Nuestros pioneros realizaban sus cultos de adoración en una forma más viva de lo que muchos de nosotros aprobaríamos hoy.

Una fría noche de febrero de 1845 Elena Harmon se hallaba en una atestada casa de campo al norte de Maine. Mientras los cantos y los gritos subían de intensidad a su alrededor, ella cayó en visión. Mientras yacía en el piso, un joven predicador milenta, llamado Jaime White, le sostenía la cabeza mientras buscaban y traían una almohada. De vez en cuando se levantaba para expresar los mensajes que estaba recibiendo.

A medida que hablaba, una fila de linternas empezó a verse en la oscuridad exterior. “Es Moulton, el jefe de la policía”, gritó alguien mientras las linternas se acercaban. Los adoradores trancaron la puerta.

Moulton tocó. La multitud que estaba adentro lo ignoró, atacando las notas de otro himno. El jefe de la policía tocó otra vez con más insistencia. Gritos de “¡Aleluya!” resonaron en los aires y el canto subió de intensidad.

Ante esto, Moulton lanzó a sus hombres a la acción. Aplicando vigorosamente los hombros a la puerta rompieron el pasador y la abrieron violentamente. Después de unas pocas y rápidas preguntas Moulton se dirigió hacia Israel Dammon. el líder de la reunión.

Abriéndose paso a través de la multitud, se encontró con el rostro exaltado y vociferante de Dammon. “En nombre del estado de Maine, prendan a este hombre”, gritó el jefe de la policía. Pero después que dos intentos de sus hombres de atrapar a Dammon fracasaron, el jefe se rindió y pidió refuerzos.

Cuando volvió con nuevos refuerzos logró aprehender a Dammon y llevárselo. ¿Los cargos?, por perturbar la paz.

No existe la menor duda de que en la reunión de ese sábado de noche en Atkinson, Maine, había un desmedido entusiasmo y que los adventistas reunidos allí estaban alabando a Dios con tal energía que los vecinos se molestaron. Un campesino de la localidad, que testificó en el juicio de Dammon, dijo: “Fui joven y ahora soy viejo, y de todos los lugares donde he estado, nunca vi tal confusión ni siquiera en un jolgorio lleno de borrachos”.[1]

Pero pese a todo el ruido y la confusión, Elena G. de White creía que el Espíritu Santo estaba presente en esa reunión.[2]

Haciendo retroceder al enemigo

Muy pronto Elena y Jaime White se habían separado de Dammon, pero ni ellos ni los otros adventistas abandonaron inmediatamente el estilo entusiasta de la adoración adventista primitiva. “Vi —escribió Elena G. de White— que cantar para la gloria de Dios con mucha frecuencia expulsa al enemigo, y los gritos lo harán retroceder y nos darán la victoria. Vi que había muy poca glorificación de Dios en Israel y demasiado poca sencillez infantil”.[3]

En las décadas de 1840 y 1850 muchos observadores del sábado, como sus vecinos metodistas, estaban muy ocupados “haciendo retroceder al enemigo” con su forma entusiasta de cantar y sus fervientes gritos de “Gloria”, “Aleluya”, “Alabado sea Dios” y “Alabado sea Jesús”.

Hiram Edson mencionó una reunión de viernes de noche donde “espontáneos y fuertes ‘aleluyas’ ascendieron a Dios y él fue glorificado con la alabanza, el amor y la adoración”.[4] Otro creyente informó acerca de una reunión en Vermont donde “el Espíritu Santo descendió sobre nosotros, y los gritos de victoria ascendieron mientras lágrimas de gozo fluían libremente de muchos ojos”.[5] Jaime White escribió que “mientras la señora W (White) hablaba, el primer día, la casa resonó con los gritos de alabanza de varios hermanos de la congregación. Esta refrescante ocasión parecía como un anticipo del cielo, el dulce cielo”.[6] Elias Goodwin habló acerca de una reunión durante la cual “las fuertes alabanzas a Dios ascendieron de la mayoría, sino de todos en la casa, y continuaron hasta después de pasada la medianoche”.[7]

En París, Maine, el entusiasmo creció aún más durante el año 1858. Elena G. de White hizo notar que “el poder de Dios descendió sobre nosotros como un poderoso viento que soplaba. Todos se pusieron de pie y alabaron a Dios con fuerte voz, fue algo así como lo ocurrido cuando se echaron los fundamentos de la casa de Dios. Las voces de los que llora ban no se podían distinguir de las que gritaban de gozo. Fue un momento de triunfo, todos nos sentimos fortalecidos y refrigerados. Nunca antes había sido testigo de una ocasión tan llena de poder”.[8]

“Ninguno de vosotros debería permanecer callado durante las reuniones”, escribió en un informe de esta experiencia. “Con seguridad, todos los que han probado los deleites del mundo venidero pueden decir algo en honor del amante Jesús”.[9]

En otra ocasión, la señora White observó que “la religión se encierra demasiado en una caja de hierro… El derramamiento del Espíritu conducirá a un reconocimiento de este hecho; y… no guardaremos silencio; ofreceremos a Dios sacrificio de gratitud y entonaremos cánticos a su Nombre con nuestras voces y con nuestros corazones”.[10]

Risa provocada por el Espíritu

Pero los gritos y los cánticos no fueron las únicas maneras a través de las cuales los adventistas primitivos expresaron su entusiasmo. “El Espíritu hizo que Clarissa se riera fuertemente”, informó Elena G. de White.[11] Y una hermana llamada Elisa Smith dijo que, dominada por una sensación del amor de Jesús, “antes de darme cuenta, yo estaba aplaudiendo y gritando, ¡gloria a Dios!”[12]

En algunas ocasiones, muy pocas por cierto, los creyentes adventistas hablaron en lenguas. Hiram Edson relató que un hermano llamado Ralph “comenzó a hablar en una lengua desconocida por todos”. Su interpretación en dicha lengua fue que el hermano Ralph debía acompañar a Edson en una visita para ayudar al hermano Rhodes que atravesaba por un momento de desaliento.[13]

Los primeros adventistas nunca alentaron el hecho de hablar en lenguas, pero aceptaron casos aislados como genuinos. Sin embargo, la interpretación de lenguas no siempre pareció confiable. En 1848 los adventistas discutían el asunto de la hora del comienzo del sábado. Algunos pensaban que la puesta del sol era la señal apropiada; algunos insistían que debía ser a las 6:00 p.m. En una reunión “el Espíritu Santo descendió” y “el hermano Chamberlain fue imbuido de poder”.[14] El “clamó” en una “lengua desconocida”. La interpretación fue un tanto prosaica: “Dénme la tiza, dénme la tiza”. Se le pasó la tiza y Chamberlain dibujó la silueta de un reloj en el piso y procedió a declararse en favor de las 6:00 p.m. Más tarde, tras un estudio detenido de la Biblia, el grupo estableció la puesta del sol como el momento del comienzo del sábado.

Además del canto, los gritos, la risa y el don de lenguas, ellos experimentaron frecuentemente la postración de ser “herido por el Espíritu”. Por ejemplo, Jaime White informó acerca de una reunión especial celebrada en Wisconsin en 1860: “Anoche sentí más del poder de Dios de lo que he sentido en los últimos tres años. Los hermanos Ingraham, Sanborn y yo orábamos en otro cuarto mientras un hermano ungía a su esposa. El cuarto estaba lleno del poder de Dios. Yo permanecía de pie pero me resultaba difícil mantenerme en esa posición. Caí sobre mi rostro, y grité y gemí bajo el poder de Dios. Los hermanos Sanborn e Ingraham sintieron lo mismo. Los tres yacíamos en el piso bajo el poder de Dios. Los tres nos sentíamos perfectamente libres”.[15]

Los primeros adventistas practicaron también el “ósculo santo” o el “saludo cristiano”, al encontrarse y al despedirse. En su primera visión la señora White vio que Dios amaba a los que “podían lavarse los pies los unos a los otros y saludarse fraternalmente con un ósculo santo”.[16] El pastor White informó que “el hermano Baker fue sanado y glorificó a Dios con fuerte voz, tuvo un bautismo del Espíritu Santo… El hermano Baker había practicado la salutación y el lavamiento de los pies a los santos, en lo cual nunca antes había creído”.[17]

Las visiones de la señora White ocurrieron muchas veces en medio de clamores y gritos de los santos: “El lugar estaba lleno del Espíritu del Señor. Algunos se regocijaban, otros lloraban. Todos sentían que el Señor estaba acercándose mucho a ellos… Cuando la hermana White se sentó comenzó a alabar al Señor, y continuó elevando la voz más y más fuerte en perfecto triunfo en el Señor, hasta que su voz cambió, y los gritos profundos, y claros, ¡Gloria!, ¡Aleluya!, estremecieron a todos los corazones. Estaba en visión”.[18]

A excepción del don de lenguas y la risa provocada por el Espíritu, se podrían citar docenas de ejemplos de cualquiera de los tipos de experiencias arriba enumeradas.

La música se expresa en forma exuberante

La música de los primeros adventistas también se caracterizaba por la exuberancia de los movimientos juveniles. “Había en aquellos días un poder conocido como el ‘canto adventista’, como nunca se ha sentido en ningún otro”, recordaba Jaime White.[19] Los espirituales del pastor White, como “Tú verás al Señor ‘viniendo’“, surgieron del himnario milenta para esparcirse por doquier, propiciando la ocasión para la expresión de profundos sentimientos. El pastor White usaba este himno durante sus viajes como evangelista milerita, y en ocasiones entraba al salón cantándolo y acompañándose con el tiempo que marcaba golpeando su Biblia con la mano”.[20]

En una ocasión el pastor White y sus hermanas cantaron este himno para iniciar un servicio de comunión. Cuando llegaron al coro después de la estrofa, “un buen hermano llamado Clark” se levantó, “golpeó las manos en alto sobre su cabeza, gritó ‘¡Gloria!’, y se sentó inmediatamente”. Cada vez que se cantaba el coro el hermano Clark se ponía de pie con el mismo grito de ‘¡Gloria!’ El efecto de la melo­día, acompañada por la solemne apariencia del hermano Clark y sus dulces gritos de gloria, parecían electrizantes —recordaba el pastor White— Muchos lloraban, mientras las respuestas de ‘Amén’ y ‘Gloria a Dios’ se oían en casi todos los que amaban la esperanza adventista”.[21]

Los primeros escritores de himnos adventistas no vacilaban en absoluto en ponerles palabras religiosas a las canciones populares de sus días. Por ejemplo, Urías Smith convirtió la canción de Stephen Foster llamada “Way down upon the Swanee River” (Descendiendo por el río Swanee) en el himno “Up to a land of light we’re going” (Vamos hacia una tierra de luz) y “Round ye meadows am a ringing” (Voy corriendo por los prados), del mismo autor, se convirtió en el himno “Round the world alarm is ringing” (La alarma suena alrededor del mundo).[22] Jaime White publicó estas adaptaciones en su himnario de 1855 cuando Foster estaba en el cénit de su fama como cantante secular”.[23]

Incluso “Dixie” se usó en el servicio como himno: “Vamos viajando hacia un país brillante Donde todo es paz, amor y luz. Mirad a la distancia, mirad a la distancia, Hacia aquella tierra gloriosa”.[24]

Con el paso de los años, las connotaciones seculares de estos cantos opacaron el uso religioso que se les daba y fueron sacados del salterio adventista. Pero el Himnario Adventista actual retiene algunos de los cantos inspirados en música popular cuando fueron compuestos, pero que no siguieron siendo populares fuera de la iglesia. Por ejemplo, “How Sweet are the Tidings” (Oh, cuán gratas las nuevas) se basa en “Bonnie Eloise”, canción de amor de 1858 que comenzaba “Cuán hermoso es el valle por donde el Mohawk se desliza suavemente”.[25]

El uso de instrumentos musicales fue muy limitado entre los primeros adventistas, y algunos de los más radicales los desaprobaban completamente.[26] Fue sólo en 1877 cuando el pastor J. N. Loughborough y otros dirigentes de la Iglesia tuvieron que presentar argumentos bíblicos para persuadir a los hermanos a que aceptaran el primer órgano que usaron los adventistas en California.

Los hijos de Elena G. de White tocaban el melodión,[27] un pequeño órgano portátil, y en 1886, durante una visita a Suecia, Elena G. de White comentó favorablemente el uso de una guitarra: “Una señora… era una hábil guitarrista y también poseía una voz suave y melodiosa. En la adoración pública acostumbraba suplir la falta tanto del coro como de los instrumentos. A petición nuestra tocó y cantó para la apertura de nuestras reuniones”.[28]

Se modera el entusiasmo primitivo

Un ferviente entusiasmo marcó la experiencia religiosa de los primeros adventistas durante las décadas de 1840 y 1850, y las explosiones de gozo se manifestaron ocasionalmente durante las décadas de 1860 y 1870.[29] Pero para el año 1870 los sentimientos religiosos ya habían madurado, de tal manera que se expresaban en forma más serena, mediante los ojo húmedos y fervientes miradas” de las cuales la señora White habló en tono de aprobación al observarlas en un campamento.[30]

¿Cómo se apartó la Iglesia de sus entusiastas raíces? En parte fue un proceso natural a medida que los miembros se volvían más refinados y exigentes. También los cambios culturales ejercieron su influencia y, en mayor o menor grado, afectaron a los adventistas. Durante la primera mitad del siglo diecinueve los Metodistas eran conocidos como “los gritones metodistas”, pero después de la Guerra Civil su entusiasmo menguó.

Un tercer factor de esta creciente sobriedad que se apoderó de la Iglesia Adventista fueron los abusos de algunos entusiastas. El fanatismo demostrado por Mauston en Wisconsin en 1861 estaba relacionado con manifestaciones extáticas y puntos de vista extremistas acerca de la santificación. Una mujer, que decía haber recibido visiones, perdió la razón durante la agitación”.[31]

Pero tan temprano como 1850, Elena G. de White ya había empezado a hacer advertencias de precaución con respecto al entusiasmo religioso. “Vi que había gran peligro de dejar la Palabra de Dios y apoyarse y confiar en esas manifestaciones. Yo vi que Dios se manifestó por medio de su Espíritu sobre vuestra congregación en algunas de sus reuniones e iniciativas, pero vi un peligro por delante”.[32]

Le advirtió a un hermano cuyo hábito de gritar no era evidencia de que fuera cristiano: “La mitad del tiempo no sabe a qué le grita”.[33]

El “ósculo santo” muchas veces perdió su verdadero sentido, como en el caso del hermano Pearsall, que era “indiscreto” en su forma de hacerlo “y prácticamente no diferenciaba el tiempo ni el lugar”.[34]

Para el año 1890 Elena G. de White, al parecer, desalentaba toda expresión verbal de entusiasmo. Aprobó lo ocurrido en algunas de las reuniones de reavivamiento de esa década en las cuales “no hubo demostraciones incultas, pues la alabanza a Dios no conduce a eso. Nunca oímos acerca de ninguna de estas cosas en la vida de Cristo, como brincos, gritos y escándalos. No, la obra de Dios apela a los sentidos y a la razón de los hombres y mujeres”.[35] “El poder del Espíritu divino obra suave y silenciosamente —escribió en 1889—, despertando los sentidos embotados, vivificando el alma y afinando la sensibilidad”.[36]

El fanatismo de la carne santificada de Indiana, en 1901, también la indujo a amonestar seriamente en contra de ese entusiasmo religioso que estaba ligado a herejías teológicas.

¿Cómo podemos entender entonces el hecho de que al principio Elena G. de White apoyaba los gritos en la adoración, con su preferencia posterior por un Espíritu Santo que obra “suave y silenciosamente”? Ciertamente la cultura y la Iglesia habían cambiado mucho entre 1845 y 1885. Lo que era apropiado para los dinámicos y rudos leñadores del norte de Maine, no lo era para los fervientes y sobrios granjeros del medio oeste durante aquella época dorada norteamericana. ¿Sugiere esto que lo que es apropiado para una congregación, probablemente no lo sea para otra?

Todos los que se interesen en debatir acerca de la forma cómo se debe adorar, deberían tomar seriamente en cuenta el hecho de que en sus comienzos la Iglesia Adventista experimentó, endosó y alentó una forma de adoración más entusiasta. El peligro que conlleva esa forma de adoración, es que confía en la experiencia más que en la Escritura, y así cae en falsas enseñanzas. Además, nos habla de nuestra rica historia denominacional.

Sobre el autor: Ronald D. Graybill, PhD., es profesor asociado de historia en la Universidad de La Sierra, Riverside, California.


Referencias

[1] James Rowe testimony in Piscataquis Farmer, 7 de marzo de 1845, reimpreso en Fredenck Hoyt, ed, “Trial of I. Dammon Reported for the Piscataquis Farmer, Spectrum, agosto de 1987. pág 31.

[2] Elena G de White, Spiritual Gifts, tomo 2 (Battle Creek, Mich. James White. 1860), págs 40, 41.

[3] Elena G. de White a Arabella Hastings, 4 de agosto de 1850 carta 8, 1850.

[4] Hiram Edson, “Bro Hiram Edson Writes …”, Review and Herald. febrero de 1851, pág 48.

[5] George W Holt, “Dear Bro. White”, Review and Herald, 2 de septiembre de 1851, pág 24.

[6] James White, “Eastern Tour”, Review and Herald, 1 de diciembre de 1859, pág 13.

[7] Elias Goodwm al editor, Review and Herald, 6 de marzo de 1866, pág 10.

[8] Elena G de White a la iglesia que está en la casa del hermano Hastings, 7 de noviembre de 1850, carta 28, 1350.

[9] Elena G de White a los hermanos Loveland. 13 de diciembre de 1850, carta 30, 1850.

[10] Elena G de White a los hermanos Loveland, 24 de enero de 1856, carta 2. 1856.

[11] Elena G de White a los hermanos Howland, 15 de agosto de 1850, carta 12. 1850.

[12] Eliza Smith al director Review and Herald. 3 de febrero de 1853. pág 151.

[13] Hiram Edson, “Beloved Brethren. scattered abroad”, Present Truth, diciembre de 1849, pág. 34.

[14] Jaime White a mi querido hermano. Berlín, Conn., 2 de julio de 1848.

[15] Jaime White a Elena, 6 de noviembre de 1860.

[16] Elena G. de White, Primeros escritos (Mountain View, Cal.: Publicaciones Interamericanas, 1976), pág. 15.

[17] Jaime White a los hermanos Howland, 12 de noviembre de 18.

[18] Jaime White “Report Of Meetings” Review and Herald, 22 de octubre de 1857, págs. 196-197.

[19] .Jaime White Life Incidents (Battle Creek, Mich.: Steam Press of the S.D.A. Pub. Assn., 1868), pág. 34.

[20] William A. Spicer, Pioneer Days of the Advent Movement (Washington, O. C.: Review and Herald Publishing Assn., 1941), pág. 147.

[21] Ibid., pág. 107.

[22] Ron Graybill, “Uriah Smith on the Swanee River”, Insight, 24 de abril de 1979, págs. 9-13.

[23] La revista Journal of Music de Dwight, dice que el canto de Foster, “Oíd Foks at Home”,… está en la lengua de todos y consecuentemente en la boca de todos. Los pianos y las guitarras repiten esa canción día y noche; las jovencitas sentimentales la cantan, y caballeros sentimentales la cantan en serenatas de medianoche;… los boteros rugen su melodía estruendosa todo el tiempo; todas las bandas la tocan,, las cantantes la cantan en el teatro o en los conciertos”. Ibid.

[24] Ibid.

[25] Ibid., y na. The Seventh-Day Adventist Hymnal (Hagerstown, Md.: Review and Herald Pub. Assn , 1985), pág. 442.

[26] Lucinda M. Hall, “Camp Meeting”, Signs of the Times, 27 de septiembre de 1877, pág. 292; véase también (J. N. Loughborough), “Present Truth on the Pacific Coast, L.”, Pacific Union Recorder, 10 de enero, 1907, pág. 1.

[27] Adelia P. Paiten, “Brief Narrative of the Life…of Henry N. While”, in n a. Appeal to the Youth (Battle Creek. Mich.: Steam Press of the S.D.A. Pub Assn), pág. 22.

[28] Elena G de White, Historical Sketches of the Foreign Missions of the Seventh-Day Adventists (Basilea, Suiza’ Imprimerie Polyglotte, 1886), pág. 194.

[29] Escribiendo a Edson y Willie White en 1872, con motivo de las oraciones por la sanidad de Jaime White, la señora White dijo, “El poder sanador de Dios vino sobre vuestro padre… nosotros gritamos las supremas alabanzas de Dios”. Elena G. de White a Edson y Willie White, 7 de diciembre de 1872, carta 20,1872.

[30] Elena G de White, a G. I Butler, 6 de junio de 1875, carta 16, 1875.

[31] Véase Elena G. de White, “Jealousy and Faultfinding”, Testimonies for the Church, tomo 1 (Mountain View, Cal: 1948). págs. 311-323, T. M. Steward, “A Delusion Confessed”. Review and Herald, 22 de junio de 1861, págs 77, 78.

[32] Elena G de White, 25 de diciembre de 1850, Manuscrito 11, 1850.

[33] Elena G de White a los feligreses de Bedford. cir 1861, carta 14. 1861.

[34] Elena G de White a los hermanos Pearsall. 12 de julio de 1854, carta 3, 1854.

[35] Elena G de White, “Sermón al Ashfield, Australia. Camp Meeting”, 3 de noviembre de 1894, Manuscrito 49, 1894.

[36] 36.

Elena G de While a Mis queridos hermanos, cir. abril de 1889, carta 85, 1889.