Cultivemos una actitud correcta hacia el sexo y el matrimonio – Capítulo 13

La religión cristiana jamás ha dividido a la persona en dos partes: una santa y otra profana. La aguda división que se hace con tanta frecuencia entre algunas funciones del cuerpo no encuentra lugar en el pensamiento de hombres y mujeres cristianos y cultos. Algunos han pensado que la mente es sagrada y santa, en tanto que han considerado el cuerpo como despreciable, y sus funciones como de naturaleza baja y sórdida.

Demasiado a menudo se ha educado a los niños en forma tal que los imposibilita para adoptar en la vida futura actitudes normales hacia el cuerpo, lo que conduce a inadaptaciones graves y empaña las experiencias de toda la vida. Algunas veces las madres les hablan a sus hijas de los horrores del parto, lo que les deja una huella emocional difícil de borrar en los años posteriores.

Se ha discutido mucho en pro y en contra de la información sexual. En el hogar se debería cultivar una actitud edificante hacia las funciones del cuerpo. Se lo puede hacer naturalmente impartiendo enseñanza en forma normal antes de que los niños asistan a la escuela. Si se ha puesto un fundamento sano, no se verán arrastrados por la curiosidad a buscar información corrompida, disimulada y sórdida. Con frecuencia se los castiga cuando hacen preguntas acerca de ciertos órganos del cuerpo, lo que constituye una mala práctica, porque se trata de preguntas oportunas y legítimas. Todas las partes del cuerpo humano son igualmente sagradas y santas; no se debe provocar ninguna división en la mente del niño acerca de las funciones normales de los órganos físicos. Si se les prohíbe la mención de ciertas partes del cuerpo, desarrollarán un interés y curiosidad de modo anormal, lo cual puede conducirlos a una experimentación de resultados funestos.

Se les debería enseñar desde sus primeros años a considerar las funciones corporales como normales y sanas. Se debería dar importancia a la psicología y la anatomía. En éste, como en todos los demás campos legítimos del conocimiento, se debe presentar el asunto con franqueza objetiva. Muchos jóvenes ignoran por completo los hechos biológicos. El deber de los padres es enseñar las nociones elementales de anatomía y fisiología humana, es decir la estructura y el funcionamiento del cuerpo, tanto del hombre como de la mujer, para que los niños conozcan los hechos elementales concernientes al maravilloso funcionamiento del sistema reproductor. Mientras más temprano se haga, tanto mejor. No es necesario pedir comprensión total de lo que se enseña. Más importantes que los datos que se dan relativos a los hechos, son las actitudes edificantes y de franqueza que se asocian a esa información.

Es en la niñez cuando se debe colocar el fundamento para que se aproveche en forma correcta la información que se adquirirá más tarde. Si los niños han desarrollado en el hogar actitudes equivocadas hacia ciertas funciones físicas, la enseñanza que más tarde le impartirán sus compañeros y la escuela, será mal comprendida y usada impropiamente. Si un niñito, por casualidad, aparece parcialmente desnudo ante varias personas, no hay que avergonzarlo, porque relacionará le vergüenza con el cuerpo y lo considerará feo y sucio. Actitudes semejantes a ésta, que se desarrollan en la niñez, contribuirán a la infelicidad futura. Las madres y los padres que no tengan disposiciones sanas hacia todas las funciones de la vida, dañarán grandemente el desarrollo normal y la felicidad de sus hijos.

Es verdad que en la actualidad en las escuelas se dictan cursos de higiene y fisiología relacionados con el matrimonio y la vida del hogar, y en esa forma los jóvenes adquieren el conocimiento necesario. Pero esa información tardía no puede borrar con éxito las actitudes negativas que se adquirieron en la edad temprana.

Es posible que más tarde la víctima lleve una vida matrimonial desdichada, cuya causa se puede rastrear sin interrupción hasta llegar a las actitudes incorrectas hacia el cuerpo que desarrolló en la infancia.

Calculando moderadamente podemos decir que menos de la mitad de los matrimonios consiguen un ajuste sexual satisfactorio. En gran parte se debe a actitudes erradas hacia el cuerpo. Si inducimos a los niños a que sientan temor o vergüenza, o si nunca consentimos en que su interés se concentre en el sexo, entonces permitimos que desarrollen una de las situaciones más difíciles que deberán encarar los médicos, los pastores y los consejeros en su vida matrimonial futura. Una vez que el padre haya fracasado en su actuación durante este temprano período de la formación de las actitudes edificantes, si ha sido demasiado severo o si ha ignorado la materia, el niño se sentirá inclinado a no consultarlo más y a no plantearle este tema con toda confianza cuando más necesita de su dirección. Como resultado, es presa fácil de la mala información y de las hablillas obscenas de los jovencitos que perpetúan las cosas que los padres inteligentes y los educadores quisieran destruir. Entre los cinco y los catorce años, el niño morbosamente preguntón, o bien el que no ha recibido información adecuada, aquel a quien sus padres no le han enseñado las verdades edificantes acerca del sexo, está en condiciones de aprender mucho de malo, y poco o nada de bueno acerca de este asunto.

Muchos padres postergan las informaciones acerca del sexo hasta después de los doce años, cuando suponen que los niños las necesitan. Sin embargo, a esa edad, ambas partes se sienten tan turbadas que tampoco pueden sostener una conversación satisfactoria acerca del tema.

No se debe separar ninguna parte de la vida del total de ella. Tal separación ocurre a menudo en el dominio de los órganos reproductores, de modo que el individuo nunca es capaz de armonizar estas fases de la vida con otras experiencias. Las actitudes edificantes deben cultivarse durante todo el período del crecimiento, desde la infancia hasta el día del matrimonio, y aún continuar en el futuro. Cualquiera que suponga que se puede ignorar lo relativo al sexo durante la mayor parte de la vida, y que luego éste funcionará satisfactoriamente desde el día de la ceremonia del matrimonio, vive realmente en la edad media de la experiencia humana. Los niños que hayan desarrollado actitudes emocionales equivocadas hacia el sexo, por culpa de sus padres poco instruidos e inmaduros, encontrarán difícil vencer en la vida de casados un sentimiento de pecado o maldad que relacionarán con el sexo. En ese período, el amor encuentra dificultad para sobrevivir sin una manifestación biológica adecuada. Entonces cualquier esfuerzo que se realice para desarrollar actitudes sanas, redundará en una vida más saludable y pacífica.

Muchos padres encuentran dificultades porque carecen de información acerca del modo de proceder. Los padres felices, por supuesto, enseñan mucho por la cortesía mutua, el amor y la bondad de su vida diaria. Los niños, por regla general, comienzan a hacer preguntas acerca del cuerpo, de ellos mismos, del vestido y de otros asuntos, entre los tres y los cinco años. Generalmente los satisface una respuesta sincera, sin información detallada. Lo importante que se debe hacer es esto: decirles la verdad cuando deseen saber de dónde vino la hermanita menor. Se debe evitar atemorizarlos. El nacimiento es una función sagrada de la vida y jamás se lo debería tratar con fingimiento.

Los padres demostrarían sensatez si para enseñar la cuestión del sexo esperaran a que el niño haga preguntas, esa enseñanza debe ser positiva, más bien que negativa. El sexo es bello y santo, así se lo debería comprender y enseñar. Toda su enseñanza debería ser tan casual como sea posible, porque no debiera existir diferencia notoria entre este aspecto de la educación y los otros aspectos de la vida. Se les debería enseñar a mirar con placer el tiempo de la formación de sus propios hogares y familias, y habría que ayudarlos a adquirir un vocabulario decente, refinado y científico, para que sean capaces de recibir ayuda por la lectura posterior de las mejores fuentes de información. Se los debe ayudar a que comprendan las razones importantes de la institución del hogar. Las madres no deberían criar a sus hijas aisladas de los hermanos, ni los padres formar a sus hijos sin la compañía de sus hermanas.

El hogar, la iglesia y la escuela deberían unirse en un programa de educación y edificación de las actitudes que obrarán la felicidad de la vida. La separación de la vida en partes santas y profanas debe terminar, y todo dualismo entre la mente y el cuerpo debe evitarse. Dios creó la vida con propósitos sagrados y santos. Por lo tanto, que nadie separe lo que Dios juntó. El cuerpo, la mente y el espíritu deben ser considerados como una función total, con relación recíproca.

“El marido debe otorgar a la mujer sus deberes conyugales, y la mujer en la misma forma, debe dar los suyos al esposo; una mujer no puede hacer lo que le guste con su cuerpo: de su marido es la potestad, de la misma forma, un marido no puede hacer lo que le guste con su cuerpo: de su esposa es la potestad. No os impidáis mutuamente las relaciones sexuales, a no ser de común acuerdo, por un poco de tiempo, para dedicaros a la oración. Luego juntaos nuevamente. No debéis permitir que Satanás os tiente por vuestra incontinencia.”

(1 Cor. 7:3-5, Versión de Moffat.)

Sobre el autor: Pastor de la Iglesia White Memorial.