Somos afortunados de ser heraldos de las mejores noticias que la humanidad necesita conocer. ¡Somos promotores de esperanza!

En la última década, se ha publicado mucho material respecto de los peligros y los desafíos asociados al ministerio pastoral.[1] Temas significativos como el burn-out, síndrome de las faltas sexuales, los abusos de poder y las relaciones maritales fallidas se han asociado al clero. Estos temas deben ser abordados. De hecho, Pablo le dijo a Timoteo: “Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina […]” (1 Tim. 4:16). Tales problemas potenciales en el ministerio no deben ser minimizados; sin embargo, sería contraproducente, motivo de desánimo e incluso, deprimente, centrarse constantemente en estos temas, a expensas de las sanas satisfacciones que ofrece el ministerio.

El ciego Bartimeo

Considere el conmovedor relato de Bartimeo cuando recibió la vista. Su historia nos ayuda a ilustrar este tema.

Registrado por los evangelios sinópticos (Mat. 20:29-34; Mar. 10:46-52; Luc. 18:35-43), la visión de Marcos rescata al menos un elemento significativo. Mientras que los autores de los sinópticos destacan que Bartimeo era molesto para quienes lo rodeaban mientras seguía a Jesús, Marcos describe la respuesta de la multitud cuando Jesús lo manda a llamar:” […] y llamaron al ciego, diciéndole: Ten confianza; levántate, te llama” (Mar. 10:49).

“Ten confianza… te llama”. ¿Qué podría significar esto para nosotros, los ministros? La palabra griega tharseo (traducida aquí como “ten confianza”) puede significar “estar de buen ánimo”, “no temas” o “siente confianza con respecto a”.[2] Además, también puede traducirse como una firme resolución ante algún peligro o circunstancia adversa. Es cobrar ánimo y no tener miedo.[3]

Estos diversos significados entregan un consuelo profundo a quienes han sido llamados al ministerio por Jesús. De forma interesante, esta palabra solo aparece ocho veces en el Nuevo Testamento, cadavez en forma imperativa. Se nos dice y se nos ordena cobrar ánimo.

Además, anteriormente en ese capítulo (vers. 13- 16), Marcos describe a Jesús recibiendo a los niños para bendecirlos, reprochando a sus discípulos que se oponían a que los pequeños estuviesen en contacto con él. Jesús dijo: “Dejad a los niños venir a mí […]” (vers. 14). De forma similar, estaba invitando al marginado Bartimeo.

Al mismo tiempo, en los versículos 17 al 22, un hombre acaudalado se postró ante Jesús. Él lo invitó a seguirlo, pero el hombre rico se fue, desanimado, incapaz de desprenderse de sus riquezas para ser un discípulo. Este hombre anónimo contrasta con el mendigo Bartimeo, que respondió a Jesús arrojando una de sus (suponemos) pocas posesiones con tal de seguirlo: su manto.

O sea, pareciera que Marcos 10 se centra en el llamado de Jesús a los individuos y, entretejido en el contexto, hay un relato maravilloso de visión y de esperanza: la sanidad y el llamamiento del ciego Bartimeo. La historia de Bartimeo anima a los lectores a celebrar junto a él, recordando sus propios llamamientos al ministerio por parte de Jesús.

La Biblia registra en detalle a otros individuos -tales como Noé, Moisés, Samuel, Isaías, Jeremías, Ezequiel, Oseas, Amos y Jonás- que fueron llamados al ministerio.[4] Los evangelios registran el llamado de la mayoría de los apóstoles. El libro de Hechos presenta reiteradamente el llamado del apóstol Pablo. Tácito en el llamado al ministerio, está el mensaje subyacente: están en la visión de Dios y él tiene una visión para ustedes. ¡Son requeridos!

Los desafíos

Un énfasis adecuado sobre nuestro llamado puede ayudarnos a preservarlo y protegerlo. Cuando somos tentados a actuar en contra de nuestro llamado, debemos recordar que hemos sido llamados al ministerio por el Señor. Si aceptamos aquel llamado, necesitamos tomarlo en serio.

Por supuesto, cuando lleguen las dificultades necesitamos recordar que no se deben a nosotros, sino a la gran controversia. En la guerra ningún soldado se cuestiona qué hizo para merecer el disparo que lo hirió. En la lucha espiritual, estar en la línea de tiro del enemigo forma parte de la experiencia.

Douglas Webster hace la siguiente observación: “Nada que no sea auto-infligido puede arruinar nuestra virtud o destruir nuestra alma… el enemigo le quitó todo a Job, pero no lo pudo privar de su virtud. Caín le quitó la vida a Abel, pero no pudo arrebatarle su mayor logro. Solo quienes se causan daño son heridos”.[5]

En ocasiones, los pastores pueden desanimarse en el ministerio. En el día de la resurrección, los discípulos de Jesús -incluso aquellos consientes de ella- estaban descorazonados. Pero Jesús se encontró con ellos camino a Emaús y, en un tiempo relativamente breve, estaba regocijándose. Considerando estas cosas, tenemos muchas razones para regocijarnos, independientemente de nuestras luchas.

Razones para regocijarse

El llamado puede ser una de las alegrías más grandes para el ser humano. A menudo, cuando un clérigo se jubila, extraña el ministerio enormemente. Aquellos que pasan a la administración, a dirigir un departamento o un rol en alguna institución eclesial, echan de menos la comunidad en la que ministraron. Esto ya dice bastante sobre el gozo y la satisfacción que conlleva el ministerio.

Además ¿podríamos encontrar a un mejor mentor que Jesucristo? ¿Una mejor persona a la cual emular? Este mundo ha sido testigo de unos cuantos buenos líderes; pero, como ministro del evangelio, has sido llamado por el mayor.

Entre tanto, podemos estar agradecidos de que ya tenemos al Mesías. Podemos regocijarnos de que no somos llamados a resolver los problemas del mundo. No estamos equipados -ni se espera que lo estemos- para resolver todos los problemas que enfrentamos. Solo podemos entregar lo mejor de lo que Dios nos ha dado.

Como ministros del evangelio, podemos regocijarnos pues promovemos esperanza. Somos afortunados de ser dispensarios de las mejores noticias que el mundo necesita conocer. En cierto sentido, proveemos el agua viviente a los sedientos en un mundo que tiene demasiados espejismos. Estamos involucrados en el quehacer eterno.

También debemos recordar que otros han sido llamados al igual que nosotros. Aquellos a quienes debemos rendir cuentas, y quienes rinden cuenta a nosotros, tienen un llamado tan legítimo como el nuestro. Incluso quienes ministran en otras denominaciones cristianas cumplen un propósito dentro del plan de Dios. El mayor gozo es que no estamos aislados; una cantidad innumerable de personas está respondiendo al llamado recibido de Jesús.

Más que cualquier otra persona, los ministros hemos sido llamados a reflejar a Cristo. Sus palabras, sus valores, sus motivos y sus actitudes son la base de nuestra vida. Todo lo bueno, lo que ennoblece, lo que es puro y positivo, se convierte en el ambiente en que debemos habitar.

Podemos regocijarnos porque nuestras vidas, como ministros, no serán desperdiciadas. Ya sea que nuestra vida sea breve o extensa Cuando respondemos positivamente al llamado de Jesús, nuestras vidas sirven a un propósito positivo y significativo, independiente de lo servil que resulten algunas tareas. Jesús le pidió a uno de sus seguidores que buscara un pollino, a otro que prepararan una cena, y a otro que movieran una piedra. Todas estas tareas podrían haber parecido corrientes y sin sentido en su momento. “¿Por qué quieres mover la piedra, Señor? ¡El hombre está muerto! ¡Solo vamos a lograr que salga el mal olor!”. Pero de estos actos, aparentemente sin sentido, se forjaron hechos majestuosos: La entrada triunfal de Jesús sobre ese pollino, la Cena del Señor con ese pan, y la resurrección de Lázaro. Podemos animarnos: nuestras vidas tienen propósito y significado.

¿Se puede describir un día rutinario en el ministerio? Pareciera que cada día es bendecido con sorpresas inesperadas que proveen oportunidades regulares para crecer y desarrollarse. Y aunque este crecimiento puede incluir títulos profesionales, debería significar mayor madurez en el ministerio para servir con más efectividad.

Podemos regocijarnos porque, cuando Dios nos llama al ministerio, hay oportunidades para ser una bendición para otros. Estas vienen como un resultado natural de servir. ¿Qué mayor gozo puede haber que servir y ser una bendición para otros?

En síntesis, cualesquiera sean nuestros desafíos, nos hará bien recordar las palabras de dichas a Bartimeo: “Ten confianza; levántate, te llama”.

Sobre el autor: Secretario ministerial asociado de la Asociación General de la Iglesia Adventista.


Referencias

[1] Ver, por ejemplo, Richard Exley, Perils of Power (Silver Spring, MD: Ministerial Association of Seventh-day Adventist, 1995); Gary L. Mantosh y Robert L. Edmondson, It Only Hurts on Monday: Why Pastors Quit and What You Can Do About It (Saint Charles, II: ChurchSmart Resources, 1998); G. Lloyd Rediger, Clergy Killers (Louisville, KY: Westminster John Knox Press, 1997); Paul Whetham and Libby Whetham, Hard to Be Holy: Unravelling the Roles and Relationships of Church Leaders (Adelaide, Australia: Openbook, 2000).

[2] Henry George Liddell y Robert Scott, A Greek-English Lexicón, 9 ed. (Oxford: Clarendon Press, 1996). “tharseo”.

[3] Walter Bauer, A Greek English Lexicón of the New Testament and Other Early Christian Literature, 3a ed. (Chicago: University of Chicago Press, 2000), “tharseo”.

[4] Claramente, otros fueron llamados al ministerio, pero, por algún motivo, la ocasión de su llamado no aparece registrada (como Daniel, Sofonías, Habacuc, Débora, etc ).

[5] Douglas Webster, “Chrysostom: ‘Golden Mouth’ ”, Preaching 24, N° 6 (Mayo-Junio 2009), p. 62.