Uno de nuestros lectores pregunta: ¿Por qué está en la Biblia el Cantar de los Cantares? Me parece indecente. ¿Lo citaron Cristo o los apóstoles alguna vez?
Al contestar a su pregunta franca y sincera, permítame manifestarle ante todo que lo que voy a decir es completamente impersonal, y que no tiene el propósito de reprocharle nada. En mi mente Ud., como autor de la pregunta, se confunde en el conjunto de mi invisible auditorio.
Quisiera contestar primeramente su segunda pregunta. No hay duda de que es verdad que ni Cristo ni los apóstoles citaron directamente el Cantar de los Cantares, pero tampoco mencionaron cinco otros libros del Antiguo Testamento. Es decir que en el Nuevo Testamento hallamos que de los 39 libros del Antiguo, sólo 33 han sido citados o se alude a ellos en forma indubitable. Pero nadie pretende por ello que los otros seis estén excluidos. El así llamado “argumento del silencio” no pesa mucho. Por otra parte, los libros del Antiguo Testamento que han sido citados directamente en el Nuevo, han influido decisivamente, de diversas maneras, sobre él.
El Antiguo Testamento, en la forma en que lo conocemos hoy, ya estaba formado varios siglos antes del advenimiento de Cristo y él no hizo nada para modificar su composición. Más aún, refrendó un resumen que lo abarcaba completamente al referirse a “todos los profetas” (Luc. 24:27), en el que pudo incluir también los escritos de Salomón, quien, en el sentido judío de la palabra, era profeta. En Luc. 24:44 habla más vigorosamente y explica que “era necesario que se cumpliesen todas las cosas que están escritas de mí en la ley de Moisés, y en los profetas y en los salmos.” Estos tres términos presentan las tres categorías en que los judíos subdividieron los libros de todo el Antiguo Testamento. “La ley de Moisés” comprendía los primeros cinco libros. “Los profetas” era una sección que abarcaba los libros históricos y los profetas mayores y menores. “Los Salmos” incluía a Job, Salmos. Proverbios, Eclesiastés y el Cantar de los Cantares, a los que a menudo se llama ahora libros poéticos. En todos estos grupos—dijo Cristo— hay cosas escritas “de mí.” Y aquí tenemos la clave del valor espiritual del Cantar de los Cantares: habla de Cristo.
Quizá alguien pregunte cómo puede ser esto. Al considerar una obra rica en figuras, como lo es el Cantar de los Cantares, conviene que recordemos algunos principios fundamentales. Ante todo, recordemos que algunas cosas no las ve la mente oriental como las consideraría la occidental. La primera es mucho más explícita, en algunos respectos, que la segunda. Esto no tiene nada que ver con los conceptos de lo que es decente o lo que no lo es. Lo explícito puede ser puro no obstante, mientras el silencio y los eufemismos pueden ocultar una multitud de pensamientos sensuales. Lo que entra en juego aquí es nuestra actitud fundamental hacia el sexo. Para más personas de las que creemos, indecencia y sexo son sinónimos y decencia significa ausencia de sexo. Pero tal actitud es un insulto al Creador. La indecencia es la perversión satánica del sexo y su consiguiente degradación para que sirva a propósitos egoístas. La decencia es la elevación del sexo a su verdadero lugar, como expresión de la devoción, el servicio y la abnegación más alta que puedan manifestarse dos seres creados a imagen de Dios. No es fácil escribir sobre estas cosas porque la mente contaminada por la impureza prevaleciente (egoísmo) de la época, no puede comprender el elevado significado del sexo (abnegación) y por eso mismo puede interpretar erróneamente lo que se diga, de la misma manera como puede interpretar incorrectamente el Cantar de los Cantares.
El verdadero significado del sexo (abnegación) es, según Pablo, un gran misterio (Efe. 5:32). Puede ser comprendido solamente por los puros (Tito 1:15). Francamente, esto significa que si interpretamos la Biblia en forma impura, necesitamos buscar a Dios para que nos dé el colirio de su Santo Espíritu, a fin de que limpie los ojos de nuestro entendimiento hasta que veamos en las expresiones relacionadas con el sexo que aparecen en el Cantar de los Cantares y en cualquier otra parte de la Biblia, lo que quiso decir Jesús cuando declaró que “los salmos” hablaban de él. y lo que tuvo en mente cuando dijo que Pablo hablaba de Cristo y la iglesia al referirse al matrimonio.
Dios hizo al hombre y a la mujer para que, al experimentar las fuerzas más formidables que nos impulsan a ofrendar nuestras propias vidas en favor del ser que amamos, podamos comprender hasta cierto punto el amor que nos profesa, que lo impulsó a morir por nosotros. El alma redimida o la iglesia integrada por almas redimidas es “la más hermosa de las mujeres’’ según el decir del Cantar de los Cantares. Jesucristo es el “más hermoso entre diez mil.” Al no gozar de su comunión, el alma humana vaga en busca de las innumerables falsificaciones de la felicidad (Cant. 1:7). hasta que encuentra a Aquel en quien sólo encuentra verdadero deleite (Cant. 3:4). Él ya nos ama. Cuando lo amamos con todo el corazón, el alma y las fuerzas, la comunión del alma con Cristo llega a ser la más sublime experiencia del universo, incomprensible para todos los que no la han experimentado.
Entonces Jesucristo nos pone como un sello sobre su corazón y sobre su brazo que obró nuestra salvación “porque fuerte es como la muerte el amor” (Cant. 8:6). Todo el significado de la cruz se halla en este versículo. Él nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros. El Cantar de los Cantares lo dice por medio de figuras de lenguaje difíciles de comprender para la mentalidad occidental. Pero Pablo dijo lo mismo en 1 Corintios 13, en Romanos 8:35-39, en Filipenses 3:7-14. y en las 146 veces que en sus epístolas dice “en él” o “en Cristo Jesús.” etc. Lo dice de nuevo en 2 Corintios 11:2.
El verdadero tema del Cantar de los Cantares es la unión del ser humano con el Creador. del alma humana con la Divinidad, el alma perdida (bajo la figura de la mujer que busca a su amado) con el Supremo Hacedor. Ya se han escrito muchos tomos sobre las ricas y sagradas figuras de lenguaje usadas para presentar al alma que busca a su Dios. Pero la erudición sólo realza el gozo que puede sentir el corazón humilde cuando con fe sencilla y con amor mira a Jesús y dice: “Mi amado es mío. y yo soy suyo.”