“Y esto, conociendo el tiempo, que es ya hora de levantarnos del sueño; porque ahora nos está más cerca nuestra salud (pie cuando creímos”. (Rom. 13:11). Aunque el presente artículo fue escrito en el año 1V27 para los obreros de la División del Lejano Oriente, lo reproducimos por cuanto el mensaje contiene se aplica a este tiempo más a ningún otro. — W. S.
Al aproximarse el año nuevo muchos cristianos pasan revista a los doce meses transcurridos, hacen su balance y resuelven encauzar mejor su existencia e iniciar de nuevo la vida cristiana. En los negocios mundanales se practican inventarios y su prosperidad se manifiesta en mayor o menor medida de acuerdo con la habilidad y la visión de aquellos que los manejan. Aun en los países paganos se sigue esta costumbre. Todos nosotros necesitamos hacer esta revisión, y tomar nuevas resoluciones en nuestra experiencia cristiana, al igual que en nuestros negocios terrenales; especialmente debiéramos poner énfasis en esto al pensar en nuestra obra de tornar a los pecadores en hijos de Dios.
Nuestra labor es evangélica. La mayoría de nosotros los obreros somos evangelistas. Aun cuando no prediquemos desde el pulpito, seguimos siendo ganadores de almas. Entonces, y ya que ha llegado un nuevo año, ¿por qué no nos resolvemos a entrar en esta obra de conquista de almas con el propósito definido de rendir más fruto que nunca para Cristo?
Resulta en gran manera valioso el tener un propósito prefijado; pero éste no se realiza sin una determinación firme. No se ganan almas para Cristo con esfuerzos esporádicos; en la obra de Dios se necesitan una voluntad y una determinación tan poderosas como para conducir un ejército en un territorio no conquistado y someterlo a su sujeción.
Poco se logrará por medio de esfuerzos aparentes. Los esfuerzos son necesarios, pero detrás de ellos debe haber una voluntad fuerte y resuelta, decidida a consumar grandes propósitos en el nombre de Dios. Aquel que ambicione ser un triunfador debe hacer planes con sabiduría, debe organizarse y estar decidido a obtener resultados.
No se necesita mayor fuerza de voluntad para andar con la corriente. Pero ganar hombres para Cristo requiere cada partícula de resolución que pueda ponerse en contribución. Pablo dijo: “Me decidí.” Juan Knox estaba resuelto a ganar a Escocia para el protestantismo; Juan Calvino estaba decidido a lograr que Suiza aceptara su interpretación de las Escrituras; Moody, cuando llegó a Nuevo York para celebrar un servicio de reavivamiento, tenía la determinación de que su mensaje llegara al pueblo. Finney era un hombre decidido, y esperaba “amplios resultados” de su labor. De la misma manera nosotros, si queremos llevar a cabo una gran obra para nuestro Dios, debemos ser hombres decididos. Ninguna otra actitud mental nos dará el éxito.
Pocos mensajes durante la era evangélica han requerido una dedicación tan completa como el nuestro. Las elevadas normas de moral, la sencillez en el vestido, el no empleo de narcóticos estimulantes, la observancia de los mandamientos de Dios hace de nuestra obra el mensaje reformador más grande que. se haya proclamado desde el siglo primero de nuestra era. Con todas las debilidades del corazón natural, los que proclaman el mensaje no pueden ganar a los hombres a menos que detrás de sus enseñanzas haya una poderosa voluntad, una gran determinación y una vida consagrada que dé testimonio de que mora en su interior el Espíritu Santo. Los heraldos del mensaje del tercer ángel deben ser hombres de Dios santificados, llenos del Espíritu, que avancen en el nombre de su Maestro para obtener victorias contra las huestes del mal. No deben transigir el pecado si desean que el mensaje predicado con poder. Estamos en la dispuestos a efectuar la conquista, no de ciudades y países, sino de las almas de los hombres.
Este último mensaje para un mundo perdido y que perece es un mensaje que impulsa irresistiblemente a la acción. Se emplea el lenguaje más en enfático para referirse a este gran movimiento mundial. Frases tales como “gran clamor^ y “gran voz” son frecuentes. Ciertamente ellas indican una obra impelente, saturada de un poder que se manifiesta en los pueblos de la tierra. No es necesario aclarar que este poder debe irradiarse de los obreros que presentan la verdad. El entusiasmo debe henchir nuestras vidas como obreros y encendernos con celo sagrado al predicar y trabajar. No es ésta la época de la moderación y de la comodidad en la acción en favor de los perdidos. En cada año nuevo debiéramos hacer nuevas resoluciones para obtener mayores triunfos en la causa de Dios. Debiéramos conservar en el seno de nuestra iglesia todos nuestros miembros, y alcanzar a muchos más. Nuestro espíritu debiera ser un espíritu de triunfo, y nuestro propósito debería siempre ser: “Más almas para Cristo.”
El año nuevo requiere que aceleremos el paso, oremos más y hagamos determinaciones más firmes que nunca en favor de Cristo. Cuanto más difícil sea el camino y mayores las dificultades que ponga delante de nosotros el enemigo, tanto más necesitaremos de una consagración personal y profunda, y también deberemos decidirnos más a derrotar al enemigo y a cosechar almas para Cristo. Ningún año ha encerrado tantas posibilidades en lo que a ganancia de almas concierne, como 1953. ¿No se pondrá cada obrero a sí mismo el blanco de hacer mayores hazañas que nunca para Cristo?