En un artículo anterior (véase El Ministerio Adventista, enero-febrero de 1981) contrasté la predicación basada en laexposición de una porción de la Escritura con lapredicación temática en la que uno reúneevidencias bíblicas sobre un asunto y las ordena.
Algunos pueden haber tenido la idea de que considero al método expositivo como el método bíblico de predicación y al otro no, pero ése no es el asunto. La predicación temática puede ser muy bíblica o puede no serlo. De la misma manera, la predicación expositiva puede ser bíblica o no bíblica. Sin embargo, es más fácil que la predicación temática no sea bíblica, y que la predicación expositiva lo sea. Un hombre puede elegir un tema, hacer un bosquejo, rodearlo de unos pocos textos, adaptarlo y darle forma como quiera. El resultado puede ser una predicación bíblica, pero en muchos casos no lo es. En la predicación temática uno puede predicar su propia filosofía y obtener apoyo de la Biblia. La predicación expositiva es justamente lo contrario: uno no tiene nada que ver con el bosquejo y tampoco tiene nada que ver con el contexto, dado que la Escritura hace la decisión por uno. Se está completamente bajo el control de la Palabra de Dios.
Lo que condujo a la predicación expositiva al descrédito, no obstante, han sido los predicadores que permitieron que se la degenerara en un comentario de corrido. Han sido los que toman una porción de la Escritura, citan un versículo, y hacen unos pocos comentarios sobre él. Luego citan el siguiente versículo y hacen un comentario sobre él. A nadie le agrada esto, ni siquiera al que lo está haciendo. Dwight L. Moody dijo una vez de sí mismo: “Cuando era niño y mi padre me enviaba a desmalezar el jardín, ¡hacía tan poco trabajo que tenía que poner una estaca en el suelo para saber dónde comenzar a la mañana siguiente!” Algunos predicadores comienzan haciendo comentarios acerca de la Palabra de Dios de la misma manera como Moody desmalezaba: un poco aquí y otro allá. Y cuando el tiempo se acaba, anuncia que el estudio continuará la próxima semana. Pero tiene que poner una estaca en el suelo, por decirlo así, porque sabe que lo que hará la próxima semana será tan pobre como lo que logró hacer esta vez. Los comentarios de corrido no son predicaciones expositivas.
La Palabra de Dios da soberbios ejemplos tanto de la predicación temática como de la expositiva. En Lucas 24, nuestro Señor se une a dos discípulos en el camino a Emaús cuando volvían de Jerusalén hacia sus hogares, y discute con ellos los sucesos del fin de semana de la crucifixión que recién había pasado. Después del oscuro presagio —“pero nosotros esperábamos que Él era el que había de redimir a Israel” (vers. 21) — , Jesús se vuelve hacia ellos y les dice: “¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria? Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de Él decían” (vers. 25-27). El tema era la cruz. Estos discípulos lo habían entendido mal. ¿Qué hizo Jesús? Comenzó con Génesis y fue a través de la Biblia entera, desplegando las evidencias relacionadas con El mismo. Esta es una buena predicación temática, recomendada por el ejemplo del mismo Salvador. El usaba esta metodología.
Examine ahora Hechos 8, donde tenemos otro incidente. En vez de dos hombres caminando, esta vez nos encontramos con un hombre que viaja en su carro, de regreso hacia su hogar, después de una visita a Jerusalén. El Espíritu de Dios habla a Felipe y le dice que se acerque al carro. El hombre está estudiando la Biblia: Isaías 53. ¿Cuál es el mensaje de Isaías 53? El mensaje es: “Como cordero fue llevado al matadero”.
— ¿Entiendes lo que lees? —pregunta Felipe.
— ¿Y cómo podré si alguno no me enseñare? —replica el hombre —. ¿De quién dice el profeta esto; ¿de sí mismo, o de algún otro?
Note que “entonces Felipe abriendo su boca, y comenzando desde esta escritura, le anunció el Evangelio de Jesús” (vers. 35). Ahora bien, estoy seguro de que Felipe derivó más allá de Isaías 53, pero ¿cuál era el interés primario del eunuco? Su interés era este capítulo en particular. Así pues, tenemos a Felipe dando una exposición de Isaías 53.
¡Qué magníficos deben de haber sido ambos sermones! “¿No ardía nuestro corazón en nosotros mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?”, exclamaron los discípulos después del sermón temático de Jesús (Luc.24: 32). Cuando predicamos la Palabra de Dios, hermanos, ¡los corazones de nuestro pueblo y el nuestro propio deben arder! Del etíope, Hechos 8: 39 dice: “Y siguió gozoso su camino”. ¿Por qué? Había encontrado al Mesías. Felipe se lo había revelado desde aquel capítulo.
Así que tanto la predicación temática como la predicación expositiva pueden ser predicación bíblica. Ambos son métodos válidos. Jesús uso ambos. Ya hemos visto un ejemplo de su predicación temática, pero también fue un predicador expositivo. Si no lo cree así, lea el sermón del Monte en Mateo 5: 6, 7, y observe su exposición de las verdades fundamentales del Antiguo Testamento. Es un sermón tremendo. No estoy diciendo, entonces, que usted debe cambiar de la predicación temática a la expositiva. Digo que capte esta nueva dimensión de la exposición bíblica y la presente a su grey. Puede descubrir que quiere cambiar.
Otra consideración es que un sermón expositivo no es algo que uno pueda preparar el viernes de noche (o sábado) para presentarlo al día siguiente. Lo mismo es verdad, también, para un buen sermón temático. Pero es mucho más fácil unir algo temáticamente para predicar. He hecho esto: me he visto atrapado. He estado demasiado ocupado toda la semana y me he sentado el viernes de noche para preparar un sermón para el sábado por la mañana. Si usted no confiesa haber hecho lo mismo, ¡es porque yo soy más honesto que usted! Entonces el sábado por la mañana me paro en la puerta, después del servicio, y me digo: “¡Odio encontrarme con esta gente!”
Por supuesto, alguna alma querida vendrá y me dirá que he predicado el sermón más hermoso que ha escuchado; pero no me engaño en absoluto acerca de lo que sucedió. Las Escrituras prometen que la Palabra de Dios no volverá a El vacía. Aun cuando fue presentada pobremente, Dios tiene maneras de llevar su verdad a los oídos de la gente y ayudarla. Pero ésta no es excusa para no dedicar abundante tiempo en la preparación de nuestro sermón, y la predicación expositiva lo forzará a emplear ese tiempo.
Probablemente recuerde la leyenda de Sísifo, un rey griego, que fue condenado a subir un enorme peñasco hasta la cumbre de una montaña, sin lograr asentarlo allí pues caía de nuevo por la pendiente. Entonces tenía que volver a subirlo. Algunos predicadores experimentan este mismo círculo de frustración. Cada semana tienen que comenzar a subir aquel sermón hasta las once y media del próximo sábado, y entonces, a las doce, rehacen todo el camino hasta el fondo y deben comenzar a subir otra vez. Demasiados predicadores no saben lo que van a predicar la semana entrante. Un predicador danés dijo: “El púlpito no debe conducimos al texto; el texto debe conducimos al púlpito”. Ciertos textos en nuestro estudio debieran atrapamos tanto que difícilmente podamos esperar hasta la próxima oportunidad para presentarlos ante nuestra feligresía. Debemos sentimos conducidos, no por el púlpito, sino por el texto. ¿Cómo lograremos esto?
La adecuada preparación de un sermón demanda un estudio profundo y continuado de la Biblia. Antes de que podamos ser predicadores de la Palabra, debemos ser estudiosos de la Palabra, y no estoy tan seguro de que muchos de nosotros podamos pretender ser realmente buenos estudiosos de la Palabra. Con algunas excepciones, predicadores y laicos, no estamos realmente inmersos en la Escritura.
Escuché al anglicano John Stott hablar a los estudiantes de teología de la Evangelical Divinity School, en Deerfield, Illinois, EE.UU., sobre 1 Timoteo 2. Habló sin bosquejo y extrajo de aquel capítulo un poco del material más magnífico que haya escuchado alguna vez. Hizo un trabajo expositivo tal, que me dije: “Me doy cuenta por qué se considera a este hombre uno de los más grandes predicadores de nuestro tiempo. Conoce la Biblia”. Más tarde lo escuché en Pasadena, California, y compré todos sus libros que estaban en venta en la librería allí. Los leí todos. Por supuesto, no acepto toda su exégesis, pero me maravillé al descubrir cuán similar eran sus enseñanzas básicas a mi propia comprensión. La razón es simple: cuando cualquiera de nosotros, dejando de lado nuestro contexto denominacional, acudimos cerca de la Palabra de Dios, nuestros conceptos de teología y religión nos acercarán unos a otros.
¿Cómo podemos llegar a ser verdaderos estudiantes de la Palabra? Primero, el interés básico del predicador es el estudio devocional de la Biblia, cuando la estudia para su beneficio personal. Supongo que usted tiene un tiempo devocional en el día cuando alimenta su propia alma, sin pensar específicamente en las necesidades de la congregación. Si no se alimenta a sí mismo, no será capaz de alimentarlos. Estará arañando el fondo de un barril vacío. Cada persona debe tener un período devocional, sea sólo una media hora, o tres cuartos, o sea una hora.
Segundo, la Biblia debe ser estudiada exegéticamente. Sus versiones, sus palabras y frases, deben ser investigadas cuidadosamente para encontrar su significado exacto. “No se saca sino un beneficio muy pequeño de una lectura precipitada de las Sagradas Escrituras. Un pasaje estudiado hasta que su significado nos parezca claro y evidentes sus relaciones con el plan de salvación, es de mucho más valor que la lectura de muchos capítulos sin propósito determinado y sin obtener ninguna instrucción positiva” (El Camino a Cristo, pág. 90)
Me gustaría recomendar un plan de estudio de la Biblia que he seguido por una buena cantidad de años y que he encontrado altamente provechoso. Quiero recomendarlo especialmente a los que se están iniciando en su ministerio. Si usted dedica una hora al día por noventa días a un libro de la Biblia, usted podría, en poco más de dieciséis años, haber pasado tres meses con cada libro individual de la Biblia. Y cuando uno ha estado en el ministerio dieciséis años, está comenzando su plena madurez. Desde ese momento en adelante, su predicación crecerá con más y más poder.
Usted sabe que no hay tal cosa como un predicador retirado y transformado en agente inmobiliario. Si conoce la Palabra, la gente querrá escucharlo mientras tenga hienas para presentarla. Su predicación no se echa a perder a los setenta. Ese momento llegará sólo cuando su mente y su cuerpo no den más. Su predicación podrá continuar mientras usted tenga una mente buena.
Pero ¿cómo emprender este plan de estudio de la Biblia? En primer lugar, escoja un libro pequeño de la Biblia. Hay muchos de ellos: Filemón, Timoteo, Tito, Jonás. Estos libros tienen sólo tres o cuatro capítulos. Entonces diga: “Por mi beneficio personal voy a vivir con este libro por noventa días”.
Aprendí algo de G. Campbell Morgan. Antes de comenzar sus estudios sobre un libro, lo leía completamente quince veces. Un día me dije: “Nunca he leído un libro quince veces, ¿qué sucedería si lo hiciera?” Me tomó ocho minutos leer Filipenses. Tiene sólo cuatro capítulos; pude leerlo completamente en ocho minutos. En noventa días fácilmente puedo leerlo quince veces. De manera que comencé a leer Filipenses entero. Así fue como desarrollé este plan de estudio de la Biblia, el plan que le estoy recomendando.
Primero, me sentaba y leía el libro completo para tener una visión de conjunto. Y cuando lo había leído completamente, volvía a leerlo en otras versiones, vez tras vez, desde el comienzo hasta el final. De hecho, llegué al punto en que para mejorar mi lectura oral del libro, lo leía ante una grabadora, de las diferentes versiones. Luego, mientras me trasladaba de un lugar a otro, escuchaba el casete. Los pastores a menudo gastan un montón de tiempo conduciendo, y uno puede hacer un gran negocio si puede escuchar la cinta. ¿Qué estaba haciendo? Hermanos, no hay nada en el mundo que brinde más gozo que ir hasta cierto trozo de la Escritura y “habitar” con él, vivir con él.
Entonces dije: “Seguramente, mientras lea este libro, el Señor me dará algunos pensamientos”. Hay solamente tres cosas: el Espíritu Santo, la Palabra de Dios y yo. Sin comentarios, nada. Entonces me vino la idea: “Cuando el Espíritu de Dios te impresione con pensamientos ¿por qué no escribirlos?” De manera que me hice una carpeta con una página por cada capítulo y cada versículo del libro. No era un libro muy grueso. No recuerdo ahora cuántos versículos tiene Filipenses, pero puse una página para el capítulo 1, y luego una página para cada versículo del capítulo 1. Hice lo mismo con el libro completo. Entonces al comienzo dejé un espacio para el libro mismo, y me pregunté: “¿Puedo encontrar algo acerca del por qué debe haber sido escrito este libro, o quién lo escribió, o cuándo fue escrito?” Enfoqué Filipenses como nunca lo había observado antes. Hermano, cuando te aproximes a las Escrituras, deja de lado cada opinión preconcebida y prejuicio personal. No aceptes meramente los pensamientos de otros hombres. Aprehende por ti mismo lo que Dios dice.
Dejé una página en blanco de la carpeta para “quién lo escribió”, otra página para “cuándo fue escrito” y una página para “por qué fue escrito”. Estaban al comienzo, y enseguida las páginas para cada versículo.
Cuando uno adopta este tipo de programa de estudio, hermanos, permítanme decirles lo que sucede cuando amanece. Usted está ansioso de saltar de la cama temprano, antes de que su esposa y los niños se levanten. Quiere levantarse y decir: “Señor, aquí estoy para alimentar mi alma”. ¿Recuerda el jardín del Getsemaní, cuando nuestro Señor estaba orando? ¿Por quién estaba orando? Básicamente, estaba orando por sí mismo. Estaba haciendo por sí mismo la gran decisión final que afectaría al universo entero. Sus discípulos estaban durmiendo, roncando y Él estaba solo, asido de Dios. Nosotros necesitamos tener la misma experiencia. “Señor, ayúdame a satisfacer mi propia alma. No interesa lo que mi grey necesite. Ayúdame esta mañana para encontrar lo que mi propia alma necesita”.
Así pues, me sentaba con la Palabra de Dios y Mi carpeta. Siempre oraba primero, y luego comenzaba a leer. Dondequiera algún comentario o idea me venía, buscaba esa página vacía y escribía allí. En el margen ponía J.O.W., mis iniciales. Sabrá por qué dentro de pocos minutos.
Hermanos, Dios habla a sus mentes como lo hace con la mente de cualquier otro, y cuando el Espíritu de Dios les da hermosos pensamientos acerca de su Palabra, regístrelos, porque pueden huir y nunca más volver a usted otra vez. Escríbalos.
Decidí vivir por noventa días con Filipenses, y cuando terminé, dije: “Este es sólo el comienzo. Después de todo, no voy a tener tiempo para terminar con los sesenta y seis libros antes de la jubilación”. Y estaba gozando tanto de mi estudio que decidí continuar.
Y entonces pensé: “¿Qué dicen los eruditos, que han pasado años y años estudiando la Biblia?” Quise encontrar en lo posible cada libro que hubiese sido escrito acerca del libro de Filipenses, y me hice una ficha bibliográfica de 10 x 15 cm para cada uno. Pregunté a algunos de mis amigos profesores del Seminario: “¿Conocen algunos buenos libros sobre Filipenses para recomendarme?” y tomaba nota. Algunos de esos libros tenían una bibliografía atrás. Escribía aquellos libros adicionales.
De esta manera, reuní la bibliografía más grande que posiblemente haya podido encontrar acerca del libro de Filipenses. Mediante el estudio, por contacto con algunos hombres que conocía y al buscar ciertos libros, escogí algunos de los mejores y los compré. Entonces, en mi estudio personal cada mañana, dividí el tiempo entre la lectura devocional y la exegética de Filipenses. Dedicaba unos pocos minutos a leer Filipenses mismo, desde el comienzo hasta el final, para retener la visión panorámica. Ahora bien, recuerde que este programa de estudio no ocupa tiempo adicional al trabajo del día. Toma el tiempo devocional que usted debe pasar en soledad y lo usa de una manera más beneficiosa. No estoy diciendo: “Añada esto a lo que usted ya está haciendo”. Digo: “Haga esto en vez de leer al azar la Palabra”.
Al leer un libro, le daba a cada uno un código. Por ejemplo, había uno de Roy Lome, Life Begins. Pero ¿por qué hacía eso si tenía el libro allí? Mientras leía el libro de Roy Lome escribiría cualquier cosa significativa que me interesara en la página correspondiente para ese texto en mi carpeta. Y luego pondría LB y el número de la página en el margen. No escribía toda la bibliografía cada vez. Si, en el futuro, olvidaba lo que LB quería decir, todo lo que tenía que hacer era buscar mi ficha bibliográfica y ver que era Life Begins de Roy Lome.
¿Cuánto tiempo pasé acumulando material? Empleé cerca de un año con el libro de Filipenses. No sólo fue bendecida mi propia alma sino que obtuve de mi estudio dos resultados fundamentales. Número uno, tuve series de reuniones de oración por semanas y semanas y semanas. Cuando uno ha vivido con un libro de la Biblia tanto tiempo y lo toma capítulo por capítulo cada miércoles de noche, puedo asegurarles que la grey vendrá a escuchar la Palabra de Dios tan bien explicada. Nuestro pueblo ama escuchar la Palabra de Dios de un hombre que sabe de qué está hablando. Cuando uno ha vivido por noventa días con un libro, sabe de qué está hablando y tiene algo que decir.
El otro subproducto del estudio según este programa es que encontrará en el libro de Filipenses un sinnúmero de sermones para predicar. Los bosquejos comenzarán a emerger por doquier. Yo tengo más bosquejos de Filipenses que los que osaría predicar de una vez, porque no importa cuán bueno sea uno, si predica demasiado largo sobre cualquier cosa, a su feligresía no le gustará. Ellos quieren series, pero también les gusta terminar las series. A menos que uno sea extraordinario, una serie de seis a ocho sermones es suficientemente larga. Así que usted tendrá una enorme cantidad de material para predicar. Su problema no será: “¿Qué predicaré la próxima semana?” Se frustrará con un problema muy diferente: “De todos estos posibles sermones ¿cuál escogeré?” Y es mucho mejor tener una frustración de éstas.
Hermanos, cuando comiencen a apilar libros en su biblioteca y a concentrar su estudio en un libro particular de la Biblia, descubrirán que una vez que han predicado parte de ese material, querrán volver por algo más. No se pasará el año entero predicando sobre el libro de Filipenses, cincuenta y dos veces. Podrá predicar seis u ocho sermones gracias a su estudio. Pero el enfoque expositivo del estudio de la Biblia le da un enorme material para predicar y para enriquecer su predicación, no importa cuál sea la porción de la Escritura que exponga.
Nuestra meta debe ser predicar de tal manera que el corazón arda. “¿No ardía nuestro corazón dentro de nosotros. . . cuando El abría ante nosotros las Escrituras?” (Luc. 24: 32). El corazón de nuestra feligresía arderá sólo si hemos sentido primero arder nuestros propios corazones en la soledad de nuestro estudio.