En el número de mayo-junio de 1972, El Ministerio Adventista publicó un artículo sobre la doxología del Padrenuestro que se inclinaba por la supresión de esas palabras, seguido de una nota de la redacción que opinaba en contrario.

Cuando los manuscritos que contienen la Biblia en su idioma original difieren entre sí en algún detalle, el modo en que reza cada manuscrito se llama “variante”. El objeto de la ciencia textual es establecer cuál es la “mejor” variante, la que tiene más probabilidades de ser la original y auténtica. Se usan criterios externos e internos, es decir, documentales y racionales. Estos últimos, que ganan más y más favor entre los cultores de esta ciencia, no son mencionados por el autor de aquel artículo ni por el redactor, y no los trataremos aquí tampoco.

Para hacer más claros los principios documentales modernos, seguiremos su desarrollo histórico. Juan Mill, al publicar en 1707 su edición del Nuevo Testamento griego, se guiaba por el principio de pluralidad de manuscritos. En esencia: a mayor cantidad de manuscritos que la representen, mejor es la variante. Este principio representaba un avance sobre la absurda reverencia en que se tenía entonces al “Textus Receptus”, el Nuevo Testamento griego que preparó Erasmo de Rotterdam, del que hablaremos más adelante. Más tarde Carlos Lachmann publicó el suyo (1831) preparado sobre la base de pluralidad de autoridades. Este es un refinamiento del principio anterior que toma en cuenta, no tanto el número total de manuscritos que testifican en favor de una variante, sino el número de manuscritos autoritativos, es decir, muy antiguos, bien cuidados, procedentes de sedes eclesiásticas antiguas, etc. Sin embargo, ya antes que él Alberto Bengel había esbozado un mejor principio, el de pluralidad de familias. Ocurre que algunas veces varios manuscritos autoritativos pueden proceder, por copia, de uno mismo que no ha sobrevivido hasta el presente. Forman así un sola familia, como se dice. Pero de otras familias, genealógicamente muy alejadas de éstas, sólo han sobrevivido, pongamos por caso, un ejemplar de cada una. Resulta evidente que estos últimos, aunque menos numerosos hoy, representan a más manuscritos de la primera época de transmisión de la Biblia.

El estudio minucioso de los miles de manuscritos del Nuevo Testamento griego ha permitido agruparlos en tres grandes familias, y en un cuarto grupo los más difíciles de relacionar genealógicamente. Hoy sabemos que cada una de esas familias representa un “manuscrito patrón” preparado en una sede eclesiástica importante de la antigüedad. El procedimiento que utilizaron los patriarcas u obispos influyentes que dirigían esas sedes fue el siguiente: pidieron prestados todos los ejemplares que pudieron conseguir, y comparando unos con otros, confeccionaron el “manuscrito patrón”-. Técnicamente ese trabajo se llama recensión. Hubo una recensión en Alejandría, otra en Cesárea y una tercera en Antioquía. La cuarta sede eclesiástica importante de la época, Roma, no se preocupó de hacer ninguna recensión. Las recensiones alejandrina, cesareana y antioqueña datan de los siglos II-IV de la era cristiana. Los manuscritos restantes se llaman “occidentales”. Más tarde, ya en la Edad Media, se originó la familia bizantina, que se derivó de manuscritos antioqueños, para beneficio de la iglesia ortodoxa de oriente, de lengua griega. Cuando hacia el fin de la Edad Media la presión musulmana obligó a muchas personalidades del Imperio Bizantino a huir a Europa, llevaron consigo algunos ejemplares de la Biblia de esa familia, junto con otros libros en griego que prendieron la mecha del Renacimiento. Estos manuscritos griegos (trece en total) fueron los únicos que Erasmo conoció puesto que en la iglesia de occidente se utilizaba por entonces con exclusividad, no el griego original, sino una traducción al latín, la Vulgata. El Nuevo Testamento griego impreso que él preparó fue la base para todas las versiones a lenguas modernas de la Reforma, Casiodoro de Reina incluida. Nuestra Biblia Rcina-Valera contiene la doxología del Padrenuestro porque toda la familia antioqueña (y por lo tanto la bizantina) la poseen. Los manuscritos cesareanos también la traen. Los restantes no.

Toda la evidencia textual a favor de la doxología puede, pues, reducirse a estas dos familias, cesareana y antioqueña. Por ejemplo, la muy autoritativa versión Peshitto (siríaca) está tomada también de manuscritos antioqueños. Lo interesante es que estas dos familias “cojean de un mismo pie”: sus variantes tienen la tendencia a ser expresiones más pulidas y literariamente elegantes que las de otros manuscritos. Como la doxología es un agregado que da más pulimento y elegancia al Padrenuestro, el testimonio antioqueño y cesareano es sospechoso. Por otro lado, los manuscritos occidentales tienen la tendencia a variantes largas e intercalaciones, por lo que su silencio aquí resulta un testimonio en contra bastante fuerte.

Otra evidencia externa confirma las primeras impresiones: la Didajé, especie de manual eclesiástico del siglo II, prescribe bellas liturgias para todas las ocasiones, con doxologías muy semejantes a la que nos ocupa. Cuando cita el Padrenuestro, lo hace con esta doxología… y el área de influencia de la Didajé fue justamente la costa oriental del Mediterráneo (incluidas Cesárea y Antioquía). Daría la impresión de que las palabras con que finaliza el Padrenuestro en nuestra Biblia se originaron en esta liturgia y fueron incluidas involuntariamente (por la fuerza de oírlas continuamente) por los copistas cesareanos y antioqueños en las Escrituras.

Aunque las evidencias aquí presentadas no son en rigor definitivas, ilustran muy bien principios que conviene conocer. De cualquier modo, no hay por qué interrumpir la costumbre de usar estas hermosas palabras cuando oramos. El comentario o la utilización que de ellas hace la Sra. Elena G. de White sólo garantizan la sanidad y veracidad declarativas, no la originalidad ni la canonicidad, a menos que quisiéramos canonizar también los escritos paganos que cita San Pablo, por ejemplo. Pero nos dan sobrada razón para utilizar la hermosa doxología sin la cual, para los habituados a escucharla, el Padrenuestro suena tan truncos.

Sobre el autor: Profesor de Teología del Colegio Adventista del Plata.