El Señor nos conoce profundamente. Dejemos en sus manos las preocupaciones y las ansiedades, con la seguridad de que él obra en favor de nosotras.
Cuando Jesús vio a Natanael que se le acercaba, dijo de él: He aquí un verdadero israelita, en quien no hay engaño. Le dijo Natanael: ¿De dónde me conoces? Respondió Jesús y le dijo: Antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi” (Juan 1:47, 48).
Este pasaje nos enseña que Jesús nos ve y nos conoce muy bien. Cuando Natanael salió a su encuentro, el Salvador exclamó: “He aquí”, dando a entender que ya lo conocía.
A veces parece que nos olvidamos de algo muy conocido, a saber, la omnisciencia de Dios, es decir, el hecho de que el Señor lo ve todo y lo sabe todo. ¿No es verdad, acaso, que el ser humano, con la ilusión de que nadie lo ve, termina haciendo cosas horrendas? ¿No es verdad también que nos desanimamos fácilmente con las pruebas de la vida, creyéndonos solos, sin que nadie entienda lo que estamos sufriendo?
Recordemos que Dios siempre está al tanto de las cosas. Dejemos en sus manos las preocupaciones y las ansiedades, con la seguridad de que él dispone de recursos infinitos que puede usar en favor de nosotros. Recordemos también que somos transparentes a sus ojos, aunque intentemos cubrirnos con una montaña. Seamos leales a él, asumiendo en plenitud nuestro privilegio de ser discípulas de Jesús.
Dejemos en el ayer las acciones no santificadas. Avancemos rumbo a una vida significativa, plena, más perfecta en Jesús. Eso es lo que finalmente vale de verdad. Dejemos que nuestro yo sea crucificado y que quede en la cruz. Ese es el secreto de la vida auténtica, que va más allá de la mera existencia. Que nuestra meta principal sea que la gloria del carácter del Padre resplandezca a través de una vida semejante a la de su Hijo. Vivamos una vida sin presunción, sin vanidades, sin pretensiones, sin deseos de grandeza ni complejos de superioridad, porque sólo Dios es digno de loor. Sólo él es soberano, y sólo él no falla.
Que la nueva jornada nos inspire a tomar grandes decisiones y a cumplirlas. Que Jesús nos vea felices con la felicidad de nuestros semejantes. Que nos vea contentas con lo que nos ha dado. Que nos vea concentradas en lo que podemos hacer para desarrollar mejor el carácter. Que nos vea poseedoras de sencillez y altruismo, interesadas en el bienestar del prójimo. Que nos vea deseosas de formar parte del ejército que se empeña en la salvación de los perdidos, en la vindicación de Dios y en su causa.
Que nos acompañe en los preciosos momentos de meditación y comunión con su Espíritu, en la contemplación de su vida de amor y desprendimiento. Que nos vea en los lugares secretos de oración, bebiendo en abundancia de la Fuente de agua de vida, fortaleciendo nuestra unión con Dios y recibiendo de él la fuerza que nos hará invencibles en las luchas de todos los días, invencibles en la superación de los desafíos. Que nos vea impulsadas por el poder divino en procura del ideal de ser semejantes a él. Que nos conduzca a permanentes victorias mientras nos preparamos para ser ciudadanas de su reino.
Que nos desempeñemos bien en la tarea de representar a Cristo en toda situación y en cualquier ambiente. Que los ángeles nos acompañen todos los días al cumplir nuestras tareas. Que estemos siempre asociadas al Espíritu en la sublime misión de apresurar el regreso de nuestro bendito Salvador.
Que Dios nos fortalezca cada vez más, y lleve a cabo en nosotras, de manera más significativa, su gloriosa voluntad.
Sobre el autor: Secretaria del posgrado del Seminario Adventista de Teología, Engenheiro Coelho, Sao Paulo.