Mantengamos una actitud de seguridad – Capítulo 11

El sentimiento más marcado que se manifiesta en mi personalidad es el de inferioridad. Creo que no me valoro en la justa medida. Recuerdo una ocasión en que tenía amistad con cierto joven que me agradaba. Las demás niñas del internado no lo apreciaban, y confundieron tanto mi opinión, que opté por romper mi amistad con él. Recuerdo que estaba muy deseosa de escuchar los conceptos que ellas tenían de él, porque no confiaba en los míos propios. Aún ahora, aunque sepa que tengo razón, siempre temo que mis opiniones no sean aceptadas.” Las dificultades de la joven que así se expresaba, nos proporcionan una buena idea de los sentimientos de incertidumbre que atribulan a muchos. Las perplejidades acerca de nuestro propio valer son causas activas de enfermedades mentales y emocionales.

El sentimiento de desamparo siempre acarrea la pérdida de la propia estima. La incapacidad de amar implica el sentimiento de falta de mérito propio y de inferioridad. Quien se estima en muy poco, tenderá a valorar el mundo y la sociedad en forma parecida. El que se considera inútil, cree que el mundo también lo considera de igual modo. Una persona amenazada o insegura, generalmente es considerada por los demás como irritable y nerviosa. A menudo se caracteriza por ser suspicaz, envidiosa, temerosa, intratable, inestable e introvertida. O por el contrario, puede ser descrita como demasiado agradable o dominante. Por ejemplo, la risa forzada de una persona insegura es diferente de la risa aliviada y espontánea de uno que posee confianza en el aprecio que los demás sienten por él.

Un inseguro tiene el deseo vehemente de ser amparado por otros. El sentimiento de desamparo casi siempre acarrea la ponderación excesiva de las potencialidades de los demás. Esta sobreestimación de los valores ajenos provoca agresividad en la persona y la hace combativa en sus relaciones con ellos. Adolece de un marcado sentimiento de superioridad y poder, porque razona: “Si soy superior a todos, estaré libre de los peligros existentes en el mundo. Valdré algo ante mis ojos y ante los ojos del mundo. Sí, incluso llegaré a ser amado.” El inseguro primero se siente amenazado y luego se esfuerza por alcanzar superioridad y poder. Después experimenta una nueva amenaza, que es potencialmente más intensa que la primera, porque supone que alguien pretende frustrar sus planes y limitar sus éxitos. Por lo tanto, redobla sus esfuerzos y así el sentimiento de inseguridad lo lleva a un círculo vicioso, cuyo resultado es una desdicha extrema.

Las personas emocionalmente inseguras realizan constantes esfuerzos para defenderse. Probablemente a causa de esto son egoístas y exigentes en su comportamiento. El egoísmo siempre es una compensación de la falta de amor propio y de estimación propia. El presuntuoso no es orgulloso, es inseguro. Los que adolecen de este desequilibrio emocional, tienen la tendencia a asirse de cualquier cosa que se ponga a su alcance, a fin de contar con un apoyo mayor. Nada temen tanto como perder la seguridad o la estima de los demás. Ningún sufrimiento es tan intenso como el que experimentan cuando se sienten rechazados. Tales personas demuestran júbilo casi desenfrenado al recibir el menor elogio o al conseguir una victoria secundaria. Pero la crítica más leve los lleva a la desesperación.

La obligación básica de un hombre para consigo mismo es la de custodiar su integridad. “Proteger el rostro,” es una divisa oriental bien conocida, y cuando pierden la integridad, muchos orientales recurren al suicidio. Nadie que haya perdido la propia estima puede vivir con felicidad. Quien no piense bien de su vecino y no lo respete no podrá amarlo. El amor hacia los demás es el resultado natural de la buena voluntad hacia uno mismo; quien no sienta amor por sí mismo no puede amar a otros. Quienes se desprecian y odian a sí mismos observarán la misma actitud hacia aquellos que los rodean.

Uno de los mayores crímenes que pueden cometer los seres humanos es robar a otro la seguridad y respeto propios. Cuando eso se pierde, todo está perdido. Una persona puede soportar penalidades y privaciones si tiene estimación propia, pero si la pierde, experimentará un fracaso completo y abandonará la lucha por el éxito.

La persona insegura siente una profunda necesidad de ser amada, que se traduce por un sentimiento definido de no ser querida por los demás. Los infantes experimentan la primera satisfacción de ser amados durante la lactancia. Disfrutan de ese placer que constituye el comienzo de su experiencia del amor. Los niños que no han recibido suficiente amor y comprensión, adolecerán de falta de estimación propia. Cuando nos sentimos amados experimentamos la sensación de que valemos algo. En caso contrario, nos consideramos inútiles.

El que tiene una justa estima de sí mismo es universalmente admirado y envidiado por otros; tales personas muy a menudo son queridas. El inseguro no puede prodigar amor, y por lo tanto no recibe amor.

Para que una amistad sea beneficiosa, las dos personas deben ser capaces de infundirse mutua seguridad. El esposo que no sea capaz de lograr que su compañera se sienta amada y segura, tampoco recibirá de ella estas satisfacciones. La esposa que regañe y rebaje constantemente a su marido, le destruirá toda su capacidad para proporcionarle amor y aprecio. Entonces el esposo se quejará de no recibir amor ni comprensión; pero rara vez reconoce que la incapacidad de amar y comprender de la otra parte tiene su origen en el hecho de que él o ella han minado la estima propia del otro. Si una esposa no corresponde con amor, es porque perdió el sentimiento de su propio valer; y lo mismo rige para el marido.

Los niños a quienes se castiga y reprende continuamente, quedan incapacitados para manifestar a sus padres el amor que éstos anhelan; el niño debe sentirse seguro de sí mismo antes de manifestar amor hacia los demás. Cuando alguien es desposeído del respeto propio, debe realizar todos los esfuerzos posibles por recuperarlo, porque no se puede brindar a otros lo que no se posee.

Cierto ministro se quejaba de que no le tributaban el honor, el amor y el respeto que merecía como pastor ordenado. Sin embargo, los miembros de su iglesia se quejaban por su parte de que el pastor continuamente los reprendía porque no eran lo que deberían ser. Vulneraba el sentimiento de seguridad propia de su congregación, y ellos, a su vez, eran incapaces de manifestarle amor y aprecio. Nadie puede querer a otro, cuando éste amenaza el sentido del valer y del respeto propios.

Dos esposos acordaron que cuando uno de ellos sufriera una desventura, el otro debería culparse. Este plan no es malo. Es posible que una persona no logre satisfacer las necesidades de seguridad y estima propia que debe tener otra, a tal punto que provoque la desdicha y la miseria de ambas. En los casos de infelicidad conyugal rara vez radica toda la culpa en una de las partes. Dos personas pueden amarse y con todo pueden surgir desavenencias entre ellas. Cuando un matrimonio fracasa, ambos deben admitir la incapacidad de proporcionarse mutuamente el amor y la estimación propia necesarios. Si uno es amado y comprendido, no procurará suplir estas necesidades por medios ilícitos. Es posible encontrar excepciones ocasionales a esta regla general, pero son raras.

Existen ejemplos de marcada anormalidad en el desarrollo mental o emocional de una de las partes, de modo que la otra debe asumir la mayoría de las responsabilidades. Debido a su inseguridad general, algunas personas se sienten imposibilitadas de aceptar amor, aunque les sea ofrecido. El inseguro es el peor enemigo de sí mismo; se cierra precisamente a las cosas que más necesita. Dos personas pueden burlarse mutuamente por un período de tiempo tan largo, y crearse una situación tan incierta, que luego les resulte imposible salvar el abismo por ningún medio. Tales resultados siempre son descorazonadores. En las relaciones humanas hay un límite que no se puede traspasar sin destruir todas las posibilidades de felicidad y reconciliación entre los individuos.

Amor y temor son procesos antagónicos. Una persona en estado de temor e inseguridad no puede amar. La inseguridad produce separación, mientras que el amor tiende a desterrar el miedo. El amor atrae y une a las personas, estrechando los lazos de su amistad; pero el temor provoca separación y aislamiento entre ellas.

El odio es la respuesta dada por quien no recibe cariño y comprensión; y ésa es la razón por la cual dos personas que poseen capacidad de suplir las necesidades mutuas, se odian con tanto encarnizamiento cuando su amor queda frustrado. Si uno no espera satisfacciones de los demás, no es probable que los odie si no las recibe. Por lo tanto diríamos que mientras dos personas se odien, es signo de que todavía esperan alguna satisfacción mutua de sus necesidades básicas. Cuando no se mantiene esta esperanza por mucho tiempo, pronto desaparece la reacción que se había manifestado por el odio, y la otra parte es considerada como una persona cualquiera.

Por consiguiente, el odio se revela como un anhelo vehemente de amor. Esto significa que únicamente se puede odiar a quien posea capacidad potencial para amar. Probablemente uno no odiaría a otro si no se preocupara lo suficiente como para sentirse amenazado por él, y esta “preocupación suficiente” puede convertirse fácilmente en la emoción opuesta al odio. Por esta razón, sabemos a veces de enemigos encarnizados que saldan sus diferencias y se convierten en los mejores amigos. El abismo que separa al amor del odio es angosto, y con frecuencia puede ser salvado en cualquier dirección.

El odio es empleado muchas veces para disimular un amor demasiado peligroso. Por ejemplo, puede ser que una persona se sienta atraída por otra y surja entre ambas un amor profundo; pero pueden existir barreras externas que impidan la manifestación de ese amor. Un método que puede reprimir tal sentimiento es el cultivo de la emoción opuesta—el odio,— que sirve para encubrir los verdaderos sentimientos. Eso explica que con frecuencia el amor no satisfecho se convierta en odio encarnizado. El amor insatisfecho queda en suspenso; y desde el momento que no recibe respuesta satisfactoria, se torna en sentimiento intenso de aversión.

Los que se han desempeñado como consejeros conyugales podrán testificar que los odios más encarnizados provienen de aquellos que se amaron en el pasado. Asista a la sesión de un tribunal en que una pareja casada durante veinte años trata de aportar declaraciones relacionadas con los trámites de divorcio. No es probable que exista otra situación en que un odio más intenso sature el ambiente. En ciertas ocasiones la atmósfera se carga tanto, que sería posible cortarla con un cuchillo. Personas que anteriormente suplían mutuamente sus necesidades básicas de amor, ahora, en su incertidumbre, se quejan de que han sido desplazadas.

Las personas inseguras que pierden la estimación propia no pueden dar ni recibir amor, porque se sienten incapaces de amar. Las dudas en cuanto a la propia capacidad de amar en una situación dada, tienden a extenderse hacia otros campos. Quien sufre un desengaño amoroso, tal vez no por su culpa, como consecuencia de su infortunio tratará de apartarse totalmente de todas sus amistades. Silas Marner llegó a ser avaro a causa de la desdichada oportunidad en que fue acusado falsamente de ladrón.

A menudo las personas inseguras rehúyen el amor porque temen no ser correspondidas. Beatriz ha vivido insegura de sus propias relaciones; pero decide no volverlo a ver. Teme que si se enamora de él no será correspondida. Beatriz ha vivido insegura de sus propias relaciones con su madre y su padre, y ahora duda de la sinceridad y la permanencia de cualquier amistad. Tales personas no pueden intimar con sus amistades por temor de mostrarse tal como son y exponer las insuficiencias que creen deben mantener ocultas. Por lo tanto, las personas inseguras evitan el amor, temiendo recibir un daño si lo cultivan. Los que así se comportan ya han sido heridos en el pasado, y aquel doloroso recuerdo los induce a evitar una posible repetición del desengaño desgarrador.

Quien se siente seguro y amado observa una conducta tranquila y natural. Los adolescentes se muestran inquietos, nerviosos y tensos, porque se sienten inseguros. Quien está seguro de sí mismo y de los demás, no encuentra ninguna dificultad para sacudir el peso de la tensión. El amor le ayuda a alcanzar la paz mental y a vencer el sentimiento de que puede ser rechazado. La capacidad de poder realizar algo y la de poder vivir, son dos armas o herramientas importantes para triunfar sobre el mundo externo y adaptarse a él. El amor nos libera de la afrentosa dependencia de otros, y de la sensibilidad ante la crítica, la burla y el desprecio. El amor es una excelente protección contra la amenaza de soledad y aislamiento. Los mayores placeres los experimenta quien está seguro y es capaz de dar y recibir amor. El amor es la esencia misma de la vida. La inquietud, la incertidumbre y el temor, son productos de la inseguridad y de la falta de amor. En última instancia, el amor es el único antídoto contra el odio.

Los neuróticos necesitan amarse a sí mismos para sanar. Un consejero sensato aprovechará todas las oportunidades para la edificación de un yo equilibrado, para lograr que la persona sienta mayor respeto por sí misma y encuentre más placer en lo que hace. El respeto propio es el único fundamento sobre el que se puede ajustar en buena forma la personalidad. Cuando un enfermo emocional encuentra seguridad en una amistad personal, y osa aventurarse por sus propios medios, y se entrega a los demás, encuentra la senda para recobrar la salud.

Una mujer cuya vida matrimonial estaba próxima al naufragio solicitó de un consejero en asuntos conyugales que hablara con su esposo. “Quiero que le hable sin rodeos. Repréndalo y dígale que no conseguirá nada con tratar a su esposa y a sus hijos en la forma en que lo hace. Dígale que es desconsiderado y malo. Si Vd. se muestra severo con él, recapacitará y regresará al hogar enmendando su proceder

Cuando el consejero habló con el esposo, quien acudió por su propia voluntad en busca de ayuda, se encontró con un hombre que había perdido todo el respeto propio, a causa de una esposa rezongona y regañona. Ella jamás pudo imaginarse que sus rezongos imposibilitaban a ese hombre para conducirse por sí mismo. En su intento por recobrar la estima perdida, buscó nuevas relaciones que le permitiesen actuar normalmente. Había oído, y se le había repetido con insistencia, que todos lo odiaban y que nadie confiaba en él. Buscó con desesperación esas nuevas relaciones que le infundieran seguridad. Cuando este hombre contó a su esposa que el consejero no lo había reprendido, ella se puso furiosa. Volvió al consultorio del médico y lo trató de hombre sin energía y de dos caras.

Escasamente podría imaginarse esa mujer que la mayor causa de su desgracia conyugal era su conducta desatinada hacia su esposo sólo vió la mala conducta de aquél, pero no logró establecer la causa que la motivaba. Un consejero sensato trata de aquietar los impulsos hostiles manifestando bondad y procurando lograr que los sentimientos de amor afloren a través de un ánimo alterado. El consejero trata de ayudar a las personas para que alcancen tal madurez que favorezca la recuperación de los sentimientos de seguridad necesarios para una rehabilitación de la personalidad amenazada. Un consejero sabio jamás toma parte en un conflicto. Sólo se interesa en ayudar a las personas para que aprendan a valorarse, y les proporciona la amistad mediante la cual el paciente puede restaurar sus sentimientos de seguridad y de respeto propios.

El amor es la base de la seguridad y estabilidad emocionales, ya se trate de un adulto o de un niño. Nadie podrá llegar a amar excesivamente o demasiado bien. Los caracteres más excelentes son aquellos que se han desarrollado en una atmósfera de amor. Todos nosotros aprendemos mejor estimulados por el encomio y el amor, que acobardados por la censura o la indiferencia.

La persona insegura teme intentar algo; sus realizaciones son detenidas en su desarrollo, porque no tiene fe en sí misma. Tratará de restringir su campo de acción, y empleará más tiempo en procurar evitar la derrota que en esforzarse por alcanzar el éxito. Dará la impresión de dudar, de estar detenida en una encrucijada o de abandonar la lucha ante las dificultades. No es la falta de talento lo que tan a menudo conduce al fracaso, sino más bien el sentimiento de inferioridad, tan decisivo en sus efectos.

Un justo sentimiento de seguridad hace que sintamos confianza en los demás y en nosotros mismos. La incertidumbre engendra enfermedad y descontento.

Sobre el autor: Pastor de la Iglesia White Memorial.