Cuando se nos dijo que “se predica mucho la verdad pero pocos son santificados por ella” y que “algunos de los que pretenden ser pastores del rebaño son carnales”; cuando se nos dijo que “la fornicación está en nuestras filas” y que se está fortaleciendo y extendiendo su contaminación; cuando se nos dijo que “no [hay]… verdadero fundamento para albergar esperanza con respecto a los pastores… que han escondido sus malos caminos y han continuado en ellos…” (TM, 426-456), se nos propuso un tema para las más serias y profundas reflexiones. Se nos impuso la necesidad de volver a las bases y examinarnos a nosotros mismos. ¿No será que nosotros también estamos incluidos en estas preocupaciones divinas? Debemos hacer una seria introspección y contestarnos esa pregunta. Debemos estar seguros de que somos auténticos ministros del evangelio. Pero sobre todo, debemos tener la plena seguridad de que, a pesar de la mayor responsabilidad moral que tenemos a causa de la mayor luz que hemos recibido, y a pesar de que “al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá” (Luc. 12:48), Dios perdona al pastor que haya pecado en la misma forma como perdona a cualquier otro pecador. Vayamos a Cristo para que nos haga “ministros competentes de un nuevo pacto’’ (2 Cor. 3:6). Esperamos que el artículo del pastor Morris Venden y otros que aparecen en este número especial de Ministerio Adventista sean de grande ayuda para los pastores y sus familias.
A primera vista