(Y espero que sea a todos)

Tengo veintitrés años y supongo que estoy precisamente en el centro de la generación turbulenta. No he abandonado la Iglesia Adventista del Séptimo Día y sé que hablo en nombre de muchos “fieles” jóvenes adventistas cuando digo que sentimos una necesidad —una enorme, amplia y profunda necesidad que no está siendo atendida. Estamos hambrientos por algo con lo cual no se nos alimenta.

Por favor, tómenlo en serio porque sé de lo que les estoy hablando. La gente joven está dejando la iglesia. Otros ni siquiera piensan en venir porque no ven en la misma nada que satisfaga sus necesidades.

En una reunión campestre el pastor Pierson dijo: “La mayor necesidad actual del mundo es Cristo”. La mayor necesidad de nuestro pueblo, mi mayor necesidad y la de mis amigos adventistas es Cristo. Lo necesitamos. Queremos conocerlo —pero no podemos.

¿Cómo vamos a salir a compartir nuestra fe en él cuando no tenemos fe? ¿Y cómo podemos evangelizar el mundo y esparcir la gloria de Cristo si no tenemos nada que decir —no conocemos al Hombre?

No necesitamos más sermones sobre cómo debiéramos hablarles a otros de él. Necesitamos que alguien nos hable a nosotros de Dios. Alguien que lo conozca como Moisés lo conocía. Alguien que sea amigo de Dios, que haya hablado con él como Abrahán, Elías, David, Pedro, Juan y Pablo lo hicieron y, sí, también como la Hna. White lo hizo.

Necesitamos que el agua viva se derrame sobre nuestras almas resecas. Sabemos que el séptimo día es el auténtico día de reposo. Sabemos que debemos pagar el diezmo. Sabemos que la carne, los cigarrillos, licores y drogas no son saludables. Conocemos muchas cosas, pero no conocemos a Cristo o Dios.

Si tuviésemos una relación viva con Cristo (como iglesia o como individuos), el mundo reconocería su propia carencia —sería demasiado evidente como para ignorarla. Entonces los sinceros del mundo vendrían a inquirir acerca de él y nosotros tendríamos algo que decirles.

El mensaje de Cristo —su vida— fue una revelación del carácter de Dios. Leyendo la Biblia y otras obras inspiradas obtenemos una clara visión de Dios y comenzamos a conocerlo, pero deseamos oír a nuestros líderes hablar de su conocimiento personal e íntimo, impartiéndonos conocimiento de primera mano sobre el Dios a quien sirven.

Cada día los jóvenes adventistas, cansados de la búsqueda, rechazan la iglesia —no para entrar en otra, porque saben que si la nuestra no tiene lo que necesitan, ninguna lo tiene. Salen desilusionados, amargados, hambrientos, sin esperanza. No conocen a Dios, nunca fueron llevados a su presencia. Y a menos que Dios obre un pequeño milagro nunca lo conocerán, porque quienes debían revelárselo fallaron en su responsabilidad.

Por la enseñanza de ustedes sabemos que es definitivamente importante leer, estudiar y orar. Por esos conductos aprendemos a conocer a Dios. Pero, ¡oh, la diferencia entre la teoría y la realidad! ¡Qué inspiración significa cuando encontramos a alguien que conoce a Dios por una relación personal viva, dinámica y creciente! ¡Que nos puede hablar de él, y decirnos cómo y quién es!

Dios podía usar sólo el estudio de la Biblia y Ja oración para familiarizarnos con él, pero también vio la necesidad de emplear seres humanos; primero a una nación, después a una iglesia.

La Hna. White dice que ahora Dios no está obrando para traer muchas almas a la iglesia. ¿Será porque espera que primero nos familiaricemos con él? ¿Será que no obra porque nuestros propios jóvenes carecen de un conocimiento de él, y anhelan un ejemplo vivo, y la obra del evangelismo debiera comenzar aquí con ellos —con nosotros—, conmigo?

No escribo en nombre de los que sustentan posiciones extremas, están apartándose o se hallan rezagados. Mis amigos y yo constituimos la juventud “fiel”. Somos los que semana tras semana asistimos a la iglesia. Presentamos el informe misionero y partes musicales especiales. Participamos en la campaña de la Recolección Anual y somos dirigentes del Club de Conquistadores. Muchos de nosotros hemos sido alabados por nuestros ministros como la generación que terminará la gran obra.

Y no obstante hemos estado en la búsqueda desde que nos hallábamos en nuestros estudios secundarios, luego superiores, después cuando nos casamos, y todavía estamos hambrientos y sedientos. Estudiamos, oramos, vamos a la iglesia y tratamos de llevar una vida de acuerdo con las normas de la iglesia —¡pero estamos hambrientos!

Estamos cansados de que se nos diga que salgamos a predicar el Evangelio y a revelar la gloria de Cristo; pero luego de aceptar el desafío descubrimos que no tenemos nada que decir.

¿Qué significa para mí una relación con Dios este año? ¿Qué significa esa relación para ustedes? ¿Lo conocen bien? ¿Saben quién es? ¿Qué es realmente —para ustedes?

Por favor, prediquen y enséñennos acerca del carácter de Dios. Muéstrennoslo, háblennos de él, señálennoslo. Somos niños espirituales, necesitamos ayuda. Manifiéstennos la experiencia personal de ustedes. Estamos esperando, anhelando. Si pudiésemos ser guiados como Cristo guio a sus discípulos, como Pablo guio a Timoteo; si pudiésemos tan sólo tener una vislumbre de Cristo, no se preocupen, esa visión sería captada tan rápidamente por nuestra generación que a ustedes les produciría vértigos.

¿Cómo podemos esperar que Cristo venga a salvarnos si la mayoría de nuestros jóvenes (al menos los que yo he conocido y conozco) no lo reconocería si viniera?

Sé que esta carta es extensa, pero la situación se torna desesperada. Nuestras almas languidecen. Más que cualquier otra cosa necesitamos conocer a Dios. Necesitamos a Cristo. ¿Podrán ustedes —querrán ustedes— mostrárnoslo?

Sinceramente, una hija en Cristo. UNA ENTRE MUCHAS