Una conducta acorde con la edad

Estoy tan airada esta mañana—exclamó la madre de una niña de catorce años—, que podría masticar clavos. Me gustaría ponerle las manos encima a esta hija mía y hacerle saber una o dos cosas. ¿Sabe Ud. lo que me dijo esta mañana? Me dijo que yo debería conducirme de acuerdo con mi edad y dejar de hacer niñerías. ¿Puede Ud. imaginarse semejante falta de respeto? No sé en qué va a parar esta generación joven.”

El diagnóstico de esta joven destaca un problema básico en la vida de un buen número de seres humanos modernos. ¿Actuamos de acuerdo con nuestra edad, o vamos por la vida cometiendo desatinos como niños mal criados, más o menos a tientas? La vida entraña mucho más que el solo desarrollo físico. Algunos tienen cuerpos bien conformados, pero sus actos y reacciones están muy cerca del nivel de los impulsos. Algunos usan su inteligencia para planear una conducta constructiva, mientras que otros tan sólo la emplean para justificar su conducta impulsiva.

Decía cierto caballero: “Mi esposa es como un bebé. Tengo que tratarla con guantes de seda desde temprano por la mañana hasta tarde por la noche. Si hago algún movimiento que no le complace, inevitablemente me hace pucheritos, se malhumora y se queja. Algunas veces me canso de vivir con una persona adulta físicamente pero mentalmente niña.”

Un padre y dos hijas ansiaban pasar la velada en una reunión social para la cual toda la familia había sido invitada, pero la madre se negó a colaborar. Nada parecía lograr que cambiara su resolución. No podía dar ninguna razón como no fuera que no se sentía inclinada a ir. Finalmente las niñas y el padre ganaron y la madre los acompañó; pero amargó la velada con sus quejas, rezongos y críticas. Ya que no pudo salir con la suya, afligió a su esposo y a sus hijas con una conducta pueril. El no conducirnos de acuerdo con la edad que tenemos es la causa de la mayor parte del infortunio y de la infelicidad que existe en los hogares de nuestro tiempo.

Como consejero de problemas matrimoniales, vez tras vez he oído la siguiente declaración: “Si tan sólo él (o también ella) pudiera crecer.” Los hogares infelices son el resultado de una falta de madurez emocional. Cuando la gente se guía por reacciones emocionales y no por la inteligencia, el fundamento de la vida feliz es débil e inseguro. En esos hogares se tiende a buscar razones plausibles para una conducta inconsistente. Si se contradicen los deseos, se produce resentimiento y amargura. Es característico en tales relaciones rehusarse a admitir los propios errores. El egoísmo, los celos y las quejas revelan tendencias infantiles.

Sería preferible que una persona tuviera algún impedimento físico antes que verse limitada respecto a su conducta emocional. La persona físicamente lisiada pero emocionalmente madura puede ser de verdadero valor para sí mismo y para otros. La gente emocionalmente madura sabe cómo conservar la cabeza y puede reír cuando las cosas marchan mal. La mejor manera de disfrutar de las emociones es mantenerlas bajo dominio.

Un sano humor expresado en la risa, es una medicina de la que tan sólo las personas maduras pueden disfrutar verdaderamente. La risa atempera la tensión nerviosa: es una forma de alivio. Frente a la risa, el odio y los sentimientos negativos quedan neutralizados. La buena disposición es uno de los mejores tónicos que se conocen; en verdad, a menudo es mucho más importante que la alimentación para estimular la buena salud. La risa es un correctivo natural útil para la torpeza y artificialidad que hubiera en nosotros y en nuestros semejantes.

Recordemos el terrible régimen de Robespierre, uno de los caudillos de la Revolución Francesa. Bajo su severa dirección, los miembros de la Convención actuaban como hipnotizados. A cada instante la Convención daba su asentimiento a los planes siniestros del jefe. Pero cierto día, sin ninguna advertencia, en medio de la gravedad hipnótica y mortal que reinaba, alguien en las galerías explotó de risa. De fila en fila la risa se contagió hasta que todo el recinto se volvió casi histérico. Esto fué el comienzo del fin de Robespierre, porque la risa quebrantó el hechizo de su terrible tiranía.

Donde reina la risa sana, uno se olvida de sí mismo. A la gente que carece de madurez le cuesta olvidarse de sí misma lo suficientemente como para estar contenta. Nuestra era padece de un dolor de estómago que necesita ser purificado con alegría y felicidad. La felicidad es propia de la gente madura; las personas pueriles no la obtienen. Los que no pueden reír son a menudo peligrosos para sí mismos y para los demás. Los que no han madurado emocionalmente siempre consideran con exagerada seriedad su persona y su dignidad.

La historia registra el caso de un cardenal moribundo que se había destacado por su seriedad. Sus parientes, al verlo indefenso, comenzaron a posesionarse de sus cosas. Allí estaba él en su lecho observándolos con ira, pero imposibilitado de hacer nada. De pronto advirtió que un mono que tenía en casa como mascota, tomó su sombrero cardenalicio, se lo puso y empezó a admirarse en el espejo. Ante tal cuadro, el cardenal rompió a reír; desde ese instante comenzó a mejorar y reconquistó su salud.

¿Podemos reírnos cuando se nos critica? ¿Permanecemos contentos aún cuando no podemos salimos con la nuestra? Si podemos hacerlo, ya no estamos en el nivel infantil. Estamos en el camino de la madurez de nuestras emociones. El hombre que puede mantenerse interiormente calmo y deliberar bajo condiciones de tensión, es una persona madura. La capacidad de gobernar las emociones es la evidencia de una espléndida personalidad, de salud mental y emocional. Si podemos mantenernos calmos y contentos, podremos no sólo gobernarnos a nosotros mismos, sino también dominar toda situación que se presente.

Cierta concertista recibía muchos aplausos por su técnica y habilidad musical. Se sentía feliz y contenta; pero todo esto cambió cuando otra artista con similares cualidades recibió también atención y felicitaciones. Un ministro religioso se sentía feliz y en buena disposición mientras era el único que recibía los honores que le brindaba su congregación: pero cuando llegó al lugar otro ministro religioso, se volvió lóbrego y aprovechó toda oportunidad para socavar el prestigio del compañero. Un ministro se ve impedido de hablar una palabra de aprecio a otro colega porque sus propios sentimientos pueriles le impiden soportar el pensamiento de que otro pueda recibir aprobación. Las personas no maduras necesitan ser constantemente el centro, el foco, o se sienten descontentas y malhumoradas.

La fatiga física es a menudo el resultado de conflictos producidos por la falta de madurez. De hecho, casi todos los problemas diarios de fatiga son emocionales antes que físicos. La fatiga puede comprenderse como una tentativa de retirada o una vía de escape de una situación que se nos ha presentado demasiado difícil para arrostrarla. Siendo que la fatiga puede surgir de conflictos no resueltos, está claro que es el resultado de la experiencia total de una persona y naturalmente, no puede atribuirse a un solo aspecto de la vida; pero la fatiga es, demasiado a menudo, el resultado de conflictos que se deben a impulsos y disturbios emocionales pueriles. El infante está lleno de deseos y tendencias opuestas. Carece de capacidad para canalizar su energía de una manera sana y sencilla.

Una mujer joven y atractiva, esposa de un abogado y madre de dos hijos, era muy pueril, tanto así que dependía de su esposo como si ella no fuera más que una niñita. Debido a esta dependencia infantil, se sentía inferior. En un esfuerzo por ser superior, se ocultaba de los demás y procuraba negar que ella se sintiera inferior. Y a su esposo, de quien esperaba que fuese realmente como un padre para ella, le exigía continuamente que ganara más dinero a fin de proporcionarle un mayor respaldo material. Se airaba por cualquier cosa que se le negara. Debido a sus sentimientos pueriles y a su complejo de inferioridad, procuró afirmar su confianza personal poniendo a prueba sus encantos con otros hombres. A medida (pie aumentaba su infelicidad, procuraba huir de sí misma dedicándose a la bebida, hasta que obró su completa desintegración. He aquí una ilustración de los resultados funestos de los sentimientos infantiles en muchas personas.

Algunos hombres se casan con mujeres de edad porque desean ser adorados, mimados y atendidos como por una madre. Una mujer de edad preferirá casarse con una persona sin madurez porque tiene el deseo de proteger y albergar a alguien que está indefenso. Este cuidado y protección induce a la mujer de edad a sentirse esencial e importante. Tal relación, sin embargo, puede producir muchos problemas, porque tarde o temprano, tales personas sufrirán un sentimiento de inseguridad e infelicidad. sabiendo que algo no anda bien. El conocimiento subconsciente de que se están conduciendo puerilmente conduce a la tensión y a la hostilidad. A fin de obtener alivio, tales personas a menudo se convierten en severos críticos de los demás; sus íntimos sentimientos de vergüenza buscan un desahogo para evitar la destrucción de la personalidad.

Un hombre de edad se casará con una joven porque desea ser respetado y adorado antes que ser querido con un amor maduro. Las jóvenes que necesitan un padre que les dé seguridad material, elegirán tales hombres a fin de que puedan conservarse pueriles el resto de su vida. Incapaces de mantenerse sobre sus propios pies, buscan puntales que sustenten su puerilidad. Así pues, cuando dos personas pueriles unen su inmadurez a fin de resguardarla de las amenazas de la vida madura, despliegan a menudo una intensa hostilidad mutua y contra la sociedad.

Una de las manifestaciones más frecuentes de la puerilidad de una persona son los celos. Los celosos tienen una tendencia a revelar una básica mala voluntad para compartir la vida con otros. Otra manera de manifestar celos es culpar al cónyuge de los propios deseos de infidelidad. Tales acusaciones vienen a ser un medio de escape para los deseos dolorosamente reprimidos. Mientras estos deseos están presentes, el esposo o la esposa se ven en la necesidad de luchar y acusar a la parte inocente.

A menudo las personas pueriles piensan que pueden encontrar felicidad en el matrimonio y éste se les presenta como una medicina patentada para curar todos los sentimientos interiores de infelicidad. Para los adultos, un matrimonio meramente por dinero y respaldo material o por el interés de relaciones sociales, está totalmente descartado. Las personas no maduras, pueriles, esperan mucho más del matrimonio de lo que éste jamás estaba destinado a dar. Las reacciones de muchas personas casadas revelan claramente que sus anticipaciones de lo que sería el casamiento tenía por origen su puerilidad y su egoísmo, antes que un amor verdadero. La gente pueril busca el cielo en la tierra, pero nunca logra encontrarlo.

Los divorcios son generalmente el resultado de la falta de voluntad de uno de los cónyuges para superar su puerilidad. Uno o ambos se sacrifican a fin de retener la posibilidad de repetir su puerilidad con otro en un segundo matrimonio. Cuando los esposos están a punto de separarse, ya no hay más buena voluntad para soportar la puerilidad del otro. En tal situación, la persona debe superar su falta de madurez o abandonar a quien ya no soportará más sus reacciones infantiles. El retener la modalidad pueril es factor decisivo que conduce al divorcio—la vía de escape temporal para no batallar contra nosotros mismos. El propósito de la maniobra interna no es superar, sino perpetuar la carencia de madurez.

“Pero—dirá alguien,—¿no es verdad que la gente a menudo halla felicidad en un segundo casamiento, si bien el primero fué el infierno en la tierra?” Esto es verdad en algunos casos. Pero lo que sucede es más complicado. El hombre o la mujer que se casa por segunda vez busca un cambio en el tipo de persona. Si la mujer anteriormente se fijó en un hombre fuerte y dominante, la segunda vez procurará hallar uno más bien tímido y débil. O, la mujer que anteriormente se sintió atraída por un hombre atractivo elegirá por segundo esposo a una persona tranquila y poco excitante. En tales casos la gente dirá: “Ya tuvo suficiente: está aprendiendo por la experiencia; ahora está probando en el otro extremo.”

La ironía de la situación está en que dicha mujer no parecería haber aprendido nada en su experiencia. Busca justificarse a sí misma diciendo que su primer esposo de todos modos, nunca fué el tipo de hombre que ella deseaba. Lo que realmente anhelaba era exactamente lo opuesto de lo que había tenido, y así se “enamora” de un tipo de persona opuesto. Hace todo esto para asegurarse de que no necesita cambiar su propia conducta pueril.

Esto puede ilustrase claramente con el caso de una joven encantadora que era una cantante de bastante buen éxito. Estaba casada con un hombre simpático de tipo dominador. Este se mostraba amable y comprensivo hasta cierto punto, más allá del cual era incapaz de soportar su vanidad y egoísmo. Atacó su puerilidad exigiéndole un cambio; ella, por su parte, no queriendo cambiar, tramitó el divorcio. Luego, ella se enamoró de un hombre tranquilo, y siguió gustosa el camino que le permitía hacer todo lo que quería. Aunque su falta de madurez emocional no se vió amenazada, no se sentía feliz.

Se quejaba de que se la descuidaba y de que a su nuevo esposo no le importaba lo que ella hacía. Al confiarme su decepción en el nuevo matrimonio me dijo: “Dígales a todas aquellas personas que vienen a Ud. en procura de divorcio que deberían cambiar ellas mismas antes que procurar cambiar a sus cónyuges. Mi primer esposo era realmente lo que yo quería. Cuanto más vivo con mi segundo esposo, tanto más pienso en el primero. Ahora veo que lo que mi primer esposo decía acerca de mí era realmente la verdad. Si hubiera cambiado yo en lugar de querer cambiar a los hombres, ¡cuánto más feliz hubiera sido!”

Algunos, naturalmente, continúan prefiriendo el mismo tipo de persona que eligieron en su primer matrimonio. “Estoy por casarme por cuarta vez—explicó una mujer,—¿por qué siempre elijo la misma clase de hombre? Todos mis esposos han sido iguales.” Siempre prefirió la misma clase de hombre, pero cada matrimonio terminó en el fracaso porque la puerilidad de la mujer se mantuvo estancada. Las personas pueriles tienden a provocar situaciones en las que muy probablemente se verán rechazadas y tratadas injustamente. Ignorando el hecho de que ellas mismas han producido su propio fracaso, luchan contra la persona que se imaginan es la responsable. A esta altura se compadecen a sí mismas hasta el extremo de exclamar: “Tal injusticia puede sucederme tan sólo a mí. ¿Por qué Dios y el mundo son tan crueles?”

AI fracasar un matrimonio, los sentimientos infantiles del cónyuge sufren una profunda herida. A veces llega hasta el suicidio. Las mujeres que compiten con el hombre lo hacen por puerilidad: la competencia es el resultado de una falta de madurez y de una necesidad de sentirse omnipotentes. Algunas mujeres que están insatisfechas con los trabajos domésticos revelan su falta de madurez emocional. Esto no es así en todos los casos, y la distinción se advierte fácilmente. Si una mujer rehúsa emocionalmente la maternidad y le disgusta todo lo que tiende a crear una atmósfera hogareña confortable, es neurótica. Con todo, si una mujer es buena madre y esposa, y todavía encuentra placer en un trabajo externo, puede tratarse simplemente de una sobreabundancia de energía. En muchos casos es posible la combinación de una buena esposa y madre que es a la vez una profesional de éxito.

Las mujeres se quejan a menudo de que sus esposos son una carga imposible. No hay duda de que los esposos a veces son un problema; pero estas señoras no mencionan que son incapaces de influir sobre sus cónyuges. Un hombre enamorado de su esposa cede a sus deseos de muchas maneras, pero con justicia puede entrar en sospechas si se ve acusado por ella de inconducta. Es probable que tales mujeres sean pueriles neuróticas que están repitiendo sus conflictos infantiles con esposos pueriles, a quienes escogieron para ese mismo propósito. Un neurótico puede ser comparado a una persona que lleva consigo un solo disco e insiste en tocarlo en cuanta oportunidad hay alguien dispuesto a escucharlo. Cuanto más pueriles son, tanto más ambos cónyuges revelarán su carencia de madurez.

¿Qué diremos de la mujer que no puede secundar a su esposo debido a su puerilidad? Ante todo debemos preguntarnos: “¿Por qué esa mujer eligió tal hombre?” Una mujer que no puede llevarse bien con su esposo es pueril en la medida revelada por lo que eligió consciente o inconscientemente. La gente no se enamora por casualidad. Se enamoran porque complementan recíprocamente sus anhelos. No es probable que una persona adulta se enamore de otra que manifiestamente carece de madurez. La mejor protección para que una señorita no se enamore de un hombre pueril, es cuidar de que ella madure lo suficientemente como para que no necesite de un hombre no maduro que acentúe sus propias tendencias neuróticas.

En un solo año un millón y medio de personas se ven directamente afectadas, y de tres a cuatro millones más son víctimas indirectas de tragedias relacionadas con el divorcio. Con todo, sigue ascendiendo el índice de los divorcios y hay millones tentados por el engaño de que al deshacerse de sus esposos o de sus esposas se asegurarán la felicidad. Tal fin trágico del matrimonio no hará que los hombres y las mujeres sean más felices; tan sólo acrecentará su infelicidad, muy especialmente al descubrir en matrimonios subsiguientes que su intento de huir de conflictos internos no se ha visto favorecido con el cambio de esposo o de esposa. Los conflictos pueriles del matrimonio no deberían ser ventilados en los tribunales, sino con los directores de la iglesia, versados en los caminos tortuosos de la naturaleza humana. Deberían establecerse clínicas matrimoniales con el cometido de ayudar a las personas pueriles a desarrollarse.

Tan sólo quienes hayan llegado a la madurez pueden vivir una vida feliz en el matrimonio.

Una regla simple para descubrir la puerilidad de una persona es su falta de capacidad para encontrar felicidad en el trabajo, en una vida social normal con las preocupaciones que entraña, o para disfrutar de los pasatiempos. Mientras haya una cierta satisfacción en estas cosas, no hay razón para mayor alarma. Puesto que la puerilidad puede curarse, hay aún más razón para la esperanza.