La Iglesia Adventista frente a los desafíos que le plantea su segundo siglo de existencia. Los adventistas primitivos… se sentirían incómodos con el adventismo de hoy.
Las iglesias que ya iniciaron su segundo siglo de vida afrontan problemas que sus predecesores nunca imaginaron. Dos de los peores son el institucionalismo y la secularización. Las iglesias, a semejanza de los pueblos, y otras instituciones y organizaciones, pasan de la infancia a la adolescencia, y de ésta al estado adulto; y eventualmente tienen que afrontar los problemas de la disfunción que la edad trae consigo.
La iglesia primitiva tuvo este problema, como también la iglesia de la Reforma y el movimiento metodista. En este artículo examinaremos los problemas y los retos de la Iglesia Adventista del Séptimo Día al colocarse frente a los desafíos que le plantea su segundo siglo de existencia. En el desarrollo del mismo analizaremos el ciclo vital de la iglesia, algunos de los dilemas que impiden la reforma, el “problema” del éxito, y la posibilidad de evitar lo que parece ser el curso de la historia mientras las iglesias pasan de su calidad de movimientos a ser máquinas y de allí a transformarse en monumentos.
Antes de comenzar nuestro viaje, debemos aclarar que este artículo se basa en un análisis sociológico. Es importante comprender que dicho análisis es sólo una forma de considerar a la iglesia. Como tal, suplementa otros puntos de vista incluyendo la más importante perspectiva, ts decir, la bíblica-teológica. Si bien es cierto que los patrones sociológicos no predeterminan la historia religiosa, es significativo el hecho de que iglesia tras iglesia ha seguido el mismo rumbo hacia el institucionalismo y la secularización. Los desafíos propuestos en esta monografía son el reconocimiento de aquellos patrones, toda vez que se aplican al adventismo; de modo que ese conocimiento, por la gracia de Dios, pueda ser utilizado para “corregir” el curso del adventismo. Si el adventismo ha de salir avante en este respecto, está por verse. Pero una de las grandes lecciones de la historia de la iglesia es que la corrección de un curso semejante no será producto ni de un accidente ni de la ignorancia.
El ciclo vital de una iglesia
David O. Moberg describe cinco etapas en el ciclo vital de una iglesia. Su análisis arroja mucha luz sobre el desarrollo y la situación actual del adventismo, aun cuando su modelo no prevea una correlación perfecta.
Antes de examinar las etapas de desarrollo de Moberg me gustaría sugerir algunas limitantes. Primero, una iglesia debe exhibir las características de varias etapas al mismo tiempo, aunque una o dos de ellas sean las predominantes en un tiempo dado. Segundo, los diversos miembros en forma individual, congregaciones y subdivisiones étnicas o nacionales pueden figurar en diferentes etapas al mismo tiempo. Tercero, mis comentarios sobre el adventismo se centrarán en generalizaciones relativas a la Iglesia Adventista mundial, con énfasis sobre la División Norteamericana.
Etapa 1: Organización inicial. La primera etapa de Moberg es “la organización inicial”. Las sectas, dice él, generalmente surgen como producto de una insatisfacción o intranquilidad respecto de las iglesias existentes, que con frecuencia son impulsadas por las clases más humildes insatisfechas con el clero, la “corrupción” de grupos privilegiados, o la complacencia denominacional. La intranquilidad puede ser el resultado de una crisis que la iglesia madre no ha podido afrontar satisfactoriamente.
Con la aparición de nuevos líderes, surge una nueva secta o un culto, a menudo como un movimiento de reforma en la iglesia madre. Las sectas insurgentes se caracterizan por un “alto grado de excitación colectiva”, “emociones descontroladas y fuera de cauce”, situaciones públicas que “pueden conducir a una sensación de posesión corporal por el Espíritu Santo”, con la consiguiente manifestación de reacciones físicas. Un liderazgo “carismático, autoritario y profético” es característico de este estado.
La etapa de la organización inicial es una descripción bastante exacta del adventismo sabático entre los años 1844 y 1863. El grupo de adventistas observadores del sábado surgió como una “secta” aislada entre 1844 y 1850 como consecuencia del fracaso de las denominaciones existentes en su aceptación del punto de vista posmilenial de Guillermo Miller y la falta de disposición de la mayoría de los adventistas milentas inmediatamente después del chasco para aceptar las verdades bíblicas acerca del séptimo día sábado y el ministerio de Cristo en el santuario celestial.
Para entonces ya habían surgido tres poderosos líderes, José Bates, Jaime White y Elena G. de White, que mantendrían unido al grupo insurgente a través de una serie de reuniones y un periódico. Su liderazgo versátil se puede caracterizar fácilmente por sus aspectos carismático, autoritario y profético. Una organización formal constituía un tabú para la mayoría de los adeptos durante este período, incluso algunos declaraban que el primer paso hacia la organización de una iglesia sería el primer paso hacia la formación de una nueva Babilonia. Su estilo de liderazgo no es fácilmente comparable con el del adventismo de la década de 1990.
Pero al margen del estilo de liderazgo, no necesitamos leer mucho en el primer tomo de los Testimonios para la iglesia, o alguna otra publicación adventista del mismo período, para notar inmediatamente el sabor carismático en su estilo de adoración. La obra del Espíritu Santo se evidenciaba más a través de manifestaciones como las visiones, el don de sanidad, el posesionamiento del Espíritu Santo, e incluso algunos brotes de glosolalia. De muchas maneras, si no de todas formas, los adventistas primitivos se sentirían incómodos con el adventismo de hoy.
Etapa 2: Organización formal. Moberg describe la segunda etapa como caracterizada por la identidad de una organización formal. El grupo formula y publica sus objetivos con el propósito de atraer nuevos miembros, quienes, en el momento oportuno, son invitados a unirse a él. La organización desarrolla un credo “para preservar y propagar la ortodoxia”, y enfatiza las diferencias entre la nueva secta y los no creyentes. Pronto se crean símbolos que reflejan la orientación teológica del grupo.
Con frecuencia la etapa dos contempla el desarrollo de un énfasis sobre el comportamiento, que se diferencia del de la sociedad que le rodea. Así, dice Moberg, “el uso de automóviles, corbata, tabaco, música instrumental, cosméticos, anillo de compromiso, pueden considerarse pecaminosos; la baraja, el cine, el baile, o el servicio militar pueden estar prohibidos. Así se forman códigos de comportamiento que se imponen a los miembros; esto los distingue de aquellos que no lo son y a menudo provocan la persecución o el ridículo que aumenta el sentimiento y la fortaleza interna del grupo”. Además, las formas de liderazgo “agitacional” disminuyen rápidamente a medida que se aproxima la etapa número tres.
La etapa de la organización formal representa el desarrollo adventista entre los años 1863 y 1900 aproximadamente. El año 1863 se organizó formalmente la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día, un paso organizacional que había sido precedido por la formación de las primeras asociaciones locales en 1861 y la elección del nombre de la denominación en 1860. Esta acción fue un paso gigantesco dado en oposición al “libre flujo” de la posición “antibabilónica” de muchos adherentes en las décadas anteriores.
Pisándole los talones a la organización formal vino la visión de Elena G. de White en cuanto a la reforma pro-salud el 6 de junio (exactamente 15 días después de la organización de la Asociación General), que fue un gran paso en el desarrollo dé un estilo distintivo de vida de los adventistas del séptimo día. Además, a mediados de la década de 1860 la denominación adoptó su posición de “no combatientes”, tomó un interés especial en el asunto del adorno personal y estableció su primera institución médica.
A principios de la década de 1870 se publicó la primera declaración de fe de los adventistas, la iglesia experimentó el desarrollo de su primera institución educacional y envió a su primer misionero al extranjero. La persecución por violar las leyes dominicales y una continuada discriminación a causa de su herencia milenta durante las décadas de 1880 y 1890 ayudó a fortalecer los lazos de unidad de la denominación.
Continuará en el siguiente número….