Conservemos Una Conciencia Tranquila

La causa más común de la nerviosidad es una conciencia culpable y un esfuerzo por justificar una mala conducta o incorrectos anhelos interiores. Diversos males que comúnmente se achacan al sistema nervioso, en realidad tienen su origen en un íntimo sentimiento de culpabilidad y, por consiguiente, de ansiedad. Una conciencia culpable puede privar a un hombre de toda paz y quietud a la vez que lo aguijonea y molesta día y noche. Se presentará en los momentos más inoportunos para perturbarlo en ocasiones de alegría dejando a su víctima indefensa y temerosa. Encierran mucha verdad las palabras de Matthew Arnold en “Tristán e Isolda:”

 Hay un secreto en su pecho,

 Que nunca le permitirá descansar.

 La mente colmada de culpabilidad está llena de escorpiones; de un hecho culpable pueden surgir mil pensamientos obsesionantes. Un hombre puede soportar mejor todas las durezas del mundo que sufrir una dolorosa sensación interior de culpabilidad. Así como la herrumbre carcome el hierro y lo destruye, el sentimiento de culpabilidad corroe el corazón hasta destruirlo. Nuestros pecados no confesados nos persiguen como fantasmas en cada encrucijada del camino. La conciencia es un centinela siempre alerta, siempre listo para herir; se parece a un perro guardián interior, un vigilante, un fiscal, un jurado, un juez; y hasta actúa como ejecutor.

 Algunos, mientras disfrutan de buena salud. parecen desenvolverse bastante bien para mantener acallada la voz de su conciencia; llega. empero, la enfermedad, y la conciencia que había sido mantenida en sujeción comienza a torturarlo sin misericordia. Fui llamado recientemente junto al lecho de un anciano a punto de morir. Me había hecho decir que necesitaba verme en seguida. Una vez a su lado, me contó una larga historia de pecados que había cometida en su juventud, pero que jamás había confesado. Necesitaba revelar lo que había mantenido oculto durante casi toda su vida. La confesión le proporcionó un alivio que hubiera podido experimentar cincuenta años antes.

 El que comete pecado, está en pugna con Dios, con el universo y consigo mismo. Pone sobre sus hombros una carga pesada y deprimente. A menudo no se comprende que la mayor culpabilidad no proviene de las acciones externas. sino de los sentimientos interiores y de los deseos contrarios a los ideales que sustentamos. Al chocar los ideales del hombre con sus deseos, experimenta un desequilibrio emocional; no puede guardar su pose y carecer del valor que brota de un corazón limpio y de una intención recta. La conciencia perturbada es una de las fuentes más prolíficas de los complejos de inferioridad y de indignidad interior.

 Por supuesto, si se erige una muralla entre los ideales y la conducta, de manera que ambos se mantengan separados, no es probable que surjan sentimientos de culpabilidad. Es posible mantener una alta norma de moral para otros y sentir indignación justa contra quienes la violen, y al mismo tiempo no aplicar dicho código a nosotros mismos.

 Si los preceptos morales de uno mismo se modifican o se disculpan de tal suerte que ya no molesten más, entonces pueden cometerse actos abominables sin sentir disminuida la propia estima.

 El vicio es un monstruo de tan terrible aspecto

 Que para odiarlo tan sólo es necesario verlo;

 Empero, si se lo mira con mucha frecuencia, familiarizándonos con su rostro,

 Primero lo soportamos, luego lo compadecemos, después lo abrazamos.

 El hombre común, sin embargo, tiene sensibilidades morales que se indignan cuando su conducta está en pugna con ellas. Le es imposible sentir respeto propio si su conciencia ha sido ofendida.

 Aliada a la culpa que surge por causa de un deseo hondamente sepultado de cometer acciones contrarias a los sentimientos de uno mismo, está la discrepancia entre el cuadro ideal que se ha propuesto y sus hechos reales. En tales casos existen preocupación por una deficiencia personal y un sentimiento de culpa porque lo que uno desea no lo puede alcanzar. El espacio que se abre entre lo que uno desea ser y lo que es en realidad, genera sentimiento de culpabilidad»

 Las personas con un sentimiento de culpabilidad se sentirán a menudo aliviadas si tienen alguna adversidad, como perder una fortuna o sufrir un accidente. La observación de esta reacción, y también el hecho de que algunas veces una persona culpable favorece circunstancias adversas que le ayudarán a salvar su conciencia, nos induce a creer que se siente acusada tan vigorosamente que siente necesidad del castigo a fin de conseguir alivio. Algunos pueden intentar confesar crímenes que jamás cometieron, en la esperanza de ser castigados y aliviar así un fuerte sentido de condenación personal. Así como un niño halla alivio, pues si es castigado por su mal proceder se siente relevado del sentimiento de culpa, el adulto busca circunstancias adversas que lo releven de su culpa. Las circunstancias afortunadas hacen que el culpable se sienta aún más miserable, ya que él sabe que no puede disfrutar con justicia de ellas.

 Cuando hablamos de la conciencia, debemos distinguir entre la que es sana y la que no lo es. Aquella insiste en que hagamos lo que sabemos correcto, pero ésta no lo sabe automáticamente. Una conciencia no educada puede ser algo peligroso. En cuanto a su forma, una conciencia puede ser considerada perfecta; pero por su contenido puede estar en constante necesidad de educación y dirección. Uno puede tener una conciencia infantil o madura, lo que dependerá de su contenido. Aprobar sin discriminación una conducta concienzuda puede ser muy peligroso. Muchos se afligen hasta desintegrarse totalmente, sobre asuntos que no tienen importancia moral alguna, y otros tienen una conciencia tan obtusa que se permiten cualquier cosa. La conciencia puede ser artera; puede desplazarse desde la excesiva sensibilidad hasta la dureza y la resistencia. Una conciencia madura puede inducir a un hombre a la santidad, pero una conciencia encallecida, mal formada, puede conducir al engaño y a la enfermedad mental. La Escritura nos insta a estudiar de tal suerte que la conciencia pueda estar bajo la dirección de la verdad y de la justicia.

 Algunos de los mayores crímenes de la historia fueron cometidos por hombres concienzudos. La Inquisición es un ejemplo de esto. Jesús declaró que existirían quienes matarían pensando hacer un servicio a Dios. Personas concienzudas, en el pasado, sacrificaron a sus propios hijos, creyendo que con ello agradaban a Dios. Los más crueles son los hombres concienzudamente crueles. La historia testifica las atrocidades que cometieron. No es suficiente ser concienzudo; los hombres deben procurar poner sus conciencias en armonía con la verdad, tal como se halla revelada en el carácter de Dios.

 Un ejemplo de conciencia no iluminada que provoca irregularidades físicas, lo hallamos en el caso de Tessa, niña italiana, que se sintió deprimida y manifestó una contracción nerviosa peculiar. Cada poco minuto se mordía el labio inferior; al poco tiempo éste, extendiéndose hacia adelante casi un centímetro, tomó un aspecto rojo repulsivo. Su madre explicó que su hija Tessa había comenzado a conducirse peculiarmente desde cierta ocasión en que se le había permitido asistir a una reunión social a cuya concurrencia ella se había opuesto. Después de mucha insistencia la madre había dado su consentimiento, a condición de que Tessa se condujera como una buena niña. Lo ocurrido a Tessa, confesado con lágrimas, fue que uno de los jóvenes la besó sonoramente, y para peor, a ella le gustó. A nadie le habló de lo ocurrido. No se atrevía a decírselo a su madre, temerosa de que la echara a la calle. De ahí su sentimiento de culpabilidad, agravado por una madre severa y cruel, lo cual, añadido a una nueva experiencia, motivó esa reacción física. Se habló del asunto con Tessa en presencia de la madre y un consejero bondadoso, y la contracción nerviosa desapareció. Cierto médico comprobó que, de cien casos de artritis y colitis, el 68 por ciento se debían a un sentimiento oculto de culpabilidad. El pecado reside primariamente en la mente, pero secundariamente en cada nervio, célula y fibra del ser y en cada rincón del cerebro.

 El que una persona enferme físicamente por sentimientos de culpabilidad, depende en gran medida del grado de culpabilidad y de su sensibilidad. Unos buscan sufrir el castigo con un dolor de estómago y una operación, mientras otros robarán en una tienda para luego hacerse apresar. A veces la culpabilidad conduce a disturbios emocionales y a la manifestación de una hostilidad extrema. La reacción específica depende de la personalidad básica individual.

 Una conciencia atribulada y un sentimiento de culpabilidad siempre revelan una mente perturbada. Una persona tal se queja sintiéndose deprimida—y lo demuestra—pues hasta su porte y su manera de caminar sugieren depresión. El insomnio es un síntoma frecuente de conciencia culpable y muchos de los que toman píldoras somníferas deberían arrodillarse ante Dios para confesar sus pecados. Una persona en guerra consigo misma jamás podrá ser feliz, porque la felicidad entraña la acción conjunta de todas las funciones de la vida humana. Una conciencia tranquila revela una feliz integración de la personalidad y una ordenada higiene mental con resortes eficaces para afrontar los problemas de la vida. Sea que la culpabilidad deje o no marcas físicas, siempre está destinada a socavar el vigor del esfuerzo mental al tener que prestar atención a un reclamo rival, cuando el trabajo debería recibir toda la atención. Dificultades en la conducta y notas bajas en las clases, andan generalmente de la mano. Es un círculo vicioso: un sentimiento de fracaso acrecienta el sentimiento de culpabilidad y éste a su vez, engendra más fracasos. La conciencia de que uno ha fracasado en su relación con los seres humanos o con Dios, crea tal impotencia que cercena las mismas raíces de las facultades motrices y deja a la víctima en condición lastimera.

 La culpabilidad produce también un sentimiento de separación y de soledad que se refleja tanto social como religiosamente. El que ha cometido un error comienza por sospechar que otros lo saben también y se vuelve exclusivista y misterioso. Piensa que sus amigos no confían más en él, porque él no confía en sí mismo. Antes de arriesgarse a que se le enrostre su ofensa, cercena sus contactos sociales y, justamente cuando más la necesita, huye de la ayuda que podrían prestarle sus amigos.

 El sentimiento de culpabilidad en una persona religiosa empequeñece su deseo de acercarse a Dios; corroe las raíces de la oración y le deja un sentimiento de soledad. Hay un círculo vicioso que intensifica su miseria. La persona culpable, sintiéndose separada de Dios por su propia indignidad, está menos capacitada para encontrar la respuesta de Dios que lo libraría de la opresión. Si reunimos en un haz todas las consecuencias de la culpabilidad: ansiedad, enfermedad física, remordimiento, disminución de incentivos para un esfuerzo constructivo, separación de toda compañía humana y divina, entonces, como único resultado, obtendremos disturbios mentales, emocionales, espirituales y físicos de tal magnitud que una persona así o recibe ayuda o perece.

 Ningún ser humano puede sentirse satisfecho si reina desasosiego en su corazón. La naturaleza misma de la vida exige alivio. Si una sustancia extraña e indigesta penetrara en el estómago, éste puede resistirse y vomitarla. Si una partícula extraña penetrara en el ojo, éste exigirá con lágrimas y dolor que se la elimine. Lo mismo ocurre con la conciencia, pide que se confiesen los pecados. Es más grave encubrir nuestros pecados que encubrir una enfermedad física. Un pecado secreto se convertirá en una tentación para pecar más, o por el remordimiento, desbaratará nuestros esfuerzos morales, y nos inducirá a exclamar: “¡No vale la pena!”

 Mi lengua hablará de la ira de mi corazón;

 De otra manera, al ocultarlo se quebrantaría mi corazón;

 Y antes de que tal cosa ocurra, aún a costa de lo extremo.

 Me libertaré, según lo deseo, con palabras.

 —Shakespeare.

 Bien sabemos que hay extrema escrupulosidad en algunos que sufren de culpabilidad imaginaria cuando están bajo una tensión nerviosa o se sienten deprimidos. Hay tanto peligro en este extremo como en el verdadero sentimiento de culpabilidad, si mutila y menoscaba la capacidad y la influencia de un obrero cristiano.

 En un análisis final, la causa central de la zozobra emocional y mental que nos aflige, reside en la tendencia a ocultar a Dios lo que no puede ser ocultado a uno mismo.