirtió en la explicación del porqué de los planes a largo plazo, de la expansión institucional y hasta de la renovación de edificios, cuyos críticos opinaban que nunca deberían haber sido construidos.

Al vivir entre lo que Charles Bradford llamó “el ‘debería’ y el ‘está’ ”, la iglesia debería estar en el reino, pero todavía está aquí, en la tierra. Incluso ahora parece que tenemos muy pocas ganas o somos incapaces de trazar una estrategia para la terminación de la obra que vaya más allá del próximo quinquenio, no sea que aparezcamos como desconfiando del próximo regreso de Jesús.

Sea como fuere, como creyente y como pastor adventista, anhelo la concreción de nuestra bienaventurada esperanza. Creo firmemente en el inminente regreso de Jesús, literal y visible. Oro para que eso suceda mientras todavía esté con vida. Mi confiada proclamación se fundamenta en el estudio personal y el profundo deseo de ayudar a otros a prepararse para tan dichoso acontecimiento.

Mis sermones más poderosos son los que se refieren al regreso de Jesucristo. Cierto año prediqué una serie de doce sermones acerca de este asunto, en el último sábado de cada mes. Al terminar la serie, a comienzos del año siguiente, los ancianos me pidieron que siguiera con el tema: “Predique los mismos sermones otra vez, pastor”.

No me encuentro entre los escarnecedores que preguntan: “¿Dónde está la promesa de su advenimiento?”, aunque el Padre celestial no se haya ajustado al tiempo que yo imaginé. Por el contrario, oro por una paciente comprensión del Nuevo Testamento, que siempre presenta esta aparente demora en el marco de su infinito amor, de su paciencia y su falta de disposición para dejar que el pecador perezca. “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Ped. 3:9).

Mientras confirmo mi confianza en el futuro y mi gratitud por las providencias de Dios en el pasado, se me llama a vivir en el presente. Aun en tiempos traumáticos y turbulentos, vivimos en el reino de la gracia mientras esperamos el reino de la gloria. Como dice Barra Olivar: “Mientras avizoramos el futuro, aguardando la venida de Jesús, agradecidos, considera la realidad actual de su gracia que abre el cielo para nosotros ahora”. La esperanza vigorosa anticipa el futuro; la fe soporta el presente.

El Apocalipsis concluye con el clamor de un corazón solitario, “Ven, Señor Jesús”, unido a la realidad de la esperanza que prepara: “La gracia del Señor Jesucristo sea con todos vosotros”. Cristo está más ansioso de volver de lo que yo estoy de anhelar y esperar.

Sobre el autor: Secretario de la Asociación Ministerial de la Asociación General