No nos engañemos a nosotros mismos

Siempre he sentido desprecio hacia cierto tipo de mujeres—me dijo una joven.

—Secretamente me alegraba de no ser como ellas. Pero hace poco me ocurrió la cosa más extraña del mundo. Alguien me tomó una película durante quince minutos; y, ¿quiere creerlo? hablo como esas mujeres que he aborrecido durante tanto tiempo, y tengo su mismo aspecto. ¿Puede Vd. imaginarse que alguien se haya engañado más a sí misma que yo?”

 Puede haber cierta verdad en la idea de que si queremos saber cómo somos, debemos lanzar una mirada a la gente que no nos gusta. Generalmente tenemos dificultades con las personas que tienen debilidades parecidas a las nuestras. Dos personas testarudas descubren rápidamente la mala característica que tienen una y otra. El que desea manejar todo a su manera descubre pronto a otro que le gusta proceder en la misma forma. La fuerza irresistible se encuentra con un objeto inamovible, y la explosión se produce.

 Una mujer dijo cierta vez mientras le crujían los dientes de ira: “Mi esposo es el hombre más vil de la tierra. Me echa en cara todas las cosas de las cuales él es culpable. ¿Ha visto Ud. alguna vez a alguien más malvado?” Anote en su libreta de apuntes que las faltas que Ud. descubre en los demás son las debilidades que se manifiestan en su carácter. Por extraño que parezca, nos reflejamos en los demás. Lo que observamos en aquellos que nos rodean es a menudo un cuadro mucho más exacto de nosotros mismos que de ellos. Si no le gusta lo que ve en los demás, haría muy bien en echar una mirada cuidadosa sobre sí mismo. La verdad acerca de nosotros mismos tiene la extraña costumbre de deslizarse hacia los rincones obscuros de manera que no podamos descubrirla.

 ¿Tiene Ud. el valor necesario para hacer frente a la verdad cuando se trata de su propia persona? ¿Es Ud. lo suficientemente fuerte como para combatir la tendencia a engañarse a sí mismo? Pocos seres humanos tienen suficiente valentía como para hacerlo. Un alumno que había fracasado en sus estudios decía que tal derrota no era culpa suya. Estaba seguro de que el personal docente se había puesto de acuerdo para hacerlo fracasar debido a que trabajaba demasiado fielmente y sobrepujaba a otros alumnos que no estudiaban con tanta intensidad como él. Añadía que estaban envidiosos de él y habían tejido una historia que había producido su fracaso en los exámenes. Decía además que el resto de los alumnos tampoco valía nada porque no lo querían. En dos horas de conversación nunca admitió que había fracasado porque no había estado a la altura de las normas requeridas por el colegio. Le resultaba demasiado duro aceptar la verdad. Debido a que era demasiado débil para luchar contra sí mismo, se justificaba tratando de encontrar faltas en los demás.

 Una mujer cuya voz no era apreciada debido a su baja calidad, afirmaba que la gente no sabía comprender la elevada música que ella cantaba, y que los demás cantores nunca le pedían que lo hiciera porque sentían mucha envidia. Se llenaba de amargura y odio contra el mundo porque carecía de sentido para apreciar la buena música, pero nunca quiso admitir que esa falta de aprecio podía estar motivada por sus propias limitaciones.

 Un autor en ciernes criticaba a un editor porque no había querido publicar sus escritos debido a que resultaba imposible imprimirlos por causa de su estilo deficiente. En lugar de hacer caso de los consejos del editor, este así llamado autor guardó bajo llave su manuscrito manifestando que aguardaría hasta encontrar “un editor maduro” que quisiera reconocer el “verdadero mérito” de su contribución. El autor pensaba: “La gente no está lo suficientemente preparada para apreciar algo de verdadero valor.” El engaño propio se manifiesta en forma extraña.

 La persona que se engaña a sí misma, al hacer frente a las dificultades, tiende inmediatamente a encontrar refugio en la crítica, en la enfermedad simulada, en la conmiseración propia, y en otros métodos de ocultar la verdad. La persona madura trata de encontrar el fracaso en sí misma y no en los demás. Mientras más se lo critique, más alto sube, porque corrige las dificultades que los demás han tenido la amabilidad de señalarle. Los mejores amigos que puede tener un hombre son los que le dicen la verdad.

 La honradez al hacer frente a los problemas afianza a una persona contra los resultados devastadores de la conmiseración propia, y la pone en el camino del éxito. Si los demás se ríen de Ud., aprenda a reírse con ellos. Si pueden mejorar la salud riéndose, ¿por qué no mejora Ud. la suya riéndose con ellos? No se tome a sí mismo demasiado en serio. Nadie más lo hace; ¿por qué, entonces, lo hará Ud.? Alguien dijo: “Me parece que todos me odian; que nadie me ama.” Un hombre debe estar poseído de un egotismo colosal para pensar que todo el mundo está lo suficientemente interesado en su persona como para pensar en él, y no hablemos ya de aborrecerlo. Mientras Ud. se pregunta qué piensan los demás de Ud., ellos a su vez quisieran saber lo que Ud. piensa de ellos. ¿Por qué tomar entonces actitudes forzadas? Afronte la verdad.

 Dos hombres pasaron la tarde conversando. Cuando el visitante se aprestaba a irse, el dueño de casa se disculpó por haber monopolizado la conversación, y dijo: “Temo haber estado hablando de mí toda la tardé. Espero que Ud. me perdone.”

 El otro replicó: “No se preocupe. Mientras Ud. hablaba de sí, yo pensaba en mí.” Esto puede parecer humorístico, pero es demasiado cierto para ser un mero chiste. Todo el que haga frente a la verdad lo admitirá. La persona aburridora es la que habla de sí misma cuando nosotros queremos hablar de nosotros mismos.

 Cierto personaje que aparece en unas historietas norteamericanas, resulta interesante porque refleja mucho del carácter de los lectores. Constantemente está asumiendo una gran importancia personal. Siempre habla de hazañas; nunca fracasa. En mayor o menor grado la mayoría de los seres humanos tienen la tendencia a asumir actitudes que están completamente fuera de proporción con su verdadera importancia. Acéptese tal cual es, y deje de ponerse por encima de los demás. Esas actitudes tienen como único fin llamar la atención.

 El camino más corto que conduce a la salud mental es el que nos señala una lealtad y veracidad absoluta con respecto a nosotros mismos. Nadie podrá progresar verdaderamente en la adquisición de la madurez, hasta que no tenga de sí mismo un concepto verdaderamente libre de prejuicios. El hábito de engañarse a sí mismo es la causa de la mayoría de las perturbaciones emocionales. Tales personas mantienen la verdad oculta en el fondo da la conciencia, y a menudo se mueven en torno a un círculo vicioso de autoengaño. Los caminos de este mal hábito son insidiosos. Se buscan muchos senderos para huir de la verdad acerca de uno mismo. Examinemos algunas de las rutas que eligen los hombres para engañarse a sí mismos.

 Leemos en un periódico que un hombre, enojado porque su auto no quería arrancar, lanzó una bofetada contra el parabrisas. Se produjo una herida profunda en el brazo y murió de hemorragia antes de llegar al hospital. He aquí e) caso típico del que trata de desahogar su ira sobre un objeto inerte. El envidioso acusará a los demás de ser envidiosos. El criticón y chismoso culpará a los demás de estos mismos defectos. El que alberga animosidad hacia el prójimo tratará inmediatamente de justificarse imaginando que los demás son enemigos suyos, y de este modo ocultará la verdad acerca de sí mismo.

 La rudeza externa es una capa que cubre un complejo de debilidad y ansiedad. Es fácil decir quién está perdiendo en una discusión fijándose en quién pierde el dominio propio Los jefes débiles tratan de cubrir su debilidad por medio de actos rudos. Tales personas andan siempre buscando pendencia. El más leve desacuerdo se considera como una ofensa a su autoridad, y emplean la autoridad para proteger su propia debilidad íntima. Las personas de poca valía se engañan a sí mismas aparentando grandeza, y a menudo engañan también a los demás.

 Algunos niegan a veces sus verdaderos sentimientos de odio hacia el prójimo, porque se temen a sí mismos y a los demás. La hostilidad reprimida puede producir una cantidad de enfermedades psíquicas. Las perturbaciones cardíacas ocurren a menudo en personas que mantienen su calma externa mientras hierven por dentro. Tales personas ni siquiera saben a veces que están resentidas, llenas de amargura y hostilidad. Negar el verdadero estado de los sentimientos personales tratando de cubrirlos bajo la capa de un falso dominio propio, es una de las formas que usan muchas personas para engañarse a sí mismas. Otras creen que tienen un gran éxito, pero viven en un mundo imaginario. Algún día, piensan, se reconocerá su genio. Pronto un invento cubrirá de fama su nombre. La forma extrema de esta reacción se manifiesta en un tipo de enfermedad mental en el cual la persona se aparta completamente del mundo real. La realidad es demasiado dura, de modo que se hace necesario fabricar un mundo especial, en el cual le resulte posible vivir a tal persona. Las grandes ideas constituyen todo un capital si se las encauza hacia la acción y hacia las realizaciones, pero si son destructoras se convierten en una manera de escapar de la realidad.

 Mucha gente se parece a un trompo, que no puede estar de pie a menos que este girando Las personas que carecen de seguridad anímica, tratan de autoafirmarse mediante el constante girar de trabajos y actividades. Si llevamos a tal persona de vacaciones, comprobaremos esto: No ha aprendido a vivir consigo misma. Puede recibir muchos honores debido a que trabaja fuerte y con dedicación: pero tal actividad es sólo un intento de escapar a su casi insoportable complejo de inseguridad. Tal persona necesita amor, pero se aparta de él completamente. Se engaña a sí misma hablando de la necesidad de ser leales y consagrados al trabajo y no obstante se sienta para juzgar a los que no corren tan fuerte como ella. Corren por el gusto de correr. Tienen poco tiempo para examinar el valor del trabajo que hacen. Debido a la tremenda necesidad de sostener su yo, tales personas asumirán más y más responsabilidades para autoafirmarse. No puede decir No cuando se le pide que haga algo, porque cada nueva responsabilidad la considera una prueba de que realmente vale. Si alguien no tiene duda alguna acerca de su valía personal, no necesita autoafirmarse añadiendo más y más actividades hasta el punto de que sobrepujen la tolerancia psíquica normal. El asumir muchas actividades es una forma común de escapar a la verdad.

 Existen además las personas que desean evitar toda falta no dejando atrás nada que pudiera ser motivo de crítica. Las reglas constituyen el fundamento de sus actos. Todo debe estar planificado hasta en los más mínimos detalles; si comete una falta, sufrirá remordimientos durante semanas. Tales personas malogran a veces las relaciones familiares debido a su afán de hacer un presupuesto de cada centavo que se gasta. Mientras más débiles se sienten interiormente, con más perfección tratan de arreglar su mundo exterior. Si no está en orden cada detalle externo, les parece que el día está arruinado. Bajo el engaño de la perfección, tales personas se destruyen a sí mismas y a los demás.

 Las personas débiles se identificarán con determinadas organizaciones y personas, a fin de sentirse más fuertes. Hace poco vimos que muchos ciudadanos estadounidenses se identificaban con el general Mac Arthur; y basándose en él decían una cantidad de cosas que tal vez no hubieran tenido el valor de decir a no mediar su gran personalidad. El general se convirtió en su campeón.

 La necesidad de autoafirmarse se puede manifestar también en el ámbito de la adquisición de bienes materiales. La compra de un gran automóvil hace que la persona se sienta más segura; infla el yo. Las mujeres compran vestidos y pagan tres veces el precio normal a fin de darse el gusto de informar que hacen sus compras en una tienda de nombre famoso. Esto las hace sentirse superiores. Tal tendencia se manifiesta con fuerza especial durante la época de la adolescencia, en que se adora a los héroes. El complejo de inseguridad del adolescente lo impulsa a unirse a una persona que ha alcanzado el éxito, y de esta manera aumenta su sentimiento de dignidad personal.

 Algunos individuos tratan de expiar su falta de educación lanzándoles el epíteto de estúpido a todos los graduados de los colegios. El que tenía el deseo de ser médico pero fracasó, proclamará a todos los vientos que nunca quiso serlo, porque los médicos sepultan sus equivocaciones. El que no obtuvo el título de una profesión liberal, proclamará con aparente buen juicio que la educación superior es peligrosa, pues a- parta a los hombres do la verdad. Se mostrara feliz de no haberse “contaminado” y de haber conservado inalterable la pureza de su fe. El que alienta un gran amor por el dinero, se expresará con amargura acerca de aquellos que están financieramente seguros. Él es feliz porque no vive para el dinero. El galán a quien rechaza una linda señorita, dirá que todas las mujeres lindas son insensatas. Tales declaraciones revelan una línea común de engaño propio.

 Otra manera de engañarse a sí mismo consiste en empequeñecer las realizaciones del prójimo. Si alguien no puede ser grande tratara de cortar todo a su propia altura, a fin de que la vida le resulte soportable. Tales personas destruyen a los demás con su alabanza desmayada. Siempre están formulando preguntas que hacen surgir la duda en la mente de los demás. ¿Cómo es posible que Fulano de Tal siga progresando? Si el informe que se da es pobre, se siente feliz. Si el informe que se presenta es bueno, adelanta una observación negativa para socavar la reputación de esa persona. Bajo el disfraz de un interés en el progreso de los demás, tales personas andan de aquí para allá minando la reputación de aquellos que tratan de hacer una obra digna en la vida. Es una forma miserable do querer obtener la valía personal.

 Un dolor de cabeza puede convertirse a menudo en la excusa legítima para dejar de lado un compromiso social poco placentero. Los hombres y las mujeres emplean varias dolencias físicas para atraer la simpatía de los demás sobre sí y evitar la realización de tareas desagradables. Cierto padre trataba de persuadir a sus hijas para que realizaran un determinado trabajo. Cuando ellas no estaban dispuestas a acceder a sus planes se desesperaba y caía en tierra quejándose de dolor al corazón. Inmediatamente las hijas aceptaban someterse a los deseos de su padre, y los dolores cardíacos parecían desaparecer. Este padre empleaba una dolencia física como medio de obtener lo que se proponía. Era un engaño, pero le daba resultados.

 El débil tratará de fortalecer su posición congraciándose con el superior. Obrará así porque no puede pararse sobre sus propios pies. Es interesante observar cuánta atención atrae sobre sí un ilustre desconocido, cuando le toca en suerte un puesto de influencia. Prívese a un hombre de la capacidad de ayudar a otros a elevarse, por otra parte, y se verá que de inmediato cae; en el olvido. Muchos hombres emplean a otros para subir. Tales personas dicen en efecto: “Si me someto y me congracio con una persona que puede ayudarme a avanzar, alcanzaré todos los fines que no puedo alcanzar por mi propia pericia y capacidad personal.” Los débiles buscan puestos para sentirse fuertes; los fuertes buscan solamente el carácter. Es legítimo que se nos respete en virtud del esfuerzo honesto y las realizaciones nobles. Es un vil engaño propio, en cambio, avanzar gracias a la sumisión y al halago. El jefe que no posee madurez de carácter ama esta clase de adulación y se rodeará de tales personas para autofirmar su vacilante sentido de la dignidad personal.

 Algunas personas tratan de llamar la atención fingiendo humildad. Esta clase de gente continuamente se rebaja a sí misma y menosprecia sus esfuerzos a fin de llamar la atención. Dicen en efecto: “Soy indigno. ¿No hay alguien que lo refute?” Si hace algo frente al público, tal persona dirá: “Hoy no me salió bien, ¿no es cierto?” Todo lo que trata de obtener en un cumplido. Ese menosprecio personal no es nada más que un intento de llamar la atención. La figura trágica sigue al héroe en su facultad de llamar la atención.

 Algunas personas quieren tener siempre la última palabra en una discusión. Si pueden dominar la situación, se sentirán libres de ataquéis. Cuando alguien pretende hacer algo que salga de lo común, las personas dominadoras emplean su autoridad para hacerlos desistir, no sea que se produzca una situación que les resulte difícil dominar.

 Otras personas débiles tratan de dominar su ansiedad comiendo demasiado. Otros se intoxican para evadir la realidad. La complacencia sexual promiscua es generalmente la manera de escapar a un íntimo complejo de incapacidad.

 También encontramos al payaso que se ríe más fuerte cuando más ansioso se siente en una determinada circunstancia. A un abogado que fue a ver a un psiquiatra debido a una depresión mental, se le aconsejó que fuera al circo a ver al payaso. ‘El abogado dijo que no obtendría ningún beneficio de ello porque el payaso era el mismo. Cuando yo era niño cantaba en voz alta cuando pasaba a caballo junto al cementerio del pueblo. El hombre que es “el alma de la fiesta es a menudo el que se siente más inseguro, y siempre debe estar en medio de las candilejas para llamar la atención. Su complejo de inseguridad no le permitiría sencillamente formar parte del grupo; debe ser la estrella de la reunión.

 El silbar en la oscuridad es una forma común de engaño propio.

 Por lo general el extremista y el ateo tratan de llamar la atención manifestando opiniones que, según piensan, van a producir una conmoción en los demás. Recuerdo a un muchacho dominado por el sentimiento de inseguridad y a quien nadie prestaba atención, el cual siendo alumno de un colegio cristiano, se tornó repentinamente ateo. Cuando se llegó a saber que lo era se convirtió en el centro de atracción. Su ateísmo dio resultado como medio de atraer la atención. Los que adoptan una filosofía político social extremista, a menudo lo hacen porque están dominados por un profundo complejo de inferioridad. Han fracasado en nuestra sociedad, y esperan que por medio de sus opiniones extremistas lograrán construir una filosofía político- social adecuada, y al mismo tiempo echan la culpa de sus fracasos a una supuesta falla en la estructura de la sociedad en que viven.

 Las personas prudentes tratan de eliminar todo engaño propio. Hacen frente a la realidad. El neurótico está parcialmente ciego con respecto a sí mismo, mientras el enfermo mental es una víctima total del engaño propio. Desde el punto de vista de una higiene mental correcta, los hombres deben desarrollar una actitud de rigurosa honestidad privada. Reconocer el egoísmo como egoísmo, la vanidad como vanidad, la concupiscencia como concupiscencia, la avaricia como avaricia, la culpa como culpa, no sólo en los demás, sino también en nosotros mismos, nos ayudará a protegernos del engaño propio. “Ser leales con nosotros mismos” es una frase adecuada que constituye también una buena regla de higiene mental.

 “El maestro divino es siempre indulgente con los que yerran, a pesar de toda la perversidad de ellos… Sus esfuerzos para conquistarlos no cesan. Espera con los brazos abiertos para dar repetidas veces la bienvenida al extraviado, al rebelde, y hasta al apóstata. Su corazón se conmueve con la impotencia del niñito sujeto a un trato rudo. Jamás llega en vano a su oído el clamor del sufrimiento humano. Aunque todos son preciosos a su vista, los caracteres rudos, sombríos, testarudos, atraen más fuertemente su amor y simpatía, porque va de la causa al efecto. Aquel que es más fácilmente tentado y más inclinado a errar, es objeto especial de su solicitud…

 “Después de la disciplina del hogar y de la escuela, todos tienen que hacer frente a la severa disciplina de la vida. La forma de hacerlo sabiamente constituye una lección que debería explicarse a todo niño y joven.”—”La Educación” pág. 286.