“Oh Jehová, de mañana oirás mi voz; de mañana me presentaré delante de ti, y esperaré”. -David.
El objetivo del Seminario de Enriquecimiento Espiritual promocionado por el departamento de Mayordomía Cristiana de la DSA pretende consolidar el hábito de iniciar el día en la presencia de Dios. Sin embargo, la última versión del seminario enfatiza no solo comenzar, sino también permanecer en la presencia de Dios durante el día. Esto está en armonía con la Palabra de Dios: “Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día” (2 Cor. 4:16).
Al escribir estas palabras, el apóstol Pablo reconocía que solo existe una forma de enfrentar nuestras pruebas y desafíos, con posibilidades de éxito: permaneciendo en Dios. Sin eso, no puede existir una vida espiritual sana. “Así como las necesidades corporales deben ser suplidas todos los días, la Palabra de Dios debe ser estudiada cotidianamente: debe ser comida, digerida y practicada. Esto continúa nutriendo el alma y manteniéndola con salud. El descuido de la Palabra significa hambre para el alma. La Palabra describe al hombre bienaventurado meditando día y noche en las verdades de la Palabra de Dios. Todos nosotros hemos de alimentarnos de la Palabra de Dios. La relación de la Palabra con el creyente es un asunto vital. El apropiarnos de la Palabra para nuestras necesidades espirituales es comer de las hojas del árbol de la vida, que son para la sanidad de las naciones” (Consejos sobre la obra de la Escuela Sabática, p. 47).
Pablo afirma que nuestro hombre interior “se renueva de día en día”. Esta es una referencia a la naturaleza espiritual del ser humano, regenerado por el Espíritu Santo. La vida espiritual no puede ni debe ser estática; ella necesita ser construida por medio de la comunión diaria, momento a momento, sin intervalos. Por lo tanto, la regeneración de la cual Pablo habla es fruto de nuestra permanencia en Dios.
La máxima prioridad
Jesús dijo: “Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:4,5). El Maestro también explicó de qué manera él permanece en nosotros: “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho” (Juan 15:7). Podemos concluir que la permanencia de Jesús se da por medio de su Palabra. En este caso, resulta fácil entender las palabras de Jeremías: “Fueron halladas tus palabras, y yo las comí; y tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón […]” (Jer. 15:6).
La Biblia debe ser nuestro alimento espiritual diario. Es imposible que dejemos de lado la Palabra sin sufrir alguna pérdida en nuestra vida espiritual. De acuerdo con una leyenda, un joven hábil y rápido buscó al mejor leñador de la región, un hombre más viejo y sabio. Le pidió que le dejara ser su discípulo, con el fin de perfeccionar su conocimiento. El maestro estuvo de acuerdo y comenzó a enseñarle. Después de un tiempo, el alumno, sintiéndose más capaz que el profesor, lo desafió a una competencia. El maestro aceptó el desafío para ver quién cortaba más árboles en un día. El joven trabajaba sin parar, acertando varios golpes al árbol con su hacha. A veces, paraba para evaluar el desempeño de su maestro, y lo veía descansando. Esto fortalecía la determinación del joven, y lo llevaba a despreciar al profesor, creyendo que era demasiado viejo para soportar el ritmo de la prueba. Al terminar la competencia, para sorpresa del joven, el maestro había superado su cantidad de árboles. El joven no lo podía creer. No había parado de cortar leña en todo el día; había concentrado toda su energía en esa tarea, mientras que su maestro se había detenido varias veces a descansar. El maestro le dijo serenamente: “Mientras descansaba, afilaba el hacha. Tú estabas tan animado cortando la leña que se te olvidó ese pequeño pero importante detalle”.
Muchas veces queremos disfrutar de una vida espiritual saludable, pero somos negligentes con lo que, para algunos, es un detalle insignificante. Pero, para el Maestro, es de fundamental importancia nuestra comunión diaria con él. Durante el Éxodo, por medio de la experiencia del maná, Dios intentó reeducar a su pueblo, el cual por mucho tiempo se había olvidado de la importancia de mantenerse unido a él. Cada día, antes de que el sol calentara, ellos debían recoger lo suficiente para las necesidades diarias. Si intentaban acumular para el día siguiente, el maná se pudría y olía mal. Era una confirmación de que Dios es nuestro Proveedor, y de que debemos depender de él diariamente.
En el ritmo frenético de la vida moderna, las personas viven presionadas entre incontables reuniones, compromisos personales, familiares y de la iglesia. Queda poco o nada de tiempo para una vida devocional relevante. ¿Qué debemos hacer? Trabajar de esta manera es como intentar cortar madera con un hacha sin filo. Nos aturde tanto la cantidad de cosas que debemos hacer que terminamos justificando nuestra indiferencia espiritual con la vieja y conocida disculpa: “No tengo tiempo”. Al observar la vida de Cristo, nos sorprende la cantidad de trabajo que él realizaba sin dejar la comunión con su Padre en un segundo plano.
Renovación indispensable
Si quieres comenzar a dar prioridad a tu relación personal con Dios, pero no sabes cómo hacerlo, te dejo dos sugerencias. Inicialmente, si no le puedes dedicar una hora diaria, inicia con media hora, o quince minutos. Luego, puedes ir agregando tiempo, hasta alcanzar el tiempo que Dios considera como ideal. Usa algunos momentos de tu horario de almuerzo para reflexionar sobre lo que aprendiste en la mañana.
Existe una frase que se atribuye a Miguel Ángel, que dice: “Mientras más se gasta el mármol, más crece la estatua”. Gastar el mármol puede interpretarse como el tiempo invertido en nuestra comunión, lo que exige una reestructuración de nuestras prioridades, y esfuerzo permanente y continuo para permanecer unidos al Señor. Aunque esto requiera disciplina y perseverancia, el resultado lo compensa; es decir, mientras mas se invierte, mayor será la recompensa. El crecimiento de la estatua puede ser interpretado como el desarrollo de la vida espiritual.
Todos necesitamos esa renovación diaria. Ella es tan indispensable para la salud espiritual como el alimento lo es para la salud física. Aquellos que son negligentes con su crecimiento espiritual corren el riesgo de experimentar lo que fue predicho por el profeta Amos: “He aquí vienen días, dice Jehová el Señor, en los cuales enviaré hambre a la tierra, no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la palabra de Jehová. E irán errantes de mar a mar; desde el norte hasta el oriente discurrirán buscando palabra de Jehová, y no la hallarán” (Amos 8:11,12).
“Aquellos que ahora no aprecian, ni estudian, ni valoran profundamente la Palabra de Dios hablada por sus siervos más adelante tendrán razón para lamentarse amargamente. Vi que el Señor, durante el juicio, caminará por la Tierra al fin del tiempo; las terribles plagas comenzarán a caer. Entonces, aquellos que han despreciado la Palabra de Dios y la han valorado a la ligera ‘irán enantes de mar a mar; desde el norte hasta el oriente discurrirán buscando palabra de Jehová, y no la hallarán’ (Amos 8:12)” (Eventos de los últimos días, pp. 238,239).
Muchas personas hacen la siguiente pregunta: ¿Qué recursos puedo usar para experimentar una renovación espiritual? Estos son los principales: Oración, estudio de la Biblia, estudio de la Escuela Sabática y la testificación. Cuando le demos prioridad a nuestra relación con el Señor, y nos organicemos de tal manera que le dediquemos la primera hora de cada día; cuando nuestra vida esté en sintonía con su voluntad soberana, entonces se cumplirá la promesa del Señor: “Y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón” (Jer. 29:13).
Sobre el autor: Director de Mayordomía Cristiana de la Unión Centro-Oeste Brasileña.