El editorial “En cuanto al aborto”, en el número del 1° de septiembre de 1983 de la Adventist Review me preocupó profundamente. Para mí este artículo es una muestra de lo que se piensa dentro de la Iglesia Adventista. Hemos estado tan acostumbrados al pensamiento secularizado de este mundo que estamos perdiendo de vista las raíces bíblicas y teológicas de nuestro pensamiento.

“En el principio creó Dios los cielos y la tierra” (Gén. 1: 1), y en el sexto día “creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, en todas las bestias que se mueven sobre la tierra” (Gén. 1: 27, 28).

El hombre está hecho a la imagen de Dios. Esto lo distingue del resto de la creación. El hombre, a imagen de Dios, debe regir sobre la tierra. El dominio sobre la tierra como expresión de la imagen de Dios presupone, entre otras cosas, la capacidad de pensar, recordar, desear, evaluar, amar y cuidar.

En el Nuevo Testamento, Colosenses 3:10 y Efesios 4: 24 demuestran que la imagen de Dios incluye aún más: el conocimiento de Dios, la justicia y la santidad. Esta imagen de Dios, aunque arruinada, rebajada y a menudo escasamente reconocible después de’ la caída, debiera ser siempre restaurada pero nunca destruida conscientemente, excepto por Dios mismo que la creó en primer lugar.

Después de crear al hombre y a la mujer, Dios les dijo que procrearan y poblaran la tierra. Cada vez que el espermatozoide del hombre y el óvulo de la mujer se unen, comienza el proceso de volver a crear una única criatura, un alma viviente, una persona llamada hombre. El cuarto capítulo describe maravillosamente este primer acto de procreación: “Conoció Adán a su mujer Eva, la cual concibió y dio a luz a Caín, y dijo: Por voluntad de Jehová he adquirido varón” (Gén. 4:1).

Nótese que el siguiente acontecimiento mencionado después de la concepción es el nacimiento de un hijo. Podrían ser citados numerosos textos de la Escritura para mostrar la estrecha relación entre la concepción y el nacimiento de un hijo, indicando que el comienzo de esta vida humana en particular se dio con la concepción.

En el Nuevo Testamento encontramos la misma idea, quizá expresada todavía más vigorosamente. El ángel dijo a María: “Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESUS” (Luc. 1: 31). Y aún más llamativo, el ángel continúa diciendo: “Y he aquí tu parienta Elisabet, ella también ha concebido hijo en su vejez; y este es el sexto mes para ella, la que llamaban estéril” (Luc. 1: 36).

El último texto citado enfatiza que ella “ha concebido hijo” es decir, un ser humano, una persona. La concepción y el nacimiento de una persona no pueden ser separados en el pensamiento hebreo-cristiano. El comienzo de la condición de persona arranca en la concepción.

Un estudio de la palabra “vientre” en la Biblia ilustra claramente este punto. Los escritores bíblicos entendían que lo que se estaba desarrollando en los vientres de las mujeres no era un tejido sin importancia, sino personas, individuos, que podían ser consagrados a Dios, a quien Dios observaba, y que eran diseñados, mientras todavía estaban en el vientre, para convertirse en progenitores de naciones enteras.

“Y le respondió Jehová [a Rebeca]: Dos naciones hay en tu seno, y dos pueblos serán divididos de tus entrañas; en un pueblo será más fuerte que el otro pueblo, y el mayor servirá al menor” (Gén. 25: 23). Los dos fetos eran vistos aquí proféticamente como gentes y naciones. Lo que ha sido concebido y está en desarrollo es muy importante. Los dos versículos anteriores también son interesantes. Allí encontramos la concepción en un versículo y la lucha de los niños dentro del vientre en el siguiente.

En el libro de Jueces, capítulo 13, leemos del nacimiento de Sansón. Un ángel del Señor apareció a la esposa de Manoa y le dijo que ella concebiría un hijo y que este hijo debía ser dedicado al Señor, no desde el nacimiento, sino mientras todavía estaba en el proceso de desarrollo, cuando todavía estaba en el vientre (Jue. 13: 7, cf. 16:17). Y si usted lee cuidadosamente el texto, podrá tener también la impresión de que en este caso especial la dedicación comenzó con la concepción. La madre había de observar el voto de los nazareos desde la concepción en adelante. Sansón sería consagrado desde el vientre hasta la tumba (Jue. 13:7).

Job también reconoció que Dios crea al hombre dentro del vientre. La Biblia no ve la hechura de un hombre como un desarrollo puramente biológico, sino como un acto creativo de Dios. El hombre recibe su valor -y este es exactamente el contexto de Job, capítulo 31 – del Creador. Este capítulo es el clamor de inocencia de Job. Declara que ni siquiera ha tenido en poco el derecho de sus siervos. ¿Y por qué habría de hacerlo? Ellos fueron hechos, como él mismo, por Dios, mientras todavía estaban en el vientre. “El que en el vientre me hizo a mí, ¿no lo hizo a él? ¿Y no nos dispuso uno mismo en la matriz?” (Job 31:15). ¿Podría el hombre destruir a propósito, libre y voluntariamente, la vida que Dios, después de la concepción, hace y diseña por medio de los poderes procreativos? Aun los más humildes, los siervos, son resultado de la obra creativa de Dios en el vientre, y deberían ser tratados con respeto.

El salmista también testifica que es Dios el que mantiene la vida en el vientre. “En ti he sido sustentado desde el vientre; de las entrañas de mi madre tú fuiste el que me sacó; de ti será siempre mi alabanza” (Sal. 71: 6).

Isaías está de acuerdo en que Dios forma a la humanidad en el vientre. Compara a los dioses de los buenos vecinos con Jehová, y declara: “Así dice Jehová, tu Redentor, que te formó desde el vientre: Yo Jehová, que lo hago todo, que extiendo solo los cielos, que extiendo la tierra por mí mismo” (Isa. 44: 24).

Otro significativo grupo de textos habla de los individuos que fueron llamados por Dios mientras todavía estaban en el vientre. En Salmos 139: 16 David testifica: “Mi embrión vieron tus ojos, y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas’ que fueron luego formadas, sin faltar una de ellas”. De acuerdo con esto, ¡Dios había registrado a David en un libro aun antes que naciera! Jeremías también testifica del preconocimiento de Dios. “Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones” (Jer. 1: 5). El apóstol Pablo testifica de un conocimiento previo similar en Gálatas 1:15.

Pero quizás el ejemplo más impresionante para demostrar la importancia que Dios adjudica al feto se encuentra en las historias registradas en Lucas 1. Aunque el pasaje habla de dos embarazos extraordinarios, los versículos 41 y 44 proporcionan abundante alimento para el pensamiento.

María, llena del Espíritu Santo, fue a visitar a Elisabet, cuando ésta estaba embarazada de seis meses. Cuando María llegó, “la criatura saltó en su vientre; y Elisabet fue llena del Espíritu Santo”. Juan, que fue lleno del Espíritu Santo desde el vientre (vers. 15), responde aquí al Espíritu Santo siendo todavía un feto. Su respuesta no era sólo los movimientos normales de un niño no nacido, sino como Elisabet testificó: “La criatura saltó de alegría en mi vientre” (vers. 44). Esto implica que este profeta, aún no nacido, ya era un individuo capaz de responder al Espíritu de Dios.

El pensamiento del aborto es tan extraño al pensamiento judeo-cristiano que ni siquiera es mencionado en la Escritura, con la excepción de Éxodo 21:22, 23. Pero aun cuando este texto trata un caso excepcional en conexión con una herida accidental a una mujer embarazada, proporciona información en cuanto a cómo es visto por Dios un feto no nacido. “Si algunos riñeren, e hirieren a mujer embarazada, y ésta abortare, pero sin haber muerte, serán penados conforme a lo que les impusiere el marido de la mujer y juzgaren los jueces. Mas si hubiere muerte, entonces pagarás vida por vida”. La palabra traducida aquí como muerte es ásám, que Gesenius define como referida especialmente a un accidente fatal. A la luz del respeto del Antiguo Testamento por la vida no nacida, creo que el pasaje debiera ser interpretado de la siguiente manera: Si la mujer en cuestión está en avanzado estado de embarazo (desde el séptimo mes en adelante), donde la posibilidad de perder a un niño es mucho mayor que en la primera parte del embarazo bajo estas circunstancias, es herida y entra en trabajo de parto, y el niño sobrevive, es decir, no es un accidente fatal, entonces sólo deberá pagarse una multa, reconociendo la absoluta protección de la mujer embarazada, y que las mujeres con niños no deberían sufrir daño bajo ninguna circunstancia. Pero si el niño nace prematuramente y no sobrevive, o es herido de tal forma por el accidente que muere, entonces la vieja ley de vida por vida debe ser puesta en práctica. Así aun esa vida tan joven se ve protegida por los antiguos estatutos.

Aparte de este texto, de alguna manera difícil sobre el aborto, encontramos algunos otros que muestran que las naciones circundantes no tenían este alto respeto por la vida no nacida. Aun se atrevían a abrir a las mujeres embarazadas para tomar los niños no nacidos y destruirlos. Estos hechos son presentados en la Escritura como de una crueldad tremendamente pecaminosa, porque revela una total falta de respeto por la vida no nacida. (Véase Isa. 13:18; Ose. 13:16; 2 Rey. 8:12; 15: 16-18.)

El profeta Amos hace aún más claro el caso contra el aborto. En los capítulos 1 y 2, Amos pronuncia su juicio sobre seis de los vecinos de Israel y Judá. La razón del juicio sobre Amón se presenta en forma muy gráfica: “Así ha dicho Jehová: Por tres pecados de los hijos de Amón, y por el cuarto, no revocaré su castigo; porque para ensanchar sus tierras abrieron a las mujeres de Galaad que estaban encintas” (Amos 1: 13). Este acto terrible, ¿era sólo una transgresión punible allí y en esa época? ¿Por qué Dios particulariza este punto? ¿No era para destacar como un pecado la total falta de respeto de los amonitas por la mujer embarazada y la vida no nacida?

Todos los textos mencionados hasta aquí arrojan luz, directa o indirectamente, sobre el tema del aborto; pero al buscar la voluntad de Dios en el tema no debemos pasar por alto el principio básico subyacente del respeto hacia la vida como se expresa en el sexto mandamiento: “No matarás” (Éxo. 20:13). ¿No es este mandamiento directo y claro en sí mismo? ¿Incluye la protección del no nacido? ¿No es claro por los textos cubiertos hasta aquí que los autores bíblicos incluirían a los no nacidos en esa protección? En el fruto del vientre vemos personas, individuos, dirigentes para la causa de Dios, progenitores de naciones enteras.

Algunos podrían argumentar diciendo que el mandamiento en su marco original habla de producir la muerte, no del asesinato, pero ¿no es exactamente esto lo que encontramos en casos de aborto, donde niños pequeños y en desarrollo mientras todavía están en el vientre de su madre, inocentes e indefensos son asesinados? ¿No es ésta una de las formas más brutales de asesinato? Se conoce cómo quitaron la vida en el Antiguo Testamento, pero esto sólo ocurrió porque la gente voluntariamente se opuso a las claras instrucciones del Dios soberano. Pero el bebé no nacido no ha hecho deliberadamente todavía nada incorrecto. Ni siquiera se le ha preguntado si quiere venir a la existencia, y todavía su vida en desarrollo no se respeta y en muchos países no tiene derechos de ningún tipo en el primer trimestre de su desarrollo.

Los Diez Mandamientos, por supuesto, dicen mucho más de lo que el lector casual podría esperar. El sexto mandamiento no incluye sólo el derecho de vivir, sino que nos encarga que cuidemos la vida humana, que la protejamos y que la guardemos. Juan Calvino comenta en su famosa Institución de la religión cristiana; “El propósito de este mandamiento es: por cuanto Dios ha juntado, en una cierta unión, todo el linaje humano, cada uno debe tener respeto por la salud y conservación de todos los demás. En suma, pues, en este mandamiento se prohíbe toda violencia, toda injuria con la que el cuerpo del prójimo séa lisiado. Y, por lo tanto, recomendamos emplear, con toda fidelidad posible, todas nuestras fuerzas en conservar la vida del prójimo, procurando así las cosas que le convienen. . . ayudándoles y socorriéndoles si están en algún peligro o necesidad’’.[1] Calvino expresa aquí algo que pocos cristianos podrían discutir: Toda la familia humana tiene un origen y estamos todos de alguna manera relacionados unos con otros. Todos los hombres, de acuerdo con Jesús, son nuestros prójimos. ¿Y no es el niño no nacido el prójimo más cercano a su madre?

Comentando sobre el sexto mandamiento, Elena G. de White escribió: “Todo acto de injusticia que contribuya a abreviar la vida, el espíritu de odio y de venganza, o el abrigar cualquier pasión que se traduzca en hechos perjudiciales para nuestros semejantes o que nos lleve siquiera a desearles mal, pues ‘cualquiera que aborrece a su hermano es homicida’ (1 Juan 3: 15), todo descuido egoísta, que nos haga olvidar a los menesterosos y dolientes, toda satisfacción del apetito o privación innecesaria, o labor excesiva que tienda a perjudicar la salud; todas estas cosas son, en mayor o menor grado, violaciones del sexto mandamiento”.[2]

Y, por supuesto, Jesús mismo amplificó el significado del mandamiento. En el sermón del Monte Jesús aguza los sentidos y nos lleva a una comprensión más profunda de la ley. El no disminuye los requerimientos de la ley. Por el contrario, radicaliza los requerimientos de los Diez Mandamientos de tal forma que incluye las palabras y los pensamientos, el punto de inicio de todo quebrantamiento de la ley. Y con esta radicalización él nos “golpea” a todos. Nadie puede permanecer en pie ante Dios y decir: “Soy inocente”. No, todos hemos fallado y hemos pecado, pero esto sólo amplía el respeto por la ley y profundiza la apreciación de la insondable gracia. Léase Mateo 6 a la luz de la cuestión del aborto y veremos cómo Jesús desea que nos hagamos cargo del espíritu de la ley, y no tan sólo de la letra. Como Juan Calvino lo destaca; “este mandamiento, por lo tanto, prohíbe el asesinato de corazón, y requiere un sincero deseo de preservar la vida de nuestro hermano”.[3]

De acuerdo con el espíritu de la ley, uno tiene que preservar la vida, también -y es vida real- la que todavía no ha sido totalmente desarrollada y que no ha visto la luz. Jesús no reduce la ley, sino que la amplifica; y también esto debe significar una ampliación de la comprensión de la vida, hasta el punto de la concepción, el punto de arranque de una criatura única, hecha a la imagen de Dios, cuya vida ningún hombre debiera quitar.

Finalmente, al presentar un argumento basado en la Biblia contra el aborto, llegamos al corazón del Evangelio. Las buenas nuevas de la Biblia son que Dios nos ama y nos cuida y nos salva. Dios demostró esto por medio de la encarnación, es decir, Dios se convierte en hombre en la persona de Jesucristo. Leemos de tales cosas como la concepción de Cristo, su desarrollo en el vientre de María, algo acerca de su experiencia durante la infancia y luego los años de ministerio en medio de su pueblo. Dios se identifica a sí mismo con la humanidad de tal forma que la humanidad pueda sentir y gustar y entender la justicia, la misericordia, el amor, la longanimidad y la bondad de Dios. Dios está no sólo interesado en la humanidad como un todo, sino en usted y yo y en cada individuo de la raza humana. Esta identificación total del Hijo del hombre con cada hombre y con cada mujer da a cada uno la seguridad final del valor que se nos asigna. Dios pone su sello sobre cada uno de nosotros, diciéndonos: “Tú eres de mucho valor para mí, de tanto valor que he muerto por ti, para que puedas vivir aquí y de aquí en adelante”.

Jesucristo es el Dios que descendió a lo más bajo de las criaturas humanas. Los evangelios pintan una imagen de las más completas de este Dios identificador. Dios identificó y cuidó del hijo pródigo que causó a su padre tantos problemas y dolor. ¿No hubiera sido mejor si nunca hubiera nacido? No, no después que Dios entra en su vida. Dios le da un significado totalmente nuevo.

El Señor se identificó con la prostituta que se encontró con Jesús en el pozo de Jacob. ¿Quién la concibió a ella? ¿Quién le permitió ver la luz del día? ¿Qué anduvo mal en su infancia? Preguntas que la Biblia no hace ni contesta. Pero el registro de los evangelios describe claramente el cambio en la vida de esta mujer cuando descubrió que Dios ama y cuida.

Dios se identificó con el paralítico en el estanque de Betesda. No encontramos discusión filosófica sobre si no hubiera sido mejor que este hombre nunca hubiera nacido. No, Jesús se compadece de este hombre y lo sana, dándole una nueva vida. Jesús incluso se identifica con el esclavo, inclinándose tan abajo que estuvo dispuesto a lavar los pies de sus propios discípulos, y al hacerlo ilustrar en todas las cosas lo que significa el cuidado, el amor y el servicio. Nada ni nadie fue demasiado bajo para recibir su atención. Jesús puede identificarse con cada persona en cada situación. El, como el Señor resucitado, el Salvador y el Sumo Sacerdote, ofrece su ayuda a la humanidad sufriente. Y en la mayoría de los casos desea administrar su ayuda por medio de su brazo extendido: sus seguidores, la iglesia.

La iglesia a menudo ha fallado miserablemente en ayudar a la gente en necesidad. Si la iglesia dice “no” al aborto, entonces tengo esperanzas de que cada miembro de esta iglesia pueda vivir a la altura del mismo espíritu de cuidado, de amor y de servicio que el Señor tiene. Entonces estaremos dispuestos a ayudar en las diferentes situaciones que traerán sufrimiento, inconveniencia y molestias a los individuos y familias. Y aun si los seguidores de Cristo no viven completamente a la altura de su responsabilidad, cada persona agonizante, sufriente, rebajada, descuidada o mal comprendida debería conocer que Cristo entregó su vida por este tipo de persona, o por una persona en potencia. Cristo no vino a salvar al perfecto, al justo, al autosuficiente, sino a los que están en gran necesidad. Debiéramos tratar de evitar el sufrimiento, especialmente en las vidas de otros, pero no si esto requiere transgredir de propósito, voluntariamente y con total reflexión, uno de los mandamientos de Dios. Si el quebrantamiento de la ley y el sufrimiento permanecen en oposición uno con el otro, siempre hemos de escoger el sufrimiento, escogerlo junto con Cristo que sufre con nosotros.

Este, entonces, es el inmediato fundamento bíblico que el cristiano debiera tomar en consideración cuando contempla el aborto. Para mí la Biblia no es neutral, sino que dice muchísimo sobre el aborto. La Biblia nunca puede ser neutral en cuestiones tan vitales como la vida o la muerte.

Sobre el autor: Es preceptor y profesor de Biblia en Vejlefjord Hojere Skole, Daugard, Dinamarca.


Referencias

[1] Juan Calvino, Institutes of the Christian Religion, II, 8, 39.

[2] Patriarcas y profetas, págs. 316, 317.

[3] Calvino, ibid.