Primera parte

En su libro The Truth About Seventh-day Adventism, Walter R. Martin trata de mostrar que las enseñanzas de la Iglesia Adventista concernientes a la vigencia que la observancia del séptimo día de reposo tiene sobre los cristianos, carecen de fundamento bíblico. Nos anima el propósito de examinar en estas páginas los argumentos que él establece en el capítulo seis. Para facilitar la comparación utilizaremos los mismos subtítulos que él emplea en su obra.

Ilusiones apocalípticas

Walter Martin comienza su argumentación declarando que “los adventistas basan sus interpretaciones mayormente sobre pasajes puramente apocalípticos y proféticos de los libros de Daniel y Apocalipsis” (pág. 142), y que nuestras interpretaciones de esos pasajes son equivocadas. No muestra en qué están equivocadas estas interpretaciones, pero dice acerca de esos pasajes bíblicos que son “símbolos cuyo significado el Espíritu Santo no se ha complacido en revelar”, y “en mi opinión, no puede negarse que la fuente principal de estas especulaciones apocalípticas está en el fracaso de considerar el hecho de que Dios ha ocultado deliberadamente algunas cosas a la comprensión humana” (pág. 143).

Resulta evidente que el Sr. Martin intenta dejar de lado enseñanzas bíblicas significativas y evidencias válidas acerca de la importante cuestión del día de reposo utilizando la apresurada declaración de que las profecías de Daniel y Apocalipsis no pueden ser comprendidas. Preguntamos: ¿Por qué Dios envió a su Espíritu Santo a poner por escrito esos mensajes mediante los profetas? ¿Y por qué consideró Dios apropiado colocar esos mensajes en la Biblia si es que no servirían para nuestra amonestación y conducción? Cuando el apóstol Pablo encomendó a los creyentes de Éfeso “a Dios, y a la palabra de su gracia, la cual es poderosa para sobreedificaros y daros herencia con todos los santificados” (Hech. 20:32), no excluyó los escritos proféticos de Daniel o de Juan. Indudablemente el Sr. Martin aceptará que los libros de Daniel y Apocalipsis pertenecen al canon bíblico. Sin embargo, en realidad el canon personal consiste únicamente en aquello que se está dispuesto a utilizar como doctrina y guía en la vida privada.

Otra de sus declaraciones es que “no hay fundamento gramatical o contextual en la Palabra de Dios para sostener la enseñanza de que (a) el papado es el poder del que se habla en Daniel 7:25” (pág. 143). Este juicio nos resulta sorprendente, más aún cuando toda nuestra argumentación concerniente a Daniel 7: 25 está basada en el contexto. En la exposición de esta profecía hemos tenido mucho cuidado en la presentación de las grandes potencias mundiales, comenzando con Medopersia, seguida por Grecia, Roma, y luego por el gran poder político y espiritual que surgió del imperio romano, el cuerno pequeño. Y lo que hemos hecho, ciertamente es utilizar el contexto. Por cierto que no sabemos qué pensaba el Sr. Martin cuando escribió que no hay fundamento gramatical para nuestra enseñanza acerca de esta profecía. No dice en qué forma hemos violado la gramática de Daniel 7:25. ¿Para qué sirve el lenguaje si no es para transmitir un significado?

Nuestra interpretación se basa en un cuidadoso examen del significado de las frases del versículo 25. De ningún modo hacemos violencia a la gramática de este pasaje.

Luego declara que nos aferramos a nuestra interpretación de Daniel 7:25 porque ha sido “confirmada” en los escritos de Elena G. de White. Nunca hemos fundado nuestra interpretación de este pasaje en las declaraciones de Elena G. de White, ni tampoco lo hacemos ahora. Acudimos directamente a la Biblia y a sus claros lineamientos acerca del poder del cuerno pequeño dados en el contexto de todo el capítulo siete de Daniel. Nuestro Salvador dijo acerca del libro de Daniel: “El que lee, entienda” (Mat. 24:15). Jesús apoyó el libro de Daniel y nos recomendó su estudio. Nos preguntamos, entonces, por qué el Sr. Martin intenta anular el efecto de una gran profecía diciendo únicamente que no puede ser comprendida. Estamos asombrados de que insista en que nuestras interpretaciones están erradas sin que siquiera intente demostrar en qué están erradas, o qué significa la declaración bíblica. No quisiéramos pensar que nuestro amigo solamente trata de descartar una importante porción de la Palabra de Dios mediante puras negaciones y vagas generalizaciones. Resulta obvio que no cambiaremos nuestro concepto acerca de Daniel 7:25 sobre la base de tales argumentos.

Elena G. De White y el cuarto mandamiento

El Sr. Martin cita una declaración de Elena G. de White tomada de El Conflicto de los Siglos, pág. 504, según la cual el cuarto mandamiento es el sello de la ley de Dios. El sello consiste en estas dos cosas: que únicamente el cuarto mandamiento contiene el nombre de Dios junto con su título, y que este último muestra la autoridad de Dios como Creador, que respalda la ley que él dio. El Sr. Martin intenta mostrar que la declaración de la Sra. de White no está respaldada por la Biblia. Comenta que su error se debe a su desconocimiento del idioma hebreo y, afirma que el nombre y el título de Dios aparecen en otra parte en el Decálogo. Pero su declaración es falsa, porque en ninguna otra parte de los Diez Mandamientos, fuera del cuarto, aparece el título de Dios como el Creador, que hizo el cielo y la tierra. No importa cuánto hebreo se sepa, no se logra encontrar apoyo para la pretensión del Sr. Martin. El Sr. Martin intenta basar su argumentación en el hecho de que el nombre de Dios, Elohim, aparece en otra parte en el Decálogo, y que este nombre, dice él, lleva consigo la connotación de Creador porque ha sido empleado en Génesis 1:1, donde se nos dice que Dios creó la tierra. Ciertamente éste es un razonamiento forzado, y en realidad consiste en una forma de rodeo. La Sra. de White no dijo que el nombre de Dios aparecía solamente en el cuarto mandamiento, sino que el nombre de Dios junto con su designación como Creador de los cielos y de la tierra aparece únicamente en este lugar. La aseveración del Sr. Martin de que porque él ha mostrado cómo el nombre de Dios ocurre en Éxodo 20:1, 2, 5, 7, entonces puede “deshacerse” de la declaración de la Sra. de White, realmente es ridícula. Sin embargo, después de mencionar el hecho de que el nombre de Dios aparece en otra parte en el Decálogo, y que cuandoquiera que aparezca debe entenderse que significa “Creador”, el Sr. Martin dice que esto es “un argumento lingüístico incontestable”. No alcanzamos a ver que esto sea siquiera un argumento lingüístico, y mucho menos que sea incontestable.

El hecho de que en Génesis 1:1 se presente a Dios como el Creador no significa que dondequiera que se use el nombre “Dios” debamos suponer de inmediato que lleva adjuntas las palabras Creador de los cielos y de la tierra. La palabra hebrea Elohim utilizada sola no tiene en absoluto la connotación de “Creador”. Quedamos todavía más atónitos cuando el Sr. Martin dice que si todo el cuarto mandamiento desapareciera, el título de Creador permanecería en los demás mandamientos simplemente porque el nombre de Dios aparece en ellos. ¿No es el Sr. Martin el que está forzando el sentido de la escritura, y no la Sra. Elena G. de White, a pesar del hecho de que él declara varias veces que su interpretación “no es gramaticalmente ni contextualmente sostenible” y que adolece de “serias deficiencias en todas las áreas importantes del lenguaje y del uso sintáctico”? El Sr. Martin no demuestra ni una sola vez que la Sra. de White utiliza la Biblia en forma contraria al empleo gramatical, contextual o sintáctico. En efecto, su posición extrema de que la sola mención del nombre de Dios debe entenderse como incluyendo su título de Creador demuestra que es el Sr. Martin el que no observa las reglas gramaticales y lingüísticas. La declaración de la Sra. de White está en armonía con el lenguaje y el empleo de la sintaxis de Éxodo 20, mientras que no lo está la declaración del Sr. Martin. Además, intenta oscurecer la cuestión declarando que aunque Dios santificó el día de reposo, los eruditos desde los padres de la iglesia en adelante han discutido el significado de la palabra santificar. El hebreo manifiesta claramente que Dios santificó el día de reposo descansando en él y separándolo para su propio uso. El hecho de que no sepamos todas las connotaciones de la palabra santificar no puede de ninguna manera servir de excusa a los hombres para no descansar y adorar en el séptimo día como Dios ha ordenado.

Luego el Sr. Martin cita una declaración de Elena G. de White en la que dice que el papado realizó el cambio del culto del séptimo día de la semana al primero. Pretende desbaratar este argumento preguntando a qué papa se refiere. Dice que nosotros aceptamos que no existía tal dignidad como el papado hasta la entronización de Gregorio el Grande en el año 590, y puesto que admitimos que un gran cuerpo de cristianos guardaba el domingo antes de aquel tiempo, nos contradecimos a nosotros mismos. En primer lugar debemos decir que no admitimos que no existiera una institución como el papado antes de Gregorio. Esta cuestión se refiere únicamente a la definición que se le dé a la palabra papado, y en un caso como éste, el único procedimiento lícito consiste en investigar qué significaba esta palabra para Elena G. de White al final del siglo diecinueve y no en averiguar qué significado tiene para el Sr. Martin en la actualidad.

Estamos de acuerdo en que la primacía del obispo de Roma sobre la iglesia cristiana se llevó a cabo a lo largo de un proceso evolutivo. Después de la destrucción del Templo en el año 70 y de Jerusalén en el año 132, la iglesia de Roma se puso rápidamente al frente del cristianismo. Aunque había otras iglesias importantes fundadas por los apóstoles, sin embargo el hecho de que Pedro y Pablo hayan muerto en Roma, y el hecho de que Roma era la capital del imperio, hizo que los cristianos primitivos consideraran de mucha importancia las opiniones de los dirigentes de la comunidad cristiana de Roma. A medida que transcurrieron las décadas, aumentó notablemente esta importancia. Ireneo de Lyón (Francia) manifestó el sentimiento general de las iglesias de su tiempo (alrededor del año 185) cuando llamó la atención al hecho de que la Iglesia Romana había sido fundada por Pedro y Pablo, y declaró: “Porque es una cuestión de necesidad que todo cristiano esté de acuerdo con esta iglesia, debido a su preeminente autoridad” (Heresies, 3, 3). Evidencia adicional de esta primacía de la Iglesia Romana y del obispo romano se advierte en el año 198, cuando el problema de la fecha de la Pascua se tornó tan agudo que se realizaron varios sínodos en Roma, Palestina, Alejandría y otros lugares. Estos sínodos decidieron en favor de la práctica romana de celebrar la Pascua en un domingo en lugar de hacerlo en la noche del día catorce del mes de nisán.

Por el año 200, Roma era el centro eminente e influyente del cristianismo, y los obispos romanos no vacilaron en sacar el máximo provecho de esa eminencia. Con el transcurso del tiempo aumentó enormemente la influencia del obispo de Roma, en tal forma que casi siempre se lo eligió como presidente y moderador en las asambleas ecuménicas, y existía un sentimiento general de que no podía tomarse ninguna decisión importante sin su consentimiento. En el Concilio de Sárdica, celebrado el año 343, notamos que se le dio fórmula a la autoridad tradicional del obispo romano, y se le concedió el poder de zanjar las disputas entre otros obispos. Un cuidadoso estudio de las experiencias de la iglesia de aquellos tiempos revela que los obispos de Roma ejercían su poder en una amplia gama de negocios de la iglesia, y a menudo ante el pedido de obispos y príncipes. Dámaso, otro poderoso papa elegido en el 366, obtuvo del emperador Graciano el derecho de juzgar a otros obispos.

Las controversias doctrinales del siglo cuarto enaltecieron mucho el poder del obispo de Roma. Inocencio I (año 404) reclamó para sí el derecho supremo de dictar sentencia en todas las disputas eclesiásticas más graves e importantes, y también reclamó para sí el derecho de dictar regulaciones obligatorias para los diversos distritos de la iglesia. León I (440-461) puso énfasis en la primacía de Pedro, y sostuvo que los obispos de Roma eran los sucesores de Pedro. Manejó con tanta eficacia esta pretensión que pudo ejercer su autoridad en Galia, España y África del Norte. En el año 445 obtuvo un edicto del Emperador Valentiniano III por el que se ordenaba a todos los cristianos que obedecieran al obispo de Roma, sosteniendo que tenía “el primado de San Pedro”. León ejerció eficazmente el control de la iglesia interviniendo en una u otra actividad importante de la iglesia cristiana.

Ya en el siglo tercero encontramos a Ireneo de Lyón preparando una lista de los papas de Roma. Pretendió que Pedro fue el primer papa, e incluyó a doce papas que habían gobernado sucesivamente. Independientemente de lo que pensemos de esto, resulta evidente que durante los siglos tercero y cuarto había grandes sectores de la iglesia cristiana que consideraban al obispo romano como el “padre” más destacado de la cristiandad. Tal es el sentido de la palabra —papa—, y la Sra. de White lo utilizó con este significado —tal como lo hicieron prácticamente todos los escritores de su época— para referirse a las instituciones del papado, la línea continua de dirigentes espirituales de la iglesia, y no a cualquiera de los obispos de Roma en particular.

Ciertamente la institución del papado existía antes del tiempo de Gregorio I, y numerosas declaraciones de antiguos historiadores demuestran que estos papas emplearon activamente su influencia para anular el séptimo día de reposo y para ensalzar el domingo en su lugar. En algunos casos esto se llevó a cabo declarando el sábado como día de ayuno, ayuno que no debía interrumpirse hasta el comienzo del primer día de la semana. Otro caso, ocurrido mucho antes, está dado por los infatigables esfuerzos realizados por los obispos de Roma para establecer en toda la cristiandad la práctica de observar el aniversario de la resurrección de Cristo en día domingo, en lugar de hacerlo en diferentes días de la semana a lo largo de los años. La Pascua judía, durante la cual Cristo fue crucificado y resucitó, fue fijada de acuerdo con la salida de la luna llena en el mes judío de nisán. Según esto, la Pascua y el primer día de la fiesta de los panes sin levadura cayeron en diversos días de la semana. Cuando los primeros cristianos, en una época muy temprana, comenzaron a honrar anualmente el aniversario de la resurrección de Cristo, emplearon el método judío de computar el tiempo, y la honraron un año en martes, otro en miércoles, etc. Este método de fijar el aniversario de la resurrección de Cristo fue empleado en toda la iglesia cristiana en un tiempo, y especialmente en Egipto, Palestina y Asia Menor.

Cuando el pueblo judío cayó en desgracia en los primeros siglos cristianos, los dirigentes de la iglesia en el oeste (Italia, Galia, etc.) no quisieron seguir utilizando el cómputo judío para establecer la fecha de una fiesta de la iglesia. Comenzaron una campaña de agitación para fijar el aniversario de su resurrección en un día fijo de la semana, domingo, apoyados en el hecho de que Cristo había resucitado en ese día. Esto ayudó a fortalecer su pretensión de que los cristianos deberían observar el primer día de la semana en honor de la resurrección de Cristo, en lugar de observar el séptimo día sábado como ordena la Biblia. Así fue como utilizaron la celebración movible de la Pascua como medio para establecer la observancia del domingo.

Víctor, obispo de Roma que reinó aproximadamente entre los años 189 y 200, trató de forzar esta práctica en la iglesia de Asia Menor. Cuando los dirigentes de la iglesia oriental protestaron, intentó excomulgarlos a todos. La controversia persistió fieramente durante los siglos tercero y cuarto, hasta que los obispos de Roma lograron imponer su voluntad sobre toda la iglesia cristiana. A medida que se relacionó el aniversario de la resurrección del Señor con el domingo, aumentó la estima de la gente por ese día, y poco a poco manifestaron buena disposición para aceptarlo como el día semanal de adoración en lugar del séptimo día sábado. Ciertamente los obispos de Roma desempeñaron una parte muy importante en el cambio de la práctica del mundo cristiano de la observancia del sábado al domingo.

Los dirigentes de la Iglesia de Roma ejercieron su influencia sobre el emperador Constantino para que pronunciara su edicto del año 321, que prohibía trabajar en día domingo a la gente que vivía en las ciudades. En el Concilio de Laodicea, efectuado entre los años 343 y 321, los dirigentes eclesiásticos dictaron la siguiente ley: “Los cristianos no deberán judaizar y estar ociosos en día sábado, sino que trabajarán en ese día; pero honrarán de manera especial el día del Señor, y, como cristianos, si es posible, no trabajarán en ese día. Sin embargo, si se los encuentra judaizando serán separados de Cristo” (Canon 29, Hefele’s Councils, tomo 2, libro 6, sec. 93).

Resulta muy evidente, tal como escribió Elena G. de White, que los obispos de Roma, los “padres”, es decir los papas, de la parte más influyente del cristianismo, fueron instrumentos decisivos en la creación de la observancia del domingo.

El Sr. Martin pregunta por qué los adventistas citamos el testimonio de autoridades católicas para apoyar la declaración de que ellos cambiaron el sábado por el domingo como día de reposo, cuando encuentra que otras autoridades católicas no están de acuerdo con esto. Respondemos que cuando ciertas autoridades reconocen el hecho de que fue la Iglesia Católica Romana la que realizó el cambio en la práctica cristiana de adorar en el primer día de la semana en lugar de hacerlo en el séptimo, esas autoridades están concordando con lo que realmente aconteció, y están en consonancia con las declaraciones de la profecía de Daniel 7:25 concerniente a lo que ocurriría bajo la influencia del poder del cuerno pequeño.

En la página 148 de su libro, Walter Martin cita la excelente declaración de Peter Geiermann, reconociendo que el sábado es el día de reposo y que la Iglesia Católica transfirió la solemnidad del sábado al domingo en el Concilio de Laodicea. El Sr. Martin cita otra declaración de Geiermann en la que reitera la misma cosa y pone énfasis en que “La iglesia estaba autorizada para realizar este cambio, por el poder que le había conferido Jesucristo’” (pág. 149). Pero también menciona pasajes como los de Apocalipsis 1:10, Hechos 20:7 y 1 Corintios 16:2, como autorización bíblica para la observancia del primer día de la semana. Ninguno de esos pasajes declara que el domingo es el día del Señor, ni tampoco menciona un mandamiento divino que ordena que los cristianos deberían observar el primer día de la semana. Además aceptamos la segunda declaración del Prof. Geiermann, porque en ella también dice que la Iglesia Católica tenía autoridad para decretar que los cristianos deberían observar el primer día de la semana. Lo citamos en el primer caso debido a esa pretensión. Su suposición de que esta autoridad les pertenecía por derecho concedido por las Escrituras, es rechazada por nosotros, pero al hacerlo en ningún modo debilitamos su testimonio acerca de la parte que la Iglesia Católica Romana desempeñó en el intento de cambiar el día de reposo. No vemos ninguna inconsecuencia en citar a Geiermann como testimonio.

El adventismo permanece incólume

El Sr. Martin trata de convertir en un poderoso argumento el hecho de que Arthur E. Lickey, un autor adventista, al mostrar la relación que existe entre el sábado y la cruz haya expresado su argumento como una declaración hecha por Dios y haya concluido diciendo: “Lo que yo he juntado, no lo separe el hombre”. El Sr. Lickey estaba mostrando cómo el Calvario no había abrogado el sábado, sino que más bien había fortalecido su pretensión de ser el día de reposo cristiano porque es una señal del poder creador y redentor de Dios, como también lo es el Calvario. El Sr. Martin dice que le molesta que el Sr. Lickey cite Mateo 19: 6, que está hablando del casamiento, y lo aplique al sábado y al Calvario. Sostiene que esto constituye una ilustración de la forma como utilizamos ciertos pasajes bíblicos fuera de su contexto.

En realidad, cualquiera que lea la declaración del Sr. Lickey reconocerá que utiliza las palabras de Mateo 19:6 como una forma literaria. Es muy común entre muchos escritores cristianos tomar prestada la fraseología de ciertos pasajes bíblicos para utilizarla en un contexto muy diferente, debido a que se presta para realzar el pensamiento expuesto. Es evidente que el Sr. Lickey no está tratando de utilizar esa fraseología bíblica como apoyo para su argumentación, y tampoco está interpretando Mateo 19:6. No sería difícil encontrar muchos ejemplos de este préstamo literario prácticamente en cualquier libro cristiano. El hecho de que el Sr. Martin haya destacado este préstamo literario, es evidencia de que ha realizado un gran esfuerzo de búsqueda con el propósito de encontrar una pequeña debilidad para condenarla.

Sin embargo, en relación con esto, debemos decir que ni el Sr. Lickey ni ningún adventista intentaría equiparar la importancia del sábado con la de la cruz. La cruz es el acontecimiento más importante de toda la historia cristiana, y ninguna cosa puede igualarla. Por otra parte, es seguro que en el Calvario no aconteció nada que cambiara el hecho de que Dios dijo que es su deseo y voluntad que sus hijos observen el séptimo día como memorial de su poder creador, así como la cruz es una señal aún mayor del poder creador y redentor de Dios. Después de la cruz, el séptimo día de reposo siguió siendo la voluntad de Dios para su pueblo. El Calvario ratificó el nuevo pacto, y después de que un pacto o testamento ha sido ratificado nadie puede cambiarlo. La institución del domingo, o la observancia del primer día de la semana, llegaron demasiado tarde para ser incluida en el nuevo pacto realizado por Dios con su pueblo. La observancia del domingo es solamente un pacto unilateral del hombre, y Dios no interviene para nada en él. El domingo no tiene parte alguna en el misericordioso pacto de Dios con la humanidad, y por lo tanto es únicamente una institución humana.

Sobre el autor: Director Adjunto de Educación de la Asociación General.