La carta del apóstol Pablo a los Filipenses está marcada por cariño, alegría y gratitud. El estilo del mensaje dirigido a los conversos de la ciudad de Filipos llega a ser sorprendente. El apóstol parece ser una persona libre, cercada de confort y comodidad, con todas las necesidades suplidas y sin ningún problema capaz de sacarle el sueño. Sin embargo, la realidad no era exactamente así. El apóstol Pablo escribió esta carta cuando estaba preso en Roma, entre los años 61 y 62 d.C.
Los temas de esta breve epístola son el regreso de Jesús, mencionado cinco veces (1:6,10; 2:16; 3:20; 4:5); la humildad, con el maravilloso “cántico sobre Cristo” (2:5-11); la fe, que también aparece cinco veces (1:25,29; 2:17; 3:9 [dos veces]); y, por último, la alegría cristiana.
De todos estos asuntos, el tema de la alegría es el predominante. William Barclay presenta diez motivos expresados por el apóstol Pablo para esa alegría: la alegría por el privilegio de orar (1:18), la alegría por el sacrificio realizado por Cristo en la Cruz (1:18), la alegría de la fe (1:25), la alegría de la unidad cristiana (2:2), la alegría de sufrir por Cristo (2:17), la alegría del encuentro con la persona amada (2:28), la alegría de la hospitalidad cristiana (2:29), la alegría de estar en Cristo (3:1), la alegría de llevar personas a Cristo (4:1) y la alegría de la dádiva recibida (4:10) (Comentario de Filipenses, pp. 23, 24).
¿Cómo lograba el apóstol Pablo ser feliz en condiciones tan inhumanas y adversas? Él mismo responde: “He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad” (4:11, 12).
Formación educacional y capacidad
El apóstol Pablo estudió “a los pies” del renombrado Gamaliel (Hech. 22:3), nieto de Hillel, uno de los mayores rabinos judíos de la secta de los fariseos. Él aprendió obediencia estricta a la Torah, la historia y la teología judías, además de filosofía griega (Hech. 17:18, 28) y cultura romana (Hech. 16:38). Su mente era perspicaz; su razonamiento, claro; y sus habilidades intelectuales, superiores a las del promedio. Elena de White afirmó que “sus talentos y su preparación lo capacitaban para prestar casi cualquier servicio. Razonaba con extraordinaria claridad, y mediante su aplastador sarcasmo podía colocar a un oponente en situación nada envidiable” (Los hechos de los apóstoles, pp. 101, 102). A pesar de todo esto, el apóstol Pablo necesitaba aprender algo más.
“Sé vivir humildemente” (Fil. 4:12a).
En la vida ministerial pasamos por momentos difíciles, como mudanzas, falta de reconocimiento, pérdidas, desprecio o rechazo. La tendencia más fuerte es murmurar y preguntarle a Dios, y a uno mismo, por qué esas cosas suceden con nosotros. Recuerda que Dios está más preocupado por nuestro crecimiento que por nuestro confort. Si tú te sientes una víctima, presta atención a las siguientes palabras de Elena de White: “Nuestro carácter está siendo formado para la eternidad. Ningún carácter puede ser completo sin pruebas y sufrimiento” (Carta 51, 11 de septiembre de 1874).
“Sé tener abundancia” (Fil. 4:12b)
Cuando todo va bien y parece que no hay ningún peligro, cuando líderes y miembros reconocen nuestros talentos, nuestras habilidades y los resultados de nuestro trabajo, es bueno que no nos olvidemos de que “la aflicción y la adversidad pueden ocasionar pesar, pero es la prosperidad la que resulta más peligrosa para la vida espiritual” (Profetas y reyes, p. 43).
Mantener la serenidad cuando se atraviesa por cambios de función o de lugar, continuar agradecido incluso cuando las cosas alrededor no van bien o mantener la humildad y la desconfianza en uno mismo cuando llegan los elogios y los aplausos es solamente para aquellos que han aprendido en la escuela de Cristo. Nuestra alegría en el ministerio debe estar más allá de la vida y fue Cristo quien nos enseñó eso.
Sobre el autor: Secretario ministerial asociado para la Iglesia Adventista en América del Sur.