Encaremos la salud en forma cristiana – Capítulo 14
Jesús le dijo al escriba que preguntó cuál era el mandamiento más importante: “El primer mandamiento de todos es: Oye, Israel, el Señor nuestro Dios, el Señor uno es. Amarás pues al Señor tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y de toda tu mente, y de todas tus fuerzas; este es el principal mandamiento”
Dios es uno, y como el hombre fué creado a la imagen de Dios, también es uno. Cuando se habla del corazón, se quiere significar la vida emocional; el alma se refiere a la expresión de la voluntad; la mente simboliza la facultad de razonamiento; la fuerza abarca la energía física.
El hombre fué creado como un instrumento armonioso que manifiesta la unidad de Dios. El hombre, como expresión original de la voluntad de Dios, constituía una unidad, una interacción armoniosa. Sus emociones, su voluntad., su facultad de razonamiento y su energía formaban un conjunto majestuoso. Todas las fases de la vida se condensaron en una sencilla expresión de la gloria divina. En este estado de pureza, el hombre se mantuvo en comunicación perfecta consigo mismo, con la naturaleza, con lo; demás seres creados y con Dios.
El pecado produjo la división de la vida. La interrupción de la amistad con Dios se reflejó en la enemistad entre los hombres. Dios era la fuente de la unidad en el hombre, porque unía las partes recíprocas en un todo armónico. Cuando Eva buscó el conocimiento fuera de los límites impuestos por Dios, la facultad de razonamiento se volvió contra la necesidad de comunión espiritual. La carne buscó la satisfacción de sus deseos. La voluntad quedó privada del poder de realización. La enemistad entre la carne y el espíritu fué consecuencia del pecado.
El apóstol Pablo habla del conflicto interior con el pecado: “Porque no hago el bien que quiero; más el mal que no quiero, éste hago. Y si hago lo que no quiero, ya no obro yo, sino el pecado que mora en mí… Mas veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi espíritu, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros.” (Rom. 7:19-23.) El pecado e; el destructor de la unidad del hombre y el provocador de la guerra civil interior.
Podemos imaginar al hombre como instrumento de comunicación. Está dotado de órganos sensitivos: los receptores; de órganos agentes: los transmisores; y de los transmisores internos, las vías nerviosas y químicas que se dirigen al cerebro, el centro del gran sistema de comunicación. Los órganos sensorios se hallan distribuidos desde la cabeza hasta los pies, en la superficie externa del cuerpo y en los órganos internos. El hombre fué creado con la facultad de comunicarse con Dios, consigo mismo, con sus semejantes y con la naturaleza; pero el pecado ha interrumpido el sistema de comunicación.
Mientras Dios es el gran unificador de la vida, Satanás pugna por dividirla y destruirla. Si se hubiera mantenido intacta la comunicación con Dios, jamás se habría producido la muerte física. La enfermedad resulta de la división interior del hombre. Cuando Jesús le preguntó su nombre al endemoniado, éste le contestó: “Mi nombre es ‘Legión.’” Eran muchos, en lugar de uno. La mujer que dijo: “Creo que no seré capaz de volver a reunir las partes de mi vida,” planteó el problema básico de la existencia.
En la actualidad se conocen varios sistemas de curación incompleta. Cualquier intento de curar en forma parcial perpetúa la división que produce el pecado y agrava la discordia, porque ignora el todo. Los neurólogos quieren reparar el sistema de comunicación desde; el punto de vista técnico y físico; el pastor, el psicólogo y el psiquiatra, en cambio procuran restaurar la capacidad de comunicarse que tiene el hombre desde el punto de vista mental y sentimental. El médico que atiende únicamente el cuerpo e ignora las demás esferas de la experiencia humana, no es un verdadero sanador. Es de poca utilidad parchar la cámara si se deja el clavo en la cubierta pues causará daños posteriores. Poner cierta parte del hombre en condiciones de luchar más efectivamente contra otras partes de la vida, no es sanar; no es más que el fortalecimiento de las partes para prolongar la lucha.
Cuando Satanás se aproximó a Jesús para tentarlo en el desierto, le presentó verdades parciales. Le pidió que preservara el cuerpo por el milagro de crear pan. Jesús no consintió, porque la vida es más que la pura existencia física. Con el desafío de que se lanzara desde el pináculo del templo quiso enfrentar las leyes espirituales con las leyes físicas. Al tentarlo a ceder ante la gloria de los reinos del mundo para alcanzar figuración social y honor, lejos de la adoración del Dio verdadero, Satanás ignoraba la naturaleza del significado cabal de la vida. Apeló a la legitimación de las necesidades parciales, pero Jesús rehusó someterse al impulso de una parte que se oponía a la verdad del todo. El pecado es la satisfacción impulsiva de una necesidad parcial en oposición a la reciprocidad del todo.
Los que pretenden curar únicamente por medio de la mente son tan parciales como los que quieren hacerlo sólo por el cuerpo. Una muy difundida teoría religiosa busca la curación de todas las enfermedades a través de la mente. Quienes sostienen esta opinión afirman que la mente es la única realidad esencial. Semejante concepto es parcial y divisorio; perpetúa la separación que produce el pecado.
Ciertos psiquiatras proponen la idea de que todas las fuentes del conflicto residen en las emociones deformadas de la vida. Procuran averiguar todas las experiencias emocionales de la infancia y la vida posterior para explicar la enfermedad de la mente y del cuerpo. El intento parcial de curar por las emociones, también ignora la significativa unidad de la vida.
Hay pastores que hacen la guerra al uso de los métodos psiquiátricos, físicos y psicológicos para la curación de las enfermedades. Dicen así: ‘‘Existe sólo una respuesta, y es la religión. Lo. hombres necesitan ayuda espiritual. Aquí y únicamente aquí está la ayuda asequible.” Tales pastores también ignoran el todo y son tan culpables de perpetuar la separación producida por el pecado como lo son los otros métodos unilaterales ensayados en la curación.
La enfermedad no consiste únicamente en la separación de las distintas partes vitales, sino también en el fracaso de dichas partes al querer relacionarse correctamente unas con otras. Algunas veces es más importante determinar qué clase de persona tiene el germen y no qué clase de germen tiene la persona. Hay muchos que se lamentan de que ya no haya milagro. Semejante actitud puede proceder sólo de los que definen los milagros en términos de una parte de la vida, mientras ignoran la intervención entrelazada de todas las disciplinas curativas. En 1850 el término medio de la vida humana era apenas de cuarenta años; hoy, en cambio, llega a unos setenta años. Únicamente el que posea un concepto limitado de lo que es milagro, podrá dejar de ver las maravillas de las curaciones milagrosas de la actualidad.
La unión de la ciencia y la religión se efectúa a través del concepto del hombre como una unidad. La ciencia y la religión continuarán en pugna, reclamando la respuesta final, tanto cuanto se perpetúe la división entre la; distintas partes del ser humano. La esencia de la curación cristiana reside en el concepto de la unidad de la vida. El hombre no es sólo cuerpo, sólo mente, sólo emociones, o sólo espíritu; no es un cadáver potencial al que se une flojamente un espectro. El hombre es uno; la mente, el cuerpo y el espíritu son meras expresiones de esa unidad.
Curación, entonces, significa el proceso de restaurar la perdida armonía que impide a cualquier parte del ser—cuerpo, mente, o espíritu, —desenvolverse con perfección en su medio ambiente. La mente, el cuerpo y el espíritu son cumbres de una misma montaña. Los que escalan sólo una de la; cumbres y permanecen en ella, no logran conocer la naturaleza de la vida que es el fundamento de toda la cima. ¡Cuán insensata es la lucha de psicólogos y psiquiatras contra médicos y pastores! ¡Cuán absurdo resulta que esa disciplina; parciales se zahieran entre sí, parapetándose tras los escritorios de sus actividades especializadas! Cuando se levante la niebla esos hombres se darán cuenta de que la cooperación sincera es el único camino para la curación verdadera y completa de sus pacientes.
Debemos comprender la montaña que unifica la vida. Todas las cumbres de la verdad deben considerarse como pertenecientes a la base de una misma montaña. La luz divina que reflejan todas las cumbres es Dios mismo. El hombre debe colaborar con él. Podemos vendar una herida, pero sólo Dios puede curarla.
Las llagas del pecado son heridas profundas debidas a la interrupción de las comunicaciones. La llaga del cinismo es el fracaso de la mente para comunicarse con Dios. La soledad es una lesión producida por el alejamiento del hombre de Dios. La ansiedad ha herido profundamente la vida, por la incapacidad del hombre para dar y recibir amor. El abatimiento es otra herida que resulta de la falla de inspiración y propósitos. La culpa sigue al sentimiento de separación, y el odio es un cáncer, consecuencia de la falta de agradecimiento, de la obstrucción de los deseos.
Estas profundas heridas de la mente y del espíritu se reflejan en toda la vida y reclaman curación. Todos los procesos físicos están directa o indirectamente influidos por es tímidos mentales y emocionales. La física, aristócrata de las ciencias naturales, sufrió un gran cambio en sus conceptos fundamentales, poniendo en duda aun los fundamentos materiales de la ciencia en una época cuando la medicina no toleraba nada que recordara los valores espirituales. Sin embargo, en la actualidad estos conceptos están cambiando. Los médicos han comenzado a interesarse por los hombres y no únicamente por los órganos humanos. Se ha producido el paso del punto de vista analítico al sintético. La verdad de que la vida es un todo es uno de los hechos más fundamentales que hayamos descubierto. Este concepto ha comenzado a revolucionar el ministerio de curación en todos sus ramos.
Todos los pensamientos y emociones van acompañados de cambios fisiológicos. La tristeza produce llanto; la diversión causa risa. Cuando uno ríe, participa todo el cuerpo; cuando uno llora, es afectado todo el ser. La vergüenza produce la respuesta física del rubor, mientras que el temor aumenta los latidos del corazón. Lo; pensamientos y las emociones tienen influencia en la sangre y en el metabolismo. La desesperación se traduce por inspiraciones y espiraciones profundas. Los pensamientos y los sentimientos no tienen lugar en el vacío, sino en el organismo físico.
Todas las quejas por enfermedad: física, mental o emocional, se originan en dificultades de la facultad de comunicación. La herida espiritual producida por la falta de armonía con Dios conduce a trastornos físicos que deben ser tratados por médicos. El escepticismo, la soledad, la ansiedad, el abatimiento, la culpa y el odio son síntomas de la incapacidad de dar y recibir amor. Cuando alguien oscila entre tendencias egoístas y tendencias altruistas y queda bloqueado por ambas, la energía se aniquila y se producen desórdenes emocionales, físicos y mentales.
Cuando el hombre es incapaz de comunicarse armoniosamente con Dios, con los demás hombres y consigo mismo, el cuerpo se desbarata. Es igualmente cierto que la mente y las emociones se pueden Ira tornar en su funcionamiento como resultado del menoscabo físico. No se trata de tomar estas cosas por separado, sino de establecer cuánto de lo uno y cuánto de lo otro entra en un proceso progresivo de adaptación.
¿En qué forma procederán los sanadores cristianos; a curar las heridas de la mente y del espíritu que se reflejan en los desórdenes del cuerpo? La herida del escepticismo cínico se debe curar con la fe. La fe cristiana es la respuesta de todo el ser—del pensamiento, de los sentimientos y de la voluntad—a la acción de Dios por medio de Cristo, mediante la cual el hombre entra en amistad personal y consciente con Dios. Un alumno del decano Inge dijo: “La fe consiste en creer lo que se conoce como verdadero.” “Mejor dicho— agrega el decano, —es la resolución de permanecer firmes o caer en favor de las hipótesis más nobles.” La fe no es fruto de la fuerza de voluntad. La fe es el descubrimiento de lo que capacita al hombre para soportar cualquier cosa que pueda sucederle.
Curamos la herida de la soledad con la oración, la adoración, y el compañerismo con los demás hijos de Dios. Lo mismo que los metales que no se fusionan a bajas temperaturas, pero pueden hacerlo a temperaturas elevadas y producir una aleación más resistente que los componentes separados, también las personalidades de los discípulos de Cristo se fusionan en el crisol de la amistad con su Maestro. “Por él todas las cosas subsisten.” (Col 1: 17.)
Ya en el siglo IV de J. C. Juliano el Apóstata acusaba a los cristianos de hacer prosélitos alimentando y ayudando a los enfermos. Dijo: “Estos galileos impíos se entregan a este género de filantropía; como los hombres atraen a los niños con un pedazo de torta, así ellos … atraen conversos a su impiedad… Ahora podemos ver qué es lo que hace a esos cristianos enemigos tan poderosos de nuestros dioses. Es el amor fraternal que manifiestan pollos desconocidos, los enfermos y los pobres.” Este método cristiano, de socorrer a los enfermos—usado ya en los albores de la iglesia— debe revivir en la verdadera curación.
Curamos la herida de la ansiedad con la seguridad, inspirada mediante la comprensión la simpatía y el aprecio. Cuando se manifiesta amor y compasión por los enfermos, se realizan milagros. El amor es el que ejerce mayor acción curativa. Dios es amor; Dios es salud.
Curamos la herida del abatimiento con la esperanza y la confianza. Se debe restaurar la confianza en Dios y en uno mismo tanto como en los semejantes.
Curamos la herida de la culpa con el perdón que se halla en Cristo. La confesión es la manera de curar esta herida del pecado, porque al compartir el pesar y la culpa con otro, disminuimos sus efectos en un cincuenta por ciento.
La confesión oportuna alivia nuestros pensamientos reprimidos. “El que encubre sus pecados no prosperará.” (Prov. 28:13.)
Curamos la herida del odio con el amor, abundancia de buena voluntad que no espera recompensa. El mundo necesita amor que desplace el odio y el temor, y que haga posible aceptar y conceder perdón. Se necesita amor que fortalezca y bendiga, porque sin él la vida resulta vulgar y desabrida. Para comprender el amor, se debe vivir con amor. Con todo, cuando se vive en amor, no se comprende nada; sólo se sabe que la oscuridad ha dado paso a la luz, el temor ha quedado desplazado por el valor, la soledad ha sido reemplazada por el cálido compañerismo.
Los grandes sanadores deben haber experimentado en sí mismos la curación. Deben sentir el gozo de la fe, de la adoración, de la oración, de la simpatía, del perdón y del amor, antes de poder compartirlos. Lo que somos decidirá lo que podemos hacer. La curación es obra de Dios; todo lo que podemos hacer es cooperar con él en la curación de los enfermos. Sólo Dios puede salvarnos de las facciones que operan en nuestro interior y nos conducen a la enfermedad y la muerte. El pecado es fraccionamiento, división, desunión. La piedad es armonía, paz, comunicación, y compañerismo de amor.
El hombre fué creado a la imagen de Dios. Esto significa en esencia, que nuestra vida y nuestro ser estarán seguros únicamente si permanecen en comunión con nuestro Creador. Él debe ser la fuente de vida e inspiración de todos nuestros planes y obras. La ausencia de Dios conduce finalmente a la muerte. La vida cristiana no es algo superpuesto, sino que es el resultado de la dependencia de nuestro ser respecto a la continua efusión de vida y amor que nos viene de Dios. Para vivir de modo inteligente es necesario que investiguemos todas las leyes que rigen el ser. Sin embargo, este conocimiento no debe ser un fin en sí mismo. Debe guiarnos a una comprensión inteligente de las necesidades que puedan satisfacerse completamente sólo cuando obramos y vivimos en armonía con el carácter y la naturaleza de Dios.
Sobre el autor: Pastor de la Iglesia White Memorial.