Pequeñas actitudes pueden ser el camino para que despertemos el interés de las personas en conocer a Cristo.
Hace pocos años, cuando recibimos nuestra invitación para ir al campo misionero, sentimos que habíamos recibido la respuesta a un plan que cultivamos durante algún tiempo, y que habíamos compartido con Dios. La invitación nos trajo gran alegría y, al mismo tiempo, una interrogación: ¿cómo sería ese nuevo camino?
Pasado el período de adaptación, el sentimiento de misión y el deseo de servir afloraron con intensidad singular. A pesar de haber leído libros sobre el asunto y de haber trazado estrategias, con el paso del tiempo el foco de la misión fue generando apenas frustraciones. Los resultados no parecían venir; al menos, en la visión y el tiempo humanos.
Quedamos aislados por mucho tiempo en el país, realizando cultos en nuestra casa, sin nadie a quien pudiéramos unirnos en adoración a Dios durante los sábados. Nuestras hijas estaban acostumbradas a frecuentar la iglesia y siempre les gustó mucho la Escuela Sabática, pero fueron privadas de eso. Fue un doloroso proceso de adaptación. Nuestra fe fue probada, así como el propósito de nuestro ministerio. Fuimos desafiados a aprender cómo desarrollar una espiritualidad más fuerte, en un contexto completamente diferente de aquel al que estábamos acostumbrados. En ese camino de aprendizaje, continuamos buscando vencer al propio yo, a una cosmovisión culturalmente condicionada y a una visión limitada del Gran Conflicto cósmico y del amor de Dios por la humanidad.
“QUE ALÁ CUIDE DE USTED”
En el predio donde moramos, convivimos con un clan familiar que incluía varios parientes. Cierto día, me ofrecí para ayudar a una señora anciana y enferma. Admirada, ella me miró y dijo: “¿Sabe que usted es la única persona que me ofrece ayuda? Ni mi esposo, ni mi yerno, ni mi hija, ni mis nietos tienen ese tipo de cariño y cuidado para conmigo. Que Alá lo bendiga y lo proteja. Que Alá cuide de usted y siempre lo mantenga así, atento para con aquellos que necesitan”.
Quedé sorprendido con aquella declaración, y agradecido por ver que las pequeñas actitudes pueden ser el camino para despertar el interés de las personas en Cristo, el ejemplo mayor. Especialmente, las regiones del mundo de minoría cristiana desafían el desarrollo de una espiritualidad misionera genuina, caracterizada por el testimonio del evangelio a través de pequeñas actitudes y contactos de amistad desinteresada. Eso forma parte de una manera de vivir diaria, resultado de un creciente sentido de responsabilidad y de búsqueda espiritual.
EL LIBRO DE LA PAZ
Mi esposa también tiene sus desafíos como misionera. Para mí, ella es un gran testimonio de cómo debemos conciliar la espiritualidad y la misión. Al llegar a este lugar, ella tuvo la oportunidad de volver a estudiar. En la universidad, ella conoció a una joven musulmana, que se mostró accesible al conocimiento del cristianismo.
Después de algunos años de amistad con esta joven, mi esposa tomó la decisión de preguntarle si podría darle un regalo muy especial, en una fecha importante para los cristianos: la Navidad. Frente a su respuesta positiva, mi esposa preparó cariñosamente una cesta con algunos elementos interesantes, y colocó, entre ellos, una Biblia. La joven fue muy receptiva al regalo, lo que posteriormente motivó algunas conversaciones sobre partes de la Biblia.
Entonces, siguió un período de silencio sobre el asunto. Sin embargo, recientemente, al iniciar un nuevo semestre lectivo, las dos amigas se reencontraron. La amiga musulmana buscó a mi esposa y le dijo que durante las vacaciones había visitado algunas veces una iglesia cristiana en su país, y que estaba leyendo la Biblia. Le dijo, además, que sentía mucha paz cuando leía las Sagradas Escrituras. ¡Eso nos trajo una enorme alegría!
Todo verdadero misionero debe buscar cada día la verdadera espiritualidad, y no una mera religiosidad. El apóstol Pablo entendió eso muy bien: “Los esfuerzos del apóstol no se limitaban a la predicación pública; había muchos que no podrían ser alcanzados de esa manera. Pasaba mucho tiempo en el trabajo de casa en casa, aprovechando el trato del círculo familiar. Visitaba a los enfermos y tristes, consolaba a los afligidos y animaba a los oprimidos. En todo lo que decía y hacía, magnificaba el nombre de Jesús” (Los hechos de los apóstoles, p. 121).
Dios nos va a usar, como vasos de barro (2 Cor. 4:7-12), haciendo que su poder sea una realidad en nuestra vida, incluso en medio de los mayores desafíos.
Sobre el autor: Es misionero.