Hagamos frente a la realidad – Capítulo 9

Un gran fumador que había leído un artículo magnífico acerca de los males del fumar, al preguntársele si había dejado de hacerlo, contestó: “No; he dejado de leer los artículos que se refieren al tema.” Este incidente es una ilustración de cómo puede dejarse de hacer frente a la realidad. Muchos prefieren ser ciegos a la verdad, antes de cambiar su modo de vida; rehúsan poner el dos junto al otro dos para que sumen cuatro. Se podrían evitar muchas tragedias si la gente estuviera dispuesta a creer que ciertas causas específicas conducen inevitablemente a ciertos resultados definidos. El hacer frente a la realidad y ajustarse a la relación que existe entre la causa y el efecto de las cosas, es una prueba excelente de salud mental y emocional. “Dar coces contra el aguijón” es el pasatiempo favorito de demasiadas personas, y dedos rotos y sangrantes dan testimonio del hecho de que ignorar la realidad no conduce a buen fin.

Se le dice a una señorita que si permanece hasta tarde de noche con su novio se expone a ciertas tentaciones que pueden conducirla más tarde a la infelicidad. No acepta este consejo y sigue asistiendo a fiestas objetables y participando de una poco recomendable vida nocturna. De repente se encuentra afrontando la eventual realización de lo que no desea. Pero si nos ponemos en el terreno de la tentación, ello inevitablemente nos conducirá a determinados resultados. Esto ha sido probado demasiadas veces como para que lo ignore la gente inteligente. Una persona prudente aprovecha de los errores de los demás; sólo los insensatos tratan de saber por experiencia personal que determinadas causas producen tales o cuales resultados.

Pasando por alto las normas de la circunspección, dos matrimonios llegaron a una excesiva familiaridad el uno con el otro. Las esposas y los esposos alternaban inocentemente sus relaciones, para ponerse a tono con los gustos sociales, seguros de que tal conducta no produciría malos resultados. Pero el terreno prohibido resulta sumamente atractivo para la gente que no ha madurado emocionalmente. Aunque no se pretendía hacer nada malo, pronto surgieron los celos, y se produjo una seria atracción entre uno de los esposos y una de las esposas. La esposa de una de esas parejas se enamoró del esposo de la otra, lo que resultó en el quebrantamiento de dos hogares, todo porque estos jóvenes pasaron por alto el hecho de que ciertos resultados siguen inevitablemente a cierta clase de conducta.

Un padre le rogaba a su hijo que aprovechara las ventajas de una educación, para que pudiera ser capaz de vivir con éxito en un mundo altamente especializado. Puesto que pudo conseguir trabajo y ganar dinero en abundancia, no dedicó más tiempo al estudio y a una preparación para la vida. Al llegar a la edad madura descubrió que era una persona mediocre, incapaz de elevarse por encima del nivel del trabajo que había conseguido en su adolescencia, y se convirtió en un amargado y un cínico. Cuando joven no había estado dispuesto a hacer frente a la realidad; al llegar a la edad adulta sufrió las consecuencias de su mediocridad.

Ciertos padres le advirtieron a su hija que no cultivara la amistad de un muchacho atolondrado y no muy equilibrado moralmente. Se pasó por alto el consejo, por “pasado de moda,” y el matrimonio se consumó. Pronto ese hogar estaba hecho pedazos, y la hija que no había querido ver la realidad, se encontraba de nuevo en la casa de sus padres. Pero no estaba sola; sus tres hijos estaban con ella, y los padres tuvieron que criar una segunda familia en la ancianidad. Todo esto sucedió porque una joven insensata no quiso confiar en la experiencia de sus padres.

A un adolescente poseedor de un automóvil nuevo se le dijo que fuera cuidadoso al manejar. Se le advirtió que la velocidad aumenta los riesgos de accidentes, pero no prestó atención ni hizo frente a los hechos. Alegremente avanzaba por el camino, pasando por alto las líneas de seguridad, hasta que se produjo un accidente y quedó inválido de por vida.

Las leyes físicas obran sin temor ni favoritismo. Si alguien salta desde el décimo piso de un edificio pasando por alto las leyes de la gravedad, lo más probable es que se mate. La mayor parte de la gente hace frente a esta realidad y no hace la prueba de dar el salto. En el ámbito moral, las leyes que lo rigen no son menos dignas de confianza que las que rigen el mundo físico. Cuando alguien ignora las leyes morales, cosechará ciertos malos resultados. Nadie puede dar de puntapiés a las leyes del universo en la misma forma en que lo haría a una pelota de fútbol y ganar. El hombre se quebranta, pero la ley nunca se quiebra; resulta vindicada cuando el hombre la transgrede.

Cierto joven estudiante del curso ministerial de un colegio, hace unos cuarenta años, consideró que permanecer dentro de los límites de la ley de Dios era más bien monótono. Abandonó sus estudios teológicos y empezó a cultivar relaciones sociales disolutas e inmorales. Durante años pensó que lo estaba pasando maravillosamente bien, pero a la larga la ley de causa y efecto comenzó a obrar. Este joven sano contrajo una enfermedad venérea y la lenta destrucción de su organismo durante un período de años le hizo ver la necesidad de afrontar debidamente la realidad tanto en el ámbito moral como en el mundo físico. La ley es clara: Obedecemos y vivimos, o desobedecemos y morimos.

Los profesores en los colegios les advierten a sus alumnos que deben aplicarse si quieren tener éxito en un determinado curso de estudios. Algunos jóvenes se dedican fielmente al estudio, descubren que es interesante y pasan con éxito sus exámenes finales. Otros, al no aceptar la ley de causa y efecto, pierden el tiempo y hacen poco esfuerzo honrado y se concentran poco. Pasan apenas o sencillamente fracasan. Pocas de tales personas admiten su falta de voluntad para hacer frente a la realidad. Actúan atolondradamente frente a la ley de causa y efecto, y viven lo suficiente para obtener la cosecha de su insensatez.

Algunas veces los padres ignoran la necesidad de amar y dirigir a sus hijos. Se les ocurre que los chicos pueden crecer solos. Despiertan demasiado tarde para comprender su insensatez cuando descubren que sus hijos se han convertido en una desgracia para ellos mismos y los demás. Sí, la causa y el efecto están íntimamente relacionados entre sí; siguen el uno a la otra como la noche al día.

La gente que obtiene éxito en la vida se amolda a las leyes de la existencia. Si alguien necesita una casa nueva, tiene que pagar el precio. Las casas no se materializan en base a ensueños e imaginaciones. El hombre que no paga sus cuentas perderá su crédito. La disciplina intelectual no es el resultado de la casualidad. Quien quiera poseer una mente disciplinada deberá pagar el precio con años de ferviente aplicación y esfuerzo si desea ser eficiente en un determinado campo de estudio. Algunos quisieran obtener las recompensas de la disciplina sin someterse a ella. La vida no actúa en esa forma. Generalmente obtenemos lo que pagamos y nada más. Mucha gente se pasa la vida cazando privilegios. Pero no hay privilegios en el ámbito de lo moral o lo intelectual.

El médico o el predicador de éxito no son el resultado de la casualidad. Un atolondrado, si consigue practicar un tiempo determinada profesión, engañará a la gente momentáneamente, pero no siempre. Tarde o temprano se darán cuenta si su médico es realmente bien informado y competente, o no. El médico que continuamente está aprendiendo y que es sincero con sus pacientes, tendrá la aprobación de su propia conciencia y la buena voluntad de sus semejantes. Un pastor puede mantener por un tiempo la apariencia de que es intelectual y obtener cierto éxito superficial por un año o dos en su campo; pero muy pronto se sabrá si verdaderamente es un erudito o no. Tendrá que mantenerse en movimiento o se expondrá a que la gente sepa lo que realmente es. Algunos predicadores dicen que han llegado “al fondo del barril” después de uno o dos años. Esta declaración contiene más verdad de lo que muchos de esos superficiales siervos de Dios quisieran admitir. Podrán tronar, pero a la larga las congregaciones se cansan de oír tronar. Los truenos pueden causar sensación y llamar la atención por un tiempo, pero la gente inteligente no se impresiona por ellos porque sabe que son inútiles y desconcertantes. El relámpago y la lluvia son mucho más necesarios que el trueno.

Un predicador adolescente asombraba a su auditorio con su habilidad como orador. Era tan sensacional su éxito que no vió la necesidad de obtener una educación más avanzada y se contentó con llegar hasta donde estaba. ¿Por qué había de perder el tiempo? Podía predicar tan bien como cualquier egresado del colegio superior. En efecto, podía hacerlo mucho mejor que la mayoría de ellos. Por eso mismo le resultó difícil comprender por qué los dirigentes responsables de la iglesia pensaron que no era necesario continuar con sus servicios cuando sólo tenía 27 años. Lo que la gente pensaba que era entretenido en un muchacho predicador, no lo soportó cuando se esperaba que fuera un hombre maduro. Las palabras son hermosas, pero a menos que tengan un significado pleno, resultan una burla.

Las personas que no alcanzan el éxito, continuamente tropiezan con la realidad. Algunas personas echan la culpa de sus dificultades a problemas económicos, mientras que otros justifican su falta de aceptación refiriéndola a la herencia que han recibido de sus antepasados. Hay también quienes cargan sus fracasos a la cuenta de personas que no han simpatizado con ellas. No se les dió una “mano,” ni tuvieron “cuña.” Todas éstas son maneras de evadir la realidad.

Durante veinte años un esposo rehusó darle a su esposa comprensión amor y afecto. Cuando ella quedaba encinta, insistía en que debía practicar el aborto porque no estaba dispuesto a sufrir las responsabilidades de la paternidad. Exteriormente era religioso, puesto que oraba y leía la Biblia; pero su oración discrepaba con su actitud. Estos esposos dormían en camas gemelas, y más de una noche la mujer, cansada, le pedía a su esposo que le tomara la mano. Pero él le contestaba que estaba demasiado cansado como para que lo molestaran con sentimentalismos. Era un hombre eficiente y trabajador, dispuesto a tener éxito. En su ansia de afecto, la esposa, en un momento de tentación, le fue infiel. Tal conducta nunca se justifica, pero por otro lado decir que el marido no tuvo parte en la comisión de este pecado es ignorar la realidad. Cuando enfrentó a su esposa manifestó un aire singular de justicia propia; no se sentía en lo más mínimo culpable de lo que había sucedido. Le resultó totalmente imposible hacer frente a la realidad, a lo menos en la parte que le había cabido en el fracaso de su matrimonio.

Las personas mental y emocionalmente sanas tratan de comprender las leyes que rigen la vida. Una vez que las conocen, las emplean como guía para orientar su conducta. Con esta clase de proceder, pronto sus esfuerzos desembocarán en el éxito. También tratan de regular las condiciones que lo estimulan, con el fin de controlar al máximo sus reacciones. Tales personas dominan y corrigen su tendencia de escapar a la realidad, de manera que puedan lanzar un ataque razonable sobre los requerimientos del mundo social, espiritual y económico. Estas actitudes científicas son la esencia del sano vivir.

Dotado de una rica experiencia, el individuo necesita lograr la organización mental que coloque su conducta en armonía con la realidad. Todos nos encontramos a veces en presencia de fuerzas que escapan a nuestro dominio. La presión de estas fuerzas sobre el individuo varía según las circunstancias y los casos; pero ya sea que la persona sea consciente de ellas o no, su personalidad resulta influenciada por esas fuerzas en un grado que no a menudo se comprende plenamente.

Debemos relacionarnos con esas leyes de manera que trabajen en nuestro favor y no en contra de nosotros. Es imposible elegir las circunstancias y las oportunidades que habrán de influir sobre nuestra vida, pero es posible escoger la forma en que nos relacionaremos con esas circunstancias. Nuestras reacciones frente a los acontecimientos son más importantes que los sucesos mismos. Algunas personas fortalecen su carácter, mientras otras se rebelan contra ellas y se amargan por el éxito que las otras obtienen. Lo que suceda depende en gran medida de la naturaleza del material sobre el cual se lance el golpe. Algunos saben cómo convertir un desastre en una victoria gloriosa, mientras que otros, no dispuestos a hacer frente a la realidad, caen para no levantarse más. No es lo que sucede, sino la forma como reaccionamos frente a lo acontecido, lo que establece la diferencia entre una persona y otra. Por supuesto, debemos reconocer que a veces tenemos que hacer frente a la incertidumbre, pero nunca nos derrotará si aprendemos a vivir junto con ella haciendo frente a su desafío.

Un aspirante a misionero le preguntaba a un veterano de las misiones cuál consideraba el requisito fundamental para obtener éxito en el campo. Este misionero experimentado, y que ostentaba las cicatrices de la batalla, le dijo que se necesitaban tres requisitos para obtener éxito en el campo misionero. El primero era adaptabilidad el segundo adaptabilidad y el tercero adaptabilidad. Esta es otra forma de decir que el misionero de éxito debe aprender a ajustarse a la realidad de las circunstancias adversas y mutables. Muchos han sido enviados al campo misionero sólo para regresar pocos meses después, debido a que carecieron de la capacidad de ajustarse al ambiente extraño que los rodeaba.

Algunos padres ocupan el lugar de amortiguadores entre la realidad y sus hijos, y siempre los están protegiendo. Puesto que no conocen la realidad por sí mismos, estos hijos no saben cómo es la vida. Los padres deben enseñarles a sus hijos a hacer frente a la realidad, o la generación joven será incapaz de ajustarse a la vida cuando llegue a la madurez. Los niños deben aprender a jugar con otros chicos, porque en tal situación no están amparados ni protegidos. Deben aprender a dar y a recibir, a hacer frente a las consecuencias que resultan de la repulsa de parte de sus compañeros de juegos. Esto puede resultar duro al principio, pero los niños aprenden pronto a cooperar, no sea que se los rechace del grupo. A medida que el niño progresa en la escuela, descubre la realidad de las relaciones ordenadas que existen entre las diversas formas de materia y las distintas manifestaciones de energía. Puede usarlas para su propio bien hasta el punto en que aprenda las leyes por medio de las cuales obra la autoridad, y logrará que su conducta armonice con esas leyes.

Una y otra vez la gente rehúsa aceptar lo inmutable. Hay una oracioncita llena de significado que rezan a veces los niños en los países anglosajones que traducida al castellano sería más o menos así: “Señor, ayúdame a aceptar lo que no se puede cambiar, y a cambiar lo que puede mudarse y dame la gracia de notar la diferencia que existe entre estas dos cosas. Es una oración que todos debiéramos elevar.

Una mujer dijo cierta vez: “Durante cuarenta años he tratado de cambiar a mi marido, pero sin éxito. Creo que no me queda otra cosa que hacer sino divorciarme de él.” Aun antes de casarse tenía una imagen ideal de la clase de esposo que necesitaba. Incapaz de encontrar justamente lo que necesitaba, se casó con este hombre con la esperanza de cambiarlo de acuerdo con su imagen ideal. Esto por supuesto no ocurrió. Nunca lo aceptó tal como era y lo rebajó delante de sus hijos. La situación se hizo cada vez más insoportable y al fin el hogar se quebrantó. Si lo hubiera aceptado tal como era y lo hubiera rodeado de una atmósfera de amor y comprensión, él hubiera sido capaz de desarrollarse mucho más de lo que lo había hecho después de veinte años de matrimonio.

Algunos padres no quieren aceptar al hijo que nace. Una madre quería una niña pero en cambio nació un niño. No aceptó la realidad. En lugar de ello trató de convertir en realidad su deseo tratando al niño como una niña. No se le permitió a este chico jugar con otros muchachitos y se le arregló el cabello, hasta la edad de seis años, como a una niña. La madre no quería que su tesorito participara de los juegos rudos de los muchachos. El muchachito pronto comprendió que no era una niña, y que tampoco se le permitía ser niño. El hecho de que esa madre, carente de madurez emocional, no quisiera aceptarlo como era. contribuyó a hacer de este niño un inválido emocional de por vida. No pudo casarse; sus afectos se dirigían más a los hombres que a las mujeres. En la actualidad es sexualmente invertido y vive una existencia caótica. Todo ello porque una madre no quiso aceptar la realidad.

Una madre frustrada decidió (pie su hijita obtuviera éxito como concertista de piano; comenzó a enseñársele mucho antes de que madurara normalmente para poder desarrollar tal actividad, de tal modo que la pobre chica no tuvo una infancia normal. Mientras otras niñitas jugaban con sus muñecas, ella practicaba piano bajo la vigilancia de la madre. Aunque la niña no era un genio musical, la madre persistía en su plan. Y en la adolescencia, sacrificada en el altar de las frustradas ambiciones de su madre, dió muestras notables de desajustes emocionales en su personalidad. La falta de voluntad de la madre de aceptar la realidad con respecto a las limitaciones de su hija, fué la ruina de la niña.

Continuamente los seres humanos se destruyen a sí mismos por su falta de voluntad para ajustarse a la verdad. Una señorita estaba enamorada, pero su novio la traicionó y se casó con otra niña. Desde ese momento la señorita se apartó de toda manifestación social; no quiso cultivar más amistades con los muchachos. Continuó amando al muchacho que la había traicionado, aunque no había posibilidades de casarse con él. No quiso hacer frente a la realidad y se convirtió en una solterona desilusionada y amargada. Si hubiera hecho frente a la realidad y se hubiese ajustado a ella, hubiera comenzado nuevas amistades, su vida se habría desarrollado normalmente y es probable que se hubiera casado y hubiera sido feliz.

En el libro “Great Expectations” (Grandes expectativas), de Carlos Dickens leemos el caso de la trágica equivocación de la señorita Havisham que iba a casarse. Era un momento de gran exaltación y felicidad. Los invitados se habían reunido para celebrar la gozosa ocasión y la cena de bodas estaba preparada. La niña estaba ataviada con su vestido de novia, pero su prometido nunca llegó. La joven detuvo todos los relojes de su casa justamente veinte minutos antes de las nueve, el momento de su desilusión. Bajó todas las persianas para que la luz del sol nunca más entrara en su casa desde entonces. Vivió en la oscuridad, únicamente alumbrada de vez en cuando por la luz de las velas, y la torta de bodas permaneció en la mesa, a merced de las arañas, de los escarabajos y de las lauchas. El una vez albo vestido de novia colgaba en pliegues amarillentos cubriendo la delgada figura de la señorita Havisham, porque la vida se había detenido en el momento fatal en que el destino le asestó el golpe de la desilusión. A las nueve menos veinte se hundió, para no vivir nunca más una vida normal, porque no pudo hacer frente a la realidad.