Organicemos nuestra vida social en forma interesante – Capítulo 10

Un hombre que no se llevaba bien con los demás acudió al consultorio de un médico en busca de medicinas. Le dijo: “Doctor, últimamente he leído mucho acerca de la medicina social. He tenido bastantes molestias en mi trato con los demás; parece que no me aprecian y yo no me preocupo de ellos. Pensé que si Vd. me recetara un frasco o dos de esa medicina social podría mejorar mi relación con ellos.”

Numerosas personas necesitan esta clase de medicina; pero, desdichadamente, no es posible suministrarla en frascos. El resultado inevitable de la mala comprensión de los semejantes es la soledad. El aislamiento es casi insoportable. Un hombre tímido que acudió a un psiquiatra nos enseña una lección a la mayoría de nosotros. Le dijo: “Doctor, ¿le sería posible partir en dos mi personalidad? Me siento terriblemente solo.” Las personas juiciosas saben cómo compartir su vida con los demás; los inadaptados sociales, viven solitarios.

Uno de los mejores indicios de salud mental es la capacidad de llevarse bien con los demás. Cierto hombre que visitó un hospital de enfermos mentales en compañía de un amigo, se inquietó al ver la actitud poco amistosa y decididamente hostil de varios enfermos. Dijo a su amigo, que era empleado de ese hospital: “¿No temes que esos pacientes te acorralen el día menos pensado y te maten?”

“No. contestó el empleado, no nos preocupamos de eso. Los insanos jamás se asocian para efectuar algo.”

Un signo seguro de mala salud mental y emocional es la falta de cooperación con los esfuerzos de los demás seres humanos. Alguien que no vive en buena compañía con los otros, pronto experimentará desasosiego e inquietud. Un sargento que visitaba un hospital de insanos quedó intrigado al ver a un enfermo que hacía ademanes de jugar al béisbol. Interrogado acerca del motivo por el cual lo observaba, contestó:

—Si no me llevo bien con los oficiales que me mandan y con los hombres que están bajo mis órdenes, no tardaré en venir a parar a este lugar. Creo que me conviene observar los movimientos de ese jugador, para que cuando llegue aquí pueda arrebatarle la pelota.

La suma total de las amistades y las compañías determina la verdadera índole de la personalidad. Una persona no es persona, después de todo. Los seres humanos fueron creados para una acción social recíproca, y sin ella no experimentarán progreso ni felicidad. Cada persona es la suma total de las influencias que obran sobre ella, las cuales son mayormente de naturaleza social. Antes de que un niño tenga poder de razonar, la influencia de sus padres pesa en la formación de su vida. El hogar, la iglesia y la escuela, con todas sus complicaciones sociales, moldean y edifican la vida de una persona. Aquel que sea desplazado por los demás hacia el aislamiento nunca podrá ser considerado un hombre de éxito.

Estoy convencido de que la mayoría de los quebrantos de la personalidad y los desajustes emocionales se deben al fracaso en las relaciones humanas. Los que acuden a un consejero en busca de ayuda, revelan indefectiblemente dificultades y fracasos sociales.

Cuando las relaciones humanas resultan perturbadas, se sufre mucho. Planear una vida provechosa significa trazar una convivencia social adecuada, porque sin ella no habrá felicidad. El éxito en la vida debe ser juzgado mayormente desde el punto de vista de las relaciones sociales. El que no puede alegrarse con la compañía de los demás y no se entiende bien con ellos, no comprende los verdaderos y los más nobles propósitos de la vida. Las mayores satisfacciones proceden de la asociación mutua y de la correcta comprensión de nuestros semejantes.

Cuando experimentamos alegrías o tristezas, nuestro primer impulso es compartirlas con aquellos que las comprenderán. Cierta mujer que perdió a su esposo pasó dos semanas en compañía de una amiga que dos años antes había sufrido la misma desgracia. La amistad entre ambas, que comprendían la pena recíproca, fue el medio de estabilizar y rehabilitar la vida emocional de la que había sufrido recientemente la dolorosa pérdida. En el calor de la amistad, las mentes se fortifican y creen, el espíritu se regenera y la vida cobra nuevo sentido.

Un octogenario hablaba de su soledad con otra persona. Le decía que la mayoría de aquellos con quienes había compartido su vida ya no existían. De cuando en cuando experimentaba algún incidente o concebía una idea que deseaba participar a los demás, y pensaba en alguno de sus antiguos amigos que celebraría el pensamiento o gozaría con el suceso. Repentinamente recordaba que había muerto. Con el transcurso de los días esta necesidad de compartir sus ideas y sentimientos se hacía cada vez más imperiosa. Su comentario era: “Creo sinceramente que la vida, apartada de los que amamos y que nos aman, no tiene ningún significado.” Estaba en lo cierto, porque todas nuestras necesidades personales básicas se satisfacen con la amistad.

La vida de un niño que no encuentra compañeros de juego es anormal. La necesidad de contactos sociales y de juego se manifiesta en los niños de tierna edad. Una madre que tenía una sola hijita decidió no dejarla salir de casa. Dijo que no deseaba que jugara con las demás niñas, porque aprendería de ellas a pelearse, malas palabras y actitudes inadecuadas. Aisló a la niña, que no se desarrolló normalmente. Otra madre, también con una hijita, vivía en un barrio aislado, sin niños, pero cada día la llevaba al pueblo para que jugara con otros niños. La pequeña pudo aprender cosas incorrectas, pero se desarrolló normalmente y aprendió a vivir con los demás. La lección básica que nos enseña la vida es aprender a cooperar con nuestros semejantes. Solamente por medio de la asociación se olvidan de sí mismos los individuos en provecho de los intereses de todo el grupo. La acción social recíproca no sólo enseña a adaptarse a las necesidades del conjunto, sino que proporciona los mayores placeres que puede ofrecer la vida.

Cuando los padres se quejan de los malos tiempos y de las circunstancias delante de sus hijos, pueden introducir un obstáculo en el desarrollo adecuado de la vida social de éstos. Los que hablan y critican desfavorablemente a los amigos y los vecinos, paralizarán la vida social de sus hijos, y los inducirán a desconfiar y a tener antipatía por ellos. Estas actitudes los acompañarán durante toda la vida, a menos que realicen esfuerzos sostenidos para vencerlas. Los padres que censuran a sus amigos y vecinos no deberían sorprenderse si por último sus propios hijos se vuelven contra ellos. Dondequiera que se dificulte la buena voluntad social, sólo se dejan actitudes egoístas. El hijo piensa: “¿Qué necesidad tengo de hacer algo en favor de los demás?” Desde el momento en que no puede resolver los problemas de la vida con semejante estructura mental, queda obligado a dudar y buscar medios fáciles para lograr la solución de ellos. Encuentra difícil vivir y no parece preocuparse si daña los intereses de otras personas. Para él la vida es asunto de guerra, en la que cada uno trata de superar a los otros; y por cierto, “en la guerra todo es permitido.”

Algunas personas dan importancia a las cosas en lugar de concedérsela a los seres humanos. Cuando un niño se da cuenta de que sus padres se interesan solamente en ganar dinero fácilmente puede perder la senda de la cooperación y buscar sus propias ventajas materiales. Si juntar dinero es su única meta, sin ninguna relación con los intereses sociales, no existe razón alguna que le impida robar y estafar a la gente. Aun si la posición adoptada no es tan extrema, propenderá a mezclar sólo escasamente los intereses sociales en la consecución de sus fines. Una persona puede amasar una gran fortuna sin que sus actividades sean de mucho provecho para aquellos que la rodean: por el contrario, serán positivamente peligrosas para el bienestar general del grupo.

Si el niño cree que los demás son hostiles hacia él—si piensa que está rodeado de enemigos y que lo tienen con la espalda contra la pared—no podemos esperar que haga amistades. En esas circunstancias no deseará hacer algo por los demás, sino que pretenderá imponerse.

Es evidente que las mayores enfermedades mentales que aquejan a los hombres se relacionan con su alejamiento de sus semejantes y con su falta de relaciones sociales. Se encontró un alto porcentaje de esquizofrenia paranoide [tipo de locura en que el enfermo experimenta delirio de persecuciones] en esas casas donde se alquilan piezas en las que viven personas solitarias, sin amigos, confinadas allí.

Algunos se muestran continuamente recelosos y temerosos de los demás. Tienen la seguridad de que éstos hablan mal de ellos. No pueden obrar con naturalidad en presencia de terceros. Pertenecen al grupo, desde el punto de vista de su presencia en el grupo, pero jamás experimentan la sensación de que forman parte de éste. Esas personas asistirán a los servicios religiosos y luego se quejarán de que nadie se portó amistosamente con ellos. Hacen tales comentarios porque no se sienten a gusto en compañía de los demás. Se escabullen para que nadie pueda entablarles conversación; de ese modo encuentran justificados sus pensamientos de que las personas se comportan con frialdad y que son poco amistosas. Todos son amigables si se les demuestra suficiente confianza como para inspirarles un sentimiento de seguridad.

Existe gran peligro para los que se alejan de los demás seres humanos. Hay miembros de iglesia que algunas veces formulan juicios despiadados contra todos los que no participan de sus creencias. Un miembro de otra denominación, grupo muy exclusivista en sus actitudes, me dijo: “Siempre he sentido temor de aquellos que no pertenecen a mi iglesia. Nuestros predicadores hablan en contra de las otras iglesias y nos dicen que somos el único pueblo que Dios ama; por consiguiente, he desarrollado un complejo de temor hacia los demás. Estoy convencido de que no se le debe creer al prójimo, y siento que obran en mi contra. Siempre que me encuentro en un grupo ajeno al de mi iglesia, me siento molesto e intimidado. Quisiera sobreponerme a este sentimiento.” La influencia primordial de una iglesia debería ser lograr que su amor por la humanidad rebasase sus propios límites. Un grupo religioso que obre por el temor y carezca de amor hacia los seres humanos, indudablemente no podrá cumplir con la misión que Dios le ha dado.

Las oportunidades de relacionarse con otras personas son necesarias para el desarrollo normal físico, psicológico y social. Sin duda, muchas enfermedades emocionales y mentales aparecen en los lugares en que la población se traslada con frecuencia y en que se separa a la gente de su ambiente social normal. La salud mental y emocional es mucho más estable donde la vida presenta quietud y sosiego en lugar de complejidad y condiciones precarias.

Las necesidades sociales de los individuos proceden del hecho de que la vida debe pasarse en contacto con otras personas. Únicamente si se establecen relaciones amistosas satisfactorias con el prójimo, con las organizaciones y las instituciones, puede el individuo rodearse de las mejores condiciones para seguir viviendo, para formar y mantener su propia familia, y descubrir las posibilidades de su propia personalidad.

La asistencia a los cultos y a las reuniones de la iglesia constituye la mejor de todas las fuentes de relaciones sociales, porque allí los seres humanos se reúnen en comunión de aspiraciones y deseos. Oran juntos y cantan juntos; existe un vínculo que une los espíritus semejantes en sentimientos de unidad y dependencia. Los cristianos han sido siempre sociables en su naturaleza; y nadie puede imaginarse a un cristiano verdadero aislándose de sus semejantes. Deben laborar juntos y vivir para otros. La familia que asiste a la iglesia y celebra cultos en el hogar con regularidad, ha establecido un fundamento firme para la cooperación social.

Una investigación practicada en niños que asistían regularmente a los servicios religiosos, y de otros que no lo hacían, reveló que los primeros poseían inclinaciones y talentos sociales mayores. Los que asisten a la iglesia no pueden ser enteramente egoístas ni pueden estar absorbidos por la preocupación de sus propios intereses nada más. Cada semana se dan cuerna de que existen otras personas que poseen sentimientos y deseos similares. Los que pertenecen a la iglesia y asisten metódicamente, asumen responsabilidades individuales que les ayudan a crecer socialmente y les proporcionan grandes satisfacciones.

En años recientes se han realizado investigaciones en el campo del psicodrama. Este tipo de tratamiento para los inadaptados sociales y enfermos mentales ha resultado de gran valor. Se han puesto en escena cortas representaciones en las que los inadaptados desempeñan papeles específicos. A medida que se relacionan unos con otros, en el desempeño de sus respectivos papeles, encuentran intereses fuera de sí mismos. Esta clase de tratamiento, en que toman parte los enfermos, está indicado especialmente en caso de desórdenes leves y conflictos sociales menores: los que se producen en el seno de una familia, por ejemplo, o en el matrimonio, o en casos relacionados con el empleo, porque constituye una combinación ideal de la acción del tratamiento individual con la que resulta del que se aplica al grupo. Este tipo de terapéutica puede ponerse en práctica con gran número de enfermos al mismo tiempo. Requiere dirección hábil para que todos trabajen juntos armoniosamente.

El psicodrama, al obrar recíprocamente entre el individuo y el grupo, nos recuerda los cultos de la iglesia. En una reunión satisfactoria se encuentran oportunidades de cooperación y expresión, proporcionadas por el canto de los himnos, la lectura de la Biblia y la unión en las oraciones. Todo esto, en cierto sentido, es de una reciprocidad dramática, en que el individuo y el grupo cooperan unos con otros. Si el psicodrama se emplea para curar los conflictos mentales y emocionales, entonces no es demasiado suponer que los incidentes del culto, en los que el individuo se relaciona con el grupo, tienen ilimitadas inferencias físicas, mentales y sociales.

La terapéutica de grupo es otro método, ampliamente difundido, para ayudar a las personas perturbadas a encontrar la salud mental, emocional y física. Durante la segunda guerra mundial se descubrió que los soldados perturbados emocionalmente encontraban gran alivio al reunirse regularmente a discutir sus problemas, y finalmente volvían a la normalidad.

Los incidentes del culto forman el grupo terapéutico más significativo. Reúne a los participantes en las prácticas más elevadas del espíritu humano. El culto es al espíritu lo que el sueño es al cuerpo. Es la práctica más elevada de que son capaces los seres humanos. Un doctor me dijo lo siguiente: “Yo acostumbraba asistir a la iglesia y a las reuniones de oración, para agradar a Dios. Estaba seguro de que él lo quería; de modo que quería agradarle presentándole mis respetos y cumpliendo mi deber. Sin embargo, ahora comienzo a comprender que necesito lo que los cultos del sábado y las reuniones de oración pueden darme. Me siento un hombre más feliz y con mayor salud, como resultado de las bendiciones que recibo de los ejercicios espirituales del culto.” Dios no instituyó los ejercicios del culto para su beneficio, sino para nuestra salud y bienestar.

La participación en la vida social debería formar parte integral de la vida de cada persona, porque los que no pueden expandirse socialmente no obran bien; exageran lo que hacen. Son esclavos de su trabajo en lugar de ser los amos. Sólo trabajo y nada de juego hace de Juanito un niño apagado, y uno de los dos en demasía produce desequilibrio. El trabajo es bueno, pero debe equilibrarse con el esparcimiento.

El que va bogando en un bote debe accionar los remos y luego abandonarlos a su impulso; si los accionara continuamente no adelantaría en la marcha. El arquero tiende su arco y deja partir la flecha hacia el blanco apuntado; en seguida el arco se afloja. Si se lo forzara continuamente, perdería su elasticidad; perdería la fuerza reservada para impulsar la flecha a través del espacio. Algunos han sometido su corazón, que es un órgano elástico. a una tensión tan sostenida, que provoca la pérdida de su elasticidad y la renuncia a continuar en la brega. En esta época, las enfermedades del corazón causan el mayor número de fallecimientos. Y esos males se relacionan estrechamente con el estado de tensión constante a que están sometidas las personas.

Un hombre voló en avión por primera vez. Cuando aterrizó, un amigo le preguntó si le había agradado el vuelo. Le respondió: “Me agradó mucho; pero, te diré una cosa, en ningún momento me senté con todo mi peso.” Muchos de nosotros somos semejantes a ese hombre; no sabemos cómo esparcir nuestro ánimo en los momentos libres o encontrar dignas y satisfactorias las relaciones sociales en las recreaciones. Hemos perdido de vista los verdaderos propósitos de la vida.

Una mujer que había pasado casi toda su vida en esparcimientos sociales, cuando se convirtió en miembro de iglesia decidió dedicarse a las cosas serias de la vida. Puso fin a las prácticas de las recreaciones y dejó de lado las actividades sociales. Consagró su vida enteramente al estudio y al trabajo. Todas las tardes tomaba su Biblia y sus libros religiosos para dedicarse a un estudio prolongado. Su esposo, que no se había convertido, le rogaba que lo acompañara a participar de reuniones inofensivas y que continuara con algunas relaciones sociales. Ella rehusó firmemente complacerlo. El esposo, abandonado a sí mismo, no tardó en encontrarse perturbado. Cuando el hogar estaba a punto de naufragar, la esposa despertó al hecho de que la vida debe ser equilibrada con actividades sociales y momentos de esparcimiento, si se quiere llevarla al éxito. Su hogar se salvó, y su experiencia espiritual fue más genuina y saludable desde que enmendó su conducta.

La hospitalidad es un don olvidado por muchos. Recuerdo cuán significativas eran en mi juventud las visitas que otros realizaban a nuestro hogar. Los tiempos han cambiado, pero cada familia debe organizar su vida social en forma interesante. Una familia de éxito debería trabajar, amar, divertirse y adorar a Dios. Cuando se desentienden de este equilibrio, en alguna forma se interrumpirá su desarrollo. Si alguien se comporta con seriedad continuamente ésta pierde finalmente todo significado. Los monos tienen continente serio, pero generalmente están serios porque sienten gran picazón. Experimentar seriedad por cosas importantes es más importante que estar simplemente serios.

La salud mental y emocional, tanto como la física, son determinadas por una vida equilibrada. Sobre cada persona pesa la obligación de organizar un programa equilibrado de actividades sociales y ejercicios de recreación.