Años atrás, a efectos de realizar su análisis y su diagnóstico, existía la tendencia de considerar al hombre dividido en partes. Los especialistas han logrado seccionar, por así decirlo, la vida humana, cuyos trozos, todavía vivos, son luego observados minuciosamente. Pero al hacerlo olvidan que los trozos sólo tienen sentido cuando están armoniosamente combinados en un cuadro completo y que el todo es siempre más importante que cualquiera de sus partes.

Ahora bien, nuestra labor actual consiste en reconstruir al ser humano. Como Humpty Dumpty—el popular personaje inglés, —muchos sufrieron una gran caída, y se necesitan todos los caballos y los hombres del rey para volver a reunir los pedazos. Pastores, médicos y educadores deben unirse en la tarea de recomponer al hombre.

Hay multitudes que sufren de dolencias físicas, emocionales y mentales, y estamos lejos de proporcionarles la ayuda más apropiada. Se podría prestar una ayuda ilimitada a la gente si todos los recursos del saber en sus distintos aspectos se orientaran en la debida dirección; pero se encara erróneamente el problema refiriéndolo a las partes. Es tiempo de que se reúnan en un haz los rayos de luz que se destinaron a las partes, para que su concentración ilumine la vida humana y la torne más digna de ser vivida.

Hoy se sabe acerca de la vida mucho más que antes. Hemos empezado a comprender la psicología del hombre. Pero esto no basta. La levadura empaquetada y guardada en un estante puede tener buen aspecto; mas de poco vale si no se la mezcla con la masa. Sólo mediante esta operación estamos en camino de obtener un pan satisfactorio. De idéntico modo, los hechos que se refieren a la vida han de mezclarse con la vida para que produzcan su efecto, porque el saber aparte de la vida es de escaso valor.

Se cuenta que un hombre saltó sobre un caballo y cabalgó sin sentido, en todas direcciones. Esa manera de cabalgar no puede conducir a ninguna parte. Los dirigentes de todos los campos del saber deben aprender a unir sus esfuerzos para contribuir a la redención del hombre de acuerdo con el plan eterno de Dios.

Los seres humanos están enfermos; por todas partes se oyen sus gemidos. Tan sólo el alma encallecida e insensible puede desoír el clamor de la humanidad. Abundan los males físicos, pero los trastornos mentales y emocionales son infinitamente más numerosos. Los hospitales para enfermos emocionales y mentales están abarrotados; se ensanchan los edificios, pero el pedido de atención excede a todo recurso. Si continúa el actual índice de aumento, en alguna época de su vida hospitalizaremos a uno de cada veinte alumnos de nuestros colegios y universidades por trastornos mentales y emocionales. Se estima que, de cada veinte habitantes de los Estados Unidos, uno sufre de trastornos emocionales graves que le impiden llevar una vida normal.

Cifras como éstas revelan la generalización del problema que debemos encarar. Podría rotularse la materia de que están hechos los seres humanos con la palabra: “Frágil;” “Manéjese con cuidado.” Mucho se ha dicho de la fortaleza de la mente humana, pero podrían amontonarse estadísticas que comprueban su fragilidad. En un solo día ingresan en los institutos para enfermedades mentales, hospitales e instituciones privadas para el tratamiento de trastornos nerviosos y mentales de los Estados Unidos, más personas que en los colegios y universidades. Y se agrandaría el total añadiendo los que están en la cárcel o al cuidado de tribunales juveniles por padecer de trastornos nerviosos.

Frente a este mundo de enfermos nos preguntamos: ¿Qué hacer para ayudarles? Mucho logran en sus distintas esferas de actividad los pastores, los psicólogos, los médicos y los hombres de ciencia; pero no se han conjugado todos los recursos de la religión cristiana para curar los males de los hombres. Siempre fue la curación un objetivo de la ortodoxia cristiana, pero últimamente le han sacado ventaja los remedios materiales y científicos. Mas hemos de admitir, en justicia, que aumenta el aprecio hacia los aportes de la religión cristiana en favor de la salud y del bienestar del individuo. Se está procurando combinar los recursos de la ciencia y los de la religión para llevar un ataque a fondo contra la enfermedad —sabio proceder, ya que en la unión está la fuerza.

La medicina, la psiquiatría y la psicología son ciencias relativamente nuevas. ¿Quiénes cumplían en lo pasado las funciones que hoy llenan dichas profesiones? Generalmente, los ministros religiosos. Hoy las desempeñan los recién llegados al campo de la ciencia. La clasificación de la vida humana en casilleros es producto de nuestra época. No se conocía en lo pasado tal división de la vida. A través de los siglos el cristianismo no sólo contribuía a que los hombres sanaran de sus padecimientos, sino que asignaba a estos últimos un significado y una razón de ser. La persona enferma siempre ha necesitado una visión de Ja vida que satisfaga sus interrogantes.

Alguien me dijo hace poco: “Podría soportar este dolor si tuviese explicación.” El cristianismo siempre ayudó a los hombres a hacer explicable la vida. Proporciona una filosofía y un contacto personal con Dios que permite a la gente soportar airosamente las más duras realidades. Los psicólogos, los psiquiatras y los médicos se esfuerzan también por proporcionar a los perturbados y enfermos un incentivo que les sirva de base sensible sobre la cual reorganizar sus vidas.

El pastor cristiano tiene a su cargo un destacadísimo papel en la promoción de la salud mental. Dispone de los más valiosos recursos para auxiliar a la humanidad extraviada ya que el cristianismo proporciona ideales, incentivos y camaradería, necesidades básicas del hombre sin las cuales la vida carece de sentido.

Se justifica hasta cierto punto el escepticismo con que miran los pastores de iglesia a los médicos, psiquiatras y psicólogos que se mueven en un campo del que ellos acostumbraban cuidar. Pero tal distanciamiento es inconveniente, ya que los pastores debieran acoger con agrado a quienquiera que busque la verdad. Los cristianos no han de temer la verdad, porque ella corrobora las enseñanzas del cristianismo y les presta eficacia. Sólo aquellos que no están seguros de lo que creen temen las nuevas verdades. La ciencia descubre las necesidades básicas del hombre y diagnostica su mal, pero la religión ha de estar cerca para proporcionar el remedio una vez hecho el diagnóstico.

Es indudable que millones de enfermos mentales, emocionales y físicos podrían mejorar con una perspectiva religiosa de la vida. Tal idea no es afirmación gratuita sino un hecho ampliamente demostrado por historias y evidencias clínicas. No existe organización de vida comparable a la que asegura la religión cristiana. Los fines religiosos y la fe dan cohesión a la vida. Así como las limaduras de acero se mantienen separadas hasta que las une el imán, las partes de la vida humana se mantienen dispersas o libran conflicto entre sí si no las reúne el imán poderoso de la religión cristiana.

Los cristianos gozaban de paz mental antes de que los modernos estudiantes de la naturaleza humana descubrieran su importancia. Grande es la proporción de enfermos nerviosos que jamás recobrarán salud y fuerza si no alcanzan la paz y la armonía que sólo puede ofrecer la religión cristiana.

Con frecuencia, al escuchar a colegas de la rama de psicología proclamar algún nuevo descubrimiento acerca de la naturaleza humana y las enfermedades mentales, me parece estar oyendo palabras conocidas. Siendo estudiante de la Biblia, recuerdo versículos que aprendí en la niñez. Muchas veces me acuerdo de declaraciones que leí en los escritos de la Hna. White y que no había comprendido por completo. Y al seguir las huellas de alguna teoría nueva hasta su origen no me encuentro con los escritos de los apóstoles modernos de la higiene mental, sino con el Nuevo Testamento y las enseñanzas de Jesús. Muchos principios generales enseñados en el Sermón de la Montaña hace dos mil años, y redescubiertos en la vida humana, se proclaman hoy desde los techos como cosa nueva.

Mucho tiempo me preocupó este tema. Y cuanto más indagaba más me convencía de la seguridad de la verdad cristiana. La ciencia moderna, investigando acerca de la naturaleza humana, descubrió verdades que los hijos de Dios proclamaron a través de los siglos. La terminología difiere, pero el énfasis es el mismo. Si se redujesen a la mínima expresión las verdades básicas descubiertas por los estudiantes de la naturaleza humana, traduciéndolas a lenguaje sencillo, tendríamos tan sólo una pobre réplica del Sermón de la Montaña.

Hace siglos que los cristianos conocen la respuesta a la inquietud y los vanos anhelos del mundo, pero descuidaron darla. Esa respuesta es Cristo. En él residen la salud y la alegría en grado sumo. La respuesta ha de experimentarse y no sólo expresarse. Demasiadas personas hablaron de cristianismo, pero pocas tuvieron el valor suficiente para practicarlo. En la delicada malla del esfuerzo y la experiencia humana deben entretejerse las normas y las enseñanzas del cristianismo, porque sólo así la vida y los principios cristianos darán el fruto debido.

Mientras estudiaba para obtener mi título en la Universidad del Sur de California debí preparar un trabajo sobre la relación que existe entre los puntos de vista de la psicología y la higiene mental y la religión cristiana. Me alegró mucho que me asignaran ese tema. Tengo la convicción de que “la ciencia ha sido aumentada” para confirmar la verdad de la Palabra de Dios y que los modernos estudios científicos de la naturaleza humana establecen la verdad de las afirmaciones de las Escrituras y de los escritos de la Hna. White. El aumento del saber debe referirse a la vida misma y no sólo a las máquinas o al progreso material. Se ha insistido demasiado en el aspecto material del cumplimiento de la profecía.

La verdad acerca de un punto sostiene la verdad de otro. La vida no es división, sino unidad. Lo que influye en una parte de la vida afecta necesariamente al conjunto. La teología y la comprensión de la naturaleza humana deben ir de la mano. Con frecuencia la teología es un simple conjunto de abstracciones ajenas a las situaciones de la vida. Tal era la religión judía hace dos mil años, cuando vino Jesús. El convirtió el verbo en carne, lo refirió a la vida.

La teología cristiana y el estudio de la naturaleza humana están tan enlazados como la medicina y la fisiología. Sería insensatez conceder diploma para ejercer la medicina al hombre que desconoce la fisiología. Tampoco sería juicioso equipar a un hombre con las armas de la teología si ignora las leyes fundamentales de la naturaleza humana. En su ministerio Cristo no separó la vida de la enseñanza. “No tenía necesidad que alguien le diese testimonio del hombre; porque él sabía lo que había en el hombre.” (Juan 2:25.) El pastor cristiano que conozca por igual las necesidades humanas y las enseñanzas del Salvador hallará la más alta oportunidad de ser útil.

Se ha repetido que la vida es un edificio de tres pisos: el primero, lo físico; el segundo, la mente; el tercero, el espíritu. De acuerdo con este concepto el médico presta servicios exclusivamente en el primer piso, el educador en el segundo y el pastor en el tercero. Cada piso requiere una entrada privada. Ninguno de esos profesionales puede profanar el dominio del otro sin exponerse a castigo. El médico que, se interesa en las leyes de la mente y del espíritu humano se hace sospechoso entre sus colegas. El educador que se atreve a penetrar en la zona de los designios religiosos o de los problemas físicos abusa de sus prerrogativas. El pastor que quiere aprender acerca de la naturaleza humana y de los problemas de la sanidad física y mental pisa terreno peligroso.

Tal división de la vida no existe. Es anticristiano seccionar la vida, porque no podemos actuar en compartimentos cerrados. La mente, el cuerpo y el espíritu son simples medios de expresión que utiliza el hombre para demostrar que la vida es una. Las definiciones que seccionan la vida, son peligrosas. La mente, el cuerpo y el espíritu están tan íntimamente unidos que cada uno de ellos padece de los males del otro: cuando uno se halla afectado los otros sufren en simpatía.

Los pastores cristianos deben considerar la vida como un proceso en marcha, como una corriente en la cual se mueven juntos la mente, el cuerpo y el espíritu. La teología adventista enseña la unidad del ser humano. No sostenemos que el alma permanezca aparte del cuerpo y la mente. Este concepto de uniformidad justifica el énfasis que ponemos en el desarrollo del triple aspecto: cuerpo, mente y espíritu. El hombre no tiene un alma viviente: es un alma viviente. Al enseñar la unidad de la naturaleza humana los adventistas descansan en la única base segura para el estudio científico de dicha naturaleza. En las Escrituras se dice claramente de la creación del hombre: “Formó, pues, Jehová Dios al hombre del polvo de la tierra, y alentó en su nariz soplo de vida; y fue el hombre en alma viviente.” (Gén. 2:7.)

Mientras cumplía los requisitos para mi graduación y estudiaba la naturaleza humana, el jefe de la cátedra me preguntó cómo, siendo yo pastor, podía estudiar la naturaleza del hombre científicamente y al mismo tiempo creer que posee un alma no sujeta a las leyes comunes de la vida sino ajena y superior a ellas y que no muere cuando muere el cuerpo. Le contesté que no soy dualista sino que sostengo un concepto unificado de la vida: esto es, que cuando un hombre muere, muere por completo, y que cuando vive es una unidad. Me miró profundamente sorprendido, pues ignoraba por completo la teología adventista. Cuando le expuse nuestras creencias dijo: “Me gustaría apadrinar su tesis, porque sus conceptos teológicos concuerdan con el concepto científico del hombre.” A veces temo, sin embargo, que no hayamos insistido en aplicar nuestra teología. La Hna. White recalca el hecho de que se olvida con frecuencia la unidad de la vida.

En este estudio he procurado armonizar los puntos de vista del moderno conocimiento de la naturaleza humana con las enseñanzas de las Escrituras y los escritos de la Hna. White. Esta reconstrucción de la vida debiera dar por resultado el fortalecimiento de nuestra fe en el mensaje que amamos. (Continuará.)

Sobre el autor: Pastor de la “White Memorial Church.