Disciplina propia Capitulo 6
“He venido para que me ayude. Mi problema consiste en que no he sido capaz de cumplir las cosas que debo hacer. Saco buenas notas en el colegio, pero soy incapaz de concentrarme en mis estudios durante todo un año escolar. He buscado toda clase de trabajos, pero pronto me canso y busco uno nuevo. Me he enamorado de muchas señoritas, pero pareciera que pronto me canso de ellas y, aunque ya tengo 28 años, todavía estoy soltero. ¿Cree Vd. que puede ayudarme? Dígame, ¿qué puedo hacer?” Así me hablaba un joven, confundido, que había solicitado mi consejo.
Este hombre representa a un gran grupo de personas de las cuales se puede decir que sufren de falta de disciplina propia. Estos individuos desean realizar muchas cosas, pero carecen de la disciplina propia necesaria para cristalizar sus deseos. Los que sufren de este tipo de debilidad son por lo general egocéntricos y absorbentes en su relación con sus semejantes. Su capacidad para afrontar las adversidades es muy pequeña. En cuanto surge alguna dificultad, están listos para abandonarlo todo. Combatir la autoridad y rehusar aceptarla es un síntoma que se manifiesta comúnmente entre aquellos a quienes les falta la capacidad de hacer lo que corresponde. La rutina aburre a estas personas y están continuamente buscando algo nuevo y diferente. No pueden cumplir órdenes ni llevar a cabo una tarea larga y monótona. La vida social les resulta desanimadora, porque parecieran incapaces de aceptar a la gente tal como es y no forman amistades fuertes y duraderas.
El mal hábito de postergar la solución de los problemas o la realización de los deberes es una debilidad común entre este tipo de indisciplinados. Nunca se deciden a escribir las cartas que debieran haber respondido hace semanas. Por lo común pagan sus cuentas solamente bajo presión. El césped, que debiera haberse cortado hov, se posterga para la semana siguiente. El alumno que carece de disciplina propia deja la realización de sus deberes hasta el día antes de entregarlos y aun entonces los hace a regañadientes.
Tales personas siempre deben ser aguijoneadas desde el exterior. Les resulta difícil trabajar en sus propias cosas. Todo lo que hacen debe iniciarlo algún otro. En su trabajo, hacen sólo lo que se les dice y nada más.
Levantarse por la mañana es toda una pesadilla para el indisciplinado. Tales personas tienen inclinación a llegar tarde a toda cita. Toman tanto tiempo para prepararse a ir a la iglesia que toda la familia se siente frustrada ya, cuando por fin parten en dirección de la casa de culto. Las mujeres que saben que deben arreglarse y vestirse en las primeras horas de la mañana, lo dejarán para medio día. Tienen una sensación de culpabilidad debido a su negligencia, pero parecen incapaces de reaccionar.
Los indisciplinados gastan energía en los conflictos subjetivos que se producen por las cosas que debieran hacer, pero parecen incapaces de comenzar sus deberes. Cuando uno de tales individuos por fin comienza algo, trabaja hasta medio matarse, pero tampoco está seguro de por qué está corriendo tanto. O no tiene nada que hacer, o trabaja como loco. El indisciplinado no tiene concepto de las proporciones; tiende a ser fanático, y se va a los extremos porque carece del sentido del equilibrio. O se queda muy cerca o se aleja demasiado; o es demasiado lento o es demasiado rápido. Tales personas se someterán a un régimen alimentario y medio se matarán de hambre, o comerán tanto que aumentarán extraordinariamente de peso. Hay momentos en que hablan demasiado y otros en que no dicen absolutamente nada; son presa de una felicidad jubilosa, o están enfermizamente deprimidas. Una felicitación los pone en éxtasis; una crítica los hace pasar por una cantidad de días de conmiseración propia y desesperación.
El indisciplinado es a menudo muy religioso cuando se encuentra sostenido por un ambiente religioso. Siempre obra bien si resulta posible que alguien pueda descubrirlo haciendo algo incorrecto; pero si se traslada a una gran ciudad donde puede hacer lo que le place sin que nadie se dé cuenta, a menudo irá adonde el viento sople. Puesto que no tiene dominio propio, el dominio exterior procedente de otras personas es lo único que puede mantenerlo derecho. El nuevo ambiente no lo convierte en malo necesariamente, pero el hecho de que ya no esté sometido a los antiguos controles pone en evidencia su falta de disciplina propia.
Si alguien quiere vivir bien, debe tener dominio propio. Tanto la complacencia como la restricción puede ser exagerada. El individuo debe tener un buen sentido del equilibrio entre ambas. La disciplina y la preparación que brindan las dificultades y privaciones son necesarias para una vida bien equilibrada. No basta que un individuo satisfaga sus necesidades fundamentales; estas satisfacciones deben ser equilibradas y controladas. Un pantano puede convertirse en un foco de infección, y lo mismo ocurre con la vida que no está reglamentada y sometida a controles.
La persona capaz de obtener la satisfacción equilibrada de sus necesidades gracias a una conducta bien planeada crecerá en todo sentido y realmente vivirá; estas dos cosas son síntomas de una buena salud mental. El indisciplinado siempre padece de la maldición de querer poseer algo en cuanto lo desea. Siempre está buscando diez lecciones fáciles que lo conviertan en un erudito maduro. Incapaz de sacrificar un placer inmediato por un bien futuro, es la víctima constante de las circunstancias. Es incapaz de dominar sus impulsos con el propósito de progresar en la vida. Carente de la energía que le brindaría una grandeza verdadera y significativa, trata de valerse de influencias políticas para obtener puestos que le otorguen la apariencia de un valor personal que no posee…
La falta de disciplina propia puede originarse en algunos desgraciados incidentes acaecidos en la infancia. El adulto que carece de dominio propio y equilibrio sufre los efectos del desequilibrio que se manifestó en su hogar entre el amor y la dirección. Algunos padres administran severa disciplina sin ninguna manifestación de amor, y otros revelan un sentimentalismo soso sin ninguna capacidad para controlar y dirigir. En ambos casos le resultará difícil al niño dominarse en su vida
Para que sea eficaz la disciplina en la infancia, debe mantener el equilibrio con amor y comprensión; de la misma manera el amor debe equilibrarse con corrección y dirección. Es una verdad bien establecida que el dar un correctivo cuando se realiza un mal acto y brindar una recompensa cuando se hace algo bueno son las mejores formas de enseñar y contribuir al crecimiento espiritual y psíquico de la persona. La demasiada libertad priva al niño del concepto de autoridad necesario para su disciplina. Colocar demasiado énfasis en las ordenes negativas también es indudablemente pernicioso. Aun así. en la educación de un niño debe haber cierta cantidad de orientación directa y sin transigencias. Si no hay suficiente protección externa y dominio en la niñez, no habrá suficiente dominio propio para que el adulto sea disciplinado.
Sería bueno que lanzáramos una mirada a los medios por los cuales el dominio externo de la niñez se convierta en el control interno y la disciplina propia de la edad adulta. Muchos padres son duros en su dominio externo, solamente para descubrir que sus hijos, una vez crecidos, lanzan a todos los vientos todas las precauciones de la infancia. ¿Qué anda mal en este sistema? El dominio externo impuesto por los padres nunca será aceptado a menos que éstos sean amados y apreciados. Los padres que han sido duros en su disciplina sin brindar a sus hijos el amor, la comprensión y el afecto que merecen, descubrirán que, en forma de protesta muda, estos hijos se desligarán de todas las restricciones que ellos les han impuesto. Todo lo que los padres estiman y aprecian, será rechazado por los hijos, porque no aman a sus progenitores. Puesto que los hijos no se sintieron amados y comprendidos por sus padres, y dado que no tienen ningún sentimiento de afecto hacia ellos, les resulta sumamente fácil lanzar al viento, sin ninguna pena, todos los reglamentos que sus padres trataron de imponerles. Al hacerlo, se sienten aliviados de una carga. Los padres que se habían convertido en un fardo por no haber amado nunca a sus hijos se ven rechazados junto con sus reglamentos, y los hijos tratan de olvidar los incidentes desagradables de la niñez.
Lancemos ahora una mirada a los niños que crecen entre adultos que tienen dominio propio. Tales niños reciben dirección, corrección y amor. Sus padres tienen reglamentos y dominio, pero dan los primeros y ejercen el segundo con comprensión y amor. Los niños aprenden a amar a sus padres y a confiar en ellos. Puesto que alimentan sentimientos profundos hacia sus padres, están también íntimamente convencidos de la justicia de los reglamentos que se les imponen. Él conocimiento de lo justo, divorciado de un sentimiento de amor, es completamente ineficaz. Una persona tiene disciplina propia porque está íntimamente convencida de ello y hay además sentimientos afectivos profundamente ligados a esta convicción, y de este modo se siente impulsada a hacer lo que sabe que es correcto. El conocimiento desnudo carece totalmente de motivos. Saber lo que es correcto no es garantía de que se va a hacer lo correcto. Los sentimientos relacionados con lo correcto e incorrecto surgen en el niño sólo como resultado del profundo amor y de los afectos que lo ligan a sus padres.
Los que obran mal, por lo general no ignoran lo que es el bien. Cualquier degenerado podría dar una explicación de cuál debiera ser el comportamiento de un buen cristiano. No carecen de conocimientos en cuanto a cómo debe vivir el hombre, pero están totalmente desprovistos de afectos en cuanto al asunto. Tales hijos obrarán mal y quebrantarán el corazón de sus padres, pero todo el daño que hagan no les quitará ni un segundo de sueño. Son capaces de obrar mal y dormir como niños inocentes, porque no tienen conciencia en cuanto a lo malo y lo bueno, aunque pueden explicar claramente la diferencia que hay entre los dos.
La disciplina propia depende, por lo tanto, mayormente del amor y dirección que se hayan recibido en el hogar. Un conocimiento de lo correcto unido a un profundo amor por los padres, que condujeron por el camino correcto, dan como resultado una vida de dominio propio. Cuando un niño ama a sus padres, los reglamentos de ellos son íntimamente aceptados por el niño, y el sentimiento vinculado con estos reglamentos garantizará que la persona obrará de acuerdo con lo que sabe que es correcto.
Haríamos bien en analizar la conducta de un niño mimado. El tal tiene padres demasiado suaves e indecisos en cuanto a cómo deben conducirlo. Los padres que se manifiestan temerosos de obrar cuando corrigen a sus hijos, no imprimen ni convicción ni certidumbre a sus actos, y por lo tanto no impresionan la mente del niño. No importa qué haga el niño para aburrir a sus padres, no importa cuán molesta sea su conducta, no puede hacerlos sobreponerse a sus afectos.
En los casos en que la disciplina es tan indecisa, el niño no recibe ninguna ayuda del sentimiento de culpabilidad que surge espontáneamente como resultado de su mala conducta. Tal niño nunca se siente agradecido hacia sus padres por la actitud de lenidad que le manifiestan. puesto que se lo mantiene en un continuo estado de suspenso debido a sus íntimos sentimientos de culpabilidad, y aun se resiente de que se lo deje tan solo. La excesiva lenidad de los padres da como resultado un indecible sentimiento de inseguridad. Deja al niño totalmente abandonado a sí mismo antes que sea capaz de afrontar adecuadamente la vida; deja al niño a merced de sus propias emociones tormentosas, las cuales no reciben alivio debido a que ha perdido el favor de sus padres. Los niños mal educados albergan sentimientos malignos hacia sus padres. Enojados con los adultos por causa de su lenidad, hacen despliegue de los más peligrosos tipos de saña contra ellos.
Al hijo de un padre demasiado complaciente nunca se le pidió que hiciera nada que le desagradara. Cierta vez en que el padre le pidió que se lavara para ir a cenar, el niño se desató en maldiciones y dio rienda suelta a una ira violenta. Este niño había sido arruinado por la debilidad de su padre. Su esperanza de llegar a la plena madurez tenía por raíz la idea de dejar a su padre lo suficientemente preocupado como para manifestarle resentimiento ante su mala conducta. Lo que este muchachito estaba en realidad rogándole a su padre, era que resolviera sus conflictos merced a una conducta más positiva y rectora. Sus maldiciones y juramentos eran en realidad un ruego para que se le administrara disciplina que le aminorase la ansiedad vinculada al sentimiento de culpabilidad que tan profundamente lo afectaba.
Algunos padres dicen: “Lo que tú quieres es una paliza. ¡Sigue molestando y te la voy a dar!” Al decir esto, realmente tienen razón. Una ilustración interesante de lo que estamos diciendo ocurrió cierta vez con un niño de nueve años que estaba recibiendo tratamientos para la tartamudez, defecto psicológico que tenía como causa el hecho de que los sentimientos del niño siempre habían sido reprimidos. El padre y la madre eran almas tiernas, y ese niño era su único hijo. Cierta vez descubrieron al niño robando dinero. La madre trató de excusar la conducta del niño diciendo que no sabía que ese dinero pertenecía a otra persona. El niño, en lo íntimo de su alma, no deseaba solucionar el problema en forma tan peregrina. “¡Claro que yo sabía de quién era el dinero! —dijo—¿Por qué no me dieron una paliza? ¡Ojalá lo hubieran hecho!” Este niño, inconscientemente estaba pidiendo que se le diera disciplina y corrección, pero le resultó difícil conseguirlas.
Los niños saben cuándo están haciendo mal, y ese conocimiento les infunde un sentimiento de culpabilidad. Por eso no se respetan a sí mismos. Cuando los padres no toman en cuenta su mala conducta, inmediatamente pierden todo respeto por sus padres. Esta es la causa por la cual los niños les pierden el respeto a los padres complacientes. Todos se muestran conscientes de ese mismo deseo de obtener alivio de su sentido de culpabilidad, tratando de buscar castigo en su vida adulta. Dicen: “Si sólo hubieran hecho algo. . . Si me hubieran dado una paliza, o algo parecido . . .” Una conciencia culpable trata de obtener alivio a su sufrimiento buscando corrección. Cierta tarde hubo necesidad de darle un correctivo a una niñita. Cuando se la llevó a la cama, la mamá le hizo recordar que había sido desobediente. La chiquita respondió: “María fue desobediente. Mamita le dio una paliza. Ahora no hablemos más de eso.” La disciplina había resuelto el problema, y ya no había necesidad de hablar más del asunto. La niñita había obtenido alivio y todo iba bien.
Los niños necesitan tener la seguridad que infunden los padres que saben cómo manejarlos cuando parece imposible tenerlos en sujeción. Cuando los niños sienten que son superiores a sus padres, se sienten desgraciados. Se cuenta el caso de cierto muchachito llamado Eduardo, de siete años, que adolecía de graves desajustes en su personalidad. El consejero de la escuela se había ganado el respeto del niño mostrando que sabía qué hacer cuando el muchachito se ponía insoportable.
“Eduardo parecía muy complacido, y hacía sentir cuán contento estaba de que su consejero pudiera protegerlo. Su papá, decía, nunca hubiera podido hacerlo. Siguió contando cómo acostumbraba luchar con su padre, y cómo por lo general solía ganarle seis veces de cada siete. Continuó diciendo que su padre no era tan buen luchador como él; era tan débil que aun las pocas veces en que ganaba, apenas podía poner contra el suelo ambos hombros de Eduardo. No obstante. Eduardo era poco desarrollado para su edad; su padre había sido un oficial de la armada y sólo hacía poco había dejado el servicio activo con condecoraciones que atestiguaban su valor.
“Tres meses en la escuela bastaron para que Eduardo admitiera francamente que sentirse superior a su padre era cualquier cosa menos algo consolador, que la verdadera ventaja para un niño consiste en creer que los adultos son superiores a ellos y por lo tanto muy capaces de protegerlos. Un día le dijo a ese mismo consejero que él podía cantar toda clase de cantos campesinos y añadió: ‘Soy muy bueno para eso. eso es lo malo.’ El consejero le preguntó dónde estaba lo malo y él contestó: ‘Mi padre no es muy bueno para eso, eso es lo malo.’
Todos nosotros hemos oído decir a los chicos: “Mi papá le gana a tu papá.” Los niños necesitan sentir que sus padres son suficientemente fuertes como para protegerlos.
La seguridad del niño reposa en la capacidad de los padres para protegerlos y necesariamente para dominarlos. También encontramos esos hogares en que se llevan a cabo las cosas de acuerdo con el ritmo y los intereses de los niños, como si no hubiera adultos maduros allí. Tales hogares no están preparados para brindar salud emocional, porque son hogares artificiales en que los padres obran como insensatos y permiten que los niños regulen la vida de los adultos. La inseguridad resultante es grande, puesto que los presuntos protectores de los niños están ausentes, y éstos se sienten confundidos en cuanto a la forma en que funciona este mundo, y con su propio poder e importancia.
Se necesitan dos cosas para educar a un niño: amor y dirección. Cuando se lo dirige sin manifestarle amor, se desarrolla anormalmente; cuando se revela amor a un niño sin hacer el menor intento de dirigirlo, otra vez vemos que se desarrolla anormalmente. ¡Toda dirección debiera darse con el propósito de desarrollarle! dominio íntimo y la autodisciplina. No es posible que se desarrolle el dominio propio a menos que se haya establecido primero el control externo. Los reglamentos del hogar llegan a ser efectivos en lo íntimo del alma del niño gracias a la amorosa relación con los padres, y de este modo los hábitos de autodisciplina darán como resultado que el niño crecerá hasta llegar a ser una persona que pueda desenvolverse sola en la vida, dotada de dominio propio y capaz de obtener buen éxito.
Los niños están ligados a sus padres por el afecto y la autoridad, y ésta se manifiesta en última instancia en alguna clase de disciplina. Los lazos afectivos son mucho más íntimos que los que brinda la mera autoridad, pero no son opuestos los unos a los otros. Todavía tengo que ver al niño cuyo afecto resulte dañado por la corrección justa y sana y por la dirección. Los hechos refutan el falso concepto de que los niños se resienten con el correctivo.
Los niños bien educados no se resienten cuando se administra justicia; por el contrario, se resienten con la injusticia y la excesiva severidad. Sin ningún rasgo de malicia ni ninguna inflexión de resentimiento, los niños suelen hacer declaraciones como ésta: “Mamita me dio una paliza esta mañana porque yo me puse a patear y le dije que no iba a venir cuando ella me llamara.”
Sin la facultad del autodominio, nadie puede conservar su salud mental y vivir bien.
“La vida es una disciplina. Mientras estuviere en el mundo, el creyente arrostrará influencias adversas. Habrá provocaciones que prueben su genio; y es afrontándolas con el espíritu debido cómo se desarrollan las gracias cristianas. Si se soportan mansamente las injurias e insultos, si se responde a ellos con contestaciones amables, y a los actos de opresión con la bondad, se dan evidencias de que el Espíritu de Cristo mora en el corazón, y de que fluye la savia de la Vid viviente por los pámpanos. En esta vida estamos en la escuela de Cristo, donde hemos de aprender a ser mansos y humildes de corazón: en el día del ajuste final de cuentas veremos que todos los obstáculos que encontramos, todas las penurias y molestias que fuimos llamados a soportar. eran lecciones prácticas en la aplicación de los principios de la vida cristiana. Si se soportan bien, desarrollan en el carácter virtudes como las de Cristo, y distinguen al cristiano del mundano. . ..
“Debemos enriquecer nuestra vida con rasgos de belleza. Debemos extirpar los rasgos naturales desagradables que nos hacen diferentes de Jesús. Aunque Dios obra en nosotros para querer y hacer su beneplácito, debemos obrar en armonía con él. La religión de Cristo transforma el corazón. Dota de ánimo celestial al hombre de ánimo mundanal. Bajo su influencia, el egoísta se vuelve abnegado, porque tal es el carácter de Cristo. El deshonesto y maquinador. se vuelve de tal manera íntegro. … El disoluto queda transformado de la impureza a la pureza. Adquiere nuevos hábitos; porque el Evangelio de Cristo ha venido a ser para él un sabor de vida para vida.”—”Testimonios Selectos” tomo 4, págs. 82. 83.