Siga desarrollándose – Capítulo 12
Confucio enseñaba que los hombres deberían crecer y desarrollarse constantemente. Señalaba que un hombre de valía debe seguir el siguiente programa: aprender hasta los quince, labrarse un porvenir hasta los treinta, hasta los cuarenta conservar aún sus creencias, durante la siguiente década iniciarse en el arte de captar los oráculos del cielo, a los sesenta mantenerse con una mente receptiva, y a los setenta ser capaz de realizar cualquier cosa que desee sin temor de que va a hacer algo malo. He aquí un programa de progreso y perfeccionamiento continuos. Uno puede desarrollarse a medida que pasa el tiempo o meramente llegar a viejo porque así lo impone el transcurso de los años. El desarrollo no es automático; es el resultado del esfuerzo y la aplicación inteligentes.
Hace varios años un grupo religioso adoptó este lema: “Millones de personas que ahora están viviendo jamás morirán.” En verdad puede decirse que muchos que ahora viven ya están muertos. Algunos dejan de exigir intelectualmente a los treinta pero recién son enterrados físicamente a los sesenta. Cierta vez se le pidió a un intelectual de renombre que se uniese a un grupo de ex condiscípulos para celebrar una reunión 25 años después de la graduación. Rechazó la invitación aduciendo que no tenía interés en cenar con hombres muertos. Muchos de sus antiguos compañeros de estudios habían sido personas promisorias y con magníficas perspectivas, pero se hundieron en una mediocridad materialista y estaban satisfechos de vivir intelectualmente estancados. Sus mentes habían muerto.
Una anciana encontró a un borracho agonizante tendido en la nieve y trató de ayudarlo. El hombre refunfuñó diciendo que deseaba que lo dejasen abandonado para poder morir. Ella replicó: “¿Ud. cree que para estar muerto necesita encontrarse dentro de un ataúd? Amigo, Ud. ya está muerto.”
Es un hecho que la capacidad de aprender se reduce lentamente a medida que pasan los años. Muchos adultos se quejan de que no pueden aprender rápidamente ni recordar con exactitud. Por lo general esta ineptitud se debe a la falta de interés antes que a una merma en la capacidad. Demasiadas personas están satisfechas con lo que saben y por lo tanto no realizan el menor esfuerzo por aprender algo nuevo. Puesto que no tienen voluntad para concentrarse, carecen de retentiva. Si estuvieran dispuestos a aplicarse y mantener el interés en el aprendizaje, serían capaces de recordar. La mente se malogra por falta de uso. Por lo tanto, en cuatro años de negligencia intelectual una persona puede perder su capacidad en mayor grado de lo que la ha cultivado durante cuarenta años de aplicación concienzuda.
¿Es verdad que “un perro viejo no puede aprender mañas nuevas”? En un sentido lato este refrán está en lo cierto porque los perros viejos no tienen interés en mañas nuevas; son demasiado perezosos como para realizar el esfuerzo. Más bien les agrada estar recostados en un sofá mullido y tibio. Recientemente un estudiante de 35 años y otro de 75 fueron sometidos a una prueba para determinar su capacidad retentiva. Cuando fueron examinados por separado, el hombre de más edad hizo un trabajo mejor que el joven. Al estar juntos y explicárseles el motivo del examen, el resultado favoreció al más joven, porque el primero se sentía desasosegado y ansioso respecto al desenlace. Sin embargo, la capacidad de éste no había sido menoscabada por el transcurso de los años.
Conozco a una mujer, también de 75 años, que anualmente se abocaba al estudio de un período de cien años de la historia. Ha hecho lo mismo durante muchos años y su mente se conserva activa y con todo el vigor y la receptividad juveniles. Sus dotes intelectuales no han sufrido mella.
Otro amigo de 85 años está constantemente a la caza de ideas y planes nuevos. Le encanta relacionarse con los jóvenes porque lo estimulan para abordar nuevos campos de estudio. Este intenso deseo de aprender lo ha conservado más joven que muchos hombres que conozco y que sólo tienen treinta años de edad.
La edad no es asunto de números y cronologías; es un asunto de flexibilidad intelectual y de afán de aprender. Los jóvenes aprenden porque son curiosos e inquisidores. Se asombran ante lo desconocido y lo investigan con el propósito de solucionar los interrogantes que presenta.
Tuve oportunidad de hablar con una anciana que se sentía desgraciada. Cuando le pregunté respecto a su vida en general y cómo lo había pasado a lo largo de los años, me contestó: “Las cosas no marchan del todo bien. Tengo problemas con mis nietos. No sé adonde irá a parar esta nueva generación. Procuro instruirlos lo mejor que puedo, pero no están dispuestos a escucharme. No parecen sentirse a gusto a mi lado. Dicen que siempre estoy encontrando errores en la forma en que se hacen las cosas y que los insto a realizarlas como yo las hacía cuando era joven. La vida no me resulta ya placentera.
Sentí interés en descubrir el secreto de la felicidad que irradiaba el rostro de otra abuela que tenía aproximadamente la misma edad que la anteriormente citada. Le pregunté cómo se encontraba y su respuesta fue: “En realidad, estoy en los mejores años de mi vida. Nunca me sentí más joven. Sin duda sabrá que tengo diez nietos y ellos me conservan siempre de buen ánimo. Mi mente se mantiene activa tratando de aprender todo lo que ellos me enseñan.” El secreto residía en su anhelo de aprender, más bien que de enseñar. Podemos estar seguros de que los niños aprendían mucho de ella, pero a su vez esta anciana sacaba provecho de su trato con los nietos. La primera abuela estaba intelectualmente muerta; no deseaba conocer más de lo que había aprendido cuando joven. La otra, en cambio, tenía una mente receptiva y siempre dispuesta a continuar aprendiendo.
Una mujer de 86 años de edad me contó su historia de disciplina y desarrollo intelectuales. Declaró que al cumplir los cincuenta años ya sus hijos habían abandonado la casa y fundado sus propios hogares, quedando así nuevamente sola con su esposo. Con sus regaños e incomprensiones se martirizaban mutuamente los nervios y ambos eran cada vez más infelices. Finalmente ella comprendió que estaba desconforme consigo misma porque se había aletargado intelectualmente, de modo que se trazó un programa de estudio. Recordó que cuando niña su profesor le había dicho que tenía relevantes aptitudes poéticas, y comenzó a escribir poesías. Sus versos cobraron prestigio y recibió muchos premios por su excelente trabajo. Esto la hizo feliz. Por otra parte siempre había amado a los pájaros y se dedicó a realizar un estudio detenido de las aves de California. Unos pocos años más tarde publicó su libro que actualmente se encuentra en distintas librerías. Ahora, a la edad de 87 años, su paso es firme y vibrante y sus ojos resplandecen con un brillo juvenil que revela un genuino interés en la vida. Me dijo que ya tiene planes para los próximos trece años. Su hogar se salvó porque ella reaccionó y luchó para no morir a los cincuenta años. Su lucidez y su actividad intelectual le otorgan salud emocional y mental; su deseo de aprender la salvó.
Una de las principales características de una persona madura es su disposición para aceptar nuevas verdades. Los que rehúsan adaptarse a ideas nuevas están excluyendo la posibilidad de vivir una vida plena y expansiva. Las actitudes intransigentes que denotan intolerancia son el resultado natural de las ideas y las convicciones estáticas. Millones de personas son impermeables a todo aquello que les resulta desconocido, aunque posean una evidencia sustancial de su veracidad. Consagran todas sus energías a detener la embestida de las innovaciones en todas sus formas. Esta reticencia para aceptar las ideas nuevas caracteriza a muchísimos adultos. Cuando uno pretende explicar cada cosa en armonía con lo que era conocido y aceptado ayer, revela una inestabilidad básica y un peligroso desinterés para reconsiderar lo que uno ya cree. Un erudito puede ser tan inflexible en su decisión de no aceptar teorías desconocidas como uno que carece de toda instrucción. Una persona progresista encara la vida con una curiosidad e interés infantiles, y está preparada para aprender y apropiarse de todo lo nuevo que le garantice una exigencia más exitosa y útil. La flexibilidad intelectual, por lo tanto, es uno de los ingredientes necesarios de una experiencia rica.
Los que están intelectualmente muertos difícilmente son abordables mediante consideraciones racionales. Defienden su parecer y luchan por sus opiniones sin tener en cuenta la lógica o la razón. Son como el hombre que declaró que estaba dispuesto a que lo convencieran de que se encontraba errado, pero que ciertamente le agradaría conocer a la persona que pudiese hacerlo. El individuo mentalmente alerta no teme la verdad, sino que admite humildemente las limitaciones de su conocimiento y considera con interés las ideas nuevas cuando éstas son el resultado de investigaciones verificables. Aquellos que tienen una mente receptiva y ágil se liberan de la rigidez y abogan porque se examinen las nuevas verdades con una actitud intelectual tolerante y solícita, ya provengan del mundo natural o del espiritual.
El propósito principal de la vida es desarrollarse cabal y armoniosamente y ayudar a otras personas a que hagan lo mismo. Cada ser humano debe gestar su propio desarrollo, pero las relaciones con los demás pueden estimularlo. Esta es la misión de un médico, un educador y un pastor en su trato con los hombres. Como hortelanos del alma deben tratar de proporcionar la humedad, el aire, la luz y los elementos químicos necesarios para que ese crecimiento tenga lugar.
¿Cuáles son los elementos imprescindibles para el desarrollo? Cuando alguien ama sinceramente a las cosas y a las personas, progresa en todo sentido. Y llega aún más alto cuando ese amor lo inspira para elevarse a niveles siempre superiores. El que ama procura adaptarse a las necesidades del objeto de su amor y este espíritu de adaptación conduce al desarrollo del que lo alberga. Cuando los seres humanos llegan a la conclusión de que deben adaptarse a la idiosincrasia de los que aman y a las nuevas situaciones que se les van presentando, sin abandonar por elle ningún principio moral, indefectiblemente robustecerán su personalidad y mejorarán sus caracteres. Toda vez que un hecho o una nueva verdad, no importa cuán pequeños sean, echan raíces en nosotros, el proceso del crecimiento es activo. El aprendizaje siempre implica un desarrollo.
Este desarrollo progresivo tiene también lugar en la contemplación y en el reconocimiento de lo bello. Todo ser humano puede fomentar el cultivo de su espíritu mediante una nueva apreciación de la belleza que se encuentra en el mundo natural. Para deleitarse siempre ante una flor hermosa es necesario progresar en la capacidad de apreciar lo bello; el cultivar primorosamente un jardín nos conduce a nuevas experiencias cuyas consecuencias son el progreso y el desarrollo de alguna fase de nuestro ser.
El servicio en favor de los demás indefectiblemente deja el mismo saldo. Una costurera lisiada encontró su felicidad en enseñar a otros a coser y un tiempo más tarde se deleitaba en dirigir un negocio donde sólo trabajaban inválidas. Con la ayuda de ellas y la de Dios prestaron un servicio eficiente a la sociedad durante más de veinte años.
El sufrimiento también puede conducir al crecimiento del ser humano, según lo experimenté en mi propia vida. Una dolencia física puede ser un verdadero aguijón que nos inste a comprendernos mejor a nosotros mismos y a los demás. Algunas de las personas que más plenamente han vivido se encuentran también entre los que han sufrido más.
Los elementos necesarios para desarrollarnos cada vez más son entonces el amor, el estudio, el servicio, el gusto por lo bello y el sufrimiento. El que aspira a la perfección progresa constantemente. No se conforma con alcanzar un blanco específico, sino que cultiva siempre facultades tales como la simpatía, el valor, la honestidad, el optimismo, el amor y la tolerancia. Toda persona debe desarrollarse en el sentido que le sugieran sus propias aptitudes y talentos. Nadie debería procurar que otro calque y asimile su propio modo de ser. Un estudiante, por ejemplo, no debiera tratar de que todos leyeran los mismos libros que él está leyendo. Tal vez él se interese en la erudición; por lo tanto, sus libros no revestirán ningún interés para el que no desea ser erudito. Un esposo debería permitir que su esposa cultivara las habilidades concernientes a su condición de mujer, como ser el decorado de los distintos ambientes de la casa, el arte culinario y la educación de los niños. Jamás dos personas se desarrollarán exactamente de la misma manera, y ¡tampoco se espera que esto suceda.
Permítase que cada niño se vaya orientando de acuerdo con sus talentos. Cuando tienen inclinación por el estudio, anímeselos en ese sentido. Cuando poseen aptitudes mecánicas relevantes, entonces la educación que se les brinde debería atender en forma especial esos dones innatos. Las personas con discernimiento y capacidad notables para el estudio de la naturaleza, cultiven esos intereses.
Es insensato suponer que porque Ud. se está desarrollando en una determinada dirección todos deberían seguir sus pasos. La vida tiene muchos aspectos y a cada uno tendría que ofrecérsele la oportunidad de desarrollarse de acuerdo con sus intereses y aptitudes. La madre que se consagra a las tareas domésticas y a la crianza de los niños merece tanto honor como un estudiante que realiza progresos marcados en su campo específico de investigación. El vendedor que progresivamente va adquiriendo mayor pericia en su trabajo, debería recibir tanta honra como el médico que se perfecciona en su profesión. Las personas de mentalidad práctica que progresan en la comprensión de los problemas técnicos que se les plantean, se están desarrollando tan seguramente como los teólogos que alcanzan a dominar algún dogma o doctrina intrincados.
Todos nosotros por igual necesitamos desarrollarnos, pero la dirección que tome ese desarrollo estará determinada únicamente por nuestras aptitudes, talentos e intereses. Muchos se debaten en la confusión mental y emocional porque no han trazado planes definidos para su progreso personal. Son dignos de lástima. Cuando un individuo pierde su flexibilidad, comienza a envejecer. Puede ocurrir a los 25, a los 35 o a los 65; pero no es necesario que acontezca a los 95.
Determine su flexibilidad intelectual contestando estas pocas preguntas:
1. ¿Ha cambiado Ud. recientemente su punto de vista respecto a algún problema de cierta importancia?
2. ¿Le agrada tratar con los más jóvenes o les parece que sus ideas son revolucionarias?
3. ¿Ha viajado últimamente? Si lo hizo, ¿disfrutó del viaje?
4. ¿Tiene intereses, aficiones o recreaciones especiales?
5. ¿Qué acontecería si tuviese que cambiar sus planes repentinamente o alterar su rutina acostumbrada?
6. ¿Siente que le faltan comodidades? ¿Le dedican las personas que lo rodean suficiente atención?
7. Cuando Ud. dialoga con otra persona, ¿acapara toda la conversación? ¿Se aburre cuando tiene que escuchar las ideas de algún otro?
8. ¿Interrumpe con cierta frecuencia sus quehaceres para hacer un favor a alguien?
9. ¿Está beneficiando en algo al mundo, o se siente relegado en todo, convencido de que cualquier esfuerzo que se haga es de poca utilidad?
10. ¿Le parece que los métodos actuales para criar a los niños son mejores que los de su infancia?
Al contestar este cuestionario tendrá un índice aproximado de cómo se siente Ud.: viejo o joven, flexible o rígido. La vida es flexible; la muerte, rígida.
Muchísimas personas tienen la idea de que la educación es para los jóvenes. Afirman que algunos son “educados” y otros “ignorantes,” porque tuvieron o dejaron de tener una educación sistemática. Nada podría estar más lejos de lo cierto. Algunos que jamás han asistido ni siquiera un día a la escuela, son en muchos aspectos más educados que los que han pasado años en diversas instituciones educativas. Aquellos que dejan de estudiar al terminar una carrera o un determinado curso de estudios, pronto olvidarán todo lo que han aprendido. La educación es un proceso que dura hasta la muerte. Se debería ir a la escuela solamente con un propósito: aprender cómo estudiar el resto de la vida. Las escuelas, los colegios y las universidades meramente deberían proveer las herramientas para realizar luego un estudio y una observación inteligentes.
La persona flexible es aquella que se estima a sí misma sin caer en la presunción, que se rige por principios y sin embargo no llega a esclavizarse por nociones preconcebidas, que tiene estabilidad de propósitos sin sentirse hipnotizada por el blanco que se ha fijado. La persona flexible cree que en parte puede determinar el curso de su existencia y es consciente de que el éxito o el fracaso dependen mayormente de él.
Para tener siempre una actitud sana y optimista debería conservarse durarte toda la vida la flexibilidad intelectual y el deseo de progreso y desarrollo. Si se quiere alcanzar el éxito, debe recordarse esto.
Sobre el autor: Pastor de la Iglesia White Memorial.