El último libro de la Biblia es la revelación de Dios dada a la iglesia cristiana por Jesucristo mediante el apóstol Juan. Su propósito es proporcionar conocimiento útil acerca de algunos de los más significativos asuntos y acontecimientos en el terreno de la experiencia humana desde el comienzo de la era cristiana hasta que la tierra sea restaurada a la perfección edénica y establecida como el centro administrativo del universo.

    Los primeros cinco versículos del capítulo 14 de este libro describen una victoriosa compañía terrenal que acompaña a su Redentor ante el trono de Dios y dondequiera que aquél vaya. Esa multitud es tan numerosa que el volumen del sonido que produce al cantar se compara con el de un gran trueno. La última parte de este capítulo (vers. 14-20) presenta una descripción simbólica de la segunda venida de Cristo y de la reunión de la cosecha de redimidos de la tierra.

    Los versículos 6-13 describen los esfuerzos realizados por el cielo para preparar al pueblo de toda nación, tribu y lengua de la tierra para los sucesos descriptos en la última sección del capítulo, y para la participación de la escena triunfante presentada en los primeros cinco versículos. El interés central de esos esfuerzos es una presentación del “Evangelio eterno”. La presentación específica del Evangelio eterno, que se describe en Apocalipsis 14:6, 7 se realiza durante la parte final del siglo XIX y en adelante, porque se da cuando se está realizando un particular proceso de juicio —un proceso conocido en la terminología adventista como el juicio investigador.

    El versículo 7 nos informa además que la presentación divinamente inspirada del Evangelio eterno en este tiempo particular incluye un claro y potente llamado a dar gloria a Dios, a adorar “a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas”. Estas palabras nos recuerdan inmediatamente el contenido del mandamiento del sábado. “Acuérdate del día de reposo para santificarlo… porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay” (Exo. 20:8), y sugieren que sobre las consideraciones que atañen al sábado semanal se ha de poner un énfasis que se ha de destacar en la testificación final divinamente inspirada de las buenas nuevas de la salvación en Cristo.

    Un vistazo a algunas de las luminarias en la historia del pensamiento humano durante el siglo XIX puede brindarnos una perspectiva más profunda para nuestro entendimiento de Apocalipsis 14:7. Al hacer esta revisión será provechoso tener presentes dos puntos de referencia: 1844, después del cual uno podría decir: “La hora de su juicio ha llegado”; y 1859, el año en el cual Carlos Darwin publicó por primera vez Origen de las Especies.

    En la primera parte del siglo XIX los que se dedicaron al estudio científico procedieron, en la mayoría de los casos, con el reverente deseo de repensar los pensamientos de Dios. Muchos de esos hombres siguieron en la tradición de Sir Isaac Newton quien un siglo antes dijera: “Todos mis descubrimientos han venido como respuesta a la oración”. El universo material en general era considerado como una manifestación del poder, la sabiduría y la bondad de Dios. Los hombres de ciencia no creían que estaba fuera de lugar la mención de Dios, aun en trabajos estrictamente científicos. Las reuniones de asociaciones científicas generalmente se iniciaban con oración. En su discurso presidencial en 1860 a la Asociación Británica, después de bosquejar los notables logros recientes de la ciencia, Lord John Wrottesly habló de la investigación científica como de “un glorioso himno para alabanza del Creador”. Posteriormente mencionó la convicción de que cuanto más se investigara la naturaleza “tanto mejor estaremos preparados para estar más cerca de nuestro Dios” (Robert Clark, Darwin: Before and After, pág. 94).

    Diez años después la situación había cambiado drásticamente. Las opiniones de Darwin dominaron completamente el pensamiento científico y filosófico. La actividad científica fue mayormente proseguida apartándose de los asuntos relacionados con el Creador, cuando no en franca desconsideración hacia Dios. En gran escala se estaba empleando a la ciencia como una vía de escape de Dios.

    En la última parte del siglo XIX Ernesto Haeckel, un biólogo y filósofo alemán, abogaba porque una religión fundada en la evolución se enseñará en las escuelas en lugar del cristianismo. Al poco tiempo muchos sistemas escolares en naciones rectoras del mundo estaban operando de acuerdo con la propuesta de Haeckel. Muchos de los lectores de estas líneas están familiarizados con escuelas públicas donde, al paso que se prohíbe la enseñanza de la religión, adoctrinan completamente a los pupilos y estudiantes con las opiniones evolucionistas que se oponen a la ortodoxia cristiana.

    Resulta interesante notar que las ideas vagamente referidas al término “evolución”, fueron primero presentadas en forma bien desarrolladas en un libro que se publicó en 1844. Este libro, Vestiges of the Natural History of Creation, fue escrito por un profeso cristiano y tenía una tónica devotamente cristiana. Se publicó en doce ediciones y fue ampliamente discutido. Aunque presentaba muchos de los argumentos básicos usados más tarde por Carlos Darwin, sus opiniones fueron firmemente rechazadas por la comunidad científica y mayormente ignoradas por los teólogos. Darwin leyó ese libro mientras estaba en los pasos iniciales de la preparación del material para su Origen de las Especies (Darwin: Before and After, págs. 47-49)).

    El siguiente bosquejo presenta un marco histórico para el mensaje de Apocalipsis 14: 7.

    1844 —Publicación de Vestiges of the Natural History of Creation. Comienzo del juicio investigador predicho por el profeta Daniel.

    1859 —Publicación de Origen de las Especies.

    1860-1870 —Transición en la ciencia de un punto de vista centrado en Dios a uno agnóstico o ateo.

    1863 —Organización de la Iglesia Adventista del Séptimo Día con el cometido de exhortar a los- hombres en todas partes a dar gloria a Dios y a adorar al que ha hecho el cielo, la tierra, el mar y las fuentes de las aguas.

    1874 —Fundación del colegio de Battle Creek. Hablando de esta institución, Elena de White declaró en 1877: “El gran objeto en la creación de nuestro colegio fue proporcionar puntos de vista correctos, mostrando la armonía de la ciencia y la religión de la Biblia” (Testimonies, tomo 4, pág. 274). Resulta significativo que el propósito expuesto aquí es posibilitar un retorno a la actitud centrada en Dios que prevaleció en la ciencia en la primera parte del siglo XIX.

    La lista oficial de las creencias adventistas no contiene una declaración en cuanto a una doctrina de armonía entre la ciencia y la Biblia. Sin embargo, la Iglesia Adventista es única entre las organizaciones religiosas por el énfasis implícito de que los datos básicos de la ciencia están en armonía con las honradas enseñanzas de la Biblia, comenzando con el primer versículo del primer capítulo del Génesis. Esta posición es clara y elocuentemente expuesta en la siguiente cita de Elena de White:

    “En la verdadera ciencia no puede haber nada contrario a la enseñanza de la Palabra de Dios porque ambas tienen el mismo Autor. Un correcto entendimiento de ambas siempre probará que se hallan en armonía” (Id., tomo 8, pág. 258).

    “Los escépticos que leen la Sagrada Escritura para poder sutilizar acerca de ella, pueden, mediante una comprensión imperfecta de la ciencia o de la revelación, sostener que encuentran contradicciones entre una y otra; pero cuando se entienden correctamente, se las nota en perfecta armonía. . . el libro de la naturaleza y la Palabra escrita se iluminan mutuamente” (Patriarcas y Profetas, págs.106, 108).

    “Puesto que el libro de la naturaleza y el de la revelación llevan el sello de la misma mente maestra, no pueden sino hablar en armonía. Con diferentes métodos y lenguajes dan testimonios de las mismas grandes verdades. La ciencia descubre siempre nuevas maravillas, pero en su investigación no obtiene nada que, correctamente comprendido, choque con la revelación divina… El relato bíblico está en armonía consigo mismo y con la enseñanza de la naturaleza” (La Educación, pág. 124).

    Estas declaraciones están en abierta contradicción con la posición adoptada por H. Emil Brunner, uno de los más populares teólogos protestantes del siglo XX. En la página 38 de su libro The Word and the World dice: “La ortodoxia ha llegado a ser imposible para cualquiera que sepa algo de ciencia”.

    El Dr. Brunner parece querer dar a entender que un individuo que se una a la Iglesia Adventista del Séptimo Día no sólo debe privarse del cigarrillo y la bebida sino también de usar el cerebro. Dios que nos ha dado una mente al hacernos a su imagen nos invita a razonar con él (Isa. 1:18). A fin de que la iglesia de Dios pueda desarrollar una voz efectiva mediante la cual pueda llamar potentemente y con certeza a los hombres de todo rango, nivel de educación y lugar, a adorar a aquel que ha hecho el cielo, la tierra y el mar, ese razonamiento debe incluir el desarrollo de “puntos de vista correctos, mostrando la armonía de la ciencia y la religión de la Biblia”. (Continuará.)

Sobre el autor: Del Walla Walla College