“Las personas necesitan un lugar donde puedan ser amadas y cuidadas, donde puedan mostrarse abiertas y vulnerables”.

Hace unos meses, asistí a un Grupo pequeño al que van algunos trabajadores de la División. En el momento dedicado a los testimonios, escuché que uno de ellos dijo, en relación con su cumpleaños, que celebraban ese día: “Normalmente, con la gente del coro, nos juntamos para celebrar los cumpleaños, y varios me llamaron para organizar una salida. Sin embargo, les dije que ya estaba comprometido con mi Grupo pequeño. Cuando más lo necesité, ustedes me sustentaron con sus oraciones y su amistad. Ahora, en un momento de alegría y bendiciones, me propuse venir aquí y celebrarlo juntos”.

Me di cuenta de que ese Grupo pequeño realmente estaba cumpliendo su rol de acoger con cariño y amistad, y eso había marcado la diferencia.

“Los seres humanos son básicamente sociables”, dice Russell Burrill, y agrega que “no fuimos hechos para vivir solos, sino en comunidad. Esa necesidad de vivir en comunidad fue creada por Dios y es inherente a nuestro ser”.[1] En la creación, Dios dijo: “No es bueno que el hombre esté solo” (Gén. 2:18). Además, Jesucristo resaltó: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:35).

Interacción indispensable

La expresión “unos a otros” es bastante usada por Pablo y es repetida 75 veces en la Biblia, lo que sirve para describir la forma en que Dios espera relacionarse con su iglesia. Por ejemplo, los hermanos deben ser bondadosos y compasivos los unos con los otros (Efe. 4:32), animarse unos a otros (Heb. 3:13), ser benignos y aconsejarse unos a otros (Rom. 15:14), orar unos por otros (Sant. 5:16), llevar las cargas los unos de los otros (Gál. 6:2), amarse los unos a los otros (Juan 13:35), no hablar mal los unos de los otros (Sant. 4:11).

Citando a Burrill, “en este sentido, es imposible ser cristiano y vivir asilado […] no hay cristianismo fuera de la comunidad. Involucrarse en la comunidad significa vivir en dependencia mutua de otros cristianos”[2]

Generalmente, no nos gusta ser dependientes; más aún, vivimos en una sociedad egoísta, en la que cada uno desea vivir la vida a su manera, sin la interferencia de terceros. Con todo, nadie es feliz viviendo de esa manera. “Dios colocó en el corazón humano el deseo de conocer y ser conocido, amar y ser amado. La humanidad necesita desesperadamente de la comunidad. Las personas necesitan un lugar donde puedan ser amadas y cuidadas, donde puedan mostrarse abiertas y vulnerables, sin ser juzgadas”.[3]

El ambiente más propicio para vivir satisfactoriamente este tipo de relacionamiento es el Grupo pequeño. Aunque varias reuniones programadas por la iglesia, como el culto de adoración, la Escuela Sabática, las clases bíblicas y otras, sean esenciales para el crecimiento cristiano, ellas no pueden sustituir la reunión del Grupo pequeño. Todas las reuniones cumplen funciones diferentes.

Reuniones sociales

Debido a su informalidad y naturaleza, el encuentro del Grupo pequeño provee condiciones adecuadas para desarrollar amistades, para el cuidado mutuo y para contar lo que nos sucede. John Wesley, el padre del metodismo, llegó a la misma conclusión. Descubrió que la mejor forma de cuidar y consolidar la fe de las personas que eran atraídas a sus reuniones de evangelismo era por medio de las denominadas “clases”, una especie de Grupo pequeño que él desarrolló[4] Wesley se tomaba tan en serio la importancia de la participación de sus conversos en esas clases que no aceptaba el tipo de metodismo que rechazaba esa práctica.

El Adventismo primitivo también desarrolló las llamadas “reuniones sociales”, Grupos pequeños de la época, en el centro de sus actividades[5] Nuestros pioneros consideraban que el adventismo no se debía preocupar solamente por el desarrollo mental del creyente, sino también por la naturaleza emocional y social. Consideraban el desarrollo armonioso de las facultades físicas, mentales, sociales y espirituales como la esencia de la verdadera educación. Por lo tanto, por medio de las reuniones sociales, ellos cuidaban del desarrollo social de los miembros y procuraban mantenerlos espiritualmente responsables. Ahí, las personas compartían los aspectos prácticos de la vida cristiana. Era el lugar en que los miembros más maduros y los neófitos recibían apoyo y discipulado.

Al describir el contenido de estas reuniones, Elena de White escribió: “Nos reunimos para edificarnos unos a otros mediante el intercambio de pensamientos y sentimientos, para obtener fuerza, luz y valor, al conocer mejor nuestras esperanzas y aspiraciones mutuas; y al elevar con fe nuestras oraciones fervientes y sentidas, recibimos refrigerio y vigor de la Fuente de nuestra fuerza. Estas reuniones deben ser momentos muy preciosos y deben ser hechas interesantes para todos los que tienen placer en las cosas religiosas”.[6]

“Para los pioneros del adventismo, las reuniones sociales eran consideradas parte regular de la vida de la iglesia. […] Frecuentarlas asiduamente era considerado un deber para los creyentes”.[7] “Ellas eran realizadas al nivel de la iglesia local, en las reuniones campestres, e incluso en las sesiones de la Asociación General, como parte de la agenda regular devocional y de negocios”.[8] Elena de White llegó a decir que el cristiano es alguien activo en las reuniones sociales: “Un cristiano es un hombre o una mujer semejante a Cristo, que es activo en el servicio de Dios, que asiste a las reuniones sociales y cuya presencia animará también a otros” (Hijos e hijas de Dios, p. 273). Ella también aconsejó que los pastores nuevos deberían ser entrenados para dirigir las reuniones sociales.[9]

El camino del éxito

Frente a esto, no podemos dejar en segundo plano el movimiento de los Grupos pequeños entre nosotros hoy. Tenemos la responsabilidad, delante de Dios, de fortalecernos y multiplicarnos, a fin de hacer posible el ambiente acogedor y de amistad que se necesita. Así como los primeros adventistas, debemos mantener el equilibrio entre lo racional (cognitivo) y lo relacional. Como ya fue visto, el Grupo pequeño es el ambiente más adecuado para brindar esta atención.

No nos podemos olvidar de que el simple hecho de reunir a las personas en pequeños grupos no es suficiente para lograr el ambiente que facilite la amistad que necesitamos. Necesitamos entrenar a líderes e invertir en la creación de Grupos con este énfasis.

Para que un Grupo pequeño atienda las necesidades de amistad y de compañerismo, se necesitan cuatro cosas:

1. La disposición para aceptar a las personas como son, sin juzgar o condenar. Las personas solo se abrirán cuando se sientan seguras y aceptadas.

2. Los miembros necesitan ser confidentes. Lo que se habla en el grupo no puede salir de ahí.

3. El estudio de la Biblia debe ser de aplicación práctica. El objetivo es atender las necesidades de las personas con el mensaje bíblico. La discusión doctrinaria se debe realizar en las clases bíblicas, en los sermones, en los estudios bíblicos y en la lección de la Escuela Sabática.

4. Actuar intencionalmente en el cuidado mutuo de los miembros del grupo. Es la práctica del principio “unos a otros”: visitación, oración intercesora, celebración de fechas especiales y atención de las necesidades de los miembros.

El 16 de abril, celebraremos en Sudamérica el “Día del Amigo”, bajo el lema “Amigos de Esperanza”. En ese sábado, cada adventista debe animarse a invitar a un amigo a la iglesia, e invitarlo a almorzar, convirtiendo su hogar en un “Hogar de Esperanza”. El paso siguiente es invitarlo a las reuniones de Semana Santa, del 17 al 24 de abril.

Oramos para que cada Grupo pequeño de Sudamérica sea un lugar de refugio, un ambiente en que cada persona se siente amada y acogida; el lugar por excelencia en el que se cultiva la verdadera amistad cristiana. Burrill, al hablar sobre los resultados de este trabajo, va al punto: “Raramente perdemos a una persona que se une a un Grupo pequeño, gracias a los puentes relaciónales que se construyen”.[10]

Sobre el autor: Director de Ministerio Personal de la División Sudamericana.


Referencias

[1]  Russell Burrill, Como reavivar a igreja de sécalo 21, p.25.

[2] Ibíd, p. 30.

[3] Ibíd., p. 43.

[4] Ibíd., p. 108.

[5] Russell Burrill, Revolução na Igreja, pp. 126-129.

[6] Elena de White, Testimonios para la iglesia (Miami, Florida: APIA, 2008), t. 2, p.512.

[7] Russell Burrill, Como reavivar a igreja no sécalo XXI, pp. 118,123.

[8] Ibíd., pp. 127,131.

[9] Elena de White, Signs of the Times (17 de mayo de 1883).

[10] Russell Burrill, Revolução na Igreja, p. 129.