Leíamos esta mañana la primera carta de San Pablo a los Tesalonicenses. ¡Qué maravillosos mensajes tienes para un ministro del Evangelio! Las palabras del capítulo 2, versículos 7 y 8 sonaron como el extraordinario secreto del éxito del apóstol. ¡Qué poder tendríamos, si como ministros aplicáramos cada día esos principios!

 “Antes fuimos tiernos entre vosotros, como la nodriza que cuida con ternura a sus propios hijos. Tan grande es nuestro afecto por vosotros que hubiéramos querido entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino también nuestras propias vidas; porque habéis llegado a sernos muy queridos”. El capítulo termina así: “Porque, ¿cuál es nuestra esperanza o gozo, o corona de que me gloríe? ¿No lo sois vosotros delante de nuestro Señor Jesucristo en su venida? Vosotros sois nuestra gloria y gozo” (vers. 19, 20).

 “Habéis llegado a sernos muy queridos”. Expresa luego su amor en forma práctica: al saber que ellos estaban pasando por tribulaciones, “no pudiendo soportar más” envió mensajeros para saber si estaban bien y firmes en la fe (3:4, 5). Al recibir buenas noticias de ellos, revivió en medio de las tribulaciones (vers. 7, 8) y les expresó su deseo ardiente de poderlos visitar nuevamente: oraba diariamente pidiendo al Señor una nueva oportunidad de verlos y completar la tarea iniciada (vers. 10).

 El pastorado y el evangelismo deben estar hoy más que nunca, basados en esos mismos principios. Vez tras vez presenta la Sra. de White el hecho de que no son los argumentos los que llevarán a la gente a la decisión. “La verdad presentada en un estilo fácil, apoyada en algunas pocas pruebas indubitables, es mejor que la investigación que saque a luz un abrumador despliegue de evidencias” (Evangelismo, pág. 318).

 No son sólo argumentos lo que el mundo necesita hoy. Hay muchos convencidos de la teoría de la verdad, pero que aún no han sido atraídos porque esa teoría sólo les ha llenado el vacío de sus mentes, sin haberles satisfecho las profundas necesidades del alma. Se sienten aún vacíos a pesar de que tienen un conocimiento teórico de lo que es la verdad.

 El evangelista, el pastor, deben amar a aquellos por quienes trabajan. No deberán ver en ellos solamente un número para su informe mensual o trimestral, sino a seres humanos con luchas, angustias, anhelos y necesidades que tienen una única y suficiente solución: Cristo. Alguien abandonó su iglesia y presentó como argumento el hecho de que allí se sentía simplemente como una tarjeta IBM… Una computadora no da —no puede dar— amor. Un pastor mecanizado tampoco. San Pablo era “como una nodriza” para su iglesia, pero no una nodriza mercenaria, sino una “que con ternura cuida a sus propios hijos”.

 “Las frases formales y hechas, la presentación de temas meramente argumentativos no da por resultado ningún bien. El amor subyugante de Dios en los corazones de los obreros será reconocido por aquellos por quienes trabajan. Las almas están sedientas de las aguas de vida. No seáis cisternas vacías. Si les reveláis a ellos el amor de Cristo, induciréis a los hambrientos y sedientos a ir a Jesús y él les dará el pan de vida y las aguas de la salvación” (Id., pág. 321).

 Escribimos estas notas estando en un país sudamericano convulsionado por las luchas internas. Las marchas de protesta y las contramanifestaciones se ven a diario. Hay incertidumbre, inseguridad. Se lo ve reflejado en el rostro del ciudadano común. Parecería que la alegría natural de este pueblo se hubiera esfumado. La lectura de los periódicos deprime: luchas, críticas, malos presagios, condenación recíproca de los bandos en juego. Parecería que todas las soluciones de origen humano hubieran fallado en resolver los graves problemas reinantes.

 Al repasar el temario de la campaña, ante la responsabilidad que implica el hacer frente a un público necesitado de algo superior, nos sentimos alegres a la vez que profundamente preocupados; ¡tanto que presentar! ¡y hacerlo a la vez con tanto tacto y sabiduría para saber cómo y cuándo hablar!

 Quisiéramos tener en las reuniones tanta gente como hubo anoche en la marcha de protesta, para decirles que más grave que no tener carne en las carnicerías o pan en los almacenes, es no tener una esperanza firmemente establecida en Dios. Y nuestra responsabilidad como evangelistas y pastores, es llegar a esa gente con un mensaje que les satisfaga plenamente. Las masas no son siempre conscientes de ello, pero tienen oculto un sentido de insatisfacción. Y eso puede ser llenado únicamente con una firme esperanza en Cristo, en su amor revelado en la cruz, en la certeza de su pronto regreso.

 El nuestro es un mundo en rebeldía, narcotizado con las drogas y el alcohol o los barbitúricos. Eso revela una tremenda falta de seguridad, del amor bien entendido. Terminábamos hace algunas semanas una conferencia sobre el hogar y la delincuencia, cuando alguien se nos acercó y nos dio la copia de una canción de moda, muy popular hoy: “Soy rebelde, porque el mundo me ha hecho así” comienza diciendo. Da luego la explicación a esa actitud: “pedí amor, comprensión, que solamente me oyeran”. Encontró vacío, oídos sordos. Se fue por lo tanto a buscar causas o ideologías que lo tomaran en cuenta.

 Así también sucede en muchas iglesias cristianas hoy. Millares las están abandonando pues no encuentran en ellas la satisfacción de sus necesidades. “A muchas personas la iglesia actual les parece impotente porque tiene en cuenta al individuo sólo como una cifra más destinada a integrar las grandes reuniones religiosas y a dar de su dinero, precisamente como lo tienen en cuenta el comercio, la universidad o el gobierno cuando quieren cumplir sus programas” (Joseph Bayly, en “What about horoscopes” citado en Time, 19 de junio de 1972, pág. 36). ¡Exactamente lo mismo que lo que le sucedió al joven de la canción!

 Por lo tanto, el amor que el padre o la madre manifiesta hacia los hijos, debe ser demostrado por el pastor hacia su iglesia. Las congregaciones lo necesitan. En cada auditorio hay personas abrumadas por problemas y vacíos, que llegan anhelosas de una luz que las saque de las tinieblas en que viven. En cada hogar que el pastor visita hay inquietudes que necesitan ser disipadas. Muchos de nuestros feligreses miran expectantes hacia su pastor esperando recibir de él no sólo teología, sino orientación y consuelo ¡Y están en su derecho! Nuestras visitas pastorales no deberían tener solamente el fin de llevarles la planilla de pedido de publicaciones, o el material de la recolección, o la parte que le corresponderá desarrollar en el programa misionero del sábado. Tampoco debemos dar la impresión de que estamos cumpliendo un deber profesional. Una enfermera contaba acerca de las visitas que un cristiano fiel realizaba a pacientes de un hospital: “Cuando ese hombre entra en una pieza, parecería que una gran luz se encendiera”. Era la luz de un cristiano radiante.

 Muchos que apostatan, lo hacen a pesar de estar convencidos de la teoría de la verdad. Esa es la razón por la cual difícilmente se unan a otra iglesia. Más bien los aleja de la iglesia el haber encontrado algún vacío que les hizo perder el entusiasmo por su congregación. Visitábamos ayer a una señorita, hija de un hogar adventista a quien queremos traer de regreso al redil. “Me he descarriado”, nos dijo ella. “Sé que allí está la verdad y quiero regresar; me fui simplemente porque no encontré en la iglesia el apoyo que necesité en momentos difíciles”. Nos relató luego los problemas serios que había en el hogar de sus padres. “El pastor… nos visitaba y nos ayudó a afrontarlos, pero al irse él a otra iglesia nadie más vino a orar con nosotros. Los problemas se agravaron. Nos hemos descarriado casi todos”. ¡Murió de hambre espiritual! El amor y la paciencia de un verdadero pastor, tal vez la hubieran salvado.

 Los niños de las congregaciones y de los hogares deberían ser inspirados por el amor del pastor. Deberíamos interesarnos por cada uno de ellos en forma personal, aprender sus nombres, si ello fuera posible. Aquellas impresiones difícilmente se borren. Y su efecto puede llegar a ser en muchos casos mayor que el de las mismas predicaciones.

 Y ese mismo amor debe manifestarse también en nuestras campañas de evangelización. Es lo que la gente necesita, es lo que les hace falta. Un argumento teórico tal vez cautivará el intelecto, pero un interés profundo y sincero por la persona en sí, por su bienestar y salvación, preparará el terreno para la semilla que será luego depositada. “Si quisiéramos humillarnos ante Dios, ser amables, corteses y compasivos, se producirían cien conversiones a la verdad allí donde se produce una ahora” (El Ministerio de la Bondad, pág. 91).

 Al realizar visitas, al dar estudios bíblicos, al predicar, debemos dar la idea de que nos interesa su salvación eterna y que no estamos preocupados por llenar una “cuota de producción”. Lo hacemos convencidos de que Cristo murió por ellos y porque sabemos que su felicidad eterna depende de aquel mensaje que les estamos transmitiendo. Al rechazar alguno de ellos la verdad, no debe preocuparnos tanto el tener uno menos para nuestro informe mensual, sino el hecho de que uno menos podrá disfrutar de las bienaventuranzas de la salvación.

 “Vosotros sois nuestra gloria y gozo” (1 Tes. 2:20). “Como el padre a sus hijos exhortábamos y consolábamos a cada uno de vosotros” (2:11). ¿Sería ésta la clave del éxito del apóstol? ¿No será para nosotros el secreto para profundizar y ampliar las posibilidades de nuestro ministerio? ¿No será precisamente eso lo que el mundo rebelde, convulsionado e inquieto necesita?